Por Claudio, estudiante Facultad de Educación – Udec
“No basta con saber de la realidad, si ante la misma no se adopta una posición, no se trata de conocer el mundo, se trata de transformarlo”
Orlando Fals Borda.
Desde el trágico suicidio de la colega y compañera docente Katherine Yoma, se ha reavivado la preocupación en el sector educativo sobre temas como la violencia, la falta de atención a problemas de la salud mental, el acoso hacia estudiantes de pedagogía y hacia profesores, el no pago de horas extras, la sobrecarga, etc.
Con esto, podríamos hablar de algunos de los principales factores que hoy nos agobian a las y los docentes y futuros docentes: la falta de atención a la salud mental; la explotación que se da en la escuela hacia las y los trabajadores; y la violencia existente en las escuelas.
En términos de salud mental, no solo podemos hablar de la crisis que existe en las vidas de los docentes, sino que también es un factor relevante la crisis de salud mental existente en nuestra sociedad, y por lo tanto en apoderadxs, estudiantes, y trabajadores de la educación. Según la Dra. Rocío Mayol, integrante del espacio Científicamente Mujeres, Chile es uno de los países de la región donde la prevalencia de enfermedades mentales es la más alta, lo cual se vio acrecentado durante la pandemia, especialmente en las mujeres.
A esto se suman los problemas de explotación laboral y la falta de infraestructura que pueda responder a las necesidades de las comunidades educativas. La excesiva necesidad de las escuelas por conseguir altos números de matrículas cada año contrastan fuertemente con la capacidad docente existente hoy en Chile, incluso estimándose que para 2025 habría un déficit de 32.000 docentes (EligeEducar), lo que obliga a las y los docentes a trabajar horas extras (que muchas veces no son remuneradas como se debería) y a tener un desgaste físico y mental importante.
En términos de violencia en establecimientos, esta puede evidenciarse hoy de forma simbólica y física, reproduciendo dentro de ellos la violencia presente en la sociedad patriarcal y neoliberal en la que vivimos, y donde el o la docente es vista por lxs apoderadxs como un empleado/a al que se le paga para que entregue resultados en forma de puntajes estandarizados (esto como una muestra más del mercado en nuestra educación). Sin embargo, la violencia física entre personas dentro de las comunidades educativas también existe y, así como en la sociedad patriarcal y neoliberal, esta también aumenta y se ha convertido en un problema que impide poder desarrollar plenamente el proceso educativo. Y si bien en esta última década han salido distintas leyes punitivas como Aula Segura, que caen en desplazar a los estudiantes “problemáticxs” fuera del sistema educativo, sabemos que estas leyes, que solo segregan y dividen a las comunidades educativas, no son una solución, ya que a lo que se debería aspirar es a la unidad de los distintos estamentos de las Comunidades Educativas, es decir, estudiantes, trabajadorxs, apoderadxs, organizaciones sociales y deportivas, etc.
¿Qué otras opciones nos dan a las y los docentes para trabajar con el problema de la violencia en las escuelas?
A las/os estudiantes de pedagogía se nos da como respuesta la necesidad de que, cuando ejerzamos, trabajemos de forma cercana con las familias de lxs estudiantes, lo cual en esencia es positivo para la formación de comunidades educativas, pero ¿Cómo trabajar con las familias si hoy vemos, además, una crisis en ellas y en su relación con los hijxs? Apoderadxs que no tienen tiempo para preocuparse por la educación integral de sus hijxs, alumnxs que pasan prácticamente todo el día solxs, y un trato en muchos (no todos) de los casos de deshumanización hacia las y los docentes, esperando que no solo eduquemos, sino que funcionemos como empleadxs de una guardería, es lo que hace el trabajo educativo con las familias mucho más complejo, y la sola propuesta de hacerlo queda vacía, sin una lectura de la realidad de las familias que hoy existen. Agregando a todo esto la dificultad que existe hoy en los colegios (principalmente particulares subvencionados) para levantar proyectos educativos innovadores debido a la falta de financiamiento que se destina a ellos.
Ante esta realidad en las escuelas, la resignificación del rol docente debe ser clave. ¿Cómo deberíamos las y los docentes prepararnos para esta realidad? ¿Cómo volvemos a humanizar la labor docente en esta sociedad profundamente individualista y neoliberal?
Está claro que el proceso de resignificación del rol docente debe ir acompañado fuertemente de la crítica al sistema educativo que rige hoy, pero también de iniciar un proceso de construcción de un nuevo paradigma de educación, donde se cuente con la participación de todas y todos. Y por esto es que la invitación es a plantearnos estas preguntas dentro de nuestros círculos, y también a juntarnos como sectores de la educación e ir soñando con una educación para los pueblos.
¡A LEVANTAR Y RECONSTUIR LAS COMUNIDADES EDUCATIVAS!
¡QUE LA EDUCACIÓN LA CONTROLEN LOS PUEBLOS!