Estamos a mediados de agosto y en esta fecha, normalmente, la gente se prepara para el comienzo del nuevo curso escolar. Suele verse a los niños yendo a los mercados con sus padres para comprar material escolar. Es un momento feliz para los alumnos, alumnas y sus familias. Suele serlo.
Este año, hay muchos niños y niñas en el mercado, pero no es para comprar bolígrafos y mochilas escolares. Muchos de ellos y ellas están delgados a causa de la malnutrición. Está surgiendo una generación de niños y niñas trabajadores. No hablo de niños y niñas de catorce o quince años, sino de nueve años, que se han convertido en vendedores ambulantes o que ayudan a sus padres a vender todo tipo de cosas bajo una lona. Ahora, en Gaza, todo el mundo tiene que trabajar. No sólo las mujeres, como ocurre durante las guerras cuando los hombres están en el frente o prisioneros. Cuando paso por el gran mercado de Deir El-Balah de camino a la Maison de la presse, sólo veo niños y niñas vendiendo cositas para ayudar a sus padres. Siempre prefiero comprarles a ellos . Aprovecho para preguntarles: «¿Por qué estás aquí?» Siempre me encuentro con dos respuestas: «Es para ayudar a mi padre» o «mi padre ha muerto».
Los niños que no están en el mercado están en los hospitales
Realmente me rompe el corazón escuchar estas palabras cuando deberían estar preparándose para el nuevo curso escolar. Ya han perdido un año escolar. No ha habido educación en la Franja de Gaza, ni en guarderías, escuelas, institutos o universidades, porque los israelíes lo han destruido todo. Este año, 720.000 estudiantes de primaria y secundaria no volverán a la escuela, incluidos 305.000 que asistían a escuelas públicas, 121.000 que asistían a escuelas privadas y más de 300.000 que asistían a escuelas de la UNRWA, la agencia de las Naciones Unidas para los refugiados palestinos.
Los niños y niñas que no están en el mercado se encuentran en hospitales, gravemente heridos, recibiendo tratamiento para enfermedades graves, cánceres por ejemplo, o enfermedades de la piel debido a las deplorables condiciones sanitarias que imperan en Gaza. Pero padecen la escasez de medicamentos . Los padres -entre los que me incluyo- también temen que sus hijos sufran una diabetes provocada por el miedo, como hemos visto en varios casos a nuestro alrededor. Recientemente, 120 pacientes fueron evacuados a los Emiratos Árabes Unidos, pero eso no es nada comparado con el número total de niños y niñas muy enfermos. La hija de uno de los primos de Sabah formó parte de este traslado. Cuando sus padres se trasladaron a Jan Yunes, la familia quedó atrapada en medio de un cinturón de fuego, un bombardeo que les rodeaba por todos lados. La niña sufrió tal conmoción que desde entonces tiene medio cuerpo paralizado. Por el momento, los médicos no han podido hacer nada. Por último, como saben, ha aparecido un caso de poliomielitis en un bebé y se teme que la enfermedad pueda propagarse.
¿Una página de una lección de química? Un envoltorio de bocadillo
Las niñas y niños están cambiando. Crecen mucho más rápido de lo que deberían, y no de forma saludable. Empiezan a tener un poco de dinero y vemos cómo cambian psicológicamente, sobre todo en la relación con sus padres. Hoy en día, cuando una criatura de nueve años ha ganado 10 o 20 shekels al final del día, se siente un poco independiente, cree que puede confiar en sí misma y se vuelve menos obediente. Al mismo tiempo, el padre ha perdido parte de su papel protector, porque se ve impotente para proteger a su familia de los bombardeos diarios que pueden hacer pedazos a sus hijos e hijas. Y unos y otras ven todo esto. Ven que su madre no tiene tiempo para enseñarles nada porque está trabajando: limpiando la tienda, yendo a buscar agua o leña, cocinando, etc. Y los niños y niñas están al final de la fila.
En el mercado, quise comprar un bocadillo de falafel. El vendedor tenía un libro de texto al lado, un libro de química o física de secundaria. Para cada cliente, arrancaba una página para hacer un cono donde ponía los trozos de falafel. En eso estamos: las herramientas de enseñanza, que deberían ser un tesoro para la infancia, se han convertido en envoltorios de bocadillos. Este es el objetivo israelí: privar a la gente de cualquier forma de educación y aterrorizarla. Una niña o niño pequeño que ha visto cómo mataban a sus padres delante de él en un bombardeo, que los ha visto enterrados en una bolsa de plástico porque los convertían en carne picada, porque ya no se podía distinguir entre los muertos, hombres, mujeres o niños, seguirá traumatizado mucho tiempo después de la guerra.
Aunque terminara la guerra, no volverán a la escuela
Este trauma perturba su relación con el mundo, su actitud hacia la familia y la sociedad. Quienes trabajan en el mercado sólo reciben educación allí, con gente hacinada una encima de otra, lonas por todas partes. A los nueve o diez años, se enfrentan a una nueva cultura, que siempre es negativa. Y el problema es que, aunque la guerra acabara hoy, no volverían a la escuela, sencillamente porque ya no hay escuelas y porque, incluso después de la guerra, todo el mundo tendrá que seguir trabajando para sobrevivir.
Las familias han perdido sus casas, los padres sus trabajos. Así que los niños y niñas seguirán trabajando. Aunque en los dos años siguientes al final de la guerra las clases se celebren en tiendas de campaña o caravanas, muchos niños y niñas no asistieron a ellas. Durante 10 meses (por lo menos), se consideraron adultos. Han ganado dinero, y sus padres seguirán necesitándolos. Pensarán que la escuela no tiene sentido. Para ellos, si ya no tienes futuro, es mejor aprender a hacer negocios o a trabajar, es mucho más útil que estudiar. Y todo esto forma parte de la estrategia israelí.
