Maurizio Lazzarato, Ruben H. Ríos
Uno de los más grandes críticos del orden contemporáneo, el filósofo y sociólogo italiano, estuvo de visita por Buenos Aires para presentar su último libro, ¿Hacia una nueva guerra civil mundial? (Tinta Limón), donde profundiza su análisis de la situación mundial y su relación, compleja e incriminatoria, con el capitalismo global y los intereses estratégicos de Estados Unidos. La pregunta del título del libro, como se desprende de la entrevista, es meramente retórica. La guerra civil mundial es la tendencia, argumenta el autor, de la expansión del capital occidental y la única solución, la ultima ratio, de sus graves problemas internos. Lo cual, por otra parte, no sería nuevo.
El filósofo y sociólogo italiano Maurizio Lazzarato es uno de los pensadores europeos más críticos del orden mundial contemporáneo. Se formó en los años 70 en la Universidad de Padua, en Italia, y se exilió en París –donde hoy reside– a finales de la década debido a su participación militante en el movimiento izquierdista Autonomia Operaia. Posteriormente, sin embargo, los cargos en su contra fueron retirados. Colaboró con la revista Futur Antérieur, fundada en 1990 por Jean-Marie Vincent, Denis Berger y Toni Negri, y formó parte de la revista francesa Multitudes desde su fundación, en 2000. En Europa, Lazzarato se hizo conocido a partir de su ensayo Trabajo inmaterial publicado en 1996 en una colección de teoría política italiana contemporánea editada por los filósofos Michael Hardt y Paolo Virno. Desde entonces, dirigió proyectos de investigación en las Universidades París 1 Panthéon-Sorbonne y París 8 Vincennes à Saint-Denis, y publicó varios libros de creciente interés. Especialmente, luego de la crisis financiera de 2007-2008, ha reflexionado sobre la construcción subjetiva y social de la deuda y las condiciones políticas de la crisis de las hipotecas subprime. Autor de libros como La fábrica del hombre endeudado (2013), Gobernar a través de la deuda (2015) o El imperialismo del dólar (2023), desde hace varios años se ha dedicado a investigar acerca de los efectos políticos, sociales y subjetivos de las economías capitalistas.
Con ¿Hacia una guerra civil mundial?, publicado recientemente por la editorial argentina Tinta Limón, Lazzarato profundiza su análisis de la situación mundial y su relación, compleja e incriminatoria, con el capitalismo global y los intereses estratégicos de Estados Unidos. La pregunta del título del libro, como se desprende de la entrevista, es meramente retórica. La guerra civil mundial es la tendencia, argumenta el autor, de la expansión del capital occidental y la única solución, la última ratio, de sus graves problemas internos. Lo cual, por otra parte, no sería nuevo. Las categorías filosófico-políticas de “guerra” y de “guerra civil”, por lo tanto, funcionan como instrumentos de inteligibilidad del juego de fuerzas globales y locales que explican, en definitiva, los conflictos bélicos de Gaza y Ucrania en curso, las ideologías que los impulsan y el horizonte neocolonialista que instauran a través de una constelación de medios y diversas técnicas propias de la “guerra total”.
En el pensamiento crítico de Lazzarato, de impronta materialista histórica, el rol de los Estados capitalistas y sus aliados en la situación mundial contemporánea, amenazan con destituir las democracias occidentales y el Estado social. De Trump al anarcocapitalismo de Milei, a quien se dedica un tramo de la entrevista, se extiende una trama oscura que involucra a la plutocracia estadounidense, las extremas derechas del Norte global, el endeudamiento del Sur y el fin del neoliberalismo como gobierno pacífico. Sin embargo, la energía de este análisis procede menos de los conceptos de “guerra” y “guerra civil”, que ya supone un alto impacto, que del realismo político asumido hasta sus últimas consecuencias (y en esto no hay que descartar la influencia de Carl Schmitt, muy presente en ¿Hacia una guerra civil mundial?), cuya rigurosa lógica hace del llamado “pragmatismo” de los políticos profesionales una completa ingenuidad. Actualmente Lazzarato es miembro del Colegio Internacional de Filosofía de París.
