El Colectivo de Buenos Aires y la Fundación editorial El perro y la rana de Caracas lanzaron un el libro del escritor y militante popular argentino Miguel Mazzeo; su título: Marx populi. Conversaron largamente con el autor sobre el contenido y las razones del libro. A continuación presentamos una síntesis de esa conversación. Por Mateo S. Montoya para Comuner@s desde la orilla
29 DE MARZO DE 2024
Miguel Mazzeo: “Está en crisis el marxismo como credo insurgente”
El trabajo, como lo indica un largo subtítulo, expone un collage para repensar el marxismo a 150 de El Capital, a 100 años de la Revolución Rusa, a 50 años de la caída de Ernesto Che Guevara y a 200 años del nacimiento de Karl Marx. El “ensamble” se completa con 15 ilustraciones de Martín Malamud.
—Miguel, nos gustaría que nos cuentes cuáles fueron los motivos que te llevaron a escribir Marx Populi y cómo fue el proceso de elaboración. Sabemos, porque así lo señalas en el libro, que la escritura fue algo “intempestiva” y hasta accidental…
—Sí. Podría decirse que este es un librito expectorado. Nunca se me había pasado por la cabeza escribir un libro sobre marxismo. Me parecía que esa tarea no estaba dentro de mis competencias.
Varias circunstancias coincidieron e incidieron en la escritura de Marx populi. Hace un par de años Aldo Casas me pidió que escribiera el epílogo para su libro Karl Marx. Nuestro compañero. En esta obra, que considero muy valiosa, Aldo nos mostraba su modo de vivir, sentir y ejercer el marxismo en una trayectoria militante de más de 50 años e indirectamente nos impuso un ejercicio de introspección. Quiero decir con esto que no pude evitar formularme la pregunta por mis propios modos de relacionarme con el marxismo.
A comienzos de 2017, Pablo Solana, desde Bogotá, me pidió, para la revista Lanzas y Letras, un artículo que diera cuenta de un conjunto de efemérides marxistas del año 2017. Me pareció un desafío interesante. Por la misma época, desde Caracas, los compañeros y las compañeras de la Fundación editorial el perro y la rana me solicitaron un prólogo para una reedición de El Estado y la Revolución de Lenin. Después surgió la posibilidad de convocar a Martín Malamud para que aporte sus dibujos y todo se fue encaminando. Finalmente los compañeros y las compañeras de la editorial El Colectivo y de la Fundación editorial el perro y la rana lo prohijaron, como suelen hacer con mis libros; Aldo escribió un prólogo rotundo, Hernán Ouviña escribió un texto formidable a modo de epílogo… y ahí quedó. Un verdadero producto colectivo. El talento, la capacidad y la generosidad de Martín, Aldo y Hernán tapan un poco mis baches conceptuales.
Por supuesto, no podemos soslayar el contexto impuesto por la proliferación de efemérides marxistas en 2017 y 2018. Los 150 años de El Capital, los 100 de la Revolución Rusa, los 80 años de la muerte de Gramsci, los 50 años de la caída del Che, el año pasado. Y, claro está, el bicentenario del nacimiento de Marx, este año.
—Pero tú tienes una visión crítica de las prácticas conmemorativas de la izquierda ¿No esa así? ¿No te parece que, con tu libro, de alguna manera, incurres en ellas?
—Considero que, desde una perspectiva popular y en clave emancipatoria, el ejercicio permanente de la memoria es absolutamente necesario y que hay que buscar las formas de no caer en las meras liturgias repetitivas. La memoria exige un juego de resignificación constante, porque el riesgo es que las clases dominantes te entierren el pasado o que te lo cubran con sentidos ajenos, tergiversados o frívolos. También creo que las efemérides pueden ofrecer una buena ocasión para reflexionar sobre nuestro presente y nuestro futuro. Y ese fue uno de mis objetivos con Marx populi. De ahí la crítica a los ejercicios evocativos de sucesos, textos y personajes vinculados a procesos revolucionarios que no buscan deducir tareas revolucionarias para la actualidad. En este caso, creo que los ejercicios evocativos ocultan limitaciones. Por ejemplo, aquello de preferir la conmemoración permanente a la revolución permanente. El riesgo de la conmemoración permanente, de la conmemoración sin el magma de la experiencia y de la vivencia, es que puede convertir al marxismo en un mensaje alienante, en una especie de momia estropeada.
No creemos estar perpetrando lo que podríamos llamar un “incidente conmemorativo”. No nos mueve ninguna introversión litúrgica; por el contrario, apostamos a una moral de la acción. Por lo demás, como habrás podido apreciar, nuestra posición es claramente crítica y, sobre todo, auto-crítica.
—Los dibujos de Martín Malamud nos parecen un aporte fundamental en tu libro. Un muy buen complemento y no una incrustación forzada. ¿Cómo surgió la idea de ilustrar un ensayo sobre marxismo?
