Por Éric Toussaint
El Gran Debate económico cubano, que se desarrolló entre 1962 y 1965, y dividió aguas entre los sectores pro-Moscú y las posiciones defendidas por el Che Guevara y Ernest Mandel, constituyó un punto de inflexión ineludible para entender la historia de Cuba.
El siglo XX estuvo marcado por victorias de revoluciones sociales con carácter socialista: en el imperio zarista en 1917, en Yugoslavia en 1945, en China en 1949, en Vietnam en 1954 y en 1975, en Cuba en 1959, en Argelia en 1962, en Nicaragua en 1979… Esto dio lugar a grandes debates públicos entre los revolucionarios de esos países sobre cómo realizar la transición del capitalismo al socialismo. Esto ocurrió en particular en la Rusia soviética y luego en la URSS entre 1918 y 1926-27 con las formuladas por Vladimir Lenin, León Trotsky, Yevgueni Preobrazhenski y Nicolái Bujarin como principales contribuciones. Un debate sobre la transición al socialismo tuvo lugar en Yugoslavia en los años 1950 y 1960, con un carácter menos público que el de la URSS de los años 1920. En Cuba, tras la victoria de 1959, también se desarrolló un gran debate económico público en 1963-1965 en el que sus protagonistas principales fueron Ernesto Che Guevara, Alberto Mora, Ernest Mandel y Charles Bettelheim. Este debate trató en particular sobre la financiación de las empresas del sector público, el lugar del mercado y de la planificación, el papel de la ley del valor, el rol de la banca y del crédito, el lugar respectivo de los estimulantes individuales o colectivos, morales o materiales, el papel de la conciencia… Mandel intentó introducir en el debate la cuestión de la democracia socialista y del poder de las y los trabajadores[1].
Las diferentes tentativas de dar pasos decisivos hacia una sociedad socialista suscitaron una enorme esperanza entre centenas de millones de hombres y mujeres. Los debates sobre las grandes decisiones económicas, sociales y políticas a realizar para ir hacia el socialismo fueron muy ricos incluso en la izquierda de los países más industrializados a pesar de que ninguna revolución socialista había triunfado en ellos. Los reveses, los retrocesos, la traición y la degeneración acabaron por conducir a la restauración capitalista en la mayor parte de los países donde sí se produjeron, salvo en Cuba que es aún no capitalista.
Este estudio trata sobre el gran debate que se desarrolló en Cuba entre 1963 y 1965. En todas las contribuciones de los protagonistas que tomaron parte en él se hace referencia a las políticas a realizar tras una victoria revolucionaria a fin de avanzar en la transición del capitalismo al socialismo esperando llegar a continuación al comunismo. El debate que se desarrolló en Cuba supera ampliamente el marco cubano. Por ello es fundamental comprender este debate, de una gran actualidad. ¿Cuál es el lugar del mercado en las políticas económicas que hay que llevar a cabo en el futuro tras un derrocamiento revolucionario anticapitalista y el comienzo de una transición hacia el socialismo? Para responder a esta pregunta, las aportaciones de Ernest Mandel y de Ernesto Che Guevara son indispensables. ¿Porqué la cuestión de la democracia socialista es fundamental? La contribución de Ernest Mandel es aquí irremplazable. Por razones de espacio, nos limitamos aquí al Gran Debate que tuvo lugar en Cuba, teniendo conciencia de que es necesario tomar en cuenta y analizar los aportes posteriores de Ernest Mandel y otros autores sobre la cuestión de la transición al socialismo.
Ernest Mandel y Cuba
El Tratado de economía marxista de Ernest Mandel (1923-1995) tuvo una gran repercusión internacional, y fue leído y traducido en Cuba. Ernesto Che Guevara (1928-1967), que era en ese momento ministro de Industrias, lo recibió en francés a finales de 1962[2] y lo hizo traducir por y para sus colaboradores, así, como para el resto del gobierno. Estaba claro que apreciaba mucho el libro. Guevara también leyó un artículo que Mandel había escrito a finales del año 1963 sobre el Gran Debate económico que recién comenzaba en Cuba en ese año. El artículo había sido traducido al español por un joven activista trotskista cubano que trabajaba para el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba (Minrex). Dicho artículo fue publicado en el World Outlook, un semanario en inglés, en septiembre de 1963 por el Secretariado Unificado de la IV Internacional en París (World Outlook, nº 14, 4º trimestre de 1963) y apareció también en la revista en francés Quatrième Internationale en marzo de 1964 (Revue IV Internacional nº 21, 1er trimestre de 1964, pp.20-28). En este texto Ernest Mandel, utilizando uno de sus seudónimos, el de Ernest Germain[3], tomaba partido por las posiciones defendidas por el Che. Esto fue sin dudas lo que animó al Che a invitarlo a Cuba durante la primavera de 1964.
Mandel comienza presentando los principales elementos del Gran Debate que acababa de iniciarse en Cuba a mediados de 1963. Hace referencia a los escritos de dos de los principales protagonistas, Ernesto Che Guevara y Alberto Mora, menciona los temas abordados y subraya la importancia histórica de la polémica:
La revista cubana Nuestra Industria – Revista Económica, órgano del Ministerio de Industrias, publicó en su número 3 (octubre de 1963) dos artículos polémicos de gran interés, escritos respectivamente por Ernesto «Che» Guevara y por el comandante Alberto Mora, ministro de Comercio Exterior. Esta polémica da fe de la vitalidad de la Revolución Cubana, incluso en el terreno de la teoría marxista. Aborda una serie de cuestiones muy importantes para la construcción de una economía socialista: el papel de la ley del valor en la economía de transición; la autonomía de las empresas y la autogestión; la inversión con cargo al presupuesto del Estado o mediante el autofinanciamiento, etc. Subyacente a estos problemas está la discusión sobre el modelo ideal de la economía en el período de transición en un país subdesarrollado, una discusión que fascinó a los bolcheviques durante el período de 1923 a 1928 y que, desde entonces, ha resurgido, aunque a un nivel teóricamente inferior, en Yugoslavia, Polonia e incluso en la Unión Soviética en los últimos años.
A partir del segundo párrafo de su artículo, Ernest Mandel critica la posición de Joseph Stalin, en la que Alberto Mora se apoya para su debate con el Che Guevara:
La cuestión de la ‘aplicación’ de la ley del valor en la economía planificada y socializada del período de transición ha sido víctima de la peor confusión, esencialmente por error de Stalin, quien, en su último libro, la planteó de manera burda y simplista: ‘¿Existe (sic) la ley del valor en nuestro país? … Sí, existe y se aplica aquí’. Por supuesto, se trata de una perogrullada. En la medida en que subsiste el intercambio, subsiste también la producción de mercancías y, por tanto, el intercambio está sometido objetivamente a la ley del valor.
El siguiente ataque de Mandel contra Stalin se basaba en el hecho de que varios de los principales protagonistas de este debate se referían explícitamente al análisis y a la política de Stalin, quien, a pesar de que había muerto diez años antes, seguía ejerciendo una influencia considerable. Los manuales marxistas dogmáticos producidos en Moscú eran ampliamente difundidos y raramente criticados. Entre los protagonistas del debate que seguían el ejemplo de Stalin se encontraban no sólo Alberto Mora[4], sino también Charles Bettelheim, economista francés del Partido Comunista.
Voy a retomar los puntos principales de la argumentación de Mandel porque son de gran utilidad para quien analice los problemas que han enfrentado y enfrentarán las fuerzas revolucionarias que, una vez llegadas al poder, desean hacer una verdadera transición al socialismo y, en el caso de los llamados países en desarrollo, salir del subdesarrollo y de la subordinación a las potencias capitalistas imperialistas.
Mandel explica que
en la economía capitalista desarrollada, la ley del valor determina la producción a través de la interacción de la tasa de beneficio. El capital fluye hacia los sectores en los que la tasa de beneficio es superior a la media, y donde la producción aumenta. El capital fluye de los sectores en los que la tasa de beneficio es inferior a la media y la producción disminuye (al menos relativamente). Cuando se nacionalizan los medios de producción, cuando no existe ni mercado de capitales ni libre flujo y reflujo de capitales, ni siquiera la formación de una tasa media de ganancia con la que puedan compararse las tasas de ganancia de cada rama particular, ya no hay posibilidad de que la “ley del valor” “regule directamente la producción.
