Crítica a un discurso con hálito fascista
Por Nahuel
La llamada opinión pública, claro, aquella financiada por los grupos económicos empresariales interesados en difundir dicha opinión, ha hecho suya esto de que a la población hay que bombardearles con noticias acompañadas de opiniones y, a veces, de opiniones que parezcan noticias y así manosear la tan mentada objetividad e independencia periodística.
Pero alguien medianamente informado (a) o un buen profesor o profesora que enseñe análisis de discurso o esa parte de Comunicación de la asignatura lenguaje y comunicación en una escuela o liceo, ya le habrá “informado” a sus estudiantes, que tal objetividad no existe a la hora de analizar los medios de comunicación de masas.
Los grandes medios de comunicación nacionales, pero también los de las localidades que son cajas de resonancias de los otros (Radios, TV, diarios y plataformas comunicacionales) y sus correspondientes reporteros y comentaristas tienen un sesgo que depende, en la mayoría de los casos, de quién paga el auspicio o en el caso de los periodistas de quién paga su salario. Así funciona el periodismo y sus medios en este mundo neoliberal y en el caso de que sean los propios dueños los que intervienen, es lo mismo, pero habría que agregarle, además, su postura política/ ideológica.
Presentar las noticias de una determinada manera y en una cierta cantidad de minutos, tiene un sentido estratégico político/ ideológico para el editor o el conglomerado económico que está detrás de esa radio, TV o diario.
Ahora bien, influir en la opinión de las personas es parte de la guerra de quinta generación que no sólo se libra en este territorio, sino que es a escala mundial.
Develar los discursos que subyacen detrás de una determinada noticia y opinión es el deber de cada trabajador (a) para formarnos una opinión propia (si es posible) y delinear posicionamientos políticos/ culturales para superar los estrechos límites que nos impone el capitalismo patriarcal y colonial y así despercudirse, en parte, del oscurantismo en curso.
No son independientes de verdad… es solo un slogan
El enfoque conservador en la línea editorial de Radio Bío Bío y de su director, Tomás Mosciatti, se ha consolidado en los últimos años, posicionando al medio como un actor influyente en el panorama mediático chileno. Este conservadurismo se expresa principalmente en la forma en que se abordan temas como la política, la inmigración, el orden público, y la defensa de las instituciones tradicionales. Mosciatti ha construido una reputación basada en su estilo crítico y ácido, sin embargo, las opiniones vertidas desde la emisora a menudo reflejan un sesgo conservador que ha sido acusado de favorecer intereses políticos y económicos particulares.
Un ejemplo de lo anterior lo constituiría, más allá de mi posición personal al respecto, la postura crítica y, evidentemente proselitista, que Radio Bío Bío adoptó hacia las propuestas de la Convención Constitucional del 2021- 2022, destacando constantemente las disputas internas, errores o tensiones dentro de la convención. Este posicionamiento, a menudo acompañado por un tono alarmista, ayudó a fortalecer la percepción de que las propuestas eran demasiado radicales o peligrosas para la estabilidad del país. Mosciatti, en sus comentarios editoriales, frecuentemente subrayaba los riesgos de cambios profundos, como la plurinacionalidad, lo que calzaba con un una postura conservadora orientada a proteger el statu quo institucional.
Por otra parte, uno de los puntos más controvertidos ha sido la cobertura de temas relacionados con la inmigración y la seguridad pública, donde el discurso de Radio Bío Bío ha enfatizado una supuesta relación entre inmigración y delincuencia. Aunque en ocasiones Radio Bío Bío ofrece análisis complejos, la constante referencia a la crisis migratoria y sus implicaciones para la seguridad pública refuerza un discurso de miedo hacia el extranjero, lo que es consistente con una postura conservadora y de “mano dura” ante el orden público.
Así La Radio (como se autodenomina esta emisora) ha sido crítica de políticas progresistas en temas como la educación, la salud y los derechos de las minorías, lo que se ha evidenciado en diversas entrevistas y editoriales. En este sentido, el medio ha servido como una plataforma que amplifica voces conservadoras que rechazan hasta las reformas sociales más tímidas promovidas por sectores progresistas.
