Fuentes: Rebelión
Como decía Papá Roncón: «Aquí estoy porque he venido, y porque he venido aquí estoy. Y aunque me digan que me vaya, yo de aquí no me voy».
El fascismo del siglo XX no puede entenderse sin examinar el legado de la esclavización africana y el colonialismo europeo. Desde 1501, con el secuestro de africanos hacia las Américas, se inició un proceso de deshumanización que estableció un orden económico basado en la opresión racial. La trata transatlántica, que forzó a 12,5 millones de africanos a vivir en condiciones brutales, legitimó un racismo sistémico que reducía a las personas a mercancías, despojándolas de derechos y libertades. Este régimen de violencia extrema, fundamentado en ideologías de supremacía racial, colocó a los africanos en la base de una pirámide de opresión que los clasificaba como no humanos, sentando así las bases para futuras ideologías fascistas.
Además, este tráfico devastó a las sociedades africanas, destruyendo comunidades y estableciendo jerarquías raciales que negaban la humanidad de los africanos. Las pseudociencias y narrativas racistas, como las promovidas por Georges Cuvier en el siglo XVIII, justificaron la subyugación racial y crearon un marco ideológico que influiría en el fascismo europeo. De esta manera, la violencia y el racismo estructural durante la esclavitud y el colonialismo normalizaron la exclusión racial, generando un contexto propicio para el surgimiento de ideologías autoritarias como el fascismo.
El fin de la esclavitud en el siglo XIX no significó la liberación de los africanos, ya que los imperios europeos trasladaron la explotación al colonialismo. Tras la Conferencia de Berlín (1884-1885), Europa dividió África sin considerar sus fronteras étnicas y culturales, saqueando sus recursos y consolidando las jerarquías raciales establecidas durante la esclavitud. El colonialismo fue un laboratorio ideológico donde se perfeccionaron técnicas de control y represión que luego caracterizarían al fascismo. Ejemplos como las atrocidades de Leopoldo II en el Congo, que causaron la muerte de 10 millones de congoleños, muestran el uso de violencia extrema, deshumanización y terror para defender los intereses europeos, anticipando los elementos del fascismo.
Durante el colonialismo, las potencias europeas justificaron la explotación y el genocidio a través de una «misión civilizadora», fundamentada en una dicotomía racial entre europeos «civilizados» y africanos «bárbaros». Esta supremacía racial fue un precursor directo del fascismo, que aplicaría las mismas políticas de exclusión y violencia hacia sus propios ciudadanos en el siglo XX. El fascismo en Europa, principalmente bajo Mussolini en Italia y Hitler en Alemania, exacerbó las políticas y prácticas coloniales. Hitler tomó como ejemplo el imperialismo británico en África y el genocidio de los hereros y nama (1904-1907) en Namibia, el primer genocidio del siglo XX, para justificar su propia visión de «limpieza» racial. Esta lógica inspiró el Holocausto, dirigido contra judíos, gitanos y otros grupos considerados «inferiores».
Mussolini, por su parte, vio en la colonización de Etiopía (1935-1936) una oportunidad para revivir el imperio romano y expandir el poder fascista italiano. Las tropas italianas, utilizando armas químicas y tácticas de tierra arrasada, sometieron brutalmente a los etíopes. Esta violencia refleja la continuidad entre colonialismo y fascismo. Justificaba estas acciones afirmando que los italianos, como «raza superior», tenían el derecho natural de conquistar y «civilizar» África, prolongando el racismo colonial europeo.
En ambos casos, el fascismo europeo no fue una innovación ideológica, sino una intensificación de las políticas de opresión, violencia y racismo ya ensayadas en las colonias africanas y americanas, con el mismo objetivo de dominación y explotación de pueblos considerados «inferiores». El fascismo no surgió de la nada, sino que fue el resultado de siglos de explotación, racismo y violencia estructural impuesta por los imperios europeos. Las jerarquías raciales creadas durante la esclavitud y el colonialismo fueron exacerbadas por las ideologías fascistas del siglo XX. La deshumanización de los africanos durante la trata esclavista evolucionó hacia un sistema de exclusión racial y muerte en Europa.
El fascismo de Mussolini y Hitler llevó al extremo la represión violenta y el racismo institucional ya presentes en las colonias. Así, el fascismo europeo fue una continuación del racismo y la explotación que definieron la esclavitud y el colonialismo. Para comprender el fascismo y sus expresiones contemporáneas, como el neofascismo, es crucial reconocer sus profundas raíces históricas en la esclavitud y el colonialismo, donde la deshumanización de los pueblos africanos sigue influyendo en las dinámicas actuales de poder, exclusión y violencia.
