Por Gilberto López Rivas
En México no tiene lugar una transición democrática con el derrumbe del régimen de partido de Estado, ante la llegada de Vicente Fox a la Presidencia de la República. Se pasa a una alternancia de partidos de Estado, en la que se da una continuidad sistémica, un mero recambio de élites políticas, en el marco de lo que hemos denominado democracia tutelada.
En este contexto de transición democrática fallida, la rebelión de los mayas zapatistas del 1º de enero de 1994 irrumpió, en el ámbito mundial, en un momento en que el sistema capitalista festinaba su triunfo sobre el socialismo real, e, incluso, cuando uno de sus voceros refería el fin de la historia.
Este movimiento representó una oxigenación importante de los movimientos de rebeldía y emancipación, de construcción y fortalecimiento de las utopías concretas, que se deja sentir, a 30 años del histórico levantamiento armado.
La rebelión de los pueblos indígenas impuso en la cuestión nacional, el debate impostergable sobre sus derechos a la libre determinación y la autonomía, negados sistemáticamente por las élites oligárquicas europeizantes y proestadunidenses, y por una mestizocracia, arraigadas todas en mentalidades neocolonialistas profundamente racistas, y, también, hizo evidente la necesidad de asumir el carácter multilingüe, multicultural y pluriétnico de la mayoría de las naciones de nuestra América, entre ellas, México.
Esta rebelión abre paso a una transformación de los propios sujetos autonómicos, esto es, los pueblos indígenas, dando cabida a los gobiernos del mandar obedeciendo, leyes revolucionarias de mujeres, participación de jóvenes en todas las instancias de poder comunitario; todo ello imbuido de una congruencia ética notable que se consolida con la aplicación, en la cotidianidad y en la vida política, de los principios zapatistas, que contrastan con el pragmatismo, el deterioro y la amnesia de estrategias anticapitalistas de la izquierda institucionalizada.
En el camino de una negociación fracasada con el Estado mexicano, que continúa hasta hoy, los mayas zapatistas establecen una alianza, fortalecida durante estas décadas, con el movimiento indígena de resistencia en el ámbito nacional, con la fundación del Congreso Nacional Indígena en 1996, y que se refrenda durante la campaña de Marichuy para lograr la candidatura a la Presidencia de la República en 2018, y, sobre todo, en el actual movimiento en defensa de los territorios ante la recolonización, militarización y uso del crimen organizado como otro actor armado de la contrainsurgencia y como sicariato de los intereses corporativos.
Para la izquierda anticapitalista, el EZLN-CNI-CIG es un referente de la acción política que integra un polo de resistencia no sólo en México, sino también en el ámbito internacional, lo que ha permitido nuclear y mantener cierta unidad en la diversidad, que cultiva el pensamiento crítico, el compromiso y la entrega que distinguía a la izquierda revolucionaria en momentos cruciales de la historia de emancipación de la humanidad, de su lucha contra la explotación de clases, el patriarcado, el racismo y las formas de opresión de los humanos.
En suma, la rebelión de los mayas zapatistas en 1994 y el desarrollo posterior de este movimiento como constructor de poderes autonómicos en permanente cambio plantean una alternativa emancipatoria que, aunque cercada por la contrainsurgencia, en su variante delincuencial, representa un venero de lucha anticapitalista, antirracista y antipatriarcal, junto con el Congreso Nacional IndígenaConsejo Indígena de Gobierno, y el acompañamiento de numerosos grupos solidarios de la sociedad civil nacional e internacional.
Este movimiento plantea la necesidad de reformular la reconstitución de la nación, pero, desde abajo, como lo explicita la Sexta declaración de la selva Lacandona, a partir de vincularse estrechamente a los problemas, las demandas, las luchas y resistencias de las mayorías populares, esto es, enraizarse y nutrirse en el espacio y el tiempo de la nación pueblo.
Pese a una estrategia de contrainsurgencia, activa desde 1994 y recrudecida en la actualidad por acciones extremas de provocación del paramilitarismo delincuencial, la militarización y el militarismo desplegados en la extensión y profundidad del territorio nacional por el gobierno cuarto transformista, el EZLN celebra 40 años de su fundación, con una audaz iniciativa política por la vida, contra el capitalismo, el racismo y el patriarcado, que ha llevado a los confines del mundo su interlocución con pueblos y movimientos en lucha, iniciando en la tierra insumisa de Europa.
Mantener la llama de la utopía concreta y posible, la congruencia ética del “para todos todo, para nosotros nada”, es un extraordinario mérito político del EZLN en estos sus 40 años de lucha y 30 años de su rebelión, sin rendirse, sin venderse y sin claudicar.
Fuente: La Jornada