Por Pablo Dávalos
Imagen: Palestinos asisten a las víctimas de un ataque aéreo israelí en el campo de refugiados de Shabouram, ciudad de Rafah, Gaza, 17/11/ 2023. (Abed Rahim Khatib/Flash90)
Hanna Arendt, en el juicio a Eichmann, no
alcanzaba a comprender la incapacidad del Obersturmbannfürer de las
Schulzstaffel (SS) de discriminar lo humano de aquello que era el mal. ¿Cómo
era posible que Eichmann haya puesto en marcha toda una maquinaria de guerra
para industrializar la muerte de inocentes por el solo delito de ser
diferentes? Fue esa desmesura del mal lo que llevó a Arendt a esbozar una de
las propuestas filosóficas más potentes de la modernidad: la banalidad del mal.
Lejos de toda teodicea, el mal moderno se
instila y se reproduce en los mecanismos más íntimos de la misma modernidad y
es capaz de convertir al más pacífico de los ciudadanos en una máquina de
matar, con la diferencia de que no llega a ser consciente de sus crímenes y,
por tanto, se asume inocente; su argumento: “solo obedecía órdenes”; justo por
eso es banal.Después de todo, el criterio que primó en
la Conferencia de Wannsee en la Alemania nazi (sitio y fecha exacta en
el que empezó la solución final), fue aquel de la modernidad: la
estructura racional de lo real. Si había que asesinar a millones de seres
humanos, entonces había que hacerlo racionalmente. De los quince participantes
en esta conferencia que definió el asesinato en masa de los judíos, ocho tenían
doctorados académicos. Ninguno de ellos opuso el más mínimo cuestionamiento
moral, aunque sabían exactamente lo que hacían.Matar de forma racional a millones de
seres humanos supone apelar a una lógica de la eficiencia, es decir, la lógica
económica. David Ricardo, un economista del siglo XIX y uno de los fundadores
de la economía política, la denominaba ciencia lúgubre, la historia
demostraría que, en realidad, era una ciencia tenebrosa. Ahí, en esa
lógica tenebrosa de adecuar medios escasos para fines alternativos, subyace la
banalidad del mal: ¿Cómo asesinar gente inocente, acusada del delito de ser
diferente, de la manera más eficiente posible? Pues, utilizando los recursos
escasos de manera eficaz para igualar la función de maximización de la oferta
con aquella de la demanda.Ahora, Israel lo hace, pero con
Inteligencia Artificial, pero eso no quita que, finalmente, sean seres humanos
quienes sean asesinados de forma masiva. ¿Qué pensaban los ingenieros y todos
los programadores que trabajaron en el algoritmo de inteligencia artificial Lavender?
¿alguna vez tuvieron, aunque sea de forma fugaz, algún cuestionamiento ético?
¿sabían lo que hacían? Pues, al igual que en Wannsee, ellos evidentemente que
sabían que estaban diseñando una máquina de matar inocentes, pero, igual que
Eichmann, se sienten inocentes, en el mejor de los casos, “solo obedecían
órdenes”.Quizá eso los diferencie de Oppenheimer.
Él sabía que la bomba atómica destruiría vidas inocentes, pero sabía también
que era el precio que había que pagar por la paz del mundo. Se sentía culpable
porque era consciente. Los ingenieros de Google o los que diseñaron Lavender
no llegan a tanto. El siglo XX está atravesado de genocidios.
Desde aquel de los armenios hasta el de los tutsis, se evidencia que la
modernidad no ha sabido convivir son sus diferencias radicales. Los turcos
hasta el día de hoy no reconocen su responsabilidad del genocidio armenio. El
presidente norteamericano, Bill Clinton, tampoco reconoce su responsabilidad
del genocidio tutsi, a pesar de las insistencias internacionales para que la
ONU no retire los cascos azules de Ruanda porque, de hacerlo, provocaría un
genocidio. Igual, lo hizo. Sin
embargo, en el siglo XXI, era de la robótica, las nanotecnologías, las
biotecnologías y la inteligencia artificial, ese malestar de la modernidad con
sus diferencias radicales aún se mantiene, pero ahora las resuelve de manera
más tecnológica. Si hay que matar a miles de seres humanos, entonces hay que
hacerlo racionalmente y qué mejor forma de hacerlo, además, que con
inteligencia artificial. Como es un genocidio políticamente
correcto, entonces la banalidad del mal opera de la misma forma en la que lo
hacía con Eichmann. De la misma forma que los nazis habían evacuado toda
ontología política a los judíos, y los habían reducido al vacío ontológico,
así, ahora, Israel hace lo mismo con los palestinos, pero, cabe insistir, con
inteligencia artificial.La empresa Google, una de las
corporaciones con las más altas cotizaciones bursátiles del mundo capitalista,
y responsable del motor de búsqueda por internet más utilizado, conjuntamente
con Amazon, están por crear un proyecto que invisibiliza al pueblo palestino,
se denomina Proyecto Nimbus. Aquello que nunca existió no puede haber
sido víctima de nadie. Así, el genocidio se completa con el olvido absoluto.
