Por Marcelo Colussi
“Las bombas podrán terminar con los hambrientos, con los enfermos y con los ignorantes, pero no con el hambre, con las
enfermedades y con la ignorancia”.
Fidel Castro
“Si quieres la paz, prepárate para la guerra”, decían los romanos del Imperio.
Ahora, viendo los preparativos bélicos que aumentan a paso agigantado en todas
partes del mundo, la pregunta es: ¿estamos entonces cada vez más cerca de la
paz?
El reloj del juicio final -espacio imaginario que cada año los científicos dedicados al
ámbito atómico elaboran para mostrar cuán cerca estamos del holocausto
termonuclear final- se encuentra a solo 90 segundos del desastre total, del
Apocalipsis. Es, junto con la medición del año pasado (2023), el momento en que
la humanidad más cerca se ha mantenido de la posibilidad del exterminio masivo
en estos 75 años en que se hace esta medición, más aún que en los peores
momentos de la Guerra Fría.
Evidentemente hay mucha “preparación” para la guerra -los tratados para
limitación de armas atómicas han ido quedando en el olvido-, y la proliferación de
los más variados tipos de armamentos no se detiene, incluso militarizando el
espacio extraterrestre y utilizando inteligencia artificial.
“Independientemente de que a los países les fuera mejor o peor de lo esperado
económicamente, el ejército está acaparando más recursos financieros que en
años anteriores”, informó recientemente el Instituto de Investigación para la Paz de
Estocolmo (Suecia) -más conocido por su sigla en inglés: SIPRI, Stockholm
International Peace Research Institute-.
Hoy por hoy en el mundo se habla hasta el cansancio de “paz”. Pero igual que
sucede con otras palabras tan manoseadas (democracia, libertad) su uso termina
siendo hipócrita, insustancial, nada creíble. Por ejemplo: los encargados –
supuestamente- de velar por la paz mundial, es decir, los cinco países que
detentan un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas,
son los cinco productores de armas más poderosos, y las cinco potencias
fundamentales con capacidad nuclear: Estados Unidos, Rusia, China, Gran
Bretaña y Francia.
En estos momentos los tambores de guerra suenan cada vez más altos y
amenazantes en todas partes del planeta. Los gastos para preparativos militares
aumentan en los países de los cinco continentes. Estados que mantenían una
posición no beligerante, que incluso constitucionalmente tenían prohibida su
participación en eventos bélicos -como Alemania y Japón, los dos grandes
derrotados de la Segunda Guerra Mundial, controlados al milímetro por el
vencedor Estados Unidos con innumerables bases militares en sus territorios-
invierten ahora, con el aval de Washington, cuantiosamente en el ámbito
castrense. ¿Qué está pasando?
Como mínimo, hay dos posibles vías de explicación. Por un lado, las ganancias
empresariales de los fabricantes de armas. El negocio de la guerra es de una
envergadura monumental. En los marcos del sistema capitalista todo,
absolutamente todo es negocio. La guerra, la muerte de un enemigo es, hoy por
hoy, el negocio más fabuloso que existe, el que lleva los mayores adelantos
científico-técnicos que ha conquistado la humanidad, y el rubro comercial más
expandido (alrededor de 70,000 dólares por segundo en ventas). Las grandes
empresas que se benefician de eso tienen ganancias astronómicas, que ni
siguiera se detuvieron durante la recién pasada pandemia de COVID-19, siendo
de los pocos negocios, junto con las farmacéuticas y las tecnológicas digitales,
que crecieron pese a los encierros.
Solo para graficarlo: cada soldado estadounidense (de los cerca de millón y medio
de efectivos que tiene en acción, más otro número similar en reserva) lleva un
equipo cotizado en alrededor de 18,000 dólares: una armadura, rodilleras,
coderas, antiparras, guantes con tejido ignífugo, radio, máscara antigás, visión
nocturna, un casco de poliparafenileno y una carabina modular M4 con diversos
accesorios desmontables: dos tipos de lanzagranadas, dos tipos de agarres
frontales, tres tipos de mira laser, dos tipos de mira telescópica, de cerca y de
lejos.
Alguien paga toda esa monumental cifra de dinero: la población de pie, la clase
trabajadora mundial a través de nuestro trabajo diario. Y alguien -una muy
pequeña élite- se la embolsa. Sin dudas, las guerras producen mucho dinero. “En
las guerras no hay ganadores”, se dice a veces ampulosamente, apelando a un
pacifismo algo ingenuo. Por supuesto que los hay: por lo pronto, los que lucran
fabricando y vendiendo todos esos pertrechos, desde un par de botas o un
largavista hasta bombarderos estratégicos con carga nuclear o portaviones con las
armas más letales que se puedan concebir.