—Yo conocía algunos dibujos de Martín y me parecían extraordinarios. Cuando comencé a escribir Marx Populi, me di cuenta que el texto estaba repleto de imágenes, por eso pensé que podía ser una buena idea sumarle dibujos. Se lo propuse a Martín y el comenzó a trabajar sobre las primeras versiones del libro. Entonces, yo escribía, Martín dibujaba y yo reescribía a partir de los dibujos que me resultaron muy inspiradores. Así se fue armando el libro, a partir de un diálogo entre textos y dibujos. Ese diálogo hace posible la emergencia del fondo visceral compartido. Como habrás visto, en el texto y en los dibujos es clara la opción por lo visceral. Hay proliferación de tripas, sangre, órganos: corazones y cerebros, principalmente. Pier Paolo Passolini se definía como un marxista visceral. Yo me identifico con esa definición. Los dibujos de Martín expresan esa idea.
—¿Podría decirse que tu libro intenta dar cuenta de una experiencia generacional? Me refiero específicamente a una experiencia de recepción y aprendizaje del marxismo bajo determinadas condiciones históricas…
—En verdad, no me lo plantee de ese modo. Pero puede que no haya podido evitarlo. ¿Existe alguna forma de evitarlo? Hay un pasaje en el que hago referencia al tiempo histórico en que mi generación tomó contacto con la literatura marxista, los años 80 y 90. Tiempos del euro-comunismo con sus trastadas, de la caída del Muro, de la crisis terminal de los llamados socialismos reales. Claramente, no era la década del 60 o del 70, cuando el marxismo tenía una presencia descollante, cuando las clases dominantes estaban preocupadas por “los actos en torno a las ideas” y por eso consideraban que el marxismo era un peligro, sobre todo porque remitía a unas ideas encarnadas. El Marxismo era considerado un veneno que intoxicaba los espíritus. Y además lo hacía vertiginosamente. Se decía que el marxismo había logrado en 20 años lo que al cristianismo le había llevado 2000. Sólo basta con leer los mamotretos inspirados en la Doctrina de la Seguridad Nacional y analizar las experiencias dictatoriales en Nuestra América. Todo cambiará en los 80 y en los 90. En esas décadas –en algunos casos antes– se suceden durísimas derrotas para la clase trabajadora y las organizaciones populares. En forma paralela, se producen avances enormes en la colonización capitalista y mercantil de las subjetividades de una parte muy importante de las sociedades. De este modo el marxismo se desencarna.
Nosotros y nosotras accedemos a los libros marxistas en las mesas de saldos. Cuando el marxismo estaba de remate. Me acuerdo de una librería en la Avenida Corrientes de Buenos Aires, “Dirple”, vinculada al Partido Comunista, en la que conseguí, por la vía de la compra o el hurto, una gran cantidad de textos marxistas.
Solemos recordar dos fuentes –poco académicas por cierto– que reflejan bastante bien el contexto en el que mi generación, y otras más jóvenes también, tomaron contacto con el marxismo. Una fuente es una frase del escritor Camille de Toledo que dice: “Marx es el mascarón de proa de un barco pirata en un parque temático”. Un Marx asimilado por la cultura del espectáculo. Un Marx banalizado. La otra fuente es un verso de una canción de la cantante colombiana Shakira que dice: “No creo en Carlos Marx”. En verdad no sé si la letra de la canción es de ella. Pero el verso retumba en mis oídos en su voz inconfundible.
Entonces, se da una paradoja que David Harvey supo señalar con mucha claridad: el contexto ideológico y político es muy desfavorable para el desarrollo del marxismo mientras que las realidades aberrantes del capitalismo, su irracionalidad, su irresponsabilidad moral, su falta de solidaridad con la especie, lo tornan más necesario que nunca. En esa paradoja habitamos.
—Pero tu señalas en el libro que ese panorama desolador, en las últimas décadas, no ha afectado el proceso de enriquecimiento teórico del marxismo. ¿No se trata acaso de otra paradoja?
—Sí, es así. Estoy convencido. En las últimas décadas el Marxismo encontró refugio en ámbitos académicos y se desarrolló en las distintas disciplinas y, cabe reconocerlo, con muy buenos aportes. Por cierto, también tomamos algún contacto con el marxismo en la universidad en las décadas del 80 y el 90. Igualmente el marxismo mantuvo su presencia en reductos políticos pero estos, en líneas generales, tendieron a preservarlo en sus formatos más dogmáticos. No aportaron demasiado a su revitalización en contextos signados por el reflujo, más bien tendieron a aferrarse a las viejas certezas.
Uno de los planteos principales de Marx populi es que no hay ningún déficit teórico y epistemológico del marxismo. Decimos que el problema del marxismo es básicamente político. Lo que viene fallando es su actividad secular. Lo que está en crisis es la normatividad política que el marxismo inspiró en el siglo XX. Lo que está en crisis es el marxismo como credo insurgente.
El costo del desarrollo del marxismo en ambientes que son por naturaleza entrópicos fue y es su aislamiento respecto de las organizaciones políticas, los sindicatos, los movimientos sociales; en fin, el aislamiento respecto las luchas populares en general. El aislamiento respecto de la lucha de clases. De este modo se profundizaron las tendencias a la fetichización de las ideas y al idealismo de los conceptos.