La guerra que nos imponen los israelíes no es sólo una guerra de bombas, muerte, heridos y destrucción total. Es también la destrucción de cerebros, especialmente los de los niños y niñas. Con los israelíes no existe la casualidad. Saben muy bien por qué impiden la educación. Todo está bien estudiado. Entre 2007 y 2010, hubo un verdadero bloqueo. Los medios de comunicación israelíes revelaron más tarde que el gobierno había calculado el número mínimo de calorías por persona y día que nos impediría morir de hambre, con el fin de destruirnos psicológicamente. Todo lo que hacen hoy tiene el mismo propósito. Cuando matan a toda la familia de un miembro de Hamás, es para evitar que sus hijos o hijas venguen más tarde la muerte de su padre. Matan a toda la familia y así pueden estar tranquilos.
Las y los niños, un obstáculo para el futuro
Quienes desciendan de combatientes vivirán con miedo. Este miedo les hará violentos. Y esta violencia está en la propia sociedad. Los niños y niñas son violentos entre ellos. Miles murieron en los bombardeos: que descansen en paz. Quienes han sobrevivido, han sufrido y visto cosas que nadie puede soportar. Incluso ustedes, ante las pantallas de sus televisores o en las redes sociales, se escandalizan con las imágenes que llegan de Gaza, a pesar de que no se les muestra todo. Imaginen el trauma para sus hijos e hijas si vieran estas imágenes todos los días. Nuestros hijos e hijas las experimentan, las sienten, las tocan. Estamos entrando en una sociedad en la que los niños y niñas ya no serán los pilares del futuro, sino un impedimento para el futuro.
Y eso es lo que buscan los israelíes. Quieren empujar a los padres al exilio con la esperanza de proteger a sus hijos, de no verse obligados a ponerlos a trabajar y perder así su papel de protectores. Los israelíes quieren que todo el mundo se vaya. Cada uno puede tener su razón para renunciar a su país, pero la más aceptable, la más digna, es el futuro de sus hijos.
Pero yo pienso de otra manera. Algunos amigos me dicen: «Rami, ¿por qué no te vas de Gaza? Si no quieres hacerlo por ti, hazlo por tus hijos». Sé que corrí un gran riesgo por mi familia. Especialmente por Walid, que se había quedado con nosotros cuando aún estábamos en nuestro piso de la ciudad de Gaza, que me negué a abandonar ante el riesgo de que nos bombardearan en cualquier momento. Y entonces nos vimos obligados a desplazarnos hacia el sur, bajo el fuego israelí. Walid estaba en verdadero peligro. Pero yo quería que aprendiera que su padre no quería que viviera una vida de humillaciones y que preferíamos arriesgar nuestras vidas, tal vez morir, antes que ser humillados.
Walid distingue los drones de los F-16
Espero ver crecer a mi hijo. De momento, está empezando a entender. Sabe distinguir entre drones y F-16. Cuando oye drones, dice: «Papá, drone». Cuando oye un F-16, dice: «Papa, papa, avion». Lo dice en francés porque yo le hablo en francés. A veces dice «avion» y luego dice «Bouf, bouf, bouf», y aplaude, porque de momento un bombardeo sigue siendo para él como fuegos artificiales. Pero creo que en los próximos días empezará a entender que los bombardeos significan algo muy serio, miedo, muerte… y por eso todo el mundo intenta protegerles. Somos una sociedad muy joven. La pirámide de edades es muy ancha en su base. Queremos seguir viviendo. Para nuestros hijos e hijas, queremos una patria, un Estado y dignidad.
Tengo noticias para vosotros: Sabah está embarazada. Cuando nació Walid, queríamos parar ahí. Pero con este genocidio, Sabah y yo hemos tomado esta decisión, porque es nuestra voluntad sobrevivir a pesar de todos estos niños muertos, a pesar de este genocidio. Nacerá una nueva flor, o un nuevo cachorro, una niña o un niño, y la vida seguirá. Es nuestra forma de resistir, nuestra forma de decir que vamos a seguir hasta el final. Como Sabah, 60.000 mujeres están embarazadas en la Franja de Gaza en este momento. Espero que Sabah no dé a luz en nuestra villa, como llamamos a la tienda de campaña bajo la que vivimos ahora, sino que tenga un parto digno. Por desgracia, miles de mujeres han dado a luz en tiendas de campaña, en condiciones muy duras tanto para la madre como para el niño.
Pero espero que, mientras tanto, todo esto llegue a su fin y que Walid y sus hermanos sean felices con su nuevo bebé, sea niño o niña. No somos partidarios de la resistencia militar porque, como siempre he dicho, hay que distinguir entre valor y sabiduría. Y la sabiduría dice que un gato no puede hacer la guerra a un león. Nos enfrentamos no sólo a la mayor potencia de la región, sino también a las grandes potencias mundiales que la apoyan. La resistencia militar es legítima, pero la sabiduría dice: «Mira el resultado hoy». Resistencia significa tener hijos, criarlos y educarlos, darles una vida mejor. Un día, estos niños y niñas declararán un Estado palestino y vivirán en paz con los israelíes.
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Rami Abou Jamous escribe su diario para Orient XXI. El fundador de GazaPress, una oficina que proporcionaba asistencia y traducción a periodistas occidentales, se vio obligado a abandonar su piso en la ciudad de Gaza en octubre con su esposa Sabah, los hijos de ésta y su hijo Walid, de dos años y medio, bajo la presión del Ejército israelí. Desde que se refugiaron en Rafah, Rami y su familia han tenido que volver a su exilio interior, atrapados como tantas familias en este enclave miserable y superpoblado. Este espacio le está dedicado desde el 28 de febrero de 2024.
Traducción: viento sur