—Después de leer “¿Hacia una nueva guerra civil mundial?”, su último libro publicado en Argentina, queda claro que la respuesta a la pregunta del título es afirmativa. No solo eso, que efectivamente se encuentra en curso una nueva guerra civil mundial, sino que además se trata de una guerra asimétrica, en la cual uno de los bandos, el Sur global, está al respecto tan indefenso como inadvertido. En esas condiciones, donde uno solo de los agentes hace la guerra y el otro en muchos casos ni siquiera se defiende, con lo que renuncia a la guerra “a la defensiva” según Clausewitz, ¿hasta dónde puede usarse como clave de análisis la palabra “guerra”?
—Pero si aceptamos que los Brics representan de un modo u otro al Sur profundo, no podemos decir que no se defiendan: Rusia, cuando se siente en peligro, ataca, con la complicidad más o menos declarada de China. Ciertamente, el armamento no es proporcional entre el Norte y el Sur, pero Estados Unidos, con su equipamiento militar hipersofisticado, ha perdido todas las guerras desde 1945. En Gaza no estamos hablando de una guerra, sino de un genocidio, un ejército financiado y equipado por Estados Unidos contra una población con guerrilleros en su corazón. En cualquier caso, desde la Primera Guerra Mundial, la diferencia entre paz y guerra, entre guerra y guerra civil, ha tendido a difuminarse. Además, a partir de 1914, la guerra ya no es sólo una cuestión militar, sino también económica, tecnológica y demográfica. También implica comunicación, educación, etc. La guerra contemporánea es la “movilización total” de todos los recursos militares y no militares.
—Si bien el exterminio étnico organizado por Israel en Gaza quizá es un modelo operativo de la nueva guerra civil mundial, hoy no abundan esos ejemplos tremendos.
—Es que los movimientos políticos contemporáneos no amenazan en modo alguno al capitalismo. A diferencia de la revolución soviética y de las revoluciones anticoloniales, no ponen en peligro su existencia, y no necesita el fascismo o el nazismo para destruir las organizaciones revolucionarias. Un Milei es suficiente. Pero allí donde el capitalismo se siente amenazado, despliega una violencia sin límites como en Palestina o quiere la guerra mundial como en Ucrania. Keynes, que no era revolucionario, decía que los capitalistas están dispuestos a apagar el sol y la luna antes que ver caer los beneficios.
—Excelente frase la de Keynes.
—La guerra civil puede ser a la vez abierta, concentrada en el tiempo y en el espacio, pero también lenta, más o menos velada, decía Marx a propósito de las luchas por la reducción de la jornada laboral. La guerra de Ucrania y el genocidio palestino están fragmentando Occidente, una situación muy propicia para una intensificación política de las divisiones que caracterizan al capitalismo.
—¿En qué consiste esa fragmentación?
—Europa está hoy atravesada por diferentes concepciones de su identidad y de sus valores fundacionales. Las diferencias entre Europa Oriental y Occidental son profundas. Francia, tras la arrogancia colonialista de Macron en Nueva Caledonia y África, es un país cada vez más dividido. Alemania está a favor del genocidio y asiste al auge de la extrema derecha. Está en marcha un proceso de ruptura que está desintegrando todas las formas de unificación. Estados Unidos es ahora un país polarizado al borde de una guerra civil abierta y de una crisis institucional cada vez más grave. Lo vimos con el conflicto entre el gobernador de Texas y las instituciones federales, pero también tras la condena de Trump, un evidente gesto político en una batalla que se recrudece. Lo único que une a toda esta buena gente es el genocidio de los palestinos y el deseo de hacer la guerra a Rusia de aquí al final de la década, lo que seguramente significará una nueva guerra mundial nuclear. La guerra mundial, por cuarta vez en un siglo, es la única salida a las contradicciones del capitalismo.
—A su juicio la guerra civil es la gran ausente del debate tanto teórico como político, sin embargo, los nietzscheanos, foucaultianos, schmittianos y deleuzianos no estarían muy de acuerdo.
—Me refiero a la teoría crítica de los años 60 hasta nuestros días, de la que Schmitt está excluido. Foucault fue el único de su generación que, entre 1971 y 1976, hizo de la guerra civil el modelo de las relaciones de poder, pero en 1977 la abandonó en favor del gobierno pacífico. En 1979, describió el nacimiento del neoliberalismo, sin nombrar nunca las guerras civiles en América del Sur que le dieron origen, mientras que Hayek, visitando a Pinochet para poner en práctica el primer experimento de libertad total de mercado, afirmaba que en períodos de transición la dictadura es útil.