Pasa luego al caso de la Cuba revolucionaria de 1963. Lo que él resume como una orientación, tiene un alcance que va mucho más allá de la situación en ese país. Es de gran actualidad. Por eso extraigo un largo pasaje:
Si, en un país subdesarrollado que ha logrado su revolución socialista[5], la “ley del valor” regulara las inversiones, éstas fluirían preferentemente hacia los sectores donde la rentabilidad es mayor según los precios del mercado mundial. Ahora bien, es precisamente debido a que estos precios conducen a una concentración de la inversión en la producción de materias primas por lo que estos países son subdesarrollados. Salir del subdesarrollo, industrializar el país, significa, orientar deliberadamente las inversiones hacia sectores menos “rentables” en lo inmediato según la ley del valor, pero más rentables según el criterio del desarrollo económico y social global del país. Cuando decimos que el monopolio del comercio exterior es indispensable para la industrialización de los países subdesarrollados, estamos diciendo precisamente que la industrialización sólo puede tener lugar de manera rápida y armónica violando deliberadamente la ley del valor. En un país subdesarrollado, y precisamente a causa del subdesarrollo, es probable que la agricultura sea inicialmente más “rentable” que la industria; la artesanía y la pequeña industria más “rentables” que la gran industria; la industria ligera más “rentable” que la industria pesada; el sector privado “más rentable” que el sector nacionalizado. Dirigir las inversiones según la “ley del valor”, es decir, según la ley de la oferta y la demanda de los bienes producidos por las diferentes ramas de la economía, significaría desarrollar el monocultivo como prioridad de explotación; significaría construir pequeños talleres para el mercado local en lugar de fábricas de acero para el mercado nacional. La construcción de viviendas confortables para las capas pequeño-burguesas o burocráticas (inversión que corresponde a una “necesidad solvente”) tendría prioridad sobre la construcción de viviendas populares, que evidentemente tienen que ser subvencionadas. En resumen, se reproducirían todas las taras económicas y sociales del subdesarrollo, a pesar de la victoria de la revolución.
En realidad, el significado decisivo de esta victoria, de la nacionalización de los medios de producción industrial, del crédito, del sistema de transportes y del comercio exterior (junto con el monopolio de este último), es precisamente crear las condiciones para un proceso de industrialización que escape de la ley del valor. Las prioridades económicas, sociales y políticas elegidas consciente (y democráticamente) prevalecen sobre la ley del valor a la hora de dictar las sucesivas etapas de la industrialización. No se da prioridad al rendimiento máximo, sino a la reducción del atraso tecnológico, a la eliminación del control extranjero sobre la economía nacional, a la garantía de un rápido avance social y cultural para las masas de obreros y campesinos pobres, a la rápida eliminación de epidemias y enfermedades endémicas, etc.
En cuanto a la ley del valor, Mandel afirmaba, en contra de la opinión de Alberto Mora (así como también de Bettelheim y otros), que no había que someterse a ella. En su artículo, repetía una afirmación de Trotsky quien, en un texto polémico sobre Stalin llamaba a violar la ley del valor:
La economía planificada del período de transición, aunque se basa en la ley del valor, la viola sin embargo, a cada paso y establece relaciones entre las diferentes ramas económicas, y entre la industria y la agricultura en primer lugar, sobre la base de un intercambio desigual. El presupuesto del Estado actúa como palanca de la acumulación forzada y planificada. Este papel debe aumentar a medida que se realicen nuevos progresos económicos. (León Trotsky, Stalin théoricien, p. 106 del volumen I de Écrits 1928-1940).
El resto de este artículo mostrará que el Che Guevara había adoptado la misma posición que Trotsky y Mandel sobre el papel fundamental del presupuesto estatal y la planificación centralizada como palanca para la transición al socialismo, en oposición a las posiciones de Mora, Bettelheim y otros como Carlos Rafael Rodríguez y Blas Roca, que adoptaron las reformas en curso en Europa del Este y la URSS. Estas reformas, preconizadas tanto por los economistas del régimen de Moscú como por los economistas yugoslavos (aunque opuestos a Moscú), hacían hincapié en la autofinanciación de las empresas. De hecho, tanto en Yugoslavia como en Moscú y su bloque, estaba en boga la idea de permitir a las empresas liberarse de la disciplina del plan centralizado y quedarse con una parte cada vez mayor de sus ingresos para financiar su propio desarrollo.
En su artículo, Mandel analizaba esta evolución en curso.
No someterse a la ley del valor, pero tampoco ignorarla
Antes de pasar a la cuestión de la prioridad dada por el Che Guevara y Mandel a la financiación a través del presupuesto del Estado frente a la prioridad dada por los otros a la autofinanciación por parte de las empresas y a la utilización de créditos bancarios, es importante precisar que Mandel afirmaba que, si bien no había que someterse a la lógica de la ley del valor, no por ello había que ignorarla.
Veamos a continuación lo que Mandel escribió sobre las razones por las que no hay que ignorar la ley del valor:
Violar la ley del valor es una cosa: ignorarla es otra muy distinta. La economía del Estado obrero sólo puede ignorar la ley del valor a expensas de pérdidas evitables impuestas a la economía, de sacrificios inútiles impuestos a las masas, como demostraremos más adelante.
¿Qué significa esto? En primer lugar, toda economía debe funcionar en el marco estricto de los costes reales de producción. Estos costes no determinarán las inversiones; estas no irán automáticamente a los proyectos “más baratos”. Pero los costes son conocidos, lo que significa que se conoce el importe exacto de las subvenciones que la colectividad concede a los sectores que ha decidido desarrollar prioritariamente. En segundo lugar, necesitamos un instrumento de medida estable para estos cálculos; sin una moneda estable, no puede haber una planificación rigurosa. En tercer lugar, que para todos los sectores en los que las prioridades económicas o sociales no dicten una preferencia, las inversiones se guíen efectivamente por la “ley del valor” (por ejemplo, para los distintos cultivos agrícolas destinados al mercado interno). En cuarto lugar, mientras los medios de consumo sigan siendo mercancías, y con excepción de los bienes y servicios deliberadamente subvencionados por el Estado (productos farmacéuticos, material escolar y didáctico, libros, etc.), las preferencias de los consumidores actuarán libremente en el mercado, la ley de la oferta y la demanda hará subir y bajar los precios, y el plan adaptará sus proyectos de inversión a estas oscilaciones (dentro de los límites de las divisas disponibles, equipos, materias primas, etc.).
También en este caso, la posición defendida por Mandel coincide con la adoptada por el Che Guevara en el debate.
Entre los puntos en discusión, otra cuestión acercaba a Mandel y al Che: para ellos, en el sector nacionalizado, los productos intercambiados entre empresas, por ejemplo las máquinas, no eran mercancías. Por ejemplo, una empresa que compraba una máquina a otra no estaba comprando la máquina como mercancía vendida en el mercado. Se trataba de un intercambio no mercantil dentro del sector nacionalizado. Así pues, para ellos, la ley del valor no dominaba las relaciones en el seno del Estado o del sector público. En cambio, si una empresa estatal compraba o vendía maquinaria u otros bienes a una pequeña o mediana empresa privada, en ese caso podíamos hablar de venta de mercancías y de relaciones mercantiles[6].
Mandel concluye esta parte de su artículo diciendo: «En todas estas cuestiones, el Che Guevara tiene toda la razón contra Mora».
Una de las consecuencias de la postura defendida por Mandel y el Che es que, dentro del sector público (estatal o nacionalizado), el gobierno debe evitar considerar que las empresas se venden bienes entre sí y obtienen beneficios de sus intercambios. Debe llevarse una contabilidad rigurosa en términos de costos, no de beneficios en el sentido capitalista, y no debe permitirse que los directivos de las empresas estatales se apropien de una parte significativa de los ingresos de dichas empresas.
En la segunda parte de su artículo, Mandel aborda la cuestión del comercio exterior. Sería demasiado largo resumir el contenido que por cierto es muy interesante. Recomiendo que se lea su artículo íntegramente.
La espinosa cuestión de la autonomía en la toma de decisiones de las empresas
En la tercera parte, Mandel aborda la cuestión de la autonomía de las empresas, en particular en lo que se refiere a la toma de decisiones. Analiza dos situaciones diferentes: la de Yugoslavia, por una parte, y la de la URSS y los demás países de su bloque (especialmente Polonia, Checoslovaquia, Alemania del Este, etc.), por otra. Recordemos que Yugoslavia había sido excomulgada por Stalin en 1948 y seguía un camino diferente al del bloque pro-Moscú. Yugoslavia había generalizado la autogestión a nivel de empresa, lo que no ocurría en el bloque en torno a Moscú.
En los años que precedieron al Gran Debate económico de Cuba, a pesar de las diferencias sustanciales entre Yugoslavia[7] y el bloque dominado por la URSS, se podía apreciar una evolución hacia una mayor autonomía de las empresas.
En el caso de Yugoslavia, las empresas autogestionadas tenían derecho a quedarse con una parte cada vez mayor de los ingresos y a elegir reinvertirlos como consideraran oportuno. Según Mandel, «los autores yugoslavos han formulado incluso un verdadero dogma nuevo a este respecto, que debe someterse a un análisis crítico: Sin el derecho de los colectivos de autogestión a disponer de una parte significativa del excedente social, no puede haber verdadera autogestión».
En la URSS, la evolución consistió en dar a los directores de empresa más autonomía para la utilización de los ingresos. En el caso de Yugoslavia, Mandel advertía de los peligros del rumbo seguido por el gobierno. Pero lo que escribía tenía una aplicación más general, que es lo que lo hace tan interesante.
He aquí un extracto:
Cuanto más atrasado está un país, más persisten las condiciones de escasez casi generalizada no sólo en el sector de los medios de producción, sino de una multitud de medios industriales de consumo (al menos para la gran mayoría de la población), y cuanto más nociva es la práctica del autofinanciamiento, más nocivo es permitir que los colectivos de autogestión determinen por sí mismos los proyectos prioritarios de inversión productiva.