En temas económicos, Mosciatti, el Larry King chilensis, ha sido un defensor del modelo neoliberal, criticando intervenciones estatales fuertes o reformas que busquen un mayor rol del Estado en la economía. Esta visión ha sido evidente en su rechazo a medidas como el aumento de impuestos para financiar programas sociales o la reforma previsional, que busca cambiar el sistema de pensiones. Radio Bío Bío ha dado espacio a economistas y políticos que comparten esta línea, reforzando una narrativa de defensa del mercado como principal motor de la economía.
Otro aspecto del conservadurismo de Mosciatti es su ambigua postura frente a discursos más autoritarios. Si bien no se puede acusar directamente a Radio Bío Bío de apoyar el fascismo, se ha señalado que en ocasiones legitima a voces que promueven visiones autoritarias o extremas, presentándolas como una opción válida dentro del debate público, como la cobertura amplia que se le dio a las voces opositoras golpistas venezolanas. Su perspectiva promueve una mayor aceptación de discursos conservaduristas, que apelan al miedo o a la defensa del orden, como El Salvador de Bukele, por ejemplo, típicos en una retórica de corte conservador o fascistas, derechamente.
Mosciatti y su fascismo intrínseco
Criticar un discurso fascista, que pueda estar presente en un medio como Radio Bío Bío, implica desglosar cómo ciertos comentarios o noticias pueden perpetuar actitudes de discriminación y violencia simbólica. Este análisis no se basa en atacar a la totalidad del medio, sino en señalar patrones discursivos que podrían alimentar ideas peligrosas para la lucha de los pueblos, su autodeterminación, su capacidad para deliberar y expresarse libremente y el respeto a los derechos humanos.
Se trata de develar el fascismo que subyace en una aparente objetividad y el supuesto bien común de informar sin sesgos ni compromisos. Para ello, es necesario primero, definir qué características se atribuyen comúnmente a un discurso fascista. Entre estos rasgos, suelen destacarse el nacionalismo exacerbado, la deslegitimación de las instituciones democráticas o todo lo que huela a deliberación popular, el autoritarismo, la apelación al miedo y la demonización del enemigo.
- La desconfianza hacia las instituciones democráticas y el odio hacia la movilización popular
Uno de los puntos clave en el análisis de Mosciatti es su crítica constante hacia las instituciones políticas chilenas. En repetidas ocasiones, ha expresado su escepticismo frente a la capacidad del Congreso y del sistema político en general para resolver los problemas del país. Por ejemplo, en varias de sus columnas radiales, Mosciatti ha sostenido que «la clase política está completamente desconectada de la realidad de la gente», lo cual es cierto, pero de inmediato se alinea con el discurso fascista de deslegitimar las instituciones democráticas, presentándolas como corruptas, ineficientes o inservibles (que lo son por esencia), pero utiliza esta legítima crítica para fomentar la idea de que la única salida es una autoridad central fuerte, característica clave de los regímenes autoritarios y fascistas.
Mosciatti y su medio de difusión ha sido uno de los comentaristas más críticos de la rebelión popular de octubre de 2019 en Chile, un acontecimiento que marcó un antes y un después en la historia reciente del país.
Su discurso sobre este evento se ha caracterizado por presentar las manifestaciones como un movimiento caótico, violento y desestabilizador, minimizando o deslegitimando las causas estructurales que llevaron a millones de chilenos a salir a las calles. Su discurso pinta las manifestaciones como el resultado de un grupo minoritario y violento, y presenta al gobierno de Piñera, según su antojadiza percepción, como débil (¡!) por ceder ante las demandas. Al reducir la rebelión a una excusa para el caos y el saqueo, Mosciatti refuerza una narrativa que favorece el orden por sobre la justicia social y promueve la estabilidad a costa de las reformas estructurales.