Podemos identificar una especie de reduccionismo estético. Un tipo de reduccionismo que conduce a la estetización de la política con su consiguiente rechazo a un tipo de teoría que se caracteriza por politizar a las clases subalternas y oprimidas a través de mediaciones que “utilizan” esa teoría e, inevitablemente, la modifican.
También se produjo una escisión de las categorías marxistas: por un lado las categorías para el análisis y, por el otro, las categorías para la lucha. Como si las categorías analíticas no remitieran a la praxis. Además, este idealismo de los conceptos ha llevado a abordar la obra de Marx como si fuera una catedral gótica. Cuando, en realidad, es un pañol de herramientas, un obrador, como dice Aldo Casas.
—Es evidente que no te consideras un “marxólogo” o un especialista… ¿No crees que tu postura podría considerarse como anti-intelectual?
—Claramente, no me considero nada de eso. Y no me preocupa demasiado como se perciba mi postura, porque estaríamos hablando sólo de una apariencia y no de una cuestión medular. Como decimos en el libro, la de especialista nos parece una condición sospechosa en todas las esferas del quehacer humano. Reivindicarla es promover cortes a medida para el pensamiento y para la acción. Y yo los prefiero más sueltos, sin encadenamientos de ninguna especie. Luego, yo creo que hay que romper con el centralismo teórico, con la idea de que sólo el Partido o las elites intelectuales piensan. Desde ya… es importante reconocer los aportes de los marxólogos y las marxólogas. Vale la pena el esfuerzo por alcanzar todo el marxismo que se pueda. Además, creemos que hay que luchar contra el horror a lo complejo, contra la indigencia intelectual. No asociar “lo sórdido” a lo popular.
En Marx populi destacamos la importancia de los teóricos y las teóricas “de base” en los procesos de encarnación del marxismo. Militantes que ponen a dialogar el marxismo con las organizaciones populares y los movimientos sociales y a la inversa. Lamentablemente, este perfil de militante escasea en la actualidad, a diferencia de lo que ocurría en los años 60 y 70. También destacamos la importancia de los “Marxistas espontáneos”, de los y las marxistas “por metamorfosis”. La clave está en no escindir teoría y práctica.
Esta posición, me parece, dista mucho de una postura anti-intelectual. No asumo ese rótulo. Y creo que mi posición para nada constituye una opción por los harapos intelectuales. Sólo partiendo de un teoricismo vacío o de un reduccionismo estético se puede tildar mi postura de anti-intelectual.
—Posiblemente sea una especie de replica por asumir las operaciones que propone la traducción… Una réplica que puede ser infundada o justa, dado que traducir siempre implica un riesgo y obliga a exponerse…
—Sí, puede ser. En efecto, yo creo que la traducción es la operación más significativa en relación al marxismo. Claro, no la traducción literal, la de los maniáticos textuales que no se pueden salir de los significados consolidados por los textos; sino la traducción que es recreación, que implica una reescritura del marxismo en historias y cosmovisiones distintas a las que lo hicieron surgir. Utilizar es nuestro verbo. No aplicar. Utilizar el marxismo en el peor sentido del término utilizar, como decía el peruano Alberto Flores Galindo respecto de los modos mariateguianos. Utilizar es reformular, moldear, rehacer. Es la mecánica popular de la que hablaba Ricardo Piglia. Es irse al carajo. Es Crear. Sólo así el marxismo podrá echar raíces en la historia de los pueblos. Sólo así podrá nutrir las luchas populares. La utilización contiene la pregunta por la eficacia. Camilo Torres hablaba del amor eficaz, pues bien, podríamos pensar en un marxismo eficaz, en el mismo sentido.
Podemos hablar o escribir mucho y mostrar tan sólo el vacío de nuestro pensamiento. Muchas veces se dice que el marxismo de tal o cual persona es suficiente o insuficiente. ¿Qué es lo que determina una cosa o la otra? Se puede hacer mucho con poco y poco con mucho. Para nosotros y nosotras, traducir es hacer del marxismo una “denominación de origen”: un marxismo de Nuestra América. Para lograr esto no sirven los maniáticos textuales, hay que ser heterotextuales.
—En Marx populi identificas muchos marxismos, identificas tensiones y deslizas algunas críticas. ¿Cuáles consideras las más importantes?
—En cuanto a las críticas: hay una crítica al marxismo antidialéctico, al marxismo que considera que la dialéctica remite a las “pamplinas”. Un imposible marxismo sin dialéctica. Hay una crítica al posmarxismo que viene a proponer un nuevo determinismo, el determinismo de los símbolos, en lugar del determinismo de la materia; una filosofía del logos en lugar de una filosofía de la materia. Pero Gramsci decía que el Marxismo era la filosofía de la praxis. Ni del logos ni de la materia: de la praxis. Luego hay una crítica a este constructo teórico dogmático denominado DIAMAT. Con sus “leyes de la dialéctica”. Por ejemplo, la segunda ley que establece que “La cantidad se convierte en calidad”. Esa es, en verdad, una “fórmula gastronómica”; no le veo mucho de dialéctica, me suena más a pastelería.