De hecho, es evidente que, en condiciones de escasez casi generalizada de productos industriales, casi todos los proyectos de inversión pueden ser económicamente rentables, siempre que no se hayan cometido errores económicos burdos. Casi toda empresa industrial o agrícola rentable (que proporcione un fondo de inversión) es como una isla aparte en un mar de necesidades insatisfechas. La tendencia natural del autofinanciamiento sería, por tanto, atender a lo más acuciante, tanto a nivel local como sectorialmente.
En otras palabras, si las empresas autogestionarias disponen de un importante fondo del autofinanciamiento, tenderán a orientar sus inversiones ya sea hacia los bienes de los que están más necesitadas (determinados bienes de equipo; materias primas; productos auxiliares; en su caso, fuentes de energía), ya sea hacia los bienes de los que están más necesitados sus trabajadores o los habitantes de la localidad en la que se ubican. De este modo, los criterios de interés sectorial o local primarían sobre las prioridades nacionales, no porque se “niegue” la ley del valor, ¡sino precisamente porque se aplica! Se trataría, una vez más, de orientar la industrialización hacia la “vía tradicional” que sigue en el marco histórico del capitalismo, en lugar de reorientarla según las exigencias de una economía nacionalmente planificada.
Mandel prosigue:
Puesto que una economía subdesarrollada se caracteriza precisamente por el hecho de que las empresas de alta productividad siguen siendo la excepción y no la regla, basta con dejarles una parte de su excedente neto para que la desigualdad de desarrollo entre localidades industrializadas y no industrializadas, la desigualdad de desarrollo y de ingresos entre empresas arcaicas o que sólo disfrutan de un nivel medio de productividad y empresas tecnológicamente “avanzadas”, aumente en lugar de disminuir. Además, hay que insistir en esta idea fundamental del marxismo: toda libertad económica, toda “autonomía de decisión” y toda “espontaneidad” aumentan la desigualdad mientras coexistan empresas o individuos fuertes y débiles, ricos y pobres, favorecidos y desfavorecidos desde el punto de vista de la localización, etc.
Esta peligrosa tendencia señalada por Mandel se acentuó posteriormente y fue una de las causas de la ruptura de la federación yugoslava a principios de los años noventa.
Volviendo a Yugoslavia en la época del Gran Debate, Mandel consideraba que debía darse prioridad a la financiación de las empresas a través del presupuesto del Estado:
La lógica económica de una economía planificada es, pues, totalmente favorable a la inversión productiva a través del presupuesto, al menos para todas las grandes empresas. Lo que debe dejarse a las empresas es un fondo de amortización lo suficientemente importante para permitirles modernizar sus equipos cada vez que se renueven los equipos fijos (inversión bruta). Pero todas las inversiones netas deben realizarse según el plan, en ramas y localizaciones elegidas según criterios de preferencia extraídos de una visión global de la sociedad y de su economía.
Mandel añadió: «También en este aspecto, la tesis del camarada Guevara es correcta». A continuación, se refirió a un argumento esgrimido por quienes en Yugoslavia querían más autonomía para las empresas y disponer de una mayor parte de sus ingresos. Los partidarios de esta idea argumentaban, según Mandel, que «la descentralización de las decisiones de inversión sería una poderosa garantía contra la burocratización». A lo que respondió:
Esta tesis se basa en una confusión. Los yugoslavos tienen razón al señalar que el poder de la burocracia aumenta en la medida en que dispone libremente del excedente social. Pero los técnicos y economistas de la Comisión de Planificación sólo ‘disponen’ de este excedente en forma de cifras sobre el papel; el verdadero poder de disposición reside en el nivel de la empresa. Cuantos más recursos más allá del fondo de consumo (ingresos distribuidos e inversión social) se dejen a la libre disposición de las empresas, más se estimulará la burocratización, al menos en un clima de escasez y pobreza generalizadas, y más se crearán tentaciones de corrupción, robo, abuso de confianza y falsificación, tentaciones que no existen a nivel de la Comisión de Planificación, aunque sólo sea por los múltiples controles. La experiencia práctica de la “descentralización” yugoslava ha confirmado que fue una enorme fuente de desigualdad y burocratización a nivel de empresa.
Con respecto a las reformas en curso en la URSS en aquella época, Mandel en este artículo sólo hace una alusión para subrayar el hecho de que la mayor autonomía que se buscaba para las empresas y en la parte de los ingresos que podían retener servía en realidad a los burócratas y, en particular, a los directores de empresa que buscaban aumentar sus propios ingresos y su nivel de vida. Mandel escribió sobre las tesis defendidas en la Unión Soviética, en particular por el economista Yevsei Liberman: «Basta con observar atentamente los argumentos de estos economistas para ver que lo que realmente está en juego es la participación en los beneficios materiales de los burócratas, cuyo aumento debería ser, por así decirlo, el estímulo esencial para la expansión de la producción de las empresas». Mandel detalló notablemente su crítica en marzo de 1965 en la revista Quatrième Internationale[8].
La cuestión vital de la democracia socialista
Mandel presentó entonces un alegato en favor de la democracia socialista e intentó convencer a sus interlocutores cubanos de que se trataba de una cuestión vital. Y comenzó planteando la siguiente pregunta: «¿La posibilidad de una centralización completa de los recursos de inversión a nivel estatal no crea el peligro de una política económica global que favorezca a la burocracia, como fue el caso en la Rusia estalinista?» Al respecto, responde sin rodeos: «Por supuesto. Pero entonces, la causa no reside en la centralización en sí, sino en la ausencia de democracia obrera a nivel político nacional».
Y cita a Trotsky por segunda vez en el mismo artículo:
Sólo la coordinación de estos tres elementos, la planificación estatal, el mercado y la democracia soviética, puede asegurar la dirección correcta de la economía en el período de transición y garantizar no la eliminación de las desproporciones en pocos años (eso es utópico), sino su reducción y, por ese mismo hecho, la simplificación de las bases de la dictadura del proletariado hasta el momento en que nuevas victorias de la revolución amplíen el campo de la planificación socialista y reconstruyan su sistema. (León Trotsky: La economía soviética en peligro. Volumen I de Escritos 1928-1940, p.127).
Y añade:
Esto significa que una garantía real contra la burocratización depende de la combinación de la gestión obrera a nivel de la empresa y la democracia obrera a nivel del Estado. Sin esta combinación, ni siquiera la autonomía de las empresas logrará alterar el carácter autoritario, burocrático y (a menudo) erróneo de las decisiones económicas tomadas a nivel del gobierno y del Plan. Con esta combinación, la centralización de las inversiones – cuyas prioridades han sido establecidas democráticamente, por ejemplo por el Congreso Nacional de los Consejos Obreros – no fomenta la burocratización, sino que, por el contrario, elimina una de sus principales fuentes.
Sobre esta cuestión, que era esencial, Mandel no pudo apoyarse y coincidir con la posición del Che Guevara porque éste no la abordó abiertamente. Lo cierto es que durante las discusiones que mantuvieron en Cuba, Mandel intentó convencer al Che Guevara de la necesidad de adoptar una política favorable a la gestión obrera a nivel de empresa, a la democracia obrera a nivel de Estado, de la necesidad de contar con un congreso nacional de consejos obreros, es decir, de la necesidad de construir una democracia socialista[9].
La primerra visita de Ernest Mandel a La Habana duró siete semanas (entre marzo y abril de 1964) y su programa fue muy intenso. Mandel siguió de cerca lo que ocurría en Cuba y se reunió en varias ocasiones con el Che Guevara, quien le había pedido que interviniera en el debate que se estaba produciendo en el gobierno cubano, un debate en el que estaban implicadas personas con responsabilidades ministeriales del antiguo Partido Comunista estalinista pro-Moscú, como Carlos Rafael Rodríguez, y dirigentes políticos como Blas Roca, presidente del PSP y director del periódico Hoy. El antiguo Partido Comunista, cuyo nombre era Partido Socialista Popular (PSP), había denunciado durante años la naturaleza izquierdista pequeñoburguesa del Movimiento 26 de Julio fundado y dirigido por Fidel Castro, pero a mediados de 1958, 6 meses antes de la victoria, decidió unirse al movimiento insurreccional (véase anexo sobre el PSP).