En los días posteriores al inicio de las protestas, Mosciatti hizo una afirmación categórica, en la que se enfocó exclusivamente en los actos de violencia que surgieron durante las manifestaciones. Al definir la rebelión como una «explosión de violencia», Mosciatti ignora las razones subyacentes del descontento social, como la desigualdad económica y las deficiencias en el acceso a servicios básicos. Esta deslegitimación del movimiento desde el principio, refuerza la idea de que las demandas populares no eran válidas y que las protestas no tenían justificación.
Ya en noviembre de 2019, en un tono más furibundo, planteó que las manifestaciones masivas que se dieron en todo Chile fueron resultado de una «minoría violenta» que aprovechó el caos para imponer su agenda. Este comentario minimiza el hecho de que la rebelión fue un movimiento amplio, con millones de personas involucradas en todo el país. Al enfatizar la narrativa en una «minoría violenta», Mosciatti desvía la atención de las demandas sociales legítimas y promueve la idea de que el país fue víctima de una insurrección manipulada.
Los medios de desinformación de masas y la Bio Bio en particular siempre han sugerido que el verdadero motivo detrás del denominado “estallido” fue el saqueo. Sostienen que «el estallido social fue una excusa», deslegitimando una vez más el trasfondo de las manifestaciones y reduciéndolo a un pretexto para la violencia. Esta visión es coherente con su enfoque en el orden y la estabilidad, donde la propiedad privada es uno de los pilares fundamentales que, según él, fueron atacados sin motivo. En la misma línea plantean que las legítimas demandas de mejor salud, educación, pensiones y otras, fueron «capturadas» por grupos radicales con intereses ajenos a la mayoría del pueblo chileno lo que desvirtúa el alcance del descontento social, y refuerza el discurso de periodistas y académicos de que las protestas fueron manipuladas por fuerzas extremistas. Al desviar la atención hacia los «radicales», Mosciatti contribuye a generar un clima de sospecha hacia el movimiento en su conjunto.
2. El uso del miedo como herramienta discursiva
Otra característica relevante del discurso de Mosciatti es su uso frecuente del miedo como estrategia para movilizar a su audiencia. A menudo, sus comentarios sobre la situación en Chile, ya sea en términos de seguridad pública o de inestabilidad económica, tienden a pintar un panorama apocalíptico. En una de sus intervenciones, dijo que «Chile va directo a una crisis sin precedentes», lo cual puede crear un ambiente de temor generalizado entre los oyentes, predisponiéndolos a buscar soluciones radicales, cualquiera sean éstas. Este recurso de proyectar el caos y el desorden como amenaza inminente es una táctica común en regímenes fascistas, donde se busca implantar la idea de que solo una figura o grupo de poder fuerte puede restablecer el orden.
Profundizar en el uso del miedo como herramienta discursiva en los comentarios de Tomás Mosciatti revela un patrón que enfatiza constantemente el riesgo de inminentes colapsos, ya sea a nivel económico, social o político. Esta estrategia refuerza la percepción de que Chile se encuentra en una situación crítica, lo que predispone a su audiencia a considerar soluciones drásticas o autoritarias como necesarias.
Inseguridad pública: el caos social como amenaza
Uno de los temas más recurrentes en los comentarios de Mosciatti es la creciente inseguridad pública en Chile, discurso típico de la Derecha. En sus intervenciones radiales, ha descrito la situación como una «crisis de violencia descontrolada», insistiendo en que «el Estado ha perdido el monopolio de la fuerza». Esta afirmación, aunque pueda basarse en hechos reales, presenta la situación como fuera de control. Esta forma de enfocar el problema de la delincuencia, sin soluciones claras y con un énfasis en el desamparo ciudadano, contribuye a generar un sentimiento de inseguridad y vulnerabilidad que puede llevar a la audiencia a apoyar medidas más radicales o la intervención de fuerzas del orden más autoritarias.
