Es probable, sólo probable, que no exista género más político (entendiendo que toda literatura lo es) que la Ciencia Ficción y si le sumamos una pizca de Distopía, ni hablar, sencillamente porque esa combinación tiende a desnudar descarnadamente el mundo en que estamos sumergidos. Este género y subgénero literarios tienen un componente de desplazamiento único, lo que permite observar(nos) desde otro lugar de enunciación y obtener una perspectiva más amplia de nuestra realidad material y relaciones simbólicas, cuestión que lleva al extremo la novela de esta autora argentina.
Si consideramos que una distopía, que se encuentra en las antípodas con respecto a la utopía que idealiza una sociedad, nos enfrenta a una sociedad en la que las condiciones se han desviado hacia intentos fallidos de armonía, simulados en gobiernos dictatoriales, con fulguraciones impostadas, que se transforman, obviamente, en administraciones represivas. Donde la falta de libertad, la opresión, el panóptico de la vigilancia y la desigualdad, desembocan, por lo general, en un control totalitario [aquí, en este espacio, puede comenzar a sospechar en lo que vive realmente usted]. Cuando uno escucha la palabra distopía tiende a pensar, inmediatamente, en ese tremendo libro de George Orwell, 1984 (1949), que se ha convertido en la madre de todas ellas, sin embargo, existen precedentes que influyeron en ese hermoso y terrible libro, por ejemplo, Nosotros (1920) de Zamyatin o Un mundo feliz (1932) de Huxley; y desde hace poco tiempo, precisamente desde 1994, París en el siglo XX (1860) de Julio Verne. Sí, de Julio Verne, aunque parezca raro él escribió una distopía que fue encontrada recién en 1989 (pronto hablaré de ella) en la que pone en tensión el avance científico descomunal y el retroceso de las humanidades. Verne se imagina un mundo sobretecnologizado y en sus sueños sobre el futuro, para variar, acierta en casi todo.
Las distopías recién mencionadas, así como la mayoría tienen algo más en común, fueron escritas en el hemisferio norte, a la sazón de presentar un mundo que representaba una tradición y que era ocupado por otro más terrible. Aquello puede ser cierto, vivieron el nazismo como una epítome de una serie de eventos catastróficos a lo largo de su historia, de una historia documentada y mantenida en un archivo que se transformó en nuestra propia biografía; como si los que viviéramos al sur del Ecuador hubiésemos sido rescatados por ellos de otra distopía eterna. No me referiré a la construcción de los imaginarios nacionales en Latinoamérica, pero hay que tenerlos en cuenta al leer este tipo de literatura que es tan política, tan peligrosa.
Por qué me refiero o me detengo en esto, sencillamente porque lo que propone Agustina Bazterrica es un golpe, una vuelta de tuerca, desde el hemisferio sur y ahí existe un mérito propio por su universalidad, porque la realidad que presenta puede ocurrir en cualquier parte del mundo o definitivamente en todo el orbe, como es este caso. La premisa de la novela es simple y terrible: un virus ataca a los animales en el planeta, todos enferman, mueren, son sacrificados y evidentemente ya no se puede consumir carne. Así comienza la locura de establecer granjas para la cría de humanos que servirán de alimento a otros, dividiendo la existencia de la humanidad entre los que comen y los que serán comidos.
El tratamiento que hace Bazterrica en este texto es notable, la manera de cómo lo cuenta es un riesgo del que sale muy bien parada, porque utiliza estrategias del cuento para escribir una novela, es lo primero que me gustaría mencionar. Lo segundo, es la preparación, ella misma ha comentado que leyó, investigó, se documentó, a lo menos, seis meses antes de escribir la primera palabra de su proyecto. También recuerdo que mencionó alguna vez que cuando se enfrentó a la situación de relatar una escena que implicaba sexo, leyó tres libros para ver cómo otros autores solucionaban (escrituralmente, obvio) problemáticas de ese tipo, porque lo que había escrito no la convencía, así termina por lograr dos páginas que relatan algo natural de forma natural dentro de una distopía, sin perder el tono.
Además, crea un mundo que cumple con todos los requisitos de una buena distopía: un mundo totalitario, deshumanizado, vigilado, desigual, con un discurso que es la representación de la hegemonía y con el control discursivo de las subjetividades. Un mundo en el que algunos seres humanos han sido despojados de su humanidad totalmente y son tratados como ganado, permitiendo que uno se cuestione, obviamente nuestra propia realidad, tan deshumanizada, tan violenta, donde hemos normalizado cuestiones que son, incluso improbables, en la literatura. En el mundo de Bazterrica, que funciona como un espejo aniquilador de esperanzas, la condición humana ha sido cooptada por un grupo que vive de los privilegios y de un estatus particular, sin embargo, otros tienen como horizonte ser criados, alimentados, sacrificados, faenados y consumidos. Es la famosa historia de la otredad (de nosotros), es decir, de cómo la sociedad trata la marginalidad. También podemos encontrar una crítica a la industria alimentaria y al trato para con los animales en el afán del rendimiento de esta ideología, que se disfraza de sistema económico, como lo es el capitalismo tardío.
La estrategia narrativa en la construcción de la realidad material en la que sucede la historia es fina, verosímil y horrorosa, la autora se detiene en las descripciones de granjas, carnicerías, mataderos y en la burocracia, haciendo más ruin el ambiente, porque genera desjerarquizaciones de elementos como la muerte, la comida y el papeleo; con un tratamiento sintáctico que recuerdan algo de los primeros libros de relatos de Raymond Carver, otro elemento más de esa estrategia de tratar la novela como un cuento. Así logra configurar ese tono frío, aséptico en una atmósfera opresiva, en la que la demencia por la mantención de un mundo, bajo los ideales del progreso, justifica cualquier vaciamiento de contenido moral en la humanidad y esa justificación es blindada por el control de las relaciones productivas y más importante aún, del lenguaje. Como un ejemplo al pasar, se puede decir que la apócope del lenguaje se refleja en su reducción, prohibiendo palabras como “canibalismo”, postulando cualquier otra que sea más técnica, abstracta o un eufemismo. En las 249 paginas de este libro advierte sagazmente las problemáticas que hoy enfrenta, y de seguro enfrentará, la humanidad en torno al capitalismo, la justificación de violencia y su espectacularización; la explotación, la industria alimentaria, la pérdida de la empatía, el individualismo, es decir, la pérdida total de humanidad.
En fin, un libro que es necesario y urgente diría yo para los tiempos que corren porque puede ser, incluso un medio para despertar, desde otra arista, la conciencia de los muchos que han comprado la falacia de que la política es algo que sucede en los linderos de la privacidad y que se manifiesta sólo en ejercicios “de los políticos”. En estas páginas se refleja la dinámica del poder, la estratificación de clases, la desigualdad como émbolo de un sistema, el lenguaje como dispositivo de ordenamiento social, bajo el ojo panóptico del poder, que ejerce el mercado.
Un buen libro, una buena distopía que advierte y desvela los aspectos más oscuros de la sociedad, es decir, de nosotros mismos. Léala y ¡buen provecho!
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