Continúa el Gran Debate
En 1963-1964, los líderes pro-Moscú del PSP ocupaban importantes cargos directivos en el gobierno y en el nuevo aparato estatal (sobre todo en el aparato de seguridad) e intervinieron en el debate sobre la política cubana apoyando lo que procedía del Bloque del Este dirigido por Moscú. Entre los representantes de alto nivel del PSP se encontraban Carlos Rafael Rodríguez, presidente del Instituto de Reforma Agraria (INRA). Alberto Mora, que defendía las mismas posiciones que los dirigentes del PSP pero no era se contaba entre ellos, fue ministro de Comercio Exterior en 1963. Del otro lado estaba el Che Guevara, entonces ministro de Industrias, cuyas propuestas eran apoyadas y compartidas por Luis Alvarez Rom, ministro de Finanzas. Como ya se ha dicho, también participaron del debate dos personalidades marxistas internacionales, invitadas por cada una de las tendencias. El Che Guevara había invitado a Mandel, miembro de la IV Internacional (Secretariado Unificado), mientras que el PSP pro-Moscú había invitado a Charles Bettelheim, economista «estalinista» pro-Moscú de la época. Los documentos del Gran Debate fueron publicados y debatidos abiertamente en Cuba en 1963-1964. Decenas de miles de ejemplares aparecieron en la revista del Ministerio de Comercio Exterior, la revista del Ministerio de Industrias y la revista Cuba Socialista. Algo más de cuarenta años después, fueron reunidos en un libro publicado en Cuba en 2006 por el Centro de Estudios Che Guevara, dirigido por Aleida March, segunda esposa del Che, y la editorial australiana Ocean Press. Incluye 5 contribuciones del Che, 2 de Ernest Mandel y 1 de Charles Bettelheim. Estos textos habían sido previamente reunidos y publicados en 1969 por la revista argentina Pasado y Presente, en su número 5.
Lo que dividía a una parte de la dirección cubana era, en particular, la cuestión de la velocidad a la que se debía avanzar hacia el socialismo, si se debían seguir adoptando o no los métodos de Europa del Este y de Moscú, cuál era la importancia de la planificación centralizada, de los estímulos políticos y colectivos para aumentar la producción y de los estímulos materiales, es decir, los aumentos salariales, las primas, etc.
En 1967, en la revista francesa Partisans, Mandel resumió el Gran Debate, y en particular la posición del Che Guevara, de la siguiente manera:
La industria nacionalizada en Cuba se organizó en gran medida según el sistema de trusts (empresas consolidadas) por rama industrial, muy similar al modelo organizativo de la industria soviética durante algún tiempo. Estos trusts se financiaban con cargo al presupuesto central del Estado, y el control financiero lo ejercían los ministerios (de Industrias y Finanzas). El Banco sólo desempeñaba un papel secundario de intermediario.
Así pues, uno de los objetivos prácticos del debate económico de 1963-1964 era: o defender este sistema -que era el caso del camarada Guevara y de los que apoyaban en general sus tesis- o abogar por un sistema de autonomía financiera de las empresas (que conducía al principio de rentabilidad individual de estas últimas), tesis defendida por Carlos Rafael Rodríguez y muchos otros participantes en el debate.
La posición del Che Guevara parecía bastante pragmática en este caso. No pretendía que la gestión centralizada fuera un ideal en sí mismo, un modelo a aplicar de todas formas y siempre. Simplemente defendía la idea de que la industria cubana de entonces podía gestionarse con este método de la forma más eficiente. Los argumentos que daba eran esencialmente los siguientes: un número reducido de empresas (¡menos que en la única ciudad de Moscú en la URSS!); un número aún menor de gestores industriales y financieros; unos medios de comunicación bastante desarrollados, muy superiores a los de otros países que habían alcanzado un nivel de desarrollo de las fuerzas productivas comparable al cubano; la necesidad de una economía más estricta de los recursos y de su control, etc.
Mandel añade:
Algunos detractores de las tesis del Che Guevara han vinculado la cuestión de la mayor eficacia de la gestión descentralizada (y la autonomía financiera que de ella se derivaba) a la de los estímulos materiales. Las empresas que debían ser rentables eran empresas que debían someter todas sus operaciones a un cálculo económico muy estricto y que, por tanto, podían utilizar mucho más los estímulos materiales, implicando directamente a los trabajadores en el aumento de la productividad del trabajo, en la mejora de la rentabilidad de la empresa (por ejemplo, ahorrando en materias primas) y en la superación de los objetivos del plan.
La respuesta del Che Guevara fue esencialmente práctica. No rechazó la necesidad de un cálculo económico estricto en el marco del plan, ni el uso de estímulos materiales. Pero supeditó este uso a dos condiciones. En primer lugar, es necesario escoger estímulos materiales que no debiliten la cohesión interna de la clase obrera, que no den lugar a rivalidades entre los trabajadores. Para lograrlo, abogaba por un sistema de primas colectivas (para equipos o empresas, mucho más que un sistema de primas individuales). En segundo lugar, se oponía a cualquier generalización excesiva de las recompensas materiales, ya que tenían un efecto desestabilizador en la conciencia de las masas. Guevara quería evitar que toda la sociedad se viera saturada por un clima de egoísmo y obsesión por el enriquecimiento individual.
Hay que señalar que en la época del Gran Debate coexistían los dos sistemas. El sistema preconizado por el Che Guevara y Alvarez Rom se aplicaba en una parte de la industria (en particular la «gran» industria), mientras que el sistema de autonomía financiera de las empresas preconizado por Mora y Rafael Rodriguez se aplicaba en otra parte de la industria, así como en una parte de la agricultura y el comercio.
La contribución de Bettelheim, las réplicas del Che y Mandel
La contribución de Charles Bettelheim al debate fue particularmente conservadora, siguiendo la política del bloque dirigido desde Moscú. En su aporte al debate, se refiere diez veces a los escritos de Joseph Stalin. En ningún momento menciona la colectivización forzosa impuesta por Stalin, con todas sus dramáticas consecuencias. Presenta a los países de Europa Central y Oriental como los países socialistas más avanzados. También ataca a Rosa Luxemburgo[10]. En su texto no hay ningún aliento revolucionario, a pesar de que Cuba se encuentra en plena ebullición y de que los Ministerios de Industrias y Finanzas intentan promover un modelo adaptado a la realidad de la isla, negándose a aceptar los modelos de Europa del Este y de Moscú.
Bettelheim adoptó un enfoque mecanicista y determinista en línea con la concepción marxista dogmática que dominaba Europa del Este. En su opinión, el estado de las fuerzas productivas en Cuba hacía imposible aplicar políticas como las defendidas por el Che Guevara y Álvarez Rom.
El Che cuestionó la insuperable limitación impuesta por el insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas, explicando: «Consideramos que en este artículo de Bettelheim se han cometido dos errores fundamentales, que trataremos de aclarar. El primero se refiere a la interpretación de la correlación necesaria entre fuerzas productivas y relaciones de producción (…)». Luego plantea la pregunta: «¿En qué momentos las relaciones de producción pueden no ser un fiel reflejo del desarrollo de las fuerzas productivas?» y responde:
En los momentos de ascenso de una sociedad que avanza sobre la anterior para romperla, y en los momentos de ruptura de la vieja sociedad, cuando la nueva, cuyas relaciones de producción se establecerán, lucha por consolidarse y romper la vieja superestructura. Así, las fuerzas productivas y las relaciones de producción, en un momento histórico dado, analizadas concretamente, no siempre pueden corresponderse de forma totalmente coherente (…) En el gran entramado del sistema mundial del capitalismo en lucha contra el socialismo, uno de sus eslabones débiles, en este caso concreto Cuba, puede romperse. Aprovechando circunstancias históricas excepcionales y bajo la sabia dirección de su vanguardia, en un momento dado las fuerzas revolucionarias toman el poder y, sobre la base de la existencia de condiciones objetivas suficientes en materia de socialización del trabajo, avanzan, declaran el carácter socialista de la revolución y emprenden la construcción del socialismo. (en «La planificación socialista, su significado», Revista Cuba Socialista, año 4, n°4, junio 1964, pp. 13-24)
El Che también destaca el papel de la conciencia del pueblo como factor que permite superar los límites impuestos por el insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas e insiste en el papel consciente del Estado: «Las fuerzas productivas se desarrollan, las relaciones de producción cambian, todo espera la acción directa del Estado obrero sobre la conciencia» (en «Sobre el sistema presupuestario de financiamiento», publicado en febrero 1964). Hay que señalar que el Che Guevara utiliza aquí el concepto de Estado obrero, que también fue utilizado por Mandel y la IV Internacional para caracterizar al Estado cubano de la época.
Según Bettelheim (y Mora por la parte cubana), no era posible considerar que, en el sector nacionalizado, se pudieran abandonar las relaciones de mercado. A lo que Guevara replicó (al igual que Mandel): «negamos la existencia de una categoría mercantil en la relación entre empresas estatales» (en «Sobre el sistema presupuestario de financiamiento» publicado en febrero 1964 y en «La planificación socialista, su significado» en junio 1964).