Hay una crítica al marxismo que no logra zafarse de las ataduras binarias: progresista-atrasado, moderno.-premoderno, racional-irracional, civilización-barbarie, occidente y lo que no es occidente, y así. Hay una crítica al marxismo que celebró la acumulación originaria y el colonialismo. Hay una crítica al marxismo que bebe de fuentes objetivistas, estructurales y teleológicas. En fin, todo eso, respecto de las críticas.
Centralmente, Marx populi propone una crítica al marxismo que se basa en la idea fatalista de la necesidad histórica.
En Marx populi también identificamos tensiones co-constitutivas del marxismo: ciencia-ética, estructura-sujeto, entre muchas otras más. Sin dudas, hay aspectos contradictorios en el marxismo. Marx fue hijo de su tiempo, como corresponde. Hay algunos baches en torno a la cuestión nacional y colonial. Está la mirada eurocéntrica, evolucionista. También está la creencia en el progreso. Y la opción por el perfil de Apolo. Pero al mismo tiempo el marxismo nos brinda categorías formidables, flexibles, que corrigen y superan esas limitaciones.
—¿Podrías decirnos, en pocas palabras, cuáles son los ejes principales de tu crítica a la idea de necesidad histórica?
—La necesidad histórica es la visión teleológica y fatalista. Es la visión evolucionista y finalista. Por eso mismo puede ser la formula: someter para emancipar. Es ver por todas partes estadios intermedios de la barbarie. Es abusar de la figura de lo arcaico. La necesidad histórica es poner el énfasis en el desarrollo de las fuerzas productivas. Es creer que el capitalismo labra su propia negación a través de la centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo. Luego, la idea de necesidad histórica establece el primado de la ley sobre la vida y de las estructuras sobre los sujetos. Marx y Engels en La Sagrada Familia decían que la historia nada hace, que no lucha ninguna lucha. Todo lo hacen los hombres y las mujeres.
Entonces, el antídoto contra el fatalismo de la necesidad histórica es la autodeterminación. Autodeterminación de los fines y autogestión de los medios por parte del pueblo.
—¿Por qué consideras especialmente el marxismo del Che?
—Porque en el Che está presente la necesidad de que el marxismo desarrolle una interioridad sustantiva en relación a los movimientos sociales, las organizaciones populares y la sociedad civil popular en general. También por su posición contraria a la conversión del marxismo en ideología, por sus profundos cuestionamientos al eurocentrismo y al fatalismo. Porque todavía existen algunos gringos que nos quieren convencer de la inviabilidad del socialismo en Nuestra América y en la periferia, que nos dicen que necesitamos desarrollar primero la riqueza material y espiritual típica del capitalismo antes de ponernos a cambiar el mundo y la vida. El Che nos recuerda que nosotros y nosotras debemos plantearnos otra concepción del desarrollo, otra concepción de la riqueza. Luego, el Che también nos recuerda algo muy importante: la necesidad histórica está co-determinada por la praxis.
—Hay un capítulo en Marx populi que remite a una novela del escritor norteamericano Philip Dick: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, más conocida por el título de la película que inspiró: Blade Runner. Tu reformulas el título de esta novela de ciencia ficción y dices: “¿Sueñan los proletarios con revoluciones eléctricas?” Concretamente, ¿qué buscas con la apelación al título de esa novela?
—En realidad esa reformulación del título de la novela de Philip Dick, la propuso un amigo en una charla informal. A partir del título reformulado, me surgió la idea de una reflexión sobre el marxismo y sus decodificaciones en la clave del determinismo tecnológico y el productivismo. Por cierto, algo de esto se puede hallar en Blade Runner.
Insistimos en que la relación entre fuerzas productivas y relaciones de producción está mediada por la praxis. Decimos que la tecnología no es neutral, que las maquinas no fueron creadas para aliviar el trabajo humano sino para extraer plusvalía. Y que no alcanza con la socialización de los medios de producción. También decimos que las instituciones tampoco son neutrales y que los instrumentos del Estado burgués no sirven para construir el socialismo. Se trata de las “armas melladas” de las que hablaba el Che.
Nada que provenga de la vieja sociedad es neutral. Pero entonces… ¿cómo pensar el cambio radical? Yo creo que en algunas cosas debemos arrancar de cero, ser abolicionistas. En otras no vamos a poder. No sirve tirar abajo un mundo malo sin haber creado los indicios de otro mejor. Habrá que generar excesos a partir de lo que tenemos. El modelo lo podemos tomar de la poesía: crear un lenguaje nuevo y original usando el lenguaje viejo.
—Es evidente que partes de reconocer la vigencia del marxismo en este tiempo, y que consideras que la misma se mantendrá en las épocas venideras… ¿En que aspectos crees que radica esa vigencia?
—Como saber emancipatorio el marxismo nos ofrece el cuadro más completo del capitalismo como sistema productor de mediaciones alienadas. Hay una frase en el libro que lo sintetiza bien…. Bueno, eso creo. Dice: el marxismo permanecerá indispensable mientras exista confiscación y plusvalía, dominación, opresión y explotación; alienación, fetichismo y cosificación; uniformidad, superstición, tristeza y conformismo. El marxismo es necesario para librarnos del destino que nos condena a la índole de habitantes ingenuos de un mundo de apariencias, incapaces de ver lo que subyace, de descifrar jeroglíficos.