Hoy se habla mucho de las grandes guerras que se roban la atención mediática: la
de Ucrania y la de Palestina, al igual que la tensión creada en torno a Taiwán y
todos los reacomodos que eso está trayendo en el Pacífico. Pero junto a esas
guerras, enormes, monstruosas, al mismo tiempo existen 65 frentes de combate,
entre grandes conflictos con más de 10,000 muertes anuales, guerras civiles,
tribales y enfrentamientos armados diversos con hasta 10,000 muertos al año, y
pequeños conflictos y escaramuzas, muchas veces limítrofes y que no escalan a mayores.
En todos esos enfrentamientos se necesitan armas y pertrechos.
Obviamente, con cada nueva guerra -por más pequeña que sea- habrá quien se
frota las manos. Y, por supuesto, no serán los soldados -y ahora también
soldadas- que ponen el cuerpo en los campos de batalla.
Una segunda explicación, que también se vincula con esta primera, tiene que ver
con la arquitectura del sistema-mundo que se está viviendo hoy día. Salvo algunas
pocas excepciones que continúan la senda del socialismo (China con su particular
modelo de socialismo de mercado, por su lado Cuba, o Vietnam, o Corea del
Norte, siempre con enormes dificultades), y algunos pocos, excepcionales y muy
pequeños grupos de poblaciones que sobreviven aún en el período neolítico sin
haber arribado a la agricultura ni a la vida sedentaria (en algunas selvas tropicales,
por ejemplo), prácticamente la totalidad del planeta se rige por la lógica capitalista.
El capitalismo se siente triunfador, intentando por todos los medios denigrar un
pensamiento crítico que lo adverse. El anticomunismo visceral continúa instalado
en el mundo, y los poderes dominantes no se cansan de profundizarlo a diario.
Ese capitalismo tiene como su principal locomotora a Estados Unidos. Sucede que
este país, innegablemente la superpotencia que ha venido marcando el rumbo de
la humanidad en este último siglo, ha comenzado a declinar en su hegemonía.
Continúa siendo la gran superpotencia, pero últimamente ha encontrado rivales de
igual a igual en el tablero internacional. China, con su portentoso desarrollo
económico y científico-técnico, y Rusia, con su renovado poderío militar, sacan
pecho ante la nación americana. La principal preocupación de Washington es
China, por la dinámica económica que está imponiendo; pero ambos, en una
suerte de unión inseparable, están planteando un escenario post dólar, lo que
preocupa enormemente a la clase dominante estadounidense, representada en los
gerentes sentados en la Casa Blanca. Esa mancuerna Pekín-Moscú plantea una
nueva organización global rompiendo el unilateralismo norteamericano,
propiciando un multipolarismo que hoy se conoce como BRICS. Esta no es una
propuesta exactamente socialista, pero constituye una afrenta a la hegemonía de
Washington. ¿Podrá decir acaso el campo popular: “el enemigo de mi enemigo es
mi amigo”?
A partir de esa nueva correlación de fuerzas se ha abierto un espacio de
confrontación entre los dos polos en pugna: por un lado, Estados Unidos y su
perro faldero, la Unión Europea, representados militarmente en la OTAN, y por
otro un ámbito diverso (países capitalistas todos, salvo China, con marcadas
diferencias político-culturales), pero con una característica en común: la intención
de alejarse del dominio del dólar. Esto está detrás de esta hiper militarización que
estamos viviendo en este momento. La estrategia de la Casa Blanca parece
consistir en la creación de numerosas zonas de conflicto -continuar la guerra en
Ucrania, incendiar Medio Oriente, abrir la guerra en el Pacífico contra China-,
destinadas en definitiva a mantener su hegemonía y a neutralizar ese nuevo polo
de poder emergente.
Los tiempos que vienen no son precisamente de paz. El campo popular de todo el
planeta debe estar atento y denunciar -buscando impedir- nuevas guerras, donde
lo único que se consigue es más muertes para nosotras y nosotros, el pobrerío de
a pie, y mantenimiento de la hegemonía para los grandes poderes
Fuente: https://contrahegemoniaweb.com.ar/2024/04/24/guerras-y-mas-guerras/