En respuesta a Bettelheim, Mandel defendió la posición de Guevara, señalando:
En el período de transición del capitalismo al socialismo, hay una supervivencia parcial de la producción mercantil y de la economía monetaria, pero los medios de producción no son mercancías, en la medida en que circulan en el sector nacionalizado. Este debate puede parecer bizantino y talmúdico, pero tiene muchas implicaciones, en particular para el grado de autonomía del Estado en la toma de decisiones económicas. Porque de la idea de que todo lo que se produce en el período de transición es producción de mercado se desprende la conclusión de que la ley del valor sigue rigiendo la economía. Una conclusión aún más grave es que, para los estalinistas, la autonomía de decisión es en realidad muy limitada, porque sólo podemos utilizar las férreas leyes de la economía que siguen rigiendo la evolución de la sociedad. Esta posición pseudomaterialista está en total contradicción con la idea de Marx del período de transición. Y, es el aspecto paradójico del asunto, esta posición teórica está también en total contradicción con el subjetivismo extremo de la práctica estalinista, que, aunque se refería constantemente a leyes económicas objetivas, fijaba precios arbitrarios y se comportaban como aventureros a la hora de planificar. (en «Las categorías mercantiles en el periodo detransición», publicado originalmente en Nuestra Industria, Revista Económica, año 2, no. 7, junio 1964)
Mandel añadió, en relación con Bettelheim, Mora y otros dirigentes cubanos partidarios de la aplicación de métodos importados del bloque de Europa del Este:
Para ellos, todo lo que se produce en Cuba es mercancía, por lo que hay que establecer criterios de rentabilidad para las empresas, es decir, necesitamos un modelo de desarrollo económico inspirado en la Unión Soviética. Había una lógica que llevaría a imitar fielmente, si no servilmente, la teoría y el modelo estalinista de organización de la economía en la Unión Soviética, con consecuencias para la estructura política del Estado obrero (entrevista «La economía de transición y el hombre nuevo», transcripción de un discurso grabado en 1965, citado por Janette Habel)
Mandel advirtió muy claramente contra las graves consecuencias de las políticas recomendadas por Bettelheim y Mora:
En términos concretos, el problema planteado por el camarada Bettelheim parece ser más bien el de equilibrar un excedente de demanda (en relación con el plan) mediante un suplemento de oferta movilizado (mediante reservas ocultas) bajo el impulso de los “precios de mercado”.
De hecho, esto equivaldría a legalizar e institucionalizar en cierto sentido el “mercado paralelo”.
No negamos que de este modo se podrían conseguir algunos aumentos de la producción. Pero hay que tener en cuenta
1. Que este método podría conducir a una gran injusticia social (…)
2. Que los precios formados por este “mercado libre” no tendrían nada en común con los costes medios de producción, y que provocarían inevitablemente distorsiones y una enorme especulación, que amenazaría con extenderse a la esfera de la producción y desorganizar el plan en ella. Podemos tomar útilmente el ejemplo de ciertos mercados mundiales de productos agrícolas, donde los precios se forman también según las fluctuaciones de la oferta y la demanda, determinados por los excedentes de la producción nacional de los grandes países exportadores, es decir, por una fracción insignificante de la producción mundial, lo que provoca periódicamente violentas fluctuaciones de precios. Incluso los economistas burgueses comprenden la necesidad de superar esta situación caótica en el marco de la economía capitalista: ¿es útil preconizar su introducción en el marco de una economía socializada?
3.Que este método corre el riesgo de provocar nuevas perturbaciones en lugar de un funcionamiento más armonioso de la industria socializada, ya que la existencia de dos sistemas de precios, uno bajo y otro alto, crea una tentación permanente para las empresas de desviar al “mercado libre” una parte de la producción destinada al mercado racionado/regulado, sobre todo en un régimen de autonomía financiera de estas empresas. A la larga, la lógica del sistema de “precios libres”, determinada por el equilibrio entre el exceso de demanda y el exceso de oferta, ejercerá una presión cada vez mayor para priorizar las inversiones en función de la magnitud de la demanda solvente insatisfecha.
Huelga decir que esto equivale a construir apartamentos de lujo antes que apartamentos populares, es decir, a recrear una lógica económica más próxima al capitalismo (donde las inversiones vienen determinadas esencialmente por el beneficio derivado de una demanda solvente) que al socialismo (donde las inversiones vienen determinadas por prioridades conscientemente elegidas según criterios socioeconómicos socialistas). (en «Las categorías mercantiles en el periodo de transición», en El Gran Debate, pp 206-207).
Cabe señalar que los argumentos esgrimidos por Mandel en 1964 sobre los peligros de las reformas pro-mercado han sido confirmados por los hechos a lo largo de las décadas posteriores, y siguen siendo válidos para analizar las reformas en curso en Cuba en la actualidad.
Frente a Bettelheim, que defendía las reformas procedentes del bloque del Este, el Che escribió:
Estamos regresando a la teoría del mercado. Toda la organización del mercado se basa en estímulos materiales… y son los directores los que ganan cada vez más. No hay más que ver el último proyecto de la República Democrática Alemana, y la importancia que concede a la gestión del director, o más bien a la remuneración de la gestión del director. («La planificación socialista, su significado», Revista Cuba Socialista, año 4, n°4, junio 1964, pp. 13-24.)
Es importante mencionar que unos años más tarde, a finales de los sesenta y principios de los setenta, Bettelheim se pasaría al otro extremo[11]. Mientras negaba la posibilidad de ir más allá de las relaciones capitalistas de mercado en el sector estatal, argumentando que el estado de las fuerzas productivas no lo permitía, adoptó una posición que seguía la política voluntarista aplicada por las autoridades chinas bajo Mao Tse Tung[12].
En su contribución al debate en Cuba, Bettelheim no concedió ninguna importancia al ejercicio del poder por los trabajadores, a la intervención del pueblo en la toma de decisiones[13], al control obrero, etcétera, en total oposición a las propuestas de Mandel. Bettelheim cita ampliamente a Lenin, pero sólo cuando se trata de justificar las políticas económicas vinculadas a las necesarias concesiones hechas a la economía de mercado para restablecer la alianza entre campesinos y obreros, nunca cuando se trata del papel de los sindicatos y de los peligros de la burocratización, aunque éstos fueran claramente mencionados por Lenin[14].
En su mencionada contribución publicada en La Habana en junio de 1964, en respuesta a Bettelheim, Mandel afirmó:
En materia de organización interna del trabajo y de la producción de la empresa, nosotros pensamos que es necesario en todo caso perseguir el fin de colocar la dirección en las manos de los trabajadores mismos (obreros y empleados). No se puede concebir el socialismo, y mucho menos el comunismo, sin este «ejercicio de las funciones dirigentes por todos los trabajadores siguiendo unturno. (El Gran Debate, p 210).
Por su parte, el Che expresó repetidamente su preocupación por la falta de participación de los trabajadores en la toma de decisiones. En una larga carta dirigida a Fidel Castro el 26 de marzo de 1965, cuando había decidido renunciar a sus responsabilidades gubernamentales, escribió: «¿Cómo hacer participar a los trabajadores? Esta es una pregunta que no he podido responder. Es mi mayor fracaso, sobre el que hay que reflexionar, porque concierne a la relación entre el partido y el Estado».
Quisiera abordar un punto suplementario del debate en Bettelheim y Mandel sobre el que, que yo conozca, ningún autor o autora ha hecho comentarios hasta ahora. Bettelheim afirmaba que las y los asalariados de las empresas del sector del Estado no vendían su fuerza de trabajo. «Así, el salario en la sociedad socialista (Bettelheim habla de la URSS y de su bloque, nota de Eric Toussaint) no es ya el precio de la fuerza de trabajo (puesto que los productores no están ya separados de sus medios de producción, sino que al contrario, son sus propietarios colectivos), sino la forma de distribución de una parte del producto social». Esta afirmación de Bettelheim estaba conforme con la posición de los autores soviéticos y de Stalin: puesto que el socialismo se había alcanzado en los países del bloque de Moscú, puesto que las y los trabajadores eran copropietarios de los medios de producción, era inimaginable que se pudiera afirmar que vendíeran su mercancía fuerza de trabajo a la empresa. Sin embargo, esta afirmación era contradictoria con la otra afirmación de Bettelheim según la cual los bienes de equipo o las materias primas intercambiadas por las empresas públicas eran mercancías (contrariamente a lo que afirmaban Che Guevara y Mandel). Pero dejémoslo ahí. Lo interesante es que Mandel expresa su desacuerdo con Bettelheim y los autores de los países del bloque de Moscú sobre la cuestión de la venta de la fuerza de trabajo. Mandel muestra que, en contradicción con la propaganda de Moscú, en una sociedad de transición al socialismo, la obrera o el obrero continúan vendiendo su fuerza de trabajo. Tras haberlo demostrado, afirma:
¿Porqué un miembro de una empresa colectiva, copropietario de la empresa, no podría venderle a esa empresa una propiedad individual? El fondo del problema reside en el hecho de que la fuerza de trabajo sigue siendo una propiedad privada (Mandel habla de una sociedad de transición del capitalismo al socialismo, E.T), cuando los medios de producción son ya (en lo esencial) una propiedad colectiva. Suprimir esta propiedad privada de la fuerza de trabajo, antes de que la sociedad pueda garantizar la satisfacción de las necesidades fundamentales de todos sus ciudadanos, supondría en realidad instaurar el trabajo forzoso… (El Gran Debate, p. 196).
Este argumento de Mandel es muy importante pues de ahí deriva la necesidad para las y los trabajadores de poder organizarse y actuar para plantear reivindicaciones en particular en materia salarial. A fortiori, es completamente necesario si se trata como en los países del bloque de Moscú entonces, de Estados obreros burocráticamente degenerados que han comenzado a evolucionar hacia la restauración capitalista.