Pues bien, retomando la idea de la vigencia del marxismo, me parece que nosotros y nosotras tenemos que encontrar una forma eficaz de seguir la orientación de Marx en la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel de 1843. Aquello de hacer la opresión real todavía más opresiva agregando la conciencia de la opresión, y hacer la vergüenza todavía más vergonzosa dándole publicidad. En esa tarea, yo creo, radica el sentido científico y ético-político del marxismo.
Algo muy importante que no debemos pasar por alto: Marx abrió un camino que nosotros y nosotras podemos recorrer. Ese es un gesto teórico, político y existencial a imitar. Nosotros y nosotras debemos hacer lo mismo: abrir caminos que otros y otras puedan recorrer.
—Muy cerca de la fecha en la que apareció tu libro se realizó en el Teatro Nacional Cervantes de la ciudad de Buenos Aires una actividad denominada “Marx Nace”. Nos han dicho que ese teatro depende del Ministerio de Cultura de la Nación y que, si bien otras instituciones co-organizaron la actividad, es indudable que el gobierno nacional estuvo detrás de ella. También nos han informado que, con esa actividad, el teatro inauguró la temporada artística del año 2018… ¿Cuál es tu opinión sobre esta actividad? ¿Por qué crees que un gobierno de derecha, neoliberal y muy comprometido con los mercados, alienta los debates en torno a Marx, su obra y su pensamiento?
—No estuve allí para cazar signos –negativos o auspiciosos–, así que sólo puedo hablar en general; a partir de la difusión pública, los testimonios de las instituciones organizadoras y los relatos de compañeros y compañeras que, por distintos motivos, estuvieron presentes. Debo confesar que tengo muchos reparos en relación a ese tipo de actividades. Dudo que sirvan para activar los ánimos rebeldes del pueblo. Yo no creo en la neutralidad de los escenarios. Entonces, considero que toda participación, por más original y heterodoxa que sea, queda subsumida en la lógica que impone el escenario. Ninguna participación, por más honesta que sea, puede cambiar la naturaleza del escenario. Salvo que medie flagrante ejercicio de profanación, pero no creo que este haya sido el caso. También considero que existe una especie de sobredeterminación de la puesta en escena, que es uno de los tantos aspectos de la fábrica del hombre y la mujer occidentales. Y en este caso, sospecho que la puesta se parecía mucho a de la un “evento” cultural.
No estoy para nada de acuerdo con los y las que dicen que el gobierno no tenía ni idea de lo que se estaba haciendo, que fue una casualidad que el Cervantes haya iniciado su programación del año con “Marx nace”. Lo sabían muy bien. Montaron una vez más su maquina de triturar sentidos críticos, emancipadores, contestatarios, insurgentes, colectivos, solidarios, afectivos. Apostaron a un renacimiento cool de Marx. Lo hicieron mierda deliberadamente. Lo mostraron como un pintoresco escritor del siglo XIX, de perfiles semi-anarquistas, pacifistas y cosmopolitas. Casi como un antecesor de Jorge Luis Borges. ¡Un antecesor político, no literario! Es bien PRO mostrar a Marx en los términos de Camille de Toledo. Me refiero a la frase que te citaba antes: “Marx es el mascarón de proa de un barco pirata en un parque temático…”.
No coincido para nada con quienes dicen que este gobierno es un asilo de idiotas. Yo veo personajes muy astutos y peligrosos, de un cinismo ideológico sin límites, que saben sacarle el jugo a la colonización mercantil masiva de las subjetividades y al sentido común impiadoso que flota en el ambiente (y para el cual tienen un olfato muchísimo más desarrollado que el nuestro; claro, porque a ellos eso les sirve y a nosotros nos espanta y nos deprime). Creo, además, que se manejan con gran destreza en las zonas ambiguas de la democracia formal. ¿Quiénes son los idiotas?
A veces el pluralismo es una trampa que nos tiende el sistema con el fin de anular nuestros costados más heréticos y disruptivos. La derecha recurre a un pluralismo superficial y frívolo para justificar y perpetuar situaciones de injusticia e desigualdad sustantiva, presenta las luchas sociales y la crítica radical de lo existente como atentados contra la libertad y como expresiones de autoritarismo. La derecha impone un manual de estilo de la corrección política donde no caben las formas más democráticas de la democracia. A veces, por narcisismo o ingenuidad, o por las dos cosas, caemos en esa trampa. Así, tontamente, le confirmamos a las clases dominantes la creencia de que el país y el mundo están hechos sólo para ellas. Y contribuimos a hacer inaudible el grito de los y las que sufren la dominación y el desamparo. De hecho, esos espacios se alimentan del narcisismo y la ingenuidad de algunos intelectuales de izquierda que suelen ser seducidos por los cantos de sirena de la cultura oficial (sin importar cual sea el oficialismo), que mueren por una nota en La Nación o en Clarín, tanto o más que por un artículo en una revista especializada con referato internacional. Lo más grave es que muchos compañeros y muchas compañeras terminan idealizando esos espacios, los ven como cimas del pensamiento y menosprecian a los espacios propios, menos rutilantes, menos glamorosos, alejados de los circuitos de prestigio más convencionales, pero que en definitiva son mucho más significativos desde el punto de vista político y pedagógico. Usando una expresión futbolera: es por abajo.