Para las futuras generaciones acostumbradas a explorar lo real desde los
navegadores de Google, Palestina nunca existió. Si eso es así, entonces el
genocidio de Israel tampoco existió. El programa de inteligencia artificial,
denominado Lavender para identificar a los seres humanos (en este caso
palestinos) para, posteriormente, ser asesinados por el Estado de Israel
suscita varias interrogantes: ¿Y el supuesto Estado de derecho? ¿Y el debido
proceso? ¿Y si las víctimas eran inocentes? ¿Qué pensar de un Estado que se
arroga a sí mismo el criterio de definir la vida y la muerte en función de sus
propios baremos? ¿Acaso no hacían lo mismo los nazis? Cuando el asesinato es el
criterio político para resolver las diferencias radicales, ¿no replica eso la
misma lógica de Wannsee? Cuando se utiliza la inteligencia artificial
como supuesto tecnológico para la barbarie, ¿no replica eso Auschwitz y la
lógica del lager?La mitad de las víctimas del genocidio de
Israel son niños. De todos los genocidios modernos, Israel innova al escoger a
los niños como objeto de su violencia. Si la tasa de crímenes de niños es de alrededor
de la mitad de todos los asesinatos, entonces Lavender no comete
errores, sino que obedece a instrucciones precisas. Estamos ante la presencia
del primer genocidio infantil de la historia moderna. Herodes pasa del mito a
la realidad. ¿Cómo pintaría ahora Brueghel, el viejo, la masacre posmoderna de
los inocentes?Israel quiere eliminar los niños porque
quiere suprimir el futuro de todo un pueblo y ello nos ayuda a comprender mejor
el Proyecto Nimbus. Los niños de hoy son los adultos de mañana. Israel
tiene miedo de ese mañana y quiere suprimirlo y lo hace eliminando a los niños.
Para Israel esos dulces y adorables niños, en realidad, son una amenaza que es
mejor conjurar a tiempo: pura heurística del mal. Esos niños, con su
existencia, le demuestran a Israel que van a disputarle el derecho al futuro. ¿Por qué Israel tiene miedo al futuro?
Porque intuye que, a largo plazo, como Estado, no tiene posibilidades. Porque
ese futuro en tanto Estado no depende de sus raíces ni de su cultura, sino de
la geopolítica. Es un Estado que le debe su ontología política a la
geopolítica. Si esas condiciones de geopolítica cambian, no hay futuro posible
para ese Estado. En un gesto de lucidez extrema, el Estado de Israel quiere
garantizar su propio futuro destruyendo el futuro del pueblo palestino. Esto da
cuenta que el genocidio infantil ha sido pensado de forma lúcida para suprimir,
por la violencia del crimen, el futuro de todo un pueblo.Es también el primer genocidio con ayuda
de la inteligencia artificial. Si alguna vez se había pensado que la
inteligencia artificial era una frontera sobre las posibilidades de las
sociedades humanas y su relación con la técnica, ahora se comprende que la
inteligencia artificial, para el Estado de Israel, cumple la misma función que
el Zyklon B para los nazis. Apenas una herramienta de limpieza étnica.Así, se degrada lo que la humanidad había
discutido sobre inteligencia artificial. Había algunos, como aquellos del grupo
Less Wrong que consideraban a la IA como una amenaza a la humanidad porque la
consideraban capaz de tomar decisiones que disputen el sentido ético de la
humanidad, de ahí su metáfora del basilisco de Roko.
Pero Israel ha puesto a la inteligencia artificial
quizá en su justa dimensión: como una tecnología que puede utilizarse tanto
para programación industrial-comercial o para el genocidio de niños. Si una
inteligencia artificial no puede discriminar y establecer horizontes éticos
entonces no es inteligente. Es solamente una aplicación tecnológica que puede
utilizarse para cualquier fin. El siglo XXI debe aprender a descorrer los velos de su rostro de
Medusa. Este primer genocidio de niños en la historia moderna pone a
“Occidente” en su peor momento. Si “Occidente” había apostado al
fundamentalismo de su democracia liberal y de su economía de libre mercado como
las únicas opciones posibles para cualquier sociedad moderna, ahora, cuando es
necesario salvar esa frontera deontológica de lo posible con respecto a la
estructura ontológica de lo existente, “Occidente” decide suprimir la deontoogía,
vale decir la ética, para salvar el poder, la geopolítica y, aquello que el
profesor Hubermann denominaba “los bienes terrenales”. Ahora descubrimos, con
pesar por supuesto, que “Occidente” nunca fue ético. Solo fue un simulacro.
Queda, entonces, devolver la máscara y asumir la historia.