Alastair Crooke
El espíritu de nuestro tiempo :: El telón de fondo de la preocupación del G7 por Ucrania parecía estar más relacionado con las elecciones estadounidenses que con la realidad
El G7 y la posterior «Conferencia de Bürgenstock» en Suiza pueden entenderse, en retrospectiva, como una preparación para una guerra prolongada en Ucrania. Los tres anuncios principales del G7 (el pacto de seguridad de 10 años con Ucrania, su préstamo de 50 mil millones de dólares y la confiscación de los intereses de los fondos rusos congelados) así lo demuestran. La guerra está a punto de intensificarse.
Estas posturas pretendían preparar a la opinión pública occidental antes de los acontecimientos. Y, por si quedaba alguna duda, la exagerada beligerancia hacia Rusia que se desprendía de los líderes electorales europeos era suficientemente obvia: pretendían transmitir una clara impresión de que su continente se preparaba para la guerra.
¿Qué nos espera entonces? Según el portavoz de la Casa Blanca, John Kirby: «La posición de Washington sobre Kiev es ‘absolutamente clara’»:
«Primero tienen que ganar la guerra. Así que, número uno: estamos haciendo todo lo posible para asegurarnos de que puedan hacerlo. Luego, cuando la guerra termine (…) Washington ayudará a construir la base industrial militar de Ucrania».
Por si esto no quedó claro, la intención de EEUU de prolongar y llevar el conflicto hasta lo más profundo de Rusia fue subrayada por el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan: «La autorización para el uso ucraniano de armas estadounidenses con fines de ataques transfronterizos se extiende a cualquier lugar [desde el que] las fuerzas rusas estén cruzando la frontera».
Afirmó, asimismo, que Ucrania puede utilizar F-16 contra Rusia y emplear sistemas de defensa antiaérea suministrados por el Hegemón «para derribar aviones rusos —incluso en su propio espacio aéreo— si están a punto de disparar contra el espacio aéreo ucraniano».
¿Los pilotos ucranianos tienen libertad para juzgar «las intenciones» de los cazas rusos? Es de esperar que los parámetros de esta «autorización» se amplíen rápidamente, hasta alcanzar las bases aéreas desde las que despegan los cazabombarderos rusos.
Consciente de que la guerra está a punto de transformarse de manera radical —y extremadamente peligrosa—, el presidente Putin —en su discurso ante el Consejo del Ministerio de Asuntos Exteriores— detalló cómo había llegado el mundo a esta coyuntura crucial, que podría extenderse a los intercambios nucleares.
La propia gravedad de la situación exigía hacer una oferta de «última oportunidad» a Occidente, la cual Putin afirmó enfáticamente que «no era un alto el fuego temporal para que Kiev preparara una nueva ofensiva; tampoco se trataba de congelar el conflicto», sino que sus propuestas se referían a la finalización definitiva de la guerra.
«Si, como antes, Kiev y las capitales occidentales lo rechazan, el problema será asunto suyo», dijo Putin.
Para que quede claro, es casi seguro que Putin nunca esperó que las propuestas fueran recibidas en Occidente con el desprecio y la burla con que, de hecho, fueron recibidas. Tampoco el presidente ruso confiaría, ni por un momento, en que Occidente no renegara de un acuerdo, en caso de que se llegara a algún arreglo en este sentido.
Si es así, ¿entonces por qué el presidente Putin hizo tal propuesta el pasado 14 de junio, si no se puede confiar en Occidente y su reacción era tan predecible?
Bueno, tal vez tengamos que buscar la muñeca matrioshka interior, en lugar de fijarnos en la carcasa exterior: es probable que la «culminación definitiva» de Putin no se logre de forma creíble a través de algún mediador de paz itinerante. En su discurso ante el Ministerio de Asuntos Exteriores, el Presidente descarta artificios como el «alto al fuego» o la «congelación». Busca algo permanente: un acuerdo que tenga «patas sólidas», que sea duradero.
Una solución de este tipo —como ya ha insinuado Putin anteriormente— requiere la creación de una nueva arquitectura de seguridad mundial; y si eso ocurriera, entonces una solución completa para Ucrania fluiría como parte implícita de un nuevo orden mundial. Es decir, con el microcosmos de una solución para el país que fluya implícitamente del macrocosmos del acuerdo entre EEUU y las potencias del Heartland, fijando las fronteras según sus respectivos intereses de seguridad.
Esto es claramente imposible ahora, con la mentalidad de EEUU atascada en la época de la Guerra Fría de las décadas de los 1970 y 1980. El final de esa guerra —la aparente victoria estadounidense— sentó las bases de la Doctrina Wolfowitz de 1992, que subrayaba la supremacía estadounidense a toda costa en un mundo postsoviético, junto con la «erradicación de los rivales, dondequiera que surjan».
Parece probable que la fase venidera implique una escalada occidental, con provocaciones dentro de Rusia
«Junto con esto, la Doctrina Wolfowitz estipulaba que EEUU (…) [inauguraría] un sistema de seguridad colectiva liderado por él mismo y la creación de una zona democrática de paz. Rusia, por otra parte, fue tratada de forma diferente: el país desapareció del radar. Pasó a ser insignificante como competidor geopolítico a los ojos de Occidente, ya que sus gestos de ofrecimiento pacífico fueron rechazados y se perdieron las garantías que se le habían dado respecto a la expansión de la OTAN».