Por su parte, los intelectuales liberales y los intelectuales de panteón son narcisistas pero no son tan ingenuos. No comen vidrio. En el fondo saben que el pluralismo que invoca la derecha es un barniz hipócrita.
En verdad no sé si la actividad contribuyó a que los y las jóvenes tomaran contacto con Marx, con su obra y con su pensamiento; en todo caso, deberíamos analizar si las circunstancias alrededor de “Marx nace” fueron las más adecuadas para desarrollar intereses y compromisos significativos y afines a la figura de Marx. ¿Cuál es el efecto de las palabras más lúcidas cuando se pronuncian en esos escenarios? ¿Los parques temáticos son los ámbitos más adecuados para ejercer el pensamiento crítico? ¿Qué se llevaron a sus barrios, a sus fábricas, a sus sindicatos, quienes aposentaron sus traseros en las butacas del Cervantes? ¿Había muchas personas provenientes de barrios, fábricas y sindicatos?
Respeto, estimo y admiro muchísimo a algunos compañeros y algunas compañeras que participaron de la actividad, en particular a aquellos y aquellas que no son intelectuales liberales o de panteón, que no son catequistas ortodoxos, que no son estetas de la política, que no son figuras vinculadas al mundo del espectáculo… Pero, la verdad, no es un tipo de espacio que yo pueda valorar. No creo que sea el espacio más adecuado para ensayar reivindicaciones critico-revolucionarias de Marx, las únicas que me parecen válidas. Prefiero otros más modestos, más coloquiales, más horizontales. Espacios más afines al marxismo: donde el educador pueda ser educado, donde el criterio de verdad lo dicte la praxis más que el pensamiento abstracto y rígido, donde se asuma el horizonte de cambiar el mundo.
Se suele decir, con mucha razón, que en nombre del marxismo se cometieron las peores atrocidades. Bueno… tampoco hay que rasgarse las vestiduras por este evento. Como atrocidad es insignificante. Y el hedonismo barato de los y las intelectuales no aporta nada pero tampoco hace mucho daño. No vale la pena diluirse en bagatelas.
—Para terminar… ¿qué es el marxismo para ti? ¿Cuál es la definición con la que más te identificas?
—Difícil empatarle la definición a Gramsci. ¿Verdad? Sin dudas “filosofía de la praxis” es la mejor definición. Lejos. Porque esa definición nos plantea que el marxismo es una totalidad inacabada, una continua reinterpretación de la praxis transformadora de los hombres y las mujeres, un dialogo interminable con el mundo cambiante y con los efectos de nuestros pensamientos y nuestros actos. El marxismo tiene varias virtudes, una de ellas es que jamás nos convoca a recorrer los mismos caminos; por eso no deja resquicios para desapasionarnos y aburrirnos. Y nunca te deja a pata. Podría decir algunas cosas más al respecto, pero girarían sobre el mismo asunto. Sin bajarme ni un solo escalón de la definición de Gramsci puedo agregar que el marxismo es un universo en el que a mí me gusta pensar y actuar. Un universo pleno de sentido humano, a diferencia del universo vacío de la burguesía. Un universo –¡y un lenguaje, claro está!– ancho y propio, aunque a veces no nos demos cuenta.
*Por Mateo S. Montoya para Comuner@s desde la orilla. Publicada en El perro y la rana
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Bandidos fiscales
La sociedad también tiene sus leyes y su gravedad, su orden cósmico y sus átomos, sus fuerzas y resistencias. ¿Cómo era el dicho? ¿Ladrón que roba a otro ladrón…? ¿Le roba a los ricos para darle a los pobres…? Pes ta ñeaste. #Datitos sociológicos para todas y todos, como si se los explicara a mi abuelo.
José Luis Espert, legislador de la provincia de Buenos Aires, hace algunos días, llamó a la «rebelión fiscal» contra los aumentos en los impuestos a patentes, inmobiliario residencial y rural, propuestos por el gobernador Axel Kicillof. Todas esas son cargas fiscales a propietarios. De hecho, el impuesto inmobiliario rural grava rentas extraordinarias sin un volumen considerable de generación directa de empleo, siendo de los pocos instrumentos indiscutiblemente progresivos con los que cuenta nuestro país. Espert arguyó que este levantamiento era «la única defensa que tenemos los contribuyentes cuando los políticos no nos dan algo como contrapartida por los impuestos que pagamos. No hay que pagar los impuestos».
Silbando bajito, y casi sin darnos cuenta, el sedimento de alguna de las inundaciones bíblicas de las que venimos siendo víctimas los últimos años dejó asentada la idea de que los impuestos son, lisa y llanamente, un robo: un acto criminal de una organización (el Estado) que sólo se distingue de la mafia en su tamaño, pero que, en materia de legitimidad, intenciones y métodos, termina resultando prácticamente idéntica. Dejo acá un párrafo de una columna en el diario La Nación. Si no logran imaginar qué clase de funcionario público es autor de estas palabras, no tienen más que googlearlo.