—Foucault habla de la guerra civil.
—Foucault habla de una guerra civil anterior al nacimiento del imperialismo y de los monopolios, por lo que nunca se enfrenta a la guerra civil mundial del siglo XX, no analiza el período en el que las claras divisiones entre guerra y paz, guerra y guerra civil se desvanecen. Cuando introduce la guerra civil como matriz del ejercicio del poder en la sociedad punitiva, limita su análisis a un periodo concreto, 1825-1848. Sin embargo, en 1848 estallaron las guerras civiles en Europa. Foucault no dice ni una palabra sobre las revoluciones, ni sobre su violentísima represión. De Marx a Tronti, 1848 marcó la entrada en la lucha del proletariado, autónomo de la burguesía. Guardó igualmente silencio sobre la Comuna y los 30 mil fusilados. Podría seguir y seguir: espiritualidad política en Irán, pensamiento contra la tradición de la revolución en Europa, etc. Deleuze, por su parte, sólo se ocupa de la guerra en Mille Plateaux, y nunca de la guerra civil. Su máquina de guerra no tiene por objeto la guerra, y el devenir revolucionario no necesita la revolución. La referencia para Deleuze y Guattari es Virilio, experto en lo militar, pero ciertamente no en guerras civiles revolucionarias. Sólo la tradición alemana (Schmitt, Arendt, Koselleck, Schnur, etc.) hace de la guerra civil un concepto. Sobre esto he escrito largo y tendido en el libro. Schmitt piensa en ella bajo los ojos de los rusos, es decir, de los soviéticos, a los que rinde un elogioso homenaje, despreciado, por el contrario, por Foucault por su ingenuidad estratégica, al igual que a Mao, pues reconfiguran por completo la estrategia de la guerra civil.
—Ya que antes mencionó al actual presidente argentino anarcocapitalista, ¿de qué modo se inscribe o quiere inscribirse Milei en esa nueva guerra civil mundial?
—Milei representa a un capitalismo que quiere llevar hasta el final la victoria obtenida por la propiedad privada a partir de los años 70. El capital quiere privatizarlo todo. Esta estrategia significa la sumisión completa de todos los servicios sociales (educación, sanidad, etc.) a la lógica de la propiedad privada, para poner el Estado exclusivamente al servicio de la acumulación infinita del capital. ¿Cómo llamar a esto sino una guerra civil abierta que, dada la debilidad de los movimientos políticos, no necesita desplegar toda su fuerza represiva? Cuando Milei grita “libertad”, “libertad”, la explicación del texto hay que buscarla en Peter Thiel, multimillonario y cofundador de PayPal, quien ha afirmado que libertad y democracia no son compatibles. Junto con Elon Musk y otros multimillonarios como Rupert Murdoch, por ejemplo, Thiel financió e hizo campaña a favor de la elección de Trump. Esto no es nada nuevo comparado con el auge del nazismo fomentado por las grandes empresas. Como no tienen enemigo real, se inventan a los woke como peligro político.
—En Estados Unidos, se denomina peyorativamente woke, es decir, “despierto”, a los “progresistas”. ¿Realmente representan un peligro para el sistema?
—Musk ha dicho que considera que luchar contra el “virus” de la mente woke, que para él es una amenaza civilizatoria, es una lucha política. Musk sostiene que el “virus” de la mente woke es el comunismo rebranded. El comunismo les aterrorizaba, y aún les aterroriza, porque su programa incluía la abolición de la propiedad privada. Este comunismo rebranded está lejos de ser peligroso porque el problema de la propiedad está ausente de sus reivindicaciones. Lo que quiere Milei lo expresan muy bien estos multimillonarios trumpistas: volver a antes del New Deal, antes del Estado de Bienestar, es decir, antes de la revolución soviética que aterrorizó a sus antepasados para que hicieran concesiones. Para Thiel, la década de 1920 fue la última en la historia de Estados Unidos durante la cual se podía ser genuinamente optimista sobre la política. Desde 1920, para él, el vasto aumento de los beneficiarios de la asistencia social y la extensión del derecho de voto a las mujeres, dos electorados que son notoriamente duros para los libertarios, han convertido la noción de democracia capitalista en un oxímoron. No sé si Milei es un fascista, pero desde luego representa el futuro fascista del mundo.
