(2022) de Liany Vento García
Faride Zerán plantea, en su libro “La guerrilla literaria”, que hasta el día de hoy en esta copia feliz del Edén aún persisten los, cada vez más vetustos, tres bandos de la poesía chilena, en los que supuestamente estamos todos cooptados y perteneciendo obligadamente a uno, a saber: Huidobrianos, Rokhianos y Nerudianos. Tendría que confesar que definitivamente no soy del bando del poeta de Parral; no lo defiendo, ni lo justifico, pero pienso que, a veces, es necesario poner las cosas en su lugar.
De alguna manera este libro lo hace, porque pone de manifiesto la figura de Neruda en el ámbito humano, como si lo trajera de vuelta a este mundo habitado por la incertidumbre. Lo bello es que lo logra por medio de la ficción, con todas las estrategias que ella permite y que la autora maneja con destreza. Ahora, es necesario aclarar algo, que exista ficción no significa que no exista realidad, de hecho, estamos frente a la obra de una escritora cubana que, además, es doctora en literatura, avecindada en la tierra del vate, y para completar la ecuación, hay que señalar que su tema de estudio es justamente Pablo Neruda y su obra. Entonces, no hay que ser muy listo para sospechar que acá hay una investigación concienzuda donde la historia termina por ser bañada por la ficción, desprendiendo aún más realidad y potencia de lo real.
Con respecto a la figura de Neruda, la desacraliza y la pone a la altura de lo humano y no de ese mártir buscado por años, en medio de la ciénaga de la dictadura, para que viniera a erguirse como un salvador de las letras comprometidas de un Chile que añoraba, con urgencia, algo que amalgamara a los huérfanos de la literatura y de la izquierda en los momentos más oscuros de este país. Porque así fue que cargamos en los hombros de Neruda nuestra propia desesperación. Este libro pone al poeta, a través de las seis historias que lo componen, en un lugar más lejano que las personas que habitaron su vida y que cobran el sentido de protagonistas. Estas historias, que perfectamente podrían fundirse en cinco, cuatro o una, tributan a una emocionalidad intencionada y coherente de una existencia, permitiendo que también se pueda leer como una novela.
La autora desconcierta, nos propone un juego que nace en los intersticios de la vida de Pablo Neruda y ahí se planta, desde ese lugar edifica un “posiblemente”, es decir, una ficción que se va develando página tras página con frases certeras y, por sobre todo, con personajes entrañables. Ingresar a este libro es encontrarse con la grata sorpresa de enfrentarse a un corpus justo, bien logrado, que transporta en cada relato a las fauces de la literatura; esto lo menciono desde ese lugar de enunciación que utilizamos los lectores, los que buscamos una historia que nos cambie en algo, que nos emocione de alguna manera. Vento García lo logra al construir un universo a partir de pequeños despojos de una vida como eje central, la vida de Neruda, que es puesta en tensión de una manera delicada y profunda, obviamente ante la imposibilidad de narrarlo todo fragmenta una historia, y ahí aparece el oficio de la autora, al saber qué seleccionar y, más difícil aún, qué dejar en el camino.
Acá hay oficio, no por nada este libro es “Premio fundación de la ciudad de Santa Clara 2021” (Cuba). Así que cuando comencé a leerlo mis expectativas, a veces traidoras, habían sido armadas desde esa consideración, sin embargo, esta vez fueron superadas con creces. El mentado oficio lo encontramos desde el primer texto, inmediatamente nos sumerge en la atmósfera que pretende, de ahí en más no podemos escapar; quien narra en primera persona es un tremendo personaje que, como buena creación, dice más cosas con su silencio muchas veces, y nos lleva a la posibilidad de una muerte, a la asepsia de un hospital en una época donde Chile hervía por la calamidad, la mañana de un 23 de septiembre de 1973. Así entramos en este mundo propuesto, para pasar luego a la mujer holandesa, a la fosa común, a una casa en la que viven los que no tienen dónde vivir, en el cual la autora se eleva por sobre la realidad, mientras, al mismo tiempo, provoca un quiebre en quién está narrando; o Mario en el tercer relato donde menciona que las metáforas no deberían existir, que el horizonte debería ser una pared donde uno podría correr hacia ella y rebotar a mucha velocidad; eso es lo que sucede en ese relato, nos estrellamos con esa pared que separa ese amor y odio que palpita en cada chileno cuando recordamos el año de 1973 y Vento desenmascara la realidad, justamente a través de la metáfora, para eso nos prepara con esas frases (es lo que quiero creer), porque nos hace estrellarnos con esa pared el 14, 16, 18, 20 y 23 de septiembre. Y todo al ritmo de una música olvidada, a veces en clave japonesa, con la mención del poeta Kohei Hanzaki, quien es pensado por un otro como si fuera otro cartero, otro esposo de Chile o sólo otro hombre triste mirando el mar.
El cuarto relato es más clásico, más chejoviano diría yo, un cuento estructurado a la antigua, que parece que es la única forma de estructurar un cuento, y ahí, sin embargo, la escritora cubana secuestra a un personaje de otro escritor, de Roberto Ampuero, tampoco soy su fan, muy por el contrario, pero Cayetano Brulé aparece en todo su esplendor, mejor dicho aparece como nunca lo habíamos visto, como un personaje desarrollado de manera justa para un relato en el que palpita la intriga policial, lo negro, incluso Chandler se nos puede asomar a veces, así de bueno está. Ese detective es quien emprende el viaje a Holanda a expensas de Neruda, pero su viaje no es de ensoñación, está muy lejos de aquello, todo se inicia con una gran mentira, como parten muchas buenas historias. No pude dejar de pensar en lo sorprendente que tiene la literatura: un escritor chileno crea un personaje cubano, una escritora cubana toma ese personaje para hablar de un escritor chileno ¿es posible? por cierto, pero qué tan probable podría ser; bueno, Vento lo hace posible, plausible y verosímil. Chapeau.