Che Guevara sobre la banca y el crédito en la transición de Cuba al socialismo
Guevara, que fue presidente del Banco Nacional de Cuba entre noviembre de 1959 y principios de 1961, polemizó con Marcelo Fernández Font, presidente del Banco Nacional de Cuba en 1963-1964[15], durante el Gran Debate. Fernández Font, en una contribución al debate publicada en febrero de 1964 en la revista Cuba Socialista bajo el título «Desarrollo y funciones de la banca socialista en Cuba»[16] había criticado duramente el sistema promovido por el Che, afirmando que era mucho menos eficaz que el originado en la URSS y defendido por Alberto Mora, Carlos Rafael Rodríguez y apoyado por Charles Bettelheim. Mientras que en el sistema aplicado por el Che, las empresas eran financiadas por el presupuesto del Estado, en el sistema de autonomía financiera importado de Europa del Este y de la URSS, las empresas eran financiadas por el Banco Nacional de Cuba, que concedía préstamos con interés y controlaba sus actividades. Fernández Font consideraba que el sistema aplicado por el Che era perjudicial para la economía y para la transición al socialismo, ya que implicaba una emisión excesiva de dinero y aumentaba el déficit del Estado. Exigió aún más poder para el Banco Nacional, en particular otorgándole la tarea de controlar las empresas que operaban bajo el sistema aplicado por el Ministerio de Industrias, lo que no había ocurrido hasta entonces. El Presidente del Banco Nacional quería también que su organismo decidiera si una inversión determinada merecía ser financiada, lo que ya hacía en el sector en el que se aplicaba el modelo de Europa del Este y de la URSS.
En su respuesta titulada «El banco, el crédito y el socialismo», publicada en marzo de 1964 en la revista Cuba Socialista, el Che Guevara se opone frontalmente a los poderes que el presidente del Banco Nacional quiere extender sobre la economía del país y, en particular, sobre el sector de la economía donde se aplica el modelo de financiación de las empresas con cargo al presupuesto del Estado. También se opone a los préstamos con intereses concedidos a las empresas por el Banco Nacional. Rechaza la idea de delegar en el banco la función de control de las empresas. Considera que son funciones que corresponden a los bancos en el sistema capitalista, no en una sociedad en transición al socialismo[17].
Llegados a este punto, merece la pena hacer una importante observación general sobre el método de debate utilizado por una y otra parte. En sus diversas intervenciones, Mora, Fernández Font y quienes cuestionaban el sistema instaurado por el Che no declaraban abiertamente que estaban en desacuerdo con el ministro de Industrias y el ministro de Finanzas; criticaban las posiciones de «ciertos compañeros» sin nombrarlos. Es el caso, en particular, del artículo de Mora (ministro de Comercio Exterior) de junio de 1963 titulado «Sobre la cuestión del funcionamiento de la ley del valor en la economía cubana actual»[18] y del artículo de Fernández Font citado anteriormente. En sus respuestas, el Che Guevara asume sus responsabilidades y posiciones y les reprocha no tener el valor o la franqueza de identificar claramente el blanco de sus críticas. Lo hace en términos corteses pero sin concesiones. Esta es sin duda una de las cualidades del Che: la franqueza en el debate y la voluntad de llegar hasta el final.
La repercusión de Ernest Mandel en Cuba
Ernest Mandel tuvo un impacto significativo en Cuba en 1964 durante su estancia allí y posteriormente en la segunda mitad de los años sesenta y principios de los setenta. Se reunió con miembros del gabinete del ministro de Industrias, con el propio Che Guevara, con Álvarez Rom y miembros de su gabinete. Fue invitado a dar conferencias en la universidad. Hubo sesiones de lectura en grupo de capítulos del Tratado de Economía Marxista, que fue traducido al español por los cubanos y distribuido a dirigentes y cuadros, en particular en el Ministerio de Industrias y el Ministerio de Finanzas. Y luego en 1969, fue publicado por el Instituto del Libro.
Durante esta visita de 1964, no se reunió con Fidel Castro. El Che había querido que Fidel Castro y Mandel se reunieran y hablaran. Insistió, pero esto no ocurrió. La explicación es sencilla: la presión de los dirigentes del PSP y de Moscú era fuerte, por lo que Castro sin duda consideró que habría sido demasiado comprometedor tener una reunión con Ernest Mandel, perfectamente identificado por los soviéticos como dirigente de la IV Internacional y opuesto tanto al tipo de políticas que se aplicaban en la Unión Soviética y en los países de Europa Central y Oriental como a las que dirigentes pro-Moscú como Carlos Rafael Rodríguez querían aplicar en Cuba.
Durante su estancia en Cuba, Mandel también estuvo en contacto con Hilda Gadea, de origen peruano, primera esposa del Che, con quien mantuvo una relación política. Hilda expresó su interés por la IV Internacional y se reunió con Mandel para informarle sobre la situación de los trotskistas en Perú. Ella los había conocido durante un viaje a su país natal algún tiempo antes. En 1964 le envió varias cartas desde Cuba, a las que él respondió. También viajó a París, donde conoció en 1965 a Pierre Frank, miembro del Secretariado Unificado (SU) de la IV Internacional. Por último, estuvo en contacto con jóvenes cuadros cubanos que simpatizaban con las posiciones de la IV Internacional (véase el anexo sobre la IV Internacional), y también trató de protegerlos de la intimidación y la represión que miembros del PSP, que tenían una fuerte presencia en las fuerzas de Seguridad del Estado, estaban llevando a cabo contra los militantes trotskistas.
El Che, el discurso de Argel y su salida del gobierno cubano
Tras su salida de la isla, Mandel mantuvo sistemáticamente estrechas relaciones con Cuba. Tuvo contacto con el Che Guevara cuando éste pronunció un importantísimo discurso en Argel, en febrero de 1965. En este discurso, el Guevara criticó la actitud egoísta de los gobiernos del bloque oriental de los países llamados socialistas. Refiriéndose a los elevados precios exigidos por los países del bloque oriental en sus intercambios comerciales con los países del Tercer Mundo, dijo:
¿Cómo es posible llamar “beneficio mutuo” a la venta a precios del mercado mundial de productos brutos que cuestan a los países subdesarrollados esfuerzos y sufrimientos sin fin, y a la compra a precios del mercado mundial de maquinaria producida en las grandes fábricas automatizadas que existen en la actualidad? Si establecemos este tipo de relación entre los dos grupos de naciones, debemos convenir en que los países socialistas son, hasta cierto punto, cómplices de la explotación imperialista.
Fue un discurso muy valiente, que provocó un gran descontento en Moscú. Inmediatamente después de este discurso, Mandel y el Che tuvieron una llamada telefónica. Mandel estaba dispuesto a ir a Argel lo antes posible y el Che quería que fuera. Se puso en contacto con la embajada argelina para partir al día siguiente, pero no fue posible[22],
Al final del Gran Debate, salieron fortalecidas las posiciones alineadas con las del bloque dominado por Moscú. Fidel Castro no se implicó en el debate y no adoptó una posición pública. El Che, cuyas posiciones interferían claramente con los intereses de quienes detentaban el poder en Moscú y en los países de Europa del Este, renunció a todas sus responsabilidades gubernamentales y de liderazgo en Cuba.
En una larga carta (unas 37 páginas) a Fidel Castro fechada el 26 de marzo de 1965, que no se hizo pública en su totalidad hasta 2019[23], el Che comienza con una valoración muy crítica de la situación económica del país en quince páginas, luego en una decena de páginas resume el modelo de funcionamiento y financiación de la economía que defiende (sistema de financiamiento presupuestario) y a continuación en una docena de páginas desarrolla su pensamiento sobre el Partido y el Estado.
En la parte en la que defiende el modelo de financiación mediante el presupuesto del Estado frente al modelo adoptado en los países del Bloque de Moscú y en Yugoslavia, describe en términos muy duros una de las consecuencias de la evolución de estos países:
Se cierran fábricas y los obreros yugoslavos (y ahora polacos) emigran a los países de Europa Occidental, donde la economía está en auge. Son esclavos que los países socialistas envían como ofrenda al desarrollo tecnológico del Mercado Común Europeo.
En la sección final, donde aborda el funcionamiento de la economía, el Partido y el Estado:
¿Cómo hacer participar a los trabajadores? Esta es una pregunta que no he podido responder. Considero que este es mi mayor fracaso, y es una de las cosas sobre las que hay que reflexionar, porque implica igualmente el problema del partido y el Estado, las relaciones entre el partido y el Estado.