«Para el pensamiento de los libertarios, la contribución es, pura y simplemente, un ‘robo’, a grande y colosal escala, que ni los más grandes y conocidos delincuentes pueden soñar con igualar. Y como si ello fuera poco, solo el gobierno puede utilizar sus fondos para cometer actos de violencia contra sus ciudadanos o contra otros. Por ello, cabe definir al Estado como la organización de los medios políticos que se basa en la sistematización del proceso predatorio sobre un área territorial dada. Una suerte de mafia con ‘respaldo legal’».
Si el Estado es criminal, abusivo y coercitivo, los impuestos son ilegítimos. La historia de este argumento se remonta al bosque de Sherwood.
El invisible hilo argumental
Hace algo más de una década, circulaba un chiste en la academia: «Cada vez que le dicen doctor a un abogado, muere un becario de CONICET». No sé si en Argentina efectivamente la historia se repite como tragedia o como farsa, pero aquel dicho ha mutado a «cada vez que un científico cobra una beca del CONICET, muere de hambre un niño en Chaco» (la Biafra imaginaria de la geografía nacional).
Nos cansamos de ser especialistas en supervivencia económica con y sin dinero. Ahora seremos expertos en política fiscal. Pequeño manual de bolsillo: maestras, enfermeras, profesoras, agentes de seguridad, agentes de la Justicia, administrativos, gestores y tantos más pueden hacer su trabajo y vivir de eso porque cobran un salario. Siempre que vean sacar la carta de la «vocación» o que escuchen que alguien rifa su sueldo, desconfíen: quien lo hace (aunque no lo diga) vive de otra cosa que no es su propio trabajo. Ese salario de maestras, enfermeras, profesoras, agentes de seguridad y demases lo paga el Estado (empleador de los trabajadores del sector público).
¿Cómo hace el Estado para tener fondos y pagar salarios? Sobre todo, aunque no únicamente, recaudando. Los impuestos preexisten al Estado moderno, pero, en la forma en la que lo conocemos hoy, el Estado centralizó, organizó e institucionalizó este mecanismo de generación de recursos para garantizar los principales servicios públicos a los que tenemos acceso.
Hay que repetirlo, aunque parezca una perogrullada (aquí vamos, en una época de retorno a las cuestiones más básicas): ese exportador de soja que se autopercibe hoy el equivalente a un sheriff del lejano oeste gringo necesita llevar su soja desde el sur de la provincia de Córdoba hasta algún lugar desde donde su producto ingrese al «mercado internacional». Porque sabrán, el «mercado internacional» no queda en Adelia María, sino en otra parte. Digámoslo sin tapujos: sin Estado, no hay alfabetización para leer el manual de educación vial, para que el chofer del camión lleve esa soja por una ruta que no existiría sin obra pública, a un puerto que no existiría sin obra pública, con sistemas de comunicación que no existirían sin investigación ni obra pública. Andá, máquina, nomás, que nadie te detiene. Vendele vos desde Adelia María, directamente y sin mediaciones, tu yuyo a un empresario en Houston.
Para hacer algo de todo lo que le piden (ustedes eran muy chiquitos, pero, en 2020 y en cada nueva sequía, a los empresarios rurales se les actualiza el WhatsApp y pierden el contacto del manco papá Mercado, y, una vez más, vuelven llorando a pedir auxilio a mamá Estado), el sector público recauda. Para hacerlo, tiene dos grandes tipos de impuestos. Los indirectos, que gravan sobre todo el consumo, son pagados en tasas iguales por una población desigual, por lo que pesan más (en proporción) en el presupuesto de los que menos tienen (esos que poseen mayor propensión al consumo, dicen los economistas, o que, en criollo, gastan todo lo que ganan en comer y tratar de seguir sobreviviendo, solo a veces con éxito, y por eso no pueden ahorrar). Por el otro lado, están los impuestos directos, que gravan propiedades, rentas o ingresos, y que, por lo tanto, pueden tener algún tipo de criterio progresivo o igualitario, y repartir el peso de las cargas y las responsabilidades de acuerdo con las posibilidades, los recursos y las condiciones de cada quien. «La sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!», como reza el aforismo marxista (o progresista, o peronista, o justicialista, o laborista).
Dato de vital importancia: en cualquier país de ese mundo desarrollado hacia el que nos encaminamos en una nave espacial que se remonta desde Córdoba a la estratósfera y llega en una hora y media a Japón, Corea o cualquier parte del mundo u otro planeta si se detecta vida, el presupuesto se nutre más de los impuestos directos y menos de los impuestos indirectos. ¿La razón? Porque existe consenso en torno a que los impuestos directos y progresivos son más justos. Pero hasta ahí llegó nuestro amor con ser descendientes de los barcos.
Roberto capucha, el forajido
Una vida estuve convencido de que Robin Hood era el ladrón que le robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Pero les invito a que vean cada una de las películas que mi generación vio. La protagonizada por Kevin Costner en 1991, la de Patrick Bergin en el mismo año, la de Russell Crowe en 2010 y la de dibujitos animados de 1973. Spoiler alert: en ninguna de estas películas Robin Hood le roba a los ricos, sino que organiza golpes contra el sheriff de Nottinham. Es más: Robin de Locksley, su nombre original, era (spoiler alert recargado) ¡un noble! ¿Y saben por qué con su organización asaltaba al sheriff y sus enviados? Porque ellos cometían el horroroso crimen de recaudar. ¿Qué era eso que Robin robaba y luego «regalaba» a la organización de la que formaba parte? Impuestos.