«Moscú no podía hacer nada para impedirlo. El Estado sucesor de la poderosa Unión Soviética no era su igual y, por tanto, no se consideraba lo bastante importante como para participar en la toma de decisiones a escala mundial. Sin embargo, a pesar de su reducido tamaño y esfera de influencia, ha persistido en ser considerado un actor clave en los asuntos internacionales».
Rusia es hoy un actor global preeminente tanto en la esfera económica como en la política. Sin embargo, para los estratos dominantes de EEUU, la igualdad de condiciones entre Moscú y Washington está fuera de discusión. La mentalidad de la Guerra Fría sigue infundiendo en Beltway la confianza injustificada de que el conflicto en Ucrania podría provocar de algún modo el colapso y el desmembramiento de Rusia.
Por el contrario, en su discurso, Putin anticipó el colapso del sistema de seguridad euroatlántico y la aparición de una nueva arquitectura. «El mundo nunca volverá a ser el mismo», dijo.
Implícitamente, insinúa que un cambio tan radical sería la única forma creíble de poner fin a la guerra en Ucrania. Un acuerdo que surgiera de un marco más amplio de consenso sobre la división de intereses entre el Rimland y el Heartland —en el lenguaje de Mackinder— reflejaría los intereses de seguridad de cada parte, y no se lograría a expensas de la seguridad de los demás.
Y para ser claros: si este análisis es correcto, puede que Rusia no tenga tanta prisa por concluir los asuntos en Ucrania. La perspectiva de una negociación «global» de este tipo entre Rusia-China y EEUU aun está lejos.
La cuestión aquí es que la psique colectiva occidental no se ha transformado lo suficiente. Tratar a Moscú en condiciones de igualdad sigue estando fuera del alcance de Washington. La nueva narrativa estadounidense es que ahora no hay negociaciones con Moscú, pero quizá sean posibles a principios del nuevo año, después de las elecciones estadounidenses.
Pues bien, Putin podría sorprender de nuevo, no lanzándose a esa posibilidad sino rechazándola; considerando que los estadounidenses todavía no están preparados para negociar un «final completo» de la guerra, especialmente porque esta última narrativa coincide con las conversaciones sobre una nueva ofensiva ucraniana que se perfila para 2025. Por supuesto, es probable que muchas cosas cambien durante el próximo año.
Sin embargo, los documentos que esbozan un supuesto nuevo orden de seguridad ya fueron redactados por Rusia en 2021 y debidamente ignorados en Occidente. Tal vez, el gigante pueda permitirse esperar a que se produzcan acontecimientos militares en Ucrania, Israel y la esfera financiera. En cualquier caso, todos tienden hacia el camino de Putin. Todos están interconectados y tienen potencial para una amplia metamorfosis.
Para decirlo claramente: Putin está esperando por la configuración del Zeitgeist estadounidense. Parecía muy confiado tanto en San Petersburgo como la semana del 10 de junio en el Ministerio de Asuntos Exteriores. El telón de fondo de la preocupación del G7 por Ucrania parecía estar más relacionado con las elecciones estadounidenses que con la realidad: esto implica que la prioridad en Italia era la óptica electoral más que el deseo de iniciar una guerra caliente en toda regla. Pero esto puede ser erróneo.
Los voceros rusos durante estas recientes reuniones —en particular Serguéi Lavrov— insinuaron ampliamente que ya se había dado la orden de declarar la guerra a su país. Europa parece, por improbable que parezca, estar preparándose para la guerra, con muchos rumores sobre el reclutamiento militar.
¿Se esfumará todo con el paso de un caluroso verano electoral? Tal vez.
Parece probable que la fase venidera implique una escalada occidental, con provocaciones dentro de Rusia. Esta última reaccionará enérgicamente ante cualquier cruce de límites —reales— por parte de la OTAN, o cualquier provocación de falsa bandera —ahora ampliamente esperada por los blogueros militares rusos—. Y aquí reside el mayor peligro: en el contexto de la escalada, el desdén estadounidense hacia Rusia representa el mayor peligro. Occidente dice ahora que considera las nociones de un intercambio nuclear putativo como una «falacia» de Putin. El Financial Times nos dice que las advertencias nucleares de Rusia están «agotándose» en Occidente.
Si esto es cierto, los funcionarios occidentales están totalmente equivocados. Solo comprendiendo y tomando en serio las advertencias nucleares rusas, podremos excluir el riesgo de que las armas nucleares entren en juego, a medida que ascendemos en la progresión de la escalada con medidas de ojo por ojo.
Aunque digan que creen que es una falacia, las cifras estadounidenses no dejan de exagerar el riesgo de un intercambio nuclear. Si creen que es un engaño, parece que se basan en la presunción de que Rusia tiene pocas opciones.
Esto sería un error: hay varios pasos de escalada que Rusia puede dar, antes de llegar a la fase del arma nuclear táctica: contraataque comercial y financiero; suministro simétrico de armamento avanzado a los adversarios occidentales —correspondiente a los suministros estadounidenses a Ucrania—; corte de la distribución de la rama eléctrica procedente de Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumania; ataques a los pasos de munición en fronteras; y tomar el ejemplo de los hutíes, quienes han derribado varios drones estadounidenses sofisticados y costosos inutilizando la infraestructura de inteligencia, vigilancia y reconocimiento (ISR, por sus siglas en inglés) de EEUU.
Strategic Culture. Traducido para Misión Verdad por Camila Calderón.
Fuente: https://www.lahaine.org/mundo.php/la-guerra-de-putin-para