Por Nahuel
El movimiento de los Chalecos Amarillos en Francia simboliza una lucha genuina por parte de las clases populares, que lograron visibilizar el malestar social latente en un país que, desde hace décadas, ha sido un ejemplo de las tensiones entre el capitalismo global y sus sectores más afectados. Sin embargo, la respuesta política y mediática a este fenómeno evidenció un panorama mucho más complejo: mientras que las élites globalistas, encabezadas por Macron, respondían con una creciente militarización y represión, las fuerzas ultranacionalistas y populistas capitalizaban el descontento.
El auge de Marine Le Pen y su partido, el Rassemblement National, en las elecciones europeas, marcó un punto de inflexión peligroso en la política francesa y europea. El avance de la extrema derecha no es un fenómeno aislado, sino que se inscribe en una tendencia global que responde al fracaso del capitalismo neoliberal para ofrecer una salida real a la crisis sistémica. Lo preocupante es que las clases trabajadoras, empobrecidas y desilusionadas por las promesas vacías de los partidos tradicionales, se ven atraídas por un discurso simplista y xenófobo que culpa a los migrantes y a la globalización, mientras se ocultan las verdaderas raíces del problema: la acumulación de capital en manos de unos pocos y la precarización de la vida.
Desde una perspectiva de izquierda, el análisis debe centrarse en cómo la extrema derecha ha logrado construir una narrativa populista que, si bien superficial, apela al resentimiento y la frustración legítima de las masas. En este contexto, la ausencia de una izquierda verdaderamente radical que pueda disputar el terreno ideológico es alarmante. Mientras la socialdemocracia sigue ofreciendo soluciones diluidas y reformas tímidas, como lo ha hecho el conglomerado liderado por Jean-Luc Mélenchon, la ultraderecha se fortalece con una agenda que parece ofrecer respuestas rápidas, aunque estas se basen en la exclusión y el odio.
El avance de la izquierda en las elecciones parlamentarias francesas, que revirtió en cierta medida la derrota sufrida en las elecciones europeas, debe ser leído con cautela. Aunque significó un rechazo a las políticas de austeridad y autoritarismo de Macron, lo cierto es que este «progresismo» se ha quedado corto en su capacidad de movilizar a las masas. La plataforma liderada por Mélenchon, aunque prometedora en su crítica al neoliberalismo, no ha logrado romper con las estructuras que perpetúan la dominación capitalista. Al final del día, este proyecto político ha terminado ofreciendo un reformismo más cercano a la socialdemocracia neoliberal que a una verdadera ruptura revolucionaria.
Francia, al igual que muchos otros países europeos, se encuentra atrapada en una polarización creciente. A un lado, las fuerzas ultranacionalistas que buscan cerrar las fronteras y alimentar el odio racial; al otro, una izquierda que, a pesar de sus avances, parece incapaz de ofrecer una salida contundente y radical frente a la crisis capitalista. En este sentido, resulta esencial que las fuerzas anticapitalistas se organicen más allá de los marcos institucionales y electorales, para articular una respuesta que realmente desafíe las lógicas de acumulación y explotación que dominan la vida cotidiana.
La crisis del globalismo no es sólo económica, sino también geopolítica. La posición colonialista que aún mantiene Francia en muchas regiones del mundo es un recordatorio de cómo las potencias occidentales continúan extrayendo recursos y mano de obra barata de los países del sur global. Este colonialismo moderno, disfrazado bajo el manto de las «relaciones internacionales» y el «comercio global», es uno de los pilares que sostiene la acumulación capitalista en las naciones ricas. Frente a esto, la izquierda debe repensar su estrategia, no solo en términos de política interna, sino también en su postura frente al imperialismo y la explotación global.
En última instancia, el desafío radica en construir un movimiento verdaderamente popular, que desde abajo pueda enfrentarse no sólo al avance de la extrema derecha, sino también a las contradicciones inherentes del capitalismo.