Por Juan Sebastián Sabogal Parra
Fuentes: Rebelión
“El capital es, por tanto, poder social.”
Karl Marx – Manifiesto del Partido Comunista.
La Inteligencia Artificial se ha venido adueñando rápidamente de diversos escenarios de producción, tal como lo imaginaba Alan Turing a mediados del siglo XX. En la actualidad que una máquina logre construir argumentos e inclusive, producir imágenes y material audiovisual, es una realidad, solo basta con asignarle una tarea a ChatGPT o a DeepL, y ellas ejecutaran los algoritmos y modelos matemáticos precisos que permiten aprender patrones, recopilar datos, entrenar con cada pregunta que realizan los usuarios, optimizar sus procesos y finalmente retroalimentar su propio “aprendizaje” generando datos o lo que es lo mismo, dando respuesta a la tarea asignada.
Así, aquello que en algún momento se conocía como un simple asistente se ha venido convirtiendo en una herramienta de uso fundamental, de hecho, para nadie es un secreto que el uso de IA se ha convertido en piedra angular de múltiples labores en diversos campos, desde la redacción hasta la producción de imágenes, no solo impactando sectores laborales donde se realizaban tareas “mecánicas”, sino también afectando el espacio creativo, elemento que no se tenía en el radar.
De esta manera, se logra observar que la IA no solo se centra en ser un músculo mecánico que facilita y reduce el esfuerzo humano, como lo puede hacer un brazo robótico en una fábrica o la automatización de una línea de montaje. En este caso concreto, dichas aplicaciones se acercan, peligrosamente, a la naturalidad del ser humano y al funcionamiento cerebral, no es gratuito el premio nobel de física para Hopfield y Geoffrey E. Hinton por sus contribuciones fundamentales al desarrollo del aprendizaje automático, sustentando las bases de esta innovación, que, según algunos teóricos, transformará de forma radical gran parte de nuestras actividades humanas.
Actualmente, las principales compañías que controlan el desarrollo y aplicación de la inteligencia artificial son Microsoft, OpenAI, NVIDIA, Google, IBM y Amazon, muchas de estas compañías con más de 30 años de experiencia en el desarrollo tecnológico, mercado que puede tener un valor total aproximado 9.35 billones de dólares, siendo actualmente uno de los más importantes de la economía global. Adicionalmente, todas ellas cuentan con su sede principal en Estados Unidos, país que de forma oficial, a través de agencias como DARPA y el Departamento de Defensa, busca desarrollar aplicaciones tanto civiles como militares desarrollando la IA, al igual que el gobierno de la República Popular de China, quién estableció dicho elemento como una prioridad nacional.
Dado este contexto, algunas de las preguntas fundamentales que es necesario realizar en este momento histórico son ¿a dónde va nuestra información? ¿Qué algoritmo alimentamos cada vez que ingresamos a la red? ¿Cómo defender aquello que construyo? ¿Cómo impedir que una compañía se apropie del saber?.
La sociedad parece dar un giro, en donde los humanos enseñan a las máquinas, pues se les ofrece el saber, que ha sido construido con esfuerzo y durante años, a costo cero, de hecho, al contrario, es necesario pagar por hacer uso de dichos servicios los cuales en su totalidad son privados y en la mayoría de los casos monopólicos, solo hay que ver el caso de un sujeto como Elon Musk, quién es solo uno de los tantos magnates que buscan apoderarse de dichos procesos haciendo lo posible para que la máquina optimice, perfeccione y se automatice sin contar más con el humano, eliminando dicha dependencia.
Así, en este punto es necesario profundizar en nuevas categorizaciones del capitalismo. Estas grandes compañías dependen fundamentalmente de la información que ya se ha compartido en redes, bases de datos, repositorios y cualquier espacio donde se pueda encontrar información con cierto nivel de acreditación académica o relevancia social. Este proceso puede denominarse “capitalismo de vigilancia”, ya que implica una expropiación constante de la información compartida día a día, sin que se reciba la más mínima compensación, aquí es fundamental recordar que todas estas tecnologías pertenecen principalmente a compañías privadas, lo que significa que se genera valor con un salario cero o lo que es lo mismo, el modelo se encuentra más cerca de las estructuras económicas esclavistas que del capitalismo mercantilista del siglo XVIII.
Por otra parte, el desarrollo de estas tecnologías requiere una infraestructura computacional masiva, o lo que es lo mismo, una colectivización del acceso a las redes de internet, a los aparatos informáticos y a estos aplicativos, aquí se encuentra una de las más grandes contradicciones del capital, pues se presenta todo esto como una innovación tecnológica que permite el desarrollo humano; sin embargo, al mismo tiempo el entrenamiento de estas IA depende fundamentalmente del capital constante y del acceso que la población tenga al mismo, así, a más acceso mayor ganancia, generando una creciente concentración de información en las pocas empresas que dominan esta infraestructura y que tiene la capacidad, tal como lo hace Elon Musk, de restringir o no el acceso a ciertos elementos generando monopolios digitales.
Por último, la producción de contenido que generan las IA expresa la máxima alienación del trabajo, pues no solo imita la creatividad humana sin requerir directamente del trabajo vivo, generando así una desvalorización del trabajo creativo y académico, precarizando aún más el empleo humano en sectores como el periodismo, el diseño y la educación, implica también una transformación en las dinámicas mismas del mercado en donde la carga laboral humana comienza a ser mayor, en una jornada laboral cada vez más corta, pero, se resalta el hecho que puede hacer uso de herramientas cada vez más robustas para desarrollar su trabajo, así, se infravalora el trabajo humano y se sobrevalora el trabajo máquina.
En definitiva, lo que se ha señalado aquí, no es más que el contexto en el que se encuentra la humanidad en este momento, la información, el saber, nunca había tenido un costo tan alto, pero al mismo tiempo nunca había sido adquirido por las compañías privadas de forma tan sencilla. La humanidad parece convertirse en el peón de un juego cada vez más complejo y enredado para el usuario no experto, pero que sólo señala la complejización de la vida en función de la imposición del capital a cualquier costo y de continuar mercantilizando hasta el más mínimo aspecto humano.