En otro comentario, afirmó que «las ciudades están en manos de delincuentes y narcotraficantes», un lenguaje que maximiza el miedo y alimenta la percepción de que el país está al borde de ser ingobernable. Este tipo de mensaje se alinea con tácticas fascistas, donde el caos social es presentado como un mal que solo puede ser contenido mediante medidas extraordinarias, fortaleciendo la justificación de un Estado más autoritario y represivo.
Crisis económica: el colapso como destino inevitable
Otro ejemplo de cómo utiliza el miedo como herramienta discursiva es cuando aborda la economía. En sus análisis, Mosciatti tiende a resaltar los peores escenarios posibles, alertando sobre una posible debacle económica en Chile. En un comentario de 2022, afirmó que «Chile podría estar al borde de una crisis económica tan grave como la de los años 80», evocando un período de alta inestabilidad que marcó a generaciones de chilenos, o como lo hizo recientemente interpretando cifras de manera alarmista, en que «los niveles de pobreza podrían volver a los de hace décadas». Este tipo de referencia a episodios traumáticos del pasado, sin un análisis que contemple alternativas o soluciones, fomenta el miedo al futuro.
En este caso, el miedo económico se convierte en una herramienta para legitimar políticas económicas más duras o regresivas, que en su esencia pueden ser contrarias a derechos sociales, pero que son vistas como necesarias para evitar el «colapso» inminente.
Política y polarización: la narrativa del desastre inminente
La crítica de Mosciatti ha sido constante con respecto del clima político chileno, particularmente en torno a la polarización que se ha acentuado en los últimos años. En uno de sus análisis, afirmó que «la política en Chile está totalmente quebrada y sin posibilidad de reparación», una afirmación que es correcta, pero que también proyecta una falta de esperanza en las soluciones democráticas o populares. Al sostener que los mecanismos políticos tradicionales están agotados, crea un terreno fértil para que su audiencia considere medidas más extremas, como una mayor intervención del poder militar.
Este tipo de lenguaje se usa estratégicamente en contextos fascistas para justificar la toma de decisiones rápidas, la restricción de libertades civiles o el surgimiento de líderes autoritarios que prometen resolver el caos
3. El discurso del “enemigo interno”.
Mosciatti es el guaripola mediático de un ataque sistemático a los movimientos sociales y sectores de la sociedad que, en sus palabras, promueven «agendas ideológicas» que distorsionan la realidad y desestabilizan el país. En este sentido, ha sido particularmente incisivo con ciertos grupos de izquierda y movimientos por los derechos sociales, insinuando que su agenda responde a intereses ajenos a las necesidades reales de los chilenos. Esta construcción de un «enemigo interno» es otra característica de los discursos fascistas, donde se divide a la sociedad entre quienes son patriotas y leales al sistema versus aquellos que buscan su destrucción.
Las agendas ideológicas están destruyendo el país
En varias de sus intervenciones, Mosciatti ha señalado que movimientos sociales, especialmente aquellos asociados a la izquierda, no están alineados con las necesidades reales del pueblo chileno. En una de sus críticas más directas, afirmó que «las agendas ideológicas están destruyendo el país», refiriéndose a movimientos que abogan por cambios profundos en áreas como la educación, la igualdad de género o los derechos indígenas. Esta declaración genera un marco en el que ciertos sectores son vistos no como interlocutores legítimos en el debate político, sino como agentes desestabilizadores cuyo objetivo es socavar la estabilidad nacional.
La frase «destruyendo el país» refuerza la idea de que estas agendas no sólo son inconvenientes, sino activamente dañinas, lo que lleva a su audiencia a ver a estos grupos como enemigos internos. Este enfoque de Mosciatti no deja espacio para la pluralidad de ideas, sino que propone una visión maniquea de la realidad donde aquellos que no se alinean con ciertos valores tradicionales están en contra de Chile.
Desacreditar al movimiento feminista
Otra crítica que Mosciatti ha repetido en sus comentarios es su visión de que movimientos como el feminista han sido «instrumentalizados por la política». Según él, estos movimientos ya no responden a las necesidades originales de igualdad y justicia, sino que se han transformado en herramientas políticas para imponer una visión de la realidad que es ajena a la mayoría de los chilenos. En uno de sus comentarios, dijo: «El movimiento feminista está siendo instrumentalizado para imponer una agenda que va más allá de lo que las chilenas realmente quieren».