—Bien, ¿entonces cómo definir a Milei? ¿Es un neofascista, un posfascista, un ultraliberal autoritario, un paleolibertario reaccionario e hiperconservador? ¿Simplemente un presidente electo democráticamente que proyecta hacer de Argentina una colonia de Estados Unidos?
—Milei, por el momento, es todas estas definiciones a la vez. Me parece que es un reaccionario no nacionalista, un hipercapitalista que cree en el mercado, justo en el momento en que, con la guerra, ya no puede decidir sobre nada. En Occidente, todo lo relacionado con quién y dónde comerciar, qué producir y cuánto, lo decide el Estado norteamericano, que impone su voluntad a sus aliados. Su nación es el dinero, y desde ese punto de vista es una novedad. Pero el dólar, su moneda de referencia, es una moneda nacional, emitida por un Estado-nación. La propiedad privada está instituida y garantizada por el Estado. Sin él, el capitalismo se derrumbaría mañana por la mañana. No sólo el capital fue salvado por el Estado durante la crisis financiera, sino que el Estado es el único que puede garantizar la vida del capital. Milei no necesita a los generales del ejército para imponerse, ya que la situación es más pacífica que en los años 70. Lo que pretende es la demolición completa de las conquistas obtenidas por el proletariado. Que el capitalismo implica democracia es una leyenda metropolitana. Contrariamente a lo que creía Foucault, el mercado no inutiliza la soberanía porque la empresa sea una organización despótica. Su dirección está hipercentralizada y es autoritaria. La democracia fue impuesta por las luchas del movimiento obrero y, sobre todo, por el miedo a la revolución. Una vez desaparecida la revolución, la democracia capitalista es un oxímoron.
—¿Por qué sería, según dice en el libro, un error político pensar en términos de “choque entre civilizaciones”, de acuerdo con la expresión de Huntington, donde la religión define a las civilizaciones, cuando la fe religiosa es quizá el último sustrato subjetivo y cultural en muchas zonas del Sur global?
—Porque la oposición no es entre Oriente y Occidente, entre civilización cristiana y civilización musulmana. En Europa del Este son los cristianos los que disparan a otros cristianos. El choque de civilizaciones debería ser un choque de valores: por un lado, la libertad del individuo, de prensa, de reunión, los derechos humanos, el derecho a la libertad de expresión. Por otro, países autócratas gobernados por fundamentalistas religiosos. Durante estos dos años, la supuesta superioridad de Occidente ha sido destruida por el propio Occidente. La guerra en Ucrania y, más aún, el genocidio en Palestina ha acabado con lo que quedaba de democracia, derechos humanos y “libertades”. Vivimos bajo autocracias que se autodenominan “democracias”, pero que no se diferencian en nada, ni siquiera en lo que respecta al fundamentalismo religioso, por ejemplo, en Estados Unidos, de los enemigos de Occidente. La guerra es por el poder y el beneficio, desde luego, no por la civilización.
—En todo caso, ¿no hay cierto eurocentrismo desencantado en su creencia de que, si se produce una ruptura radical de la globalización, o en sus palabras de la “contrarrevolución” capitalista, surgirá del Sur y de las periferias?
—Ese desencanto es muy antiguo. Desde principios del siglo XX, los grandes cambios y revoluciones han venido del Sur. La revolución no tuvo lugar en los países donde el capitalismo estaba más desarrollado, sino al contrario, donde las fuerzas productivas estaban más atrasadas. Al votar a favor del préstamo de guerra en 1914, la socialdemocracia alemana no sólo fue responsable, al igual que los capitalistas, de la masacre de millones de obreros, campesinos y proletarios a los que envió a luchar contra otros obreros, campesinos y proletarios, en interés exclusivo de sus patrones, sino también de poner fin a toda posibilidad de instaurar el socialismo en Europa. El eurocentrismo desencantado es muy antiguo. Lenin ya se había dado cuenta de ello en 1920, cuando comprendió la imposibilidad de la revolución en Alemania. Propuso una nueva consigna que resumía perfectamente la situación en relación con Marx: “Obreros de todos los países, pueblos oprimidos, uníos”. La decadencia de Occidente de la que hablaba Spengler, incluso en lo que se refiere a la posibilidad de la revolución, tiene poco más de un siglo.
Fuente: Perfil