“Vinimos, disparamos, quemamos, dinamitamos, eliminamos, expulsamos y enviamos al exilio” Sámej Yizhar, Hirbert Hiz. Un pueblo árabe (1949; 2009)
“Desde el punto de vista de los poderosos, ¿en qué afecta a la propia estrategia que un adversario debilitado se rinda y declare: “no me quedan razones para luchar, considérame tu aliado, no tienes más que intentar comprenderme un poco mejor y entonces tal vez seas más justo”?” Edward W. Said, NLR, 6, 2001)
Una idea común sobre el sistema capitalista es que es un sistema que se fundamenta en el despliegue: se despliega a lo largo del tiempo, destruyendo formas anacrónicas sin pausa, aggiornándose y homogeneizando las diferentes realidades del sistema-mundo, articulando siempre una nueva hegemonía que integra y resignifica lo existente de forma molecular, hasta que todo se alisa de forma perpetua. Sin embargo, aplicada de forma unilateral, esta forma de ver el proceso de construcción histórica capitalista corre el riesgo de ocultar los puntos de inflexión, los momentos de bifurcación que deciden una época y los futuros desarrollos de las fuerzas que se oponen a esta apisonadora.
El 7 de octubre de 2023 fue un punto de inflexión en ese sentido. Ese día, Hamás y otras fuerzas de la resistencia palestina golpearon con dureza el desarrollo de la estructuración política del capitalismo global. En este esquema, los palestinos eran un pueblo sin futuro (parafraseando a Engels, que hablaba de forma desafortunada, como demostró Rosdolsky, de “pueblos sin historia”) 1. Estaban destinados a desaparecer en los márgenes, deglutidos por la inmensa maquinaria imperial que tiene en Israel a su punta de lanza. A partir de ese momento, el recordatorio de que el desarrollo del capitalismo colonial jamás es lineal, porque jamás es aceptado por quienes lo sufren, se puso encima de la mesa sin concesiones.
La forma en la que saltó la chispa ha generado cierta incomodidad en las izquierdas de las democracias coloniales. Existe un debate legítimo sobre la caracterización de Hamás y sus métodos, que atraviesa también al movimiento palestino. Los que nos movemos dentro de la tradición socialista internacionalista no somos ajenos a ese debate. Sin duda, no podemos olvidar que el pueblo palestino ha resistido a su exterminio de formas diversas, combinando tácticas y estrategias extremadamente avanzadas y creativas: jamás se ha resignado a ser víctima. Desde el populismo armado de la vieja Fatah, hasta el guevarismo del FPLP, a la lucha de masas de las intifadas, Palestina ha sido un ejemplo de rebelión. También hemos visto como, ante las dificultades, un sector de las élites dirigentes de los pueblos oprimidos tiende a dejarse engañar por los cantos de sirena de las clases dominantes, como se demostró en los acuerdos de Oslo 2. Sin duda, esa dialéctica es fundamental para entender el 7 de octubre, pero también la fuerza de Hezbolá y otros núcleos de resistencia. ¿Por qué los palestinos y palestinas, y las clases populares libanesas, han decidido resistir y combatir a una fuerza fascista brutal, con un poderoso aparato militar apoyado por las principales potencias imperialistas del planeta? 3 En la incapacidad de buena parte de la opinión pública de las democracias del centro capitalista para entender esta vocación de lucha se encuentra la respuesta. La principal característica del colonialismo a nivel ideológico se traduce en ver los costes de forma desigual: la idea de que el resistente es siempre culpable cuando actúa, que debe ser más inteligente y astuto, es decir, que no debe rebelarse con los métodos que le ha impuesto el colonizador. Es decir, la ciudadanía de las democracias coloniales siempre está predispuesta al escándalo moral perverso, que en realidad solo esconde la idea de que, en el fondo, los conflictos deben resolverse dentro de los parámetros establecidos por la estructura política vigente, obviando la auténtica realidad colonial: que, bajo este sistema, las vidas de unos y otros, de las y los colonizados y colonizadores, no valen lo mismo. Todo esto no excluye debatir cuales son los métodos más adecuados para la liberación palestina; de hecho, en el movimiento por la liberación nacional hay muchas posiciones, que también se reflejan en el movimiento de solidaridad internacional. Pero ello no puede servir como excusa para no apoyar activamente a la resistencia palestina tal y como se expresa en esta coyuntura.