Este tipo de afirmación construye al feminismo no como un movimiento legítimo de lucha por los derechos de las mujeres, sino como un proyecto que responde a intereses políticos ocultos. En este contexto, las mujeres que luchan por sus derechos no solo son vistas como opositoras, sino como parte de una estrategia para desestabilizar el país.
Un discurso que deshumaniza al Pueblo Mapuche
Tomás Mosciatti ha sido muy crítico del pueblo mapuche y de sus demandas territoriales y políticas, es más ha entrado a la cancha de la denostación racista hacia todo lo referido al Wallmapu. Sus declaraciones a menudo presentan las reivindicaciones indígenas no como luchas legítimas por la recuperación de tierras y reconocimiento cultural, sino como amenazas a la unidad y estabilidad del país.
Para él, «El conflicto mapuche no es solo un problema de tierras, es un problema de desintegración nacional». En esta declaración, Mosciatti sugiere que las demandas territoriales del pueblo mapuche no son únicamente reclamaciones por derechos históricos, sino un intento de fracturar el Estado chileno. Al hablar de «desintegración nacional», refuerza la idea de que las reivindicaciones mapuches no buscan la justicia, sino que son una amenaza para la cohesión del país. Este tipo de discurso alimenta la idea de que las comunidades indígenas son una amenaza para todos los chilenos y no da cuenta que sus reivindicaciones se centran, fundamentalmente en la expulsión de las forestales que operan y expolian los bienes comunes del Wallmapu.
Plantea que ciertos grupos mapuches posiciona al pueblo mapuche como un «enemigo interno» que amenaza la integridad territorial de Chile y que «El radicalismo mapuche está respaldado por intereses extranjeros que buscan desestabilizar el país» (12 de marzo de 2021). Mosciatti ha sostenido que el conflicto mapuche no es solo una cuestión local, sino que está influenciado por actores externos con agendas ocultas. Insinúa que el «radicalismo mapuche» está siendo manipulado por intereses extranjeros, reforzando una narrativa de conspiración. Este tipo de comentario deslegitima las reivindicaciones indígenas al presentar sus luchas como orquestadas por fuerzas externas que buscan desestabilizar el país, lo cual es una táctica clásica en discursos autoritarios y racistas.
Por otra parte, sostiene que el pueblo mapuche, ha «vivido del conflicto» y se han «victimizado» como parte de una estrategia política, invisibilizando de esta manera las décadas de marginalización y represión que han sufrido las comunidades, y perpetuando un estereotipo racista que presenta a los indígenas como oportunistas que manipulan la opinión pública para obtener beneficios. Al sugerir que la lucha mapuche no es legítima, sino una táctica manipuladora, reduce a los mapuche a una caricatura violenta, ignorando las complejidades del conflicto y las razones históricas detrás de la lucha territorial. Con esto, lo que intenta Mosciatti es reforzar la deshumanización de todo un pueblo y su cultura.
La izquierda radical propone un modelo totalitario
Mosciatti también ha sido particularmente crítico con lo que él llama «la izquierda radical», a la que acusa de querer imponer un modelo totalitario. En uno de sus comentarios más polémicos, afirmó que «la izquierda radical no quiere un Chile mejor, quiere imponer su visión totalitaria». Esta declaración alimenta la idea de que un sector político importante no está interesado en mejorar las condiciones del país, sino en imponer un régimen ideológico que terminaría con las libertades y la democracia.