Este viaje nos permite adentrarnos posteriormente en la voz de Matilde, quizás el texto más poético del libro, que en una de sus ocho partes comienza señalando que “los recuerdos son una voz extraña. [Que] En algún momento de la vida regresan a ti como algo nuevo, como algo que nunca pasó. Pero con su retorno viene la claridad de la mente, y una empieza a darse cuenta de que ciertas palabras eran reales”. Acá, en sus primeros párrafos, existe un cuestionamiento profundo de lo que es la memoria y el recuerdo, aquí encontré frases terribles que hicieron que me estremeciera. Acá supura un relato de amor, que va mutando para, en sus últimos respiros, volver a la clave narrativa de los relatos anteriores, para preparar el cierre, ese que consolida el último relato, donde vuela la bellota, donde se nos señala que esa memoria puede no ser más, ni menos, que el relato de otro, como diría Cézanne, “todo lo visto contiene al que ve” o mejor dicho o para aterrizarnos más, “cada cual en este mundo cuenta el cuento a su manera”, como señala el bolero “La Tirana” de Tito Curet Alonso.
Hay algo que no puedo soslayar, porque leyendo ese libro se me vino a la cabeza una incomodidad, escribir sobre Pablo Neruda en clave chilena es un ejercicio osado, no sólo para una cubana, sino para cualquier persona. Ya sabemos que desde la noticia que arrinconó al poeta al bando de los abusadores, la literatura chilena ha puesto la cola entre sus piernas y ha preferido hacer mutis por el foro, para no incomodar, para andar con los tiempos, para no quemarse y seguir aprovechando una que otra prebenda que permite el silencio. No obstante, una estudiosa de Neruda sabe, y lo ha mencionado, que la supuesta no santidad que le agobiamos a él, no es más que una escena que también puede rayar en la ficción, cuestión que se encuentra muy lejos de los discursos de acomodo para estos tiempos. Sobre todo, esa relación que, vaya que, si la conoceremos los que no comulgamos con el neoliberalismo, abraza la ignorancia y la desidia; lo que ha permitido traspasar la sensatez, en algunos casos, en esto de la cultura de la cancelación, fenómeno que a la larga se encuentra sumergido en la ya infinita discusión de si se puede separar la vida y la obra de un artista. En este caso también me gustaría mencionar que mucho de lo que hemos vivido (algunos puntuales casos) tiene que ver con la poca profundidad con que se investiga y se repiten mecánicamente, como una oración, frases e ideas esculpidas por algunos desde púlpitos extraños, cayendo en dogmas que nos recuerdan a sistemas religiosos, fascismos de todo tipo y dogmatismos con tufillo a ignorancia. Insisto, no soy nerudiano, es más, pienso que, sí se le puede pasar la cuenta por algunas cosas, sencillamente porque es un humano extraño, pero pisar el palito, caer en el juego puede llevarnos a terminar hablando de otras cosas. Sólo un ejemplo, a partir del libro “Confieso que he vivido” de Neruda, específicamente en el capítulo titulado “La soledad luminosa”, en el apartado “Singapur” (pp. 107, 108 y 109, de Ediciones Nacionales, Círculo de Lectores, Edinal Ltda. Bogotá, 1974. Que es la que tengo a mano), se señala lo que sucede con aquella mujer que le limpiaba el balde que le servía de excusado en Colombo, la de la “raza tamil, de la casta de los parias”, la que tomó fuertemente por la muñeca y al rato estaba desnuda en la cama, donde tuvieron ese “encuentro [que] fue el del hombre con una estatua”, en la que se mantuvo impasible todo el tiempo y con los ojos abiertos, donde “hacía bien en despreciarme”. En este relato pareciera que faltaran elementos para su juicio, sin embargo, están ahí: en la palabra paria; que incomprensiblemente para nosotros, los occidentales, escapa a todo análisis racional, porque son considerados casi un infrahumano por no ser de una de las cuatro castas oficiales creadas con partes del cuerpo de la divinidad, inclusos ellos se comportan de acuerdo a la tradición con “el otro”: no hablar, no mirar, no sonreír y una serie de actitudes más, vuelvo señalar, incomprensibles; incluso el resto de la gente de aquellos territorios evita pisar sus sombras.
Insisto, no defiendo a Neruda, sólo quiero aprovechar esta instancia por lo que me provocó este libro, también aclaro que esta obra tampoco lo defiende, pero sale de esos lugares comunes, sólo con el hecho de arriesgarse con un libro como éste. Todo esto no quiere decir que Neruda sea un santo, quizás eso fue lo que pretendimos en algún momento, pero como todo ser humano se deshilacha en luces y sombras. Por eso me atrevo a destacar que, en estos tiempos, tuvo que venir esta mujer de una isla de verdad para hablar de un hombre que vivió en una isla que no lo era.
En fin, quiero invitarlos a inmiscuirse en la vida privada de los silencios de Neruda, de las posibilidades que nos permite la historia, que siempre es ficción, a transitar por la emocionalidad que nos permiten estos relatos, en los que pareciera que Vento nos mintiera para sorprendernos, pero cuenta una verdad que palpita en las rocas de ese límite con las mareas llamado Isla Negra.