Por Nahuel
Los recientes incidentes en Kursk, mal llamados ofensiva ucraniana, en el marco del conflicto entre Ucrania y Rusia, han adquirido una relevancia que va más allá del mero terreno militar. No se trata solo de un ataque táctico o de un avance bélico puntual, sino de un golpe directo a la narrativa de invulnerabilidad que Moscú ha intentado proyectar, y al mismo tiempo, de una desesperada maniobra por parte de Ucrania para sostener su ya debilitada alianza con la OTAN. El análisis de esta situación debe trascender los enfoques habituales centrados en la estrategia militar y adentrarse en las lógicas más profundas del imperialismo y la acumulación de capital.
Kursk, por su importancia logística, se convierte en un objetivo crucial para cualquier intento de desestabilización en el conflicto. Este centro de transporte y comunicaciones sirve como uno de los puntos clave para las operaciones rusas en Ucrania, y cualquier ataque a su infraestructura impacta directamente en la capacidad rusa de movilizar tropas y recursos hacia el frente. Sin embargo, lo que realmente está en juego no es solo una victoria militar o una pérdida estratégica, sino la capacidad de ambas potencias, Rusia y Ucrania, de sostener un discurso que justifique sus propias agendas frente a sus respectivas poblaciones y aliados internacionales.
La cuestión de fondo aquí es el fracaso de los actores internacionales en detener una escalada que responde a la lógica del capitalismo bélico. Este conflicto no se trata de una mera disputa territorial, sino de la necesidad de ambas potencias de sostener un modelo de acumulación capitalista a través del gasto militar y el control de recursos. Ucrania, en su búsqueda desesperada por mantenerse relevante frente a la OTAN, recurre a ataques simbólicos que no cambian el curso de la guerra, pero que sí le permiten mantener su posición en las mesas de negociación futuras. Este tipo de ataques, como los perpetrados en Kursk, no son significativos en términos militares, pero cumplen el rol de reforzar la narrativa de que Ucrania es capaz de golpear en el corazón de Rusia.
Estos ataques también tienen una función mediática, destinada a legitimar el continuo flujo de armamento y apoyo financiero por parte de la OTAN y los países occidentales. La estrategia de Ucrania parece ser clara: prolongar el conflicto lo suficiente para mejorar su posición en una eventual negociación. Sin embargo, esta táctica tiene un límite, y ese límite parece estar cada vez más cerca. La capacidad militar ucraniana ha llegado a un punto de no retorno. La escalada de los ataques dentro del territorio ruso no es un signo de fortaleza, sino de una estrategia desesperada por mantener el conflicto vivo, mientras la OTAN sigue alimentando la maquinaria bélica a expensas de la estabilidad de la región.
Lo que este conflicto expone es, en última instancia, el fracaso de las potencias imperialistas en ofrecer una solución viable y popular al conflicto. Las incursiones ucranianas en territorio ruso, y la respuesta previsible de Moscú, no hacen sino aumentar el riesgo de una escalada que no beneficiará a nadie, excepto a los intereses del complejo industrial-militar, tanto en Rusia como en Occidente. Este conflicto se sostiene sobre una lógica de destrucción y capitalización bélica, donde la vida humana y la estabilidad regional quedan relegadas frente a la necesidad de mantener la hegemonía de sectores globalizantes y asegurar así un nuevo orden geopolítico.
Se hace urgente denunciar tanto la agresión imperialista rusa como la manipulación y explotación de Ucrania por parte de la OTAN y las potencias occidentales. Cualquier negociación real debe pasar por el desmantelamiento del aparato militarista que sostiene este conflicto, y por la construcción de una solución popular que dé prioridad a la paz y a los derechos de los pueblos por encima de los intereses del capital.
El conflicto en Kursk, por lo tanto, no es solo una batalla más en una guerra prolongada, sino un reflejo de las contradicciones inherentes al imperialismo global. Mientras las potencias continúen viendo en la guerra una vía para sostener sus economías y sus posiciones de poder, los pueblos seguirán pagando el precio de su propia sangre. Los incidentes en Kursk son un recordatorio de que esta guerra, más que un conflicto territorial, es una batalla entre modelos capitalistas que continúan enriqueciendo a las élites a costa de las vidas humanas.
