POR NAHUEL
El modelo neoliberal ha sido la columna vertebral del Chile postdictatorial, un sistema que, en lugar de entregar bienestar, consolidó un Estado subsidiario que privilegia al gran capital por sobre las necesidades básicas de las personas. La mercantilización de la salud, la educación y los bienes comunes (el mar y los territorios), el acceso precario a pensiones y trabajos con derechos vulnerados, fueron algunos de los detonantes que empujaron a las masas a las calles. El famoso eslogan «No son 30 pesos, son 30 años» encapsuló este malestar colectivo, pero también reveló la frustración acumulada por una población que veía cómo sus vidas eran gestionadas para enriquecer a una élite insaciable.
El comienzo de una Rebelión
Octubre de 2019 en Chile, marca un antes y después, pese al negacionismo de los poderosos que vociferan en los medios de comunicación. No pueden ocultar lo hecho por el pueblo durantes meses, porque su institucionalidad, que tiene obligado a ese mismo pueblo a votarles, se cae a pedazos; porque cada día que ha pasado desde aquellos rebeldes días, han sido solo el destape y exposición, al mundo, de la podredumbre de una institucionalidad corrupta y maloliente que ha develado cómo el verdadero poder que está detrás de las caretas de las y los candidatos que quieren tu voto, manipula, roba, viola y se llena los bolsillos, con descaro, producto del saqueo de territorios y la expoliación de nuestros cuerpos.
Lo que ocurrió a partir de ese 18 y 19 de octubre no fue un estallido aislado ni espontáneo, sino la culminación de décadas de acumulación de desigualdades, explotación y opresión. De ahí su extensión y por eso, además, la calificación de Rebelión popular. Fue, al inicio, un grito de rabia de las mayorías excluidas del modelo neoliberal impuesto a sangre y fuego desde la dictadura de Pinochet, que aún hoy sigue permeando la vida económica, social y política del país. Pero también, fue el agotamiento de una forma de dominación y el comienzo de la intensificación de la coerción estatal ante la falta de un proyecto plausible que dé satisfacción a los pueblos de este territorio que hoy se sienten peor que hace cinco años atrás.
La rebelión del precariado: masiva, feminista y ecologista
El 18 de octubre fue la grieta de una caldera social que explotó en dimensiones masivas nunca antes vistas, impulsada por la frustración acumulada durante décadas de desigualdades y abusos estructurales. Esta rebelión, como señala el historiador Sergio Grez, fue una manifestación no solo de descontento económico, sino de una crisis profunda de legitimidad del sistema político.
Lo ocurrido a partir de Octubre no fue un evento aislado. La privatización de servicios básicos como la educación, la salud y las pensiones, junto con las condiciones laborales en franca precarización, llevó a amplios sectores de la población a vivir bajo condiciones de incertidumbre constante. Este malestar que explotó en 2019, revela que los mecanismos tradicionales de representación política no solo eran ineficaces, sino que habían sido cómplices en la reproducción de este modelo implementado en los años 80 que exacerbó la desigualdad y la precarización de la vida.
La privatización y sobreexplotación de los bienes comunes, como el agua, los bosques y la tierra, ha tenido consecuencias desastrosas para las comunidades rurales, los pueblos originarios y la biodiversidad del país. En la rebelión, muchas de las consignas también apuntaban a la necesidad de poner fin al extractivismo, un modelo que beneficia a grandes corporaciones transnacionales a costa del empobrecimiento y desplazamiento de comunidades locales.
El conflicto por el agua en las zonas rurales y la resistencia de las comunidades indígenas, como el pueblo mapuche, frente a las forestales y las hidroeléctricas, forman parte de esta rebelión más amplia contra el modelo extractivista.
La mujer precarizada como motor de la rebelión
Las mujeres, especialmente las trabajadoras, han sido las más afectadas por la doble carga de la explotación laboral y las labores de cuidado no remuneradas.
En los años previos, el movimiento feminista ya había sacudido el país, poniendo en el centro de la discusión pública la opresión de género y las múltiples violencias que atraviesan las vidas de las mujeres y disidencias sexuales. Las movilizaciones de la «ola feminista» en 2018 no solo exigían educación no sexista, sino que cuestionaban las bases mismas de un sistema capitalista que se nutre del trabajo reproductivo y doméstico de las mujeres. Las feministas radicales habían denunciado que la crisis económica era también una crisis del cuidado y que, sin justicia de género, no podía haber una verdadera justicia social.
Por ello, cuando estalla la rebelión en octubre de 2019, el feminismo no solo es un actor más, sino un motor esencial. Las protestas se llenaron de símbolos feministas y la lucha contra el patriarcado se entrelazó con la lucha contra el neoliberalismo. El performance de «Un violador en tu camino», creado por el colectivo feminista LasTesis, se convirtió en un himno mundial que denunció la violencia sexual ejercida tanto por el Estado como por la sociedad. En este contexto esta performance fue una interpelación directa a las fuerzas represivas del Estado, que utilizaron la violencia sexual como una herramienta de tortura y control, algo que muchas sobrevivientes de la dictadura también recordaron.
