Por Julio C. Gambina
Pensar nuevamente a la izquierda.
Me consultó una joven treintañera si este era el peor momento de la “política” que me había tocado vivir. No fue fácil la respuesta luego de medio siglo en la actividad partidaria en la izquierda, como militante social y partidario, como candidato incluso en varios momentos electorales desde 1987. De hecho, siempre insertado en movimientos populares, primero como militante estudiantil en la ciudad de Santa Fe, en la UNL, la del Litoral; luego en Rosario, ya como docente y parte de la sindicalización de los profesores en los 80. Más tarde, en los 90 y más acá en la experiencia del nuevo sindicalismo que pretendió la central de Trabajadores y Trabajadoras de la Argentina, la CTA, ahora habría que mencionarla en plural. Claro, entre el 76 y el 83, sin parar la actividad política, la dictadura genocida, quizá ese, el “peor” momento. En todo caso, asumo la política como actividad por lograr mejores condiciones para la emancipación social, más allá de “buenos” o “malos” momentos.
Resulta dramático que hoy en Argentina se reivindica ese proyecto reaccionario de la genocida dictadura, que inició la regresiva transformación del país, potenciado bajo gobiernos constitucionales en los 90 del siglo pasado, con Menem y De la Rúa, luego con Macri y ahora exacerbado con Milei y Villarruel desde el poder ejecutivo, electos con el voto mayoritario en 2023. Algo similar ocurre en la reciente votación parlamentaria europea, en las cuales crecen las votaciones a quienes reivindican a Hitler y a Mussolini, en Alemania e Italia. Puede parecer una casualidad, pero no, el fenómeno se expresa en varios territorios, aun cuando existen disputas que posicionan en los gobiernos a fuerzas políticas que se reivindican en la izquierda. Hace falta pensar porque crece la ultraderecha, o directamente la “derecha”, el pro capitalismo, y en todo caso que expectativas genera la izquierda.
Me incorporé a la política en el momento de máxima acumulación de la izquierda y del poder popular, el año en que Vietnam derrotó militarmente a la principal potencia bélica, sustentada en el poder hegemónico construido desde 1945. La ilusión de nuestro imaginario por la “revolución” se asociaba a un encadenamiento que remitía a 1917 en Rusia, a 1949 en China, a 1959 en Cuba, incluso se proyectó hacia 1979 en Nicaragua, incluso, pese a la especificidad diferenciada, a Irán. Ese era el paradigma de una experiencia que se asentaba en la teoría construida desde la crítica al capitalismo con Carlos Marx. Es cierto que había matices en esas experiencias y debates (lecturas) sobre los devenires en cada una de ellas, incluso en la continuidad o ruptura respecto del fundador de la teoría y su socio, Federico Engels.
La izquierda discutida
Entre 1989 y 1991, desde la caída del muro de Berlín a la desarticulación de la Unión Soviética y el fin de la bipolaridad global entre capitalismo y socialismo, emergieron las teorías del fin de la historia e incluso del socialismo y el marxismo. Es el tiempo de consolidación de la propuesta de liberalización de la economía, en simultáneo a una conclusión ideológica de imposibilidad de alternativa. “There is not alternative”, enfatizó Margaret Thatcher en los 80. La consigna fue bandera de varios proyectos, que en el caso de la Argentina explicita la orientación gubernamental de los 90 del siglo pasado para afirmar el proyecto reaccionario de la dictadura.
La izquierda derrotada se debatía en explicaciones sobre el derrumbe soviético, entre la defensa de la experiencia y lo que faltó, hasta la denuncia del desvió autoritario a la muerte de Lenin, el líder histórico, o incluso desde casi el inicio, tal como puede rastrearse en las polémicas de Rosa Luxemburgo con los líderes comunistas del comienzo de la experiencia soviética, especialmente sobre la participación democrática en la toma de decisiones. A un siglo de la muerte de Lenin, la polémica continúa, con sentido para pensar el destino de la revolución en el presente.
Hace medio siglo que en el mundo crece la “liberalización”, en contra de la intervención estatal generalizada luego de la crisis del 30 y muy especialmente luego del fin de la segunda guerra mundial. La liberalización es una demanda esencial del capital, que remite al origen manifestado en la consigna por el libre cambio, la libre competencia o el libre mercado. Ese proyecto se potenció con el derrumbe del proyecto socialista en el este de Europa, más allá de cualquier discusión relativa a lo que se construía en esos territorios.
En términos de imaginarios sociales ampliados, lo que había era “primer” y “segundo” mundo, habilitando la categoría del “tercer” mundo y la tercera posición. Con ello, estrategias para el desarrollo de países en el sur del mundo, en África, Asia y América latina. Insistiré que se puede discutir si era socialismo lo que existía, pero en la lucha de clases concreta en el sistema mundial, las categorías de tres mundos o “posiciones” definían tácticas y estrategias que prefiguraron décadas de acción política en el mundo.