Al hablar de «totalitarismo», Mosciatti evoca los fantasmas de regímenes comunistas o socialistas autoritarios, lo que lleva a su audiencia a ver a la izquierda no como un oponente político legítimo, sino como un enemigo que debe ser contenido o erradicado para preservar la democracia y la libertad en Chile. Al presentar a estos sectores como promotores de agendas que amenazan la estabilidad, unidad y futuro de Chile, Mosciatti crea una narrativa que divide a la sociedad entre aquellos que son «patriotas» y aquellos que, según su visión, son una amenaza interna. Esta estrategia discursiva es característica de los regímenes fascistas, donde la creación de un enemigo interno es esencial para movilizar a la población hacia soluciones autoritarias o derechamente militares. Sedición se llama esto. Sin eufemismos.
Un Discurso en Defensa de las Élites y el Statu Quo en Chile
Tomás Mosciatti ha desarrollado un discurso que se alinea constantemente con los intereses de los empresarios y sectores privilegiados de Chile, manteniendo una postura crítica hacia los movimientos sociales y populares. Sus intervenciones suelen destacar la estabilidad económica, la protección de la propiedad privada y el respeto al orden, visión que coincide con la derecha, los ricos y poderosos del país.
Tras el estallido social de octubre de 2019, Mosciatti defendió el rol de las grandes empresas, subrayando que «sostienen el desarrollo de Chile». Con esta declaración, subestima las reclamaciones sociales y laborales, presentándolas como amenazas para el progreso económico. En esa misma línea, ha señalado que «demonizar a los empresarios» solo agrava la crisis, protegiendo así a las élites de las críticas populares por su rol en la desigualdad abismante que asola el país. Aquí, su discurso protege a los empresarios, minimizando su responsabilidad en la perpetuación de un sistema económico que ha dejado a grandes sectores de la población en la pobreza o con acceso limitado a servicios básicos. Esta postura ignora las demandas populares de justicia económica, y refuerza la narrativa de que los empresarios son víctimas de una «demonización» injustificada, una táctica común para deslegitimar las críticas populares.
En el contexto de huelgas y manifestaciones, condenó la violencia como método de protesta, poniendo el foco en las acciones de los trabajadores más que en sus condiciones laborales. Con esta postura, favorece el statu quo defendido por los empresarios que buscan evitar cambios profundos en el sistema. Este enfoque ignora las décadas de explotación laboral y las injusticias económicas que motivan dichas protestas.
Su crítica a las reformas tributarias destinadas a gravar las grandes fortunas refleja esta misma perspectiva, al argumentar que estas reformas afectarían la inversión y el empleo, alineándose con el discurso tradicional del sector.
Mosciatti también ha desviado la atención del problema de la concentración de la riqueza, al sugerir que el verdadero problema radica en el mal uso de los recursos públicos. Con ello, exime a los sectores privilegiados de responsabilidad en las crecientes disparidades económicas del país, perpetuando una relación que favorece a las élites y minimiza la necesidad de cambios estructurales.
Delincuencia y Clase: El Discurso Elitista y Discriminatorio de Tomás Mosciatti
La línea editorial de los distintos conglomerados periodísticos sobre la delincuencia refleja un enfoque claramente clasista y racista cuando se trata de pobladores de campamentos y sectores vulnerables. Al criminalizar a estos grupos, se les asocia directamente con la delincuencia, mientras que se adopta un tono mucho más indulgente hacia empresarios, políticos de derecha, carabineros y militares.
En ese contexto, lo que subyace en los comentarios de Mosciatti es su clasismo y criminalización inmediata hacia las poblaciones, sus calles y sus campamentos al vincular las tomas de terreno y los campamentos con la delincuencia, asociando pobreza y criminalidad. Esta perspectiva refuerza los estereotipos que presentan a quienes ocupan terrenos como delincuentes, sin considerar la falta de acceso a vivienda y las desigualdades que llevan a muchas familias a vivir en condiciones precarias. De manera similar, al abordar la violencia en barrios populares, sostiene que las autoridades no la enfrentan con suficiente firmeza, lo que refuerza la idea de que la criminalidad es un problema inherente a los sectores más pobres. Promueve soluciones represivas, aboga siempre por más carabineros y vigilancia, mientras ignora (o no) las causas estructurales como la pobreza o el abandono estatal. A su vez, omite los delitos de cuello blanco que involucran a las clases más altas o al mismo alto mando de Carabineros.