Como ya reconocían los sectores más lúcidos de ese extraño artefacto, hoy desgraciadamente extinguido, que fue el Matzpen 4, representantes del antisionismo israelí, la relación que prima “en primera instancia” en la región no es la relación de clases en la misma forma que en las democracias coloniales del centro capitalista: la relación de clases está mediada por la relación colonial, que se torna en la relación de opresión principal y en el motor que delimita los campos políticos. Si no somos capaces de entender eso, aplicaremos parámetros tácticos y estratégicos erróneos a la lucha política en contra. Lenin ya explicó claramente que, en formaciones sociales desarrolladas bajo la opresión nacional, los socialistas debían buscar alianzas tácticas con las fuerzas que en un determinado momento supusiesen un factor progresivo en la lucha por la liberación nacional, siempre desde la independencia de clase. Esta forma de razonar de Lenin no implicaba, ni mucho menos, un acriticismo mitológico en el terreno ideológico con las fuerzas concretas que lideran en un momento dado la resistencia: implica asumir la dimensión internacional de los procesos de descolonización, y el rol y responsabilidades de la clase trabajadora internacional a la hora de apoyar estos procesos y bascularlos “hacía la izquierda” 5. La conclusión de esta lógica, una vez desbrozada todas las abstracciones que nos impone la teoría, es que, si la izquierda internacionalista quiere poder decir algo creíble a las masas oprimidas palestinas, libanesas y árabes, tiene como primera tarea ejercer como punto de apoyo consecuente a esa resistencia popular, independientemente de la forma que haya adoptado.
En ese sentido, la regionalización del conflicto en curso no supone una simple guerra entre potencias. Es una guerra que se produce dentro de un proceso de lucha específico, en el que Israel intenta, mediante un genocidio, construir una gran colonia etnonacionalista en Oriente Próximo y en el que los palestinos luchan por descolonizar su tierra. La cadena de dominación sionista necesita, como cualquier proyecto expansionista, construir un perímetro libre de adversarios. Por eso existe la posibilidad real de que, una vez Israel haya atacado Líbano, su siguiente objetivo pase a ser Irán. Esto plantea una serie de cuestiones a la izquierda internacionalista que deben ser abordadas con claridad.
Como decíamos más arriba, se trata de determinar el carácter del conflicto En estos momentos, lo determinante de la situación es el genocidio colonial contra el pueblo palestino y la colaboración del imperialismo occidental en él: lo contingente es el sistema de alianzas geopolítico que se ha forjado en apoyo al pueblo palestino. La izquierda anticampista no se caracteriza por ser neutral en los conflictos: toma posición en cada caso poniendo el foco en la voluntad de los pueblos, en las tareas que marca cada momento de lucha y en el rol que juega el imperialismo en cada caso. Es Israel, con su existencia colonial, su política genocida e imperial, el único culpable de la barbarie y de la escalada bélica.
Nadie duda de que el régimen iraní es un régimen reaccionario, una potencia regional fundada sobre una contrarrevolución teocrática. La izquierda internacionalista tiene el deber de apoyar las revueltas populares que se han producido en su seno y de denunciar los desmanes autoritarios del régimen contra su población. De hecho, esta dominación sin hegemonía sobre la cual se sostiene el régimen de los ayatolás es determinante a la hora de definir su política exterior: su apoyo al pueblo palestino siempre está condicionado y limitado por esta debilidad interna, propia de un régimen autoritario. Por eso, alimentar las ilusiones en Irán como salvador del pueblo palestino esconde una concepción errónea de la política internacionalista: aunque Irán pueda ser un aliado táctico, la fuerza de la resistencia palestina solo puede amplificarse en el marco de un proceso que combine la revolución regional contra el sistema de estados aliados de EE UU, sobre los que se apoya Israel, con la revuelta en el centro capitalista contra nuestro propio imperialismo. De hecho, una de las lecciones que deberíamos sacar de este año de masacre es que la tesis campista en la que Rusia o China aparecen como un contrapeso decisivo a los desmanes de EE UU es un error: siempre priorizarán sus cálculos e intereses como potencias, como se ha revelado claramente en el caso de Palestina, en donde más allá de la retórica, su acción real ha sido nula.