Sobre el partido, escribió:
Para cumplir su tarea de motor ideológico, el Partido y cada uno de sus miembros deben ser una vanguardia y, para ello, deben presentar la imagen más fiel de lo que debe ser un comunista. Su nivel de vida, es decir, el nivel de vida de los miembros del Partido, nunca debe superar, ni como cuadros profesionales ni como cuadros de producción, el nivel de vida de sus iguales. (…) Todo esto, procurando actuar de tal manera que se tenga siempre presente la lucha contra la tendencia a burocratizar el Partido, es decir, a convertirlo en un instrumento más de control estadístico del gobierno, o en un órgano ejecutivo, o en un órgano parlamentario, con mucha gente a sueldo y muchos corredores en jeep, yendo de una reunión a otra, etc. etc. etc. (…) El Partido, naturalmente, debe tener su propia organización, separada del Estado, aunque hoy haya a veces un cierto número de puestos en los que se mezclan el Partido y el Estado.
Sobre la formación de los cuadros del Partido, escribía al final de su carta:
Hacer de los cuadros del Partido un elemento de reflexión, no sólo sobre las realidades de nuestro país, sino también sobre la teoría marxista, que no es un adorno, sino una guía extraordinaria para la acción (los cuadros no conocen a Trotsky y a Stalin, pero los califican de “malos” de manera escolástica). Acabar con la escolástica y la apologética, ceñirá una disciplina única todas las dependencias del Partido, (pienso en Hoy).
En esta parte de su carta, el Che Guevara se refiere explícitamente al diario Hoy, controlado por los dirigentes del antiguo PSP, como ejemplo de tergiversación escolástica.
En cuanto al contenido de la larga carta del Che Guevara, hay que subrayar que no contiene ninguna voluntad de proponer y realizar reformas políticas para organizar una democracia socialista con el ejercicio efectivo del poder por los trabajadores. Este es sin duda uno de los defectos y errores del Che Guevara.
Segundo viaje de Mandel a Cuba
Mandel volvió a Cuba en junio de 1967 invitado por la dirección cubana. Hay que tener en cuenta que en junio de 1967, el Che Guevara estaba dirigiendo la guerrilla en Bolivia, por lo que la decisión de invitar a Mandel a La Habana fue una decisión tomada por la dirección cubana y Fidel Castro en ausencia del Che. El Che no pudo intervenir en esta decisión porque, materialmente, su nivel de comunicación con Cuba era muy limitado y ya no podía intervenir directamente en los debates. Mandel se quedó más de un mes y volvió a tener toda una serie de contactos importantísimos, porque en aquel momento Cuba jugaba un papel clave en la escena internacional, al haber fundado la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), una estructura esencial para que la corriente revolucionaria pudiera organizarse al margen del control directo de Moscú y de la China de Mao. En Cuba había una efervescencia de internacionalismo, debate y apertura en un contexto internacional que, por otra parte, desembocaría en Mayo del 68. Fidel Castro y la dirección del Partido Comunista de Cuba (fundado en 1965) adoptaron una actitud muy crítica hacia la dirección soviética. Por ejemplo, en una resolución del Comité Central de septiembre de 1967, se denunció el revisionismo de Moscú y su política de coexistencia pacífica.
En aquella ocasión, Ernest Mandel estaba acompañado por su compañera Gisela Scholz, que más tarde se convertiría en dirigente de la IV Internacional. A su regreso a Bélgica, Ernest Mandel publicó varios artículos en el semanario La Gauche en apoyo a la revolución cubana y a la OLAS.
Pocos meses después del regreso de Ernest Mandel a Europa, se dio a conocer la trágica muerte del Che Guevara, asesinado por la CIA y el ejército boliviano el 8 de octubre de 1967. Ernest Mandel escribió inmediatamente un homenaje a la memoria del Che en el semanal La Gauche. Decía: «La revolución cubana y latinoamericana ha perdido a uno de sus principales dirigentes; hemos perdido a un camarada muy querido». Se reprodujo en los órganos de la IV Internacional .
Mandel y Cuba en los años 90
A finales de 1989, Mandel escribió un breve artículo polémico sobre la forma en que los partidarios de la Glasnost y la Perestroika querían reivindicar el legado del Che. Ernest comienza su artículo así:
De los muchos intentos por recuperar el legado del Che, el último no es el menos sorprendente. Destacar la ‘afinidad espiritual y psicológica’ entre el Che y Gorbachov en relación con los “valores del socialismo” es la arriesgada empresa emprendida por Kiva Maidanicki en Perestroika: la revolución de las esperanzas, un libro publicado en 1987 en Nicaragua. La entrevista fue realizada por Marta Harnecker, una periodista muy conocida en Cuba, a menudo inspirada por una postura incondicionalmente prosoviética, a quien parecía habérsele confiado una misión de buenos oficios entre los PC latinoamericanos “ortodoxos” y la corriente fidelista. Sin embargo, este intento de recuperación —incluso bajo la etiqueta de perestroika— presenta una serie de dificultades.
Mandel resumió entonces las ideas del Che en el Gran Debate:
Las reformas económicas de mercado no figuraban entre los “valores del socialismo” a los que el Che estaba particularmente apegado. Su hostilidad a las reformas preconizadas por Liberman y Trapeznikov en los años 60 era bastante clara; estaba en contra de la introducción del “cálculo económico” basado en la autonomía financiera de las empresas, y en contra de un sistema salarial basado sobre todo en estímulos materiales, el trabajo a destajo y las primas. La oposición del Che no provenía de ningún desprecio por las “leyes y mecanismos económicos”: era partidario de una planificación rigurosa y de un sistema presupuestario centralizado que implicara el control de las inversiones y los préstamos sobre la base de intereses generales y no sectoriales, en nombre de la construcción de un socialismo concebido como un sistema radicalmente distinto de la sociedad capitalista, basado en categorías opuestas a las del beneficio y la mercancía. Consideraba que el uso de las categorías mercantiles debía limitarse a los sectores menos socializados cuando fuera imposible hacerlo de otro modo. “Con las armas podridas legadas por el capitalismo -la mercancía como unidad económica, la rentabilidad, el interés material individual como estímulo- corremos el riesgo de llegar a un callejón sin salida”. La experiencia histórica lo confirma.
A continuación, Mandel ataca la afirmación de Kiva Maidanicki de que las posiciones del Che en el Gran Debate no forman el «núcleo de la concepción del Che como teórico». Y afirma:
El Che creía que la movilización de las masas y su toma de conciencia podían ser estimuladas por una política internacionalista alentadora de los procesos revolucionarios, por la lucha contra la burocracia y la corrupción, por el comportamiento ejemplar de los dirigentes y el desarrollo de la democracia socialista, aunque en este sentido su concepción era limitada.
También denuncia los acuerdos de Gorbachov con Ronald Reagan a costa del proceso revolucionario en marcha en Centroamérica a finales de los ochenta:
Todo cuadra: el Internacionalismo del Che habría aceptado difícilmente la prioridad dada al “diálogo” diplomático con EEUU en detrimento de los procesos revolucionarios en el Tercer Mundo, que quedaron reducidos a la categoría de meros “conflictos regionales”. En un momento en que Nicaragua carecía de petróleo, concedido escasa y condicionalmente por el gobierno soviético, Gorbachov se planteaba reducir su ayuda militar al nivel de armas ligeras del tipo utilizado por la policía.
También quisiera mencionar un episodio relativo a las relaciones entre Mandel y Cuba, en el que estoy directamente implicado. Se remonta a 1992 y se refiere al diálogo entre Marta Harnecker, de la que acabamos de hablar, y Mandel. Harnecker había sido miembro del Partido Socialista chileno durante la presidencia de Salvador Allende y era muy conocida como divulgadora de las ideas marxistas, en particular a través de su folleto Los conceptos elementales del materialismo histórico. Vivía en Cuba y era compañera de Barbarroja, apodo de Manuel Piñeiro Losada, camarada de confianza de Fidel Castro y responsable de todas las operaciones guerrilleras en América Latina apoyadas por la dirección cubana. Yo estaba en estrecho contacto con Marta Harnecker desde 1988-1989 y con Manuel Piñeiro Losada desde 1991. Harnecker y yo nos habíamos conocido en Managua en los años 80 y en 1990, en el marco del apoyo que dimos, como IV Internacional, al proceso revolucionario sandinista, y ella vivía entonces en Managua. Tras el fracaso de los sandinistas en las elecciones de 1990, Harnecker regresó a Cuba y yo iba allí con regularidad porque formaba parte de la dirección de la coordinación contra el bloqueo estadounidense de Cuba, la coordinación creada en Bélgica, una coordinación muy amplia, que reunía a partidos políticos, entre ellos la IV Internacional y otros partidos como el Partido Comunista de Bélgica y grandes movimientos de solidaridad, ONG como Oxfam Solidaridad, por ejemplo. En aquella época, me invitaron a Cuba como miembro del Buró Político de la sección belga de IV Internacional. En este contexto, mantuve conversaciones regulares con Marta y Barbaroja.