Este doble estándar revela una visión que prioriza el orden y la estabilidad social desde una perspectiva elitista, donde las acciones, los desfalco al estado y los hechos de corrupción de la élite política- empresarial y militar son excusadas como «faltas», mientras que a los sectores populares se les presenta como peligrosos y desestabilizadores por naturaleza. Esta doble vara de medir es un ejemplo claro de clasismo: a los sectores vulnerables se les responsabiliza individualmente y se les criminaliza, mientras que a los poderosos se les exculpa o se minimizan sus faltas.
También defiende la actuación de los militares en situaciones de conflicto social, destacando su «cumplimiento del deber», mientras que describe los campamentos como zonas fuera de control, reforzando la idea de que los sectores marginales son una amenaza para el orden.
Finalmente, Mosciatti generaliza al afirmar que en los barrios más empobrecidos no hay «respeto por la ley», sugiriendo que la delincuencia es inherente a estos sectores. Este tipo de comentario estigmatiza a comunidades enteras, muchas de las cuales están formadas por personas que luchan por mejorar sus condiciones de vida y que también son víctimas de la criminalidad. Al simplificar el problema de la delincuencia como una falta de respeto por la ley en los barrios pobres, Mosciatti oculta las dinámicas de exclusión y falta de oportunidades que conducen a muchos a verse involucrados en actividades ilícitas.
A modo de conclusión podemos establecer que:
- El discurso de los medios en general y el de Mosciatti y la Bio Bio en particular, deslegitima todo atisbo de soberanía y deliberación popular para encontrar salidas al régimen corrupto inherente al capitalismo. Esta estrategia refuerza la percepción de que una autoridad central fuerte es la única solución viable, una característica fundamental en regímenes autoritarios y fascistas.
- Tiende a minimizar y deslegitimar las causas de movimientos sociales como la rebelión de octubre de 2019, enfocándose únicamente en la violencia para desacreditar las demandas sociales legítimas. Refuerza la narrativa que favorece el orden sobre la justicia social y promueve la estabilidad a costa de reformas estructurales.
- Usar el miedo es central en el discurso de Mosciatti, quien pinta un panorama apocalíptico sobre la situación económica, política y de seguridad en Chile. Esta táctica busca predisponer a la audiencia a aceptar soluciones drásticas, autoritarias o de golpes militares, como necesarias para evitar un colapso inminente.
- Adopta una perspectiva clasista/ elitista al vincular la criminalidad con sectores vulnerables y empobrecidos, mientras que muestra indulgencia hacia la élite. Esta visión ignora las causas estructurales de la delincuencia, como la pobreza, y perpetúa estereotipos que criminalizan a los sectores más pobres.
- Construye y demoniza a diversos sectores sociales, como los movimientos de izquierda, el feminismo y el pueblo mapuche, presentándolos como amenazas a la estabilidad y unidad nacional. Esta estrategia es característica de los discursos fascistas que dividen la sociedad en «leales» y «desestabilizadores», entre los patriotas o verdaderos chilenos y el resto que que solo quieren violencia y dañar al país.
- Defiende consistentemente los intereses de las élites económicas y políticas, minimizando las críticas hacia ellas y protegiéndolas de las demandas populares. Su discurso ignora las injusticias económicas y perpetúa un sistema que favorece a los sectores privilegiados a expensas de la mayoría.
- Las declaraciones y comentarios de Mosciatti sobre el pueblo mapuche y otros grupos reflejan un racismo y una deshumanización sistemática. Al presentar las demandas indígenas como una amenaza a la integridad nacional y asociar a los mapuches con agendas extranjeras, Mosciatti perpetúa estereotipos racistas y deslegitima sus luchas legítimas.
Estas conclusiones destacan cómo el discurso de Mosciatti refuerza una narrativa que promueve el autoritarismo, el clasismo y la deshumanización, mientras protege los intereses de las élites y deslegitima las luchas sociales y populares.