En cuanto a la masividad, la persistencia y el carácter abiertamente anti-institucional de las protestas evidenciaron que gran parte de la población no sólo rechazaba el modelo neoliberal, sino que también cuestionaba el pacto de gobernabilidad y la legitimidad misma de las élites políticas que lo sostenían, lo que implica un desafío consciente al orden establecido y no simplemente una respuesta a una crisis puntual.
Los sectores populares, es decir, lxs patipeladxs que viven por cuenta propia, lxs que viven al día o los flexi precarizadxs, lxs jóvenes secundarixs sin esperanzas, lxs trabajadorxs no organizadxs en sindicatos tradicionales y hastiadxs de ver que su futuro será miserable como el de sus viejitxs en las hacinadas poblaciones y campamentos, comprendieron que había llegado la hora de arriesgar el cuerpo en la “primera línea” o en las brigadas de salud, en Antofagasta, Santiago o Concepción. Entendieron que ya no se trataba sólo de cumplir con las promesas de siempre en las votaciones de turno, sino lo que hacía falta era un cambio estructural radical que fuera más allá de lo económico, para tocar también las formas de poder político, social y cultural que perpetúan las opresiones de género, raza y clase.
La lucha por la dignidad que coreaban lxs manifestantes en las calles de Santiago y en cada rincón del país era, en el fondo, una lucha por recuperar el control sobre las condiciones materiales de la existencia.
Represión y cooptación
El estallido inicial fue seguido de una respuesta estatal altamente represiva, lo que provocó una intensificación del conflicto. La brutalidad policial y las violaciones de derechos humanos por parte del gobierno de Sebastián Piñera no solo no sofocaron la rebelión, sino que contribuyeron a su escalada. La violencia estatal reforzó el sentimiento de injusticia y repudio hacia las instituciones, llevando a una mayor radicalización del movimiento. La represión, más que controlar la situación, evidenció el carácter autoritario que el Estado podía adoptar cuando se veía amenazado por las demandas populares. Intentaron, no sin dificultad, dar una salida militar, con toque de queda incluido, a un problema político.
Esta violencia, lejos de ser casual, responde a una estructura patriarcal y autoritaria que ha caracterizado tanto a los gobiernos democráticos como a los regímenes dictatoriales en Chile y que aún se sostiene y fomenta por la clase dominante a través del gobierno de turno.
Pero no solo es con garrote como se domina y gobierna. La zanahoria a través de su arma más usada, la cooptación y la contención de la lucha, no se hizo esperar. Fue clave, para ello, la institucionalización de la rebelión mediante la convocatoria de una Convención Constitucional con lo cual se armó un relato que nace la noche del 15 de noviembre, en el acuerdo firmado desde la ultraderecha con Boric incluido. El resultado de ello fue ver a sus máximos líderes ocupando, más tarde, los cargos más importantes del poder ejecutivo y legislativo, respectivamente. El desmonte de la incipiente constitución popular (construcción de movimiento popular) se sella en ese Acuerdo por la Paz y la Nueva constitución que pone al descubierto la fragilidad de las fuerzas de un pueblo no constituido como movimiento articulado con proyección más allá del cuestionamiento y la lucha callejera. En definitiva, el llamado a participar del “proceso constituyente” y luego a la Convención Constitucional (salida por arriba a la crisis) fue diseñado para contener la radicalidad del movimiento y encauzarlo dentro de los límites del sistema, manteniendo intacto el núcleo del neoliberalismo.
La rebelión en latencia y el fracaso del voto
La rebelión de octubre de 2019 reveló el enorme potencial transformador que existe, pero que no logra germinar orgánicamente. Las asambleas populares y territoriales que, por un par de miles se autoconvocaron a lo largo del país, no alcanzaron a constituirse como cuerpo articulado de la rebelión en curso, no obstante, los esfuerzos que se hacían en cada plaza y espacios improvisados en los que sesionaban sus entusiastas participantes.
Guardando las distancias históricas y proporciones políticas, al igual que los cordones industriales de hace 50 años atrás, en la prefiguración de un Poder Popular de carácter Comunitario, las Asambleas eran el primer síntoma de la necesaria articulación de una direccionalidad política de la Rebelión.
La imposibilidad de confrontar directamente al sistema, a través de asociatividades populares comunitarias impulsadas políticamente por la franja activa, evidenció la debilidad histórica de esa misma franja rebelde. Al mismo tiempo mostró, trágicamente, y pese a los heroicos enfrentamientos callejeros de inmensos contingentes populares, que no fue suficiente, conforme a lo que la rebelión en curso demandaba para ese momento histórico: la articulación político- social para darle coherencia a un proyecto alternativo, popular y comunitario.
A pesar de esto, la rebelión demostró que el malestar social tiene raíces profundas y que cualquier intento de restaurar la normalidad sin abordar las causas estructurales del descontento está destinado al fracaso. O sino, miremos la realidad a cinco años de la rebelión y sólo vemos la eclosión de su institucionalidad, poniendo de manifiesto sus miserias y el fracaso del voto.