El neofascismo del siglo XXI, aunque menos explícito, perpetúa la exclusión racial y económica que caracterizó al fascismo clásico. En Ecuador, las comunidades afrodescendientes enfrentan tanto el racismo estructural como nuevas formas de marginación, profundizando su exclusión social y económica. Las políticas neoliberales han tenido un impacto desproporcionado en estas comunidades, especialmente en áreas rurales y urbanas marginadas, replicando las desigualdades históricas del colonialismo y la esclavitud.
La discriminación racial sigue siendo una barrera para el acceso a derechos básicos como la educación, la salud y el empleo. Las tasas de pobreza entre afrodescendientes son más altas que la media nacional, y la brutalidad policial afecta desproporcionadamente a esta población, perpetuando una criminalización de la negritud. En el ámbito político, sectores racistas y xenófobos promueven una «identidad nacional» excluyente, que recuerda las estrategias fascistas de pureza racial.
Sin embargo, la resistencia afroecuatoriana tiene raíces profundas, remontándose a los cimarrones que escaparon de la esclavitud para formar comunidades libres. Hoy, los movimientos sociales afroecuatorianos siguen desafiando estructuras de poder, buscando justicia y reconocimiento histórico. En Esmeraldas, resisten activamente políticas extractivistas que amenazan sus territorios.
Culturalmente, la música y danza afroecuatoriana, como la marimba, el arrullo, el chigualo y los alabaos, siguen siendo formas vitales de resistencia y afirmación de identidad frente a siglos de racismo y exclusión. La resistencia afroecuatoriana actual se basa en la organización comunitaria y la educación, herramientas clave para enfrentar el neofascismo. A través de la educación, las comunidades afrodescendientes comprenden sus derechos y reivindican su lugar en la historia de Ecuador. Diversas organizaciones trabajan para incluir a los afroecuatorianos en el sistema educativo y preservar su cultura e historia, tradicionalmente ignoradas.
La Confederación Nacional Afroecuatoriana (CNA) y la Coordinadora Nacional de Organizaciones de Mujeres Negras del Ecuador (CONAMUNE) han sido pilares fundamentales en la promoción de políticas públicas que abordan las desigualdades estructurales. Además, la CNA y la CONAMUNE luchan por leyes antirracistas y la representación política de los afrodescendientes en el gobierno, continuando una larga historia de resistencia por los derechos humanos. Esta lucha no es reciente; es la continuación de más de 500 años de resistencia, desde las rebeliones de los cimarrones hasta los movimientos afroecuatorianos modernos. Las comunidades afrodescendientes han enfrentado tanto el racismo estructural como las nuevas formas de neofascismo, defendiendo su dignidad y derechos. La resistencia afroecuatoriana se renueva constantemente, vinculando las luchas actuales con el legado de sus antepasados. Enfrentan al neofascismo mientras construyen un futuro de justicia racial y equidad, conectando las generaciones actuales con sus ancestros.
La resistencia afroecuatoriana al fascismo y al neofascismo es una continuación de siglos de lucha contra la opresión racial que comenzó con la esclavitud. Las jerarquías raciales establecidas durante la trata trasatlántica y el colonialismo despojaron a las personas afrodescendientes de sus derechos, cimentando desigualdades que persisten hasta hoy. La ideología de la supremacía racial que justificó la esclavitud sigue afectando a las comunidades afrodescendientes. Desde los cimarrones hasta los movimientos actuales, la resistencia afrodescendiente ha sido una constante en la lucha por la libertad y la dignidad. Esta resistencia desafía las jerarquías raciales tanto en lo político como en lo cultural, defendiendo la identidad y los derechos humanos.
El neofascismo actual, disfrazado de nuevas formas de exclusión política y económica, sigue arraigado en las estructuras raciales que legitimaron el colonialismo. Las políticas que marginan a las comunidades afrodescendientes en educación, salud y empleo reflejan un sistema que aún se nutre de estas jerarquías. Para combatir el neofascismo, es fundamental reconocer las injusticias históricas y aplicar medidas reparativas. La resistencia afrodescendiente, nacida del sufrimiento, pero sostenida por la esperanza, es clave para lograr un cambio sistémico que garantice un futuro de justicia, igualdad y dignidad.
El abuelo Zenón nos decía: “No podemos olvidar que nuestro principal derecho para reclamar estos territorios como una herencia ancestral del pueblo afroecuatoriano nace en la reparación histórica del inmenso daño que significó la dispersión de nuestros troncos familiares por las Américas”.