Pero todo esto no excluye la realidad: no es lo mismo estar a favor de que el régimen iraní sea derribado por su propio pueblo que estar a favor de que sea derribado por el imperialismo norteamericano y sionista. Pongamos varios ejemplos. Aunque la Polonia de 1939 era un régimen reaccionario, a nadie se le ocurriría declararse neutral ante la invasión nazi de Hitler. O cuando la dictadura de Mussolini invadió Abisinia, un régimen absolutista, a nadie en su sano juicio se le ocurriría desear otra cosa que no fuese la derrota del fascismo colonial. Podríamos seguir con ejemplos, pero cerraremos con este: cuando la Sudáfrica del apartheid combinaba guerras en su frontera con la represión interna al Partido del Congreso, lo determinante no era el carácter de los regímenes con los cuales el Partido del Congreso se aliaba, lo determinante era la derrota del apartheid.
En el caso de la guerra abierta que Israel está buscando de forma permanente, el hecho progresivo sería la derrota del Estado sionista; un Estado que en conexión directa con el imperialismo norteamericano, busca implementar un nuevo sistema de dominación genocida en la región. Un sistema que sería extremadamente frágil e inestable, ya que, volviendo de nuevo a la expresión de Ranajit Guha, se caracterizaría por la “dominación sin hegemonía”. Es decir, Israel puede vencer algunas batallas y producir enormes daños, pero carece de un proyecto duradero para la región: jamás podrá proponer un “westfalia” para Oriente Próximo 6.
En 1972, Moshe Machover y Akiva Orr 7 escribían que:
La sociedad israelí no es sólo una sociedad de colonos moldeada por un proceso de colonización de un país ya poblado, sino también una sociedad que se beneficia de privilegios únicos. Disfruta de un flujo de recursos materiales desde el exterior en una cantidad y calidad sin precedentes.
Este planteamiento complementaba otra idea desarrollada por los marxistas palestinos 8: Israel actuaba de policía del imperialismo norteamericano y su sistema de alianzas en la región. Como se ha podido comprobar, a diferencia de Ucrania, que ha recibido toda clase de ayuda por parte del bloque occidental para batallar en la guerra interimperialista que se libra en su suelo (y ya en el ruso), en este caso quién ha recibido el dopaje bélico ha sido Israel, mientras que Palestina no ha recibido más que alguna que otra palmadita en la espalda en la ONU. Este análisis sigue siendo el único capaz de explicar el rol que cumple Israel, pero también de fijar y definir las tareas de los internacionalistas en el seno del centro capitalista 9.
Los retos del movimiento de solidaridad con Palestina y la primacía de lo político
Durante este año, el movimiento propalestino ha inundado las calles de todos los países del mundo. El apoyo ha sido masivo y constante, pero desigual. Por ejemplo, en Estados Unidos y Reino Unido, el movimiento se ha convertido en un factor de primer orden y, pese a la represión, ha conseguido incorporar a sectores clave a la movilización, entre ellos, a buena parte de la comunidad judía norteamericana, provocando una fractura que tendrá consecuencias decisivas para el futuro del sionismo. En otros países como Alemania, la fuerte represión y el cerrojo ideológico de la burguesía, con la complicidad de buena parte de la izquierda, siempre dispuesta a transferir su culpa por un genocidio a otro, han dificultado el desarrollo de un movimiento de masas.
En el Estado español, si bien el movimiento no ha alcanzado la masividad contra la guerra de Irak, ha tenido un desarrollo importante. Como en todos los países, Israel está fuertemente desprestigiado. Sin embargo, el movimiento se ha enfrentado a dificultades derivadas de la relación de fuerzas, del contexto ideológico y de los límites de la actual lógica política que predomina en el terreno de la protesta. Describiremos estos rasgos que, de alguna manera, enlazan con problemas similares que se aprecian en otros países del centro capitalista.
En los países del centro capitalista predomina la ideología imperialista y colonial. No planteamos esto desde una perspectiva liberal, individualizando las experiencias de cada ciudadano: nos referimos a ello en su sentido político, colectivo, cómo delimita la comunidad política hegemonizada por la burguesía. La base social de este hecho político es sencilla. Las condiciones de vida, de opresión y explotación en el centro capitalista son sustancialmente diferentes a las que se viven en la periferia colonial. Lenin lo explicaba cuando hablaba de la corrupción que permea a la aristocracia obrera de los países del centro capitalista 10. En lo concreto, esto genera lo que podríamos llamar la despolitización de la indignación moral. Una parte importante de la opinión pública que se moviliza contra el genocidio, o que rechaza las prácticas brutales de Israel, no está dispuesta a que ello influya y determine la política interna de su país. En otras palabras, no está dispuesta a que la crisis que se vive en Palestina penetre en el Estado español, afectando al normal desarrollo del progreso.
Esta ideología imperialista y colonial es una de las bases de la lógica política que ha permitido que, pese a las movilizaciones y la exigencia de la ruptura de las relaciones con Israel y el fin del comercio de armas con la entidad sionista, los partidos progresistas hayan surfeado el conflicto mediante declaraciones retóricas, pasividad o complicidad vergonzante con el genocidio. La izquierda institucional y sus ramificaciones en la sociedad civil se sienten cómodas en esta lógica, pues permite una vía de escape a la indignación moral sin asumir ninguna responsabilidad política que confronte con las clases dominantes y la situación actual. El gobierno progresista no está en riesgo, por lo tanto, todo puede seguir ocurriendo igual. No ha habido bloqueo de leyes, no se ha condicionado la continuidad del gobierno a romper relaciones con Israel y a dejar de comerciar armas con ellos… El coste no parece importar: el progreso hacia la barbarie debe continuar.
Sin embargo, la lucha del pueblo palestino demuestra que los grandes acontecimientos pueden provocar, como decía Gramsci, nuevas condiciones para que germine una nueva concepción del mundo. El internacionalismo ha vuelto a situarse en el centro de la agenda para miles de personas: se trata de darle forma política a esa solidaridad y generar los dispositivos para pasar de la presión a nuestras clases dominante a la conclusión evidente: que solo si construimos una alternativa política que acumule poder y capacidad de bloqueo podremos frenar la barbarie. Vivimos una época oscura, pero, siguiendo el ejemplo de las y los palestinos, sabemos que no tenemos por qué resignarnos a ella. La lucha contra la extrema derecha, el progresismo impotente y el conjunto del sistema es, ante todo, una lucha política en la que solo podremos estar presentes decisivamente si convertimos toda esta legítima indignación moral en fuerza política y social, capaz de bloquear y obligar a las clases dominantes a frenar sus peores instintos en el corto plazo, capaz de derribar este sistema perverso en el siguiente. Frente a la cerrazón y la complicidad del progresismo con el statu quo, tenemos que sacar una conclusión clara: o construimos nuestro propio partido contra el genocidio, el militarismo y la guerra, o estaremos condenados a la impotencia. La lucha del pueblo palestino ha demostrado el colapso del mal menor. Si el progresismo, los partidos de izquierdas… no son capaces de contribuir a detener un genocidio: ¿Para qué sirven? Vamos, sin duda, demasiado tarde. Pero tenemos que hacer el esfuerzo en luchar por dar ese salto a la acción política intransigente.
Brais Fernández es militante de Anticapitalistas y forma parte de la redacción de Viento Sur.
- 1Roman Rosdolsky Engels y el problema de los pueblos sin historia
- 2Ver Palestina, cien años de colonialismo y resistencia, Rashid Khalidi (2023)
- 33) Un texto excelente para aproximarse a esta pregunta desde el punto de vista de los oprimidos se encuentra en https://vientosur.info/la-cuestion-de-hamas-y-la-izquierda/
- 44) Para conocer la experiencia del Matzpen, recomendamos este documental https://www.youtube.com/watch?v=ae7yogApRLA&t=2s
- 55) El texto completo se puede encontrar en https://matzpen.org/english/1972-02-10/the-class-character-of-israeli-society/
- 6Véase Ilan Pappé, «The Collapse of Zionism«
- 77) Véase “Primer Esbozo de las tesis sobre los problemas nacional y olonial para el II congreso de la IC”, y el “Informe sobre Informe de la Comisión para los Problemas Nacional y Colonial en https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1920s/internacional/congreso2/03.htm Estas tesis son enriquecidas por las posiciones aportadas por Leon Trotsky en torno a la revolución china, que enfatizan el proceso contradictorio entre la necesidad de momentos de alianza táctica frente al imperialismo en los países colonizados y los momentos de lucha abierta entre la fracción procapitalista y la revolucionaria del movimiento anticolonial.
- 88) Véase esta compilación de textos del Frente Popular para la Liberación de Palestina
- 99) Para una fundamentación desde la historia palestina de esta tesis de esquema revolucionario, léase Palestina y el marxismo, de Joseph Daher
- 1010) Véase El imperialismo, fase superior del capitalismo, Vladimir Lenin
Fuente: https://vientosur.info/palestina-y-nosotros-un-intento-de-sintesis/