En 1992, Harnecker fue invitada a Bruselas por el Partido del Trabajo de Bélgica (PTB), un partido de origen maoísta, todavía muy influido por el estalinismo en aquella época. Allí dio una conferencia que fue en parte abucheada, porque se refirió a Trotsky, y era inconcebible en una reunión de cuadros del Partido del Trabajo de Bélgica decir algo positivo sobre Trotsky. Cuando estaba en Bruselas, se puso en contacto conmigo porque tenía muchas ganas de conocer a Mandel. Fuimos juntos a hablar con Ernest. La charla duró dos horas y media o tres en su casa de Schaerbeek. Fue un año después del colapso de la Unión Soviética y su implosión. Cuba, que dependía en gran medida de sus intercambios económicos con la URSS, se vio sumida en una gravísima crisis económica. Las autoridades de la isla respondieron declarando un período especial. Dados los efectos de la desintegración de la Unión Soviética, las relaciones económicas entre Cuba y Moscú habían caído en picada, especialmente en lo concerniente al suministro de petróleo. La situación económica en Cuba era extremadamente difícil y existía una gran preocupación por el colapso de la Unión Soviética. Marta Harnecker se acercó a Mandel y le dijo:
Escucha, camarada Ernest, sería realmente importante tener tu visión de las razones del colapso de la Unión Soviética. Tú eres es una de las únicas personas que le puede dar una explicación coherente y a quien Fidel Castro escucha. Me gustaría contar con tu beneplácito para que cuando yo regrese a Cuba pueda ponerme en contacto con Fidel Castro y convencerle de que te invite para presentar tu análisis sobre el fin de la Unión Soviética.
Discutimos sobre el contenido: por qué el colapso y cuál era la naturaleza de la Unión Soviética, cuál era la naturaleza de la perestroika y la glasnost, cómo analizar la política de Gorbachov, este intento de autorreforma de la burocracia soviética que, en última instancia, había conducido a la implosión de la Unión Soviética. ¿Significaba esto la victoria de la restauración del capitalismo, que estaba en marcha, con las privatizaciones y la terapia de choque aplicadas a las diversas repúblicas surgidas de la Unión Soviética? El debate fue constructivo. Pero Ernest le dijo a Marta:
Escucha, he estado en Cuba dos veces, soy totalmente solidario con Cuba por el bloqueo americano, pero estoy convencido de que Fidel Castro no querrá verme, no querrá tener un verdadero debate. En 1964 y 1967 me di cuenta de que, incluso si me invitaban y con su consentimiento, no había ninguna posibilidad de que Fidel Castro se reuniera conmigo y mantuviera un debate en el que pudiera haber un aspecto interno y otro externo. Así que puedes intentar convencerle, pero casi no hay ninguna posibilidad de que Fidel quiera reunirse conmigo y de que eso pueda ocurrir.
Hasta el final de su vida, Mandel expresó su apoyo al pueblo cubano frente al bloqueo impuesto por Estados Unidos, saludó la iniciativa de Fidel Castro de reclamar el impago de las deudas contraídas con el Tercer Mundo y se mostró dispuesto a debatir y exponer sus ideas sobre la revolución. Si se hubiera reunido con Fidel Castro, si hubiera mantenido un diálogo público con él, no cabe duda de que habría planteado la cuestión de la democracia socialista como condición sine qua non para avanzar en el proceso de transición al socialismo.
Conclusiones
Ernest Mandel no tardó en ver la importancia de la revolución cubana y hasta el final de su vida en julio 1995 se solidarizó con Cuba. Expresó su apoyo a las principales posiciones del Che Guevara en el Gran Debate económico sobre la política a seguir en Cuba en la transición al socialismo. Lo hizo ya en el cuarto trimestre de 1963, cuando tuvo conocimiento de las posiciones defendidas públicamente unos meses antes por el Che.
El Che y los dirigentes que compartían sus opiniones, como el Ministro de Finanzas, Luis Álvarez Rom, invitaron a Ernest Mandel a Cuba y éste intentó contribuir a reforzar sus posiciones frente a los partidarios de las políticas aplicadas en el bloque dirigido por Moscú, distanciándose al mismo tiempo de las posiciones adoptadas por los dirigentes yugoslavos (excomulgados por Stalin desde 1948).
En cada una de sus intervenciones, Mandel intentó introducir en el debate la cuestión de la democracia socialista, de la participación directa de los trabajadores y del pueblo en el proceso de toma de decisiones. Insistió muy claramente en la necesidad vital de dar prioridad a la toma de decisiones por el pueblo. Sobre este punto, el Che, aunque consciente de los problemas que planteaba la falta de participación de los trabajadores, no adoptó el mismo punto de vista que Mandel y la IV Internacional.
Mandel siguió dando una importancia central a esta cuestión en numerosos textos, discursos, debates y resoluciones de congresos, incluyendo, por poner sólo dos ejemplos, la antología de 1970 «Control obrero, consejos obreros, autogestión» y su contribución a la redacción del texto sobre «Democracia socialista y dictadura del proletariado», del que lo que sigue es un extracto:
La democracia socialista pluralista y viva, la libre confrontación de opciones entre diferentes prioridades, la independencia de las organizaciones políticas y sociales respecto al aparato del Estado, no son un lujo reservado a los países más ricos, que los países más pobres deban aplazar hasta tiempos mejores. Para cualquier revolución socialista, son una exigencia funcional, para dominar las contradicciones de la economía, reducir las desproporciones, superar las injusticias, extraer de la conciencia colectiva los medios para superar las dificultades. Los derechos civiles y sociales de hombres y mujeres, el Estado de derecho, la democracia política sin restricciones, la democracia de los productores asociados, la planificación democráticamente centralizada, el recurso necesario pero limitado a los mecanismos de mercado y la autogestión se complementan necesariamente en la construcción de una sociedad socialista. Un solo eslabón perdido basta para pervertir el conjunto. (Manifiesto adoptado por el 13º Congreso Mundial de la IV Internacional en febrero de 1991. Folleto especial de la IV Internacional, París, 1993).
Además de las posiciones defendidas en el Gran Debate y de las profundas convergencias entre el Che Guevara y Ernest Mandel en aquella ocasión, podemos añadir otros puntos de acuerdo:
-La necesidad de un debate público sobre las grandes opciones entre las que elegir.
-El rechazo del Che a recurrir a la represión para combatir las ideas en el seno de la izquierda (lo que le llevó en marzo de 1965, antes de su partida hacia el Congo, a liberar de la cárcel a los militantes trotskistas cubanos miembros del POR-T).
-La necesidad de recurrir a la lucha armada como parte de una estrategia revolucionaria para extender la revolución socialista. En este sentido, Ernest Mandel había pedido en 1964 y obtenido a petición de los militantes trotskistas de Bolivia que recibieran entrenamiento militar en Cuba. Hay que señalar que Ernest Mandel no era partidario de una versión militarista o foquista de la estrategia de lucha armada. Un ejemplo claro es la ruptura entre el PRT-ERP argentino y la IV Internacional en 1973.
– La necesidad de extender la revolución al mayor número de países posible era el leitmotiv del Che Guevara, con la perspectiva de crear 1, 2, 3, 4, 5 Vietnams y desarrollar el internacionalismo. Para Mandel y la Cuarta Internacional, éste era también un objetivo vital.
– También hay que señalar que existían importantes diferencias de apreciación entre Ernesto Che Guevara y Ernest Mandel en cuanto a las posibilidades de la lucha revolucionaria en los países más industrializados. En las notas que escribió en Praga en 1966 a su regreso del Congo y antes de volver secretamente a Cuba para preparar su partida hacia Bolivia, Ernesto Che Guevara afirmó varias veces que no creía que la clase obrera de los países más industrializados estuviera preparada para librar luchas radicales. Por su parte, Mandel y la IV Internacional estaban convencidos del potencial anticapitalista de la clase obrera en los países del Norte y en los tres sectores de la revolución mundial. Si Ernesto Che Guevara no hubiera sido asesinado en octubre de 1967 y hubiera experimentado el impresionante auge de las luchas obreras y estudiantiles en Europa a partir de 1968 y en la primera mitad de los años 70, tal vez habría reconsiderado el juicio que expresó en 1966-1967.
El debate con el Partido Socialista Popular (PSP)
Veamos cómo analiza el órgano del PSP estalinista el asalto al cuartel Moncada en julio de 1953:
El 26 de julio, la camarilla burguesa-latifundista y proimperialista que se había impuesto en el país con el golpe de estado reaccionario del 10 de marzo de 1952 logró, de hecho, un nuevo golpe de estado, esta vez dirigido a acentuar el carácter reaccionario de su gobierno y a eliminar toda una serie de obstáculos que se oponían a sus planes.
La estéril y equivocada rebelión en Oriente, que culminó con el asalto a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo y fue fácilmente sofocada por las fuerzas militares del régimen, sirvió de pretexto -a pesar de las buenas intenciones que pudieran haber inspirado a sus autores- para barrer con los restos de legalidad existentes y asestar un duro golpe al movimiento democrático de masas, que entonces se estaba desarrollando y amenazaba seriamente con frustrar todos los planes del gobierno. (…) Está bien establecido que nuestro partido no sólo no tomó parte en los acontecimientos de Oriente, sino que se opone a estas tácticas burguesas y golpistas, porque son falsas, porque se desarrollan al margen de las masas, porque son perjudiciales para la lucha de las masas que es la única capaz -a través de su desarrollo natural hasta las formas más elevadas y combativas- de conducir a la victoria contra la reacción y el imperialