Por Jorge Majfud
Un estudio publicado en la British Medical Association en 2006 reveló un consistente aumento de los problemas psicológicos en niños y jóvenes ingleses en las décadas anteriores.[i]Todo pese al incremento del PIB nacional, a la relativa estabilidad de la inflación y de la economía británica de entonces. Pongo esta referencia académica solo como ejemplo, porque este tipo de observaciones han sido algo común desde entonces. Incluso cuando ya ni la inflación ni el PIB son motivos de orgullo nacionales. No pocos han observado una correlación entre este problema y el incremento del PIB que se debe al incremento de la creciente presión del sistema económico para mantener la competitividad entre los individuos desde la educación hasta el ámbito del trabajo―probablemente hoy ese estrés se haya desplazado a la conciencia de las catástrofes económicas que asolan el alguna vez llamado Primer Mundo sin haber sustituido la obsesión materialista y exitista por algo mejor.
Más tarde, la obsesión por el éxito económico es coronada de forma kafkiana con el conocido “síndrome de Willy Loman”, en referencia al personaje de Artur Miller, Muerte de un viajante (1949). Loman no solo representa el desencanto, el cuestionamiento tardío al “sueño americano” sino al capitalismo en sí mismo. Justo en el momento de la vida en que entendemos que la edad ya nos ha demostrado que nuestras ambiciones no serán posibles y, si lo son, ya no importan tanto como cuando éramos jóvenes. O no eran otra cosa que una dulce mentira: la convicción del viajante Loman (metáfora del homo capitalista) siempre se basó en que el éxito radica en gustarle a la gente, en saber venderse.[1]
A punto de jubilarse, Loman descubrirá, como una prostituta vieja que es abandonada al olvido y la indiferencia del mundo, que a nadie le importan sus problemas. Desempleado y desengañado de sus propias teorías, Lowan decide suicidarse para que sus hijos cobren el seguro de vida.
Actualmente, el cobro de un seguro de vida por suicidio no es tan fácil. Las compañías aseguradoras han tomado medidas para que la gente no cometa este acto reprobable, no porque les preocupe la vida de nadie sino porque les preocupa que los beneficios vayan para gente que realmente lo necesita. Si otras grandes compañías como Walmart o ATT se benefician de la muerte de sus trabajadores, entonces ya entra en el ámbito de los negocios. Esto se explica con la actual práctica de la compra de seguros de vida por parte de las compañías para sus empleados. Si el empleado se muere o comete suicidio podrá reemplazarlo fácilmente por otros, pero las ganancias por el cobro del seguro son considerables.[ii]
Los seguros de vida que las grandes compañías contratan para sus empleados son llamados “seguro de vida corporativo”. Esta práctica, iniciada en Estados Unidos en los años 80, se realizaba sin conocimiento de los empleados. Cuando se hizo público, dio lo mismo, porque pocos la entendían y al resto, demasiado ocupado en sobrevivir o en ser exitosos, no le importaba. Cuando en 2006 el IRS obligó a las compañías a informar de este seguro a sus empleados, la práctica no cambió demasiado. Por lo general las compañías se cubren de riesgos contra el consumidor entregándoles un contrato tipo Cien años de soledad que el abrumado firmante casi nunca lee y, si lee, no alcanza a descubrir dónde está la frase que realmente importa. De ahí que este tipo de seguro fuese conocido con el nombre de “campesino muerto”. Ni él ni su familia están informados ni a nadie le importa en las oficinas de la ciudad. Excepto a quien se quedó con sus tierras o las usó en secreto para obtener algún crédito.
La compañía que contrata este tipo de seguros es la beneficiaria de la póliza, es decir, cuando el empleado se muere, la compañía cobra la compensación por la pérdida del activo, desde un cargo ejecutivo (definido como “persona clave”) hasta un empleado invisible (definido como “dólar dividido”, ya que parte de las compensaciones llegan a la familia del occiso) para la pequeña dictadura privada. El objetivo sagrado es salvar a la pequeña dictadura y, sobre todo, al sistema neofeudal (la dictadura global) definido por la sacralidad de los beneficios privados de cada corporación.
Esto, que debería ser clasificado como una patología, al menos por la psicología que tiene cualquier variación de la existencia humana clasificada como síndrome, es una enfermedad extendida por los continentes y por los últimos siglos. Tanto que no se considera como tal sino como lo deseable.
Durante la Guerra Fría, la escritora ruso estadounidense Ayn Rand quiso llevar al extremo las ideas liberales sobre las bondades del egoísmo y denunció el altruismo como una plaga de la humanidad. La empatía y la compasión son irracionales y destructivos. Los ricos son ricos porque lo merecen y los pobres deben morir si no son capaces de ganar en el juego capitalista. En las últimas décadas, Rand se convirtió en la autora de cabecera de los políticos de la derecha estadounidense. Paul Ryan, el influyente representante de Wisconsin (el mismo estado de Joseph McCarthy) y distinguido con la Medalla del Departamento de Defensa, lo reconoció de forma explícita: “Ayn Rand, más que nadie, hizo un trabajo fantástico al explicar la moralidad del capitalismo, la moralidad del individualismo y eso, para mí, es lo más importante”. En otro momento: “La razón por la que me involucré en el servicio público, en general, si tuviera que darle crédito a un pensador, a una persona, sería Ayn Rand”.[iii] Antes que descubriese que Rand era atea, Ryan le regalaba sus libros a sus amigos y empleados.
Como vimos en otro libro, estudios psicológicos más recientes han demostrado lo contrario: la cooperación y el altruismo son mejor valorados por los humanos en su infancia antes de ser corrompidos por una educación egocéntrica, supercompetitiva y psicópata.[iv]
Pero la paranoia utilitarista no se limitó nunca al Primer Mundo sino que se exportó convenientemente a las colonias también. Bastaría con echar una mirada a los llamados Tigres Asiáticos en las últimas décadas para corroborar esta hipótesis. Veremos este caso en el capítulo “Ejemplos exitosos de neocolonialismo”.
Del libro Moscas en la telaraña (2023)
Notas:
[1] De otra forma, el personaje de mi novela Silicona 5.0 (2017), un exitoso inmigrante argentino y hombre de negocios, lo experimenta a través de sus deseos de llegar a los diez millones de dólares antes de cumplir cincuenta años. La novela comienza con el descubrimiento de que alguien le ha robado la identidad y, en la búsqueda del criminal del otro lado de la frontera, México, descubre que ha sido él mismo: “te mataron allá del otro lado, vaya a saber cuándo, y ahora crees que persigues algo y, en realidad, huyes de tu propio cadáver. Eres un fugitivo que se cree el detective”.
[i] British Medical Association “Child and Adolescent Mental Health: A Guide for Healthcare Professionals.” Junio 2006.
[ii] Nurnberg, Hugo, and Douglas P. Lackey. “Ethical Reflections on Company-Owned Life Insurance.” Journal of Business Ethics, vol. 80, no. 4, 2008, pp. 845–54. http://www.jstor.org/stable/25482185
[iii] Pareene, A. “Now apparently it’s a slam to say Paul Ryan likes Ayn Rand”. Salon, 26 de abril de 2012; http://www.salon.com/2012/04/26/now_apparently_its_a_slam_to_say_paul_ryan_likes_ayn_rand/
[iv] Kuhlmeier V, Wynn K, Bloom P. “Attribution of dispositional states by12-month-olds”. Psychological Science. 2003; 14:402-408. / J. Kiley Hamlin, & Wynn, K. “Young infants prefer prosocial to antisocial others”. 26(1), 30–39. doi.org/10.1016/j.cogdev.2010.09.001
Fuente: https://rebelion.org/la-comercializacion-de-la-existencia/