La derecha a la ofensiva
Aun cuando las tesis del fin de la historia fueron debatidas y ridiculizadas, el capital más concentrado retomó la ofensiva, suspendida por medio siglo entre 1930 y 1970, en la disputa por la apropiación de la ganancia y desarmar la competencia a su rentabilidad por la intervención estatal. Es un programa en continuado hasta el presente, que, además, seguirá y se expresa en todo el mundo en la demanda por reformas laborales y previsionales, por las privatizaciones, las desregulaciones y las mejores condiciones de seguridad jurídica para los inversores capitalistas en cualquier territorio del sistema mundial.
En ese derrotero, la izquierda, sin consenso relativo al diagnóstico de lo ocurrido, intentó recolocarse en el debate político integral, sea en la disputa electoral, como en el plano cultural por ofrecer un imaginario de la sociedad deseada. Hay quienes defienden lo que existió para posicionar rumbos estratégicos contemporáneo, mientras que otros reniegan de aquellas experiencias y no asumen que la crítica involucra a toda la izquierda, sea cual haya sido el papel jugado en tiempo pasado.
La derecha y la ortodoxia liberal, en su ofensiva, descalifica el accionar de toda la izquierda. Es más, desde Mises y Hayek, hace un siglo, la prédica por la ortodoxia incluía junto a la crítica a Marx y su tradición intelectual y revolucionaria, la crítica al naciente rumbo que luego de la crisis de los 30 se asumiría bajo la hegemonía keynesiana. Por eso, quien se asume como vanguardia del liberalismo contemporáneo, Javier Milei, titula su libro “Capitalismo Socialismo y la trampa neoclásica. De la teoría económica a la acción política”. En el texto critica a sus colegas de la corriente principal del pensamiento y la práctica económica, porque con las “fallas de mercado” sustentan la intervención del Estado, y con ello abren las puertas al socialismo.
Es cierto que Keynes no se identifica con Marx, ni los continuadores del nacido en Tréveris asumen una perspectiva de salvataje del capitalismo, tal como puede interpretarse a la intervención teórica y de política económica del británico autor de la teoría general y sus seguidores, que también supone una crítica a la corriente principal neoclásica.
Pensar nuevamente a la izquierda
Lo cierto es que la izquierda en su búsqueda en estas tres décadas desde el derrumbe soviético y de la bipolaridad, se fue corriendo hacia la derecha, en función de las nuevas condiciones concretas del desarrollo capitalista y los enfoques políticos que se abrieron paso para la disputa del consenso electoral. Muchos se mantuvieron en sus programas radicales, con más o menos éxito electoral, pero en ningún caso volvió a instalarse una perspectiva de opción civilizatoria entre capitalismo o socialismo, incluso entre socialismo o barbarie como sostuvo Rosa. Insistiré en que son variadas las voces y las organizaciones que sostienen la radicalidad y la perspectiva de la revolución, pero que en el imaginario social global no alcanza a definir las opciones civilizatorias de buena parte de los siglos XIX y XX. Por eso en el título destaco la “necesidad” de la izquierda, como proyecto político visible y asumida por una mayoría en condiciones de construir un nuevo tiempo para la sociedad, amenazada por el cambio climático, la guerra, la especulación y la desigualdad que agrava las condiciones de vida de la mayoría empobrecida.
En la Argentina eso supone una articulación amplia de tradiciones políticas diversas, no necesariamente auto-asumidas en la izquierda, pero con voluntad de responder a la novedosa reestructuración regresiva del capitalismo que fragmenta el trabajo, a los/as trabajadores/as e impacta en la organicidad social y política, en sus representaciones, demandas y reivindicaciones. Es una referencia a la diversidad del nacionalismo popular revolucionario y a las diversas tradiciones de la izquierda propiamente dicha, que necesita ser asumida por nuevas generaciones.
La izquierda y la derecha fueron categorías emergentes de la representación política en la disputa por el poder, que hoy se renueva desde la ofensiva de la derecha. La izquierda necesita retomar la crítica esencial al orden capitalista, retomar a Marx para una mejor comprensión de los cambios actuales y sintetizar las prácticas de transformación profunda que está en nuevas y renovadas experiencias de la lucha de clases actual.
Remito en esa trayectoria al movimiento de los pueblos originarios y su re significación de las cosmovisiones por el “vivir bien” o el “buen vivir”; de los feminismos populares y las luchas por las diversidades; del ambientalismo popular en contra del saqueo de las transnacionales estimulados por el accionar de los principales estados del capitalismo mundial y los organismos internacionales; por las luchas que asumen nuevas camadas de sindicalistas y organizaciones clasistas propias de nuestro tiempo en contra de la explotación, con actuación en los ámbitos de trabajo o en los territorios en donde desarrollan la cotidianeidad de la vida.
Volviendo al comienzo, si en los comienzos de los 70, los jóvenes asumíamos con entusiasmo el tiempo de la política transformadora, y luego nos preocupó por décadas la ofensiva capitalista, asumimos hoy el desafío de un futuro de emancipación, que empieza por adecuados diagnósticos desde el presente. En síntesis, no hay tiempo o malo para la política, ya que habiendo protagonizado un tiempo de ofensiva popular con destino de izquierda y por el socialismo, la tarea por refundar a la izquierda resulta imprescindible para frenar a la derecha y cambiar un horizonte de explotación, saqueo y destrucción de la vida, social y natural.
fuente: El Argentino