En la escena «Día de los impuestos» de la película de 1973, el sheriff es un enorme lobo gris abusivo que tortura a un perro viejo lisiado, sacándole hasta la última moneda escondida en su maltrecha y enyesada pierna, en beneficio de un antipático e impopular monarca como el príncipe Juan. Al limpiar al pobre perro, el lobo sheriff sale de la escena cantando: «Me llaman haragán, pero hago mi trabajo», para irse a otro hogar y repetir el método de abuso.
En la película de 2010, cuando Godfrey (un traidor aliado a la corona francesa que prepara el terreno para una invasión extranjera) llega a las puertas de uno de los nobles ingleses, que luego se rebelaría contra el príncipe Juan, exige que abran la fortaleza, amenazando con prender fuego todo: «Paga o arde«.
En todas estas películas, el príncipe Juan se encapricha y decide aumentar los impuestos como una forma de castigo contra el pueblo (en algunas de estas historias, pueblo significa nobles). En la película animada de 1973, el príncipe se enoja por una canción popular que lo retrata como el «peor», por lo que exige: «Dupliquen los impuestos, tripliquen los impuestos, estrujen hasta la última gota». Incluso, en la parodia Robin Hood: Men in Tights de 1993, el protagonista amenaza al príncipe Juan: «Si no baja estos diabólicos impuestos, lideraré una rebelión del pueblo inglés contra la corona».
Todas y cada una de esas Robin Hood forman parte de una tradición cinematográfica sobre la Gran Bretaña premoderna, en la que los monarcas son unos saqueadores irracionales que terminan provocando la rebelión de un pueblo que se niega a vivir oprimido y expoliado (pero que acepta de buena gana la sucesión de gobernantes por herencia y derecho divino). ¿Qué grita, antes de morir, William Wallace? VLLC.
En el centro de toda esa trama, nunca estuvieron los ricos y los pobres. Había Estado monárquico y nobles. La corona es el villano que tortura a los débiles para quitarles el dinero. ¿Quién es el héroe? Un forajido de origen noble, que tiene los suficientes códigos de clase como para saber que, en el barrio (los chetos le dicen barrio al country), no se roba. Roberto Capucha roba pura y exclusivamente a los recaudadores de impuestos. Esa es su acción rebelde y heroica. Y ese sociológico acto fallido por el cual reemplazamos «Estado» por «ricos» y «nobles» por «pobres» recorre todos esos siglos desde Sherwood hasta la legislatura bonaerense. Aunque, como dice la austeridad científica libertaria, esos temas no son dignos de ser investigados en un país como el nuestro.
Curiosamente, la academia gringa ha bautizado «Paradoja de Robin Hood» a una combinación de factores que se encuentra más en América Latina que en cualquier otro lugar del mundo: la contraintuitiva falta de apoyo a la progresividad impositiva entre personas de sectores populares: ¿cómo es que siendo pobres no respalden medidas como los impuestos a la riqueza cuando su situación objetiva está del lado de la redistribución y no de la protección de los intereses de los empresarios?
Años de cinematografías, industrias e imágenes culturales componen el sentido común y nos enseñan que el Estado recaudador es esa casta de lobos grises gigantes que se abusan de los pobres perros sabuesos con muletas, como sucede en la película animada de la década de los setenta. Maestras, enfermeras, profesoras, agentes de seguridad, agentes de la Justicia, administrativos, gestores y tantos más (como quien escribe) vieron esas películas y también lo aprendieron.
Con la nuestra, el que las hace, las paga
«Con la nuestra» se ha vuelto una expresión que tiene esa eficacia simbólica de un martillo: golpe de efecto como todo fundamento. Conecta, de la nada y por arte de magia, contra-lógica, un laboratorio científico en la metrópolis capital, que vampiriza los recursos de todo el territorio federal, con el hambre en un interior provincial profundo, camino de tierra, estudiantes diaspóricos y Facundos Quirogas listos para enfrentar su muerte anunciada en Barranca Yaco.
¿De dónde viene el envión para dar semejante salto de gigante? ¿De qué está hecho el invisible hilo argumental que ata el INCAA a una niña famélica en Chaco? La respuesta está en parafrasear la famosa campaña presidencial de Bill Clinton de principio de los noventa: «De dinero, estúpido». Pero no de cualquier dinero: del dinero del fisco. Para todo lo demás, somos punitivistas. El que las hace, las paga. Salvo que el que las haga sea un propietario rural, hermano de un legislador libertario, que el hacer sea evadir y que el pagar sea pagar impuestos.
*Por Gonzalo Assusa para La tinta / Imagen de portada: Ezequiel
Fuente: https://latinta.com.ar/2018/05/14/miguel-mazzeo-esta-en-crisis-el-marxismo-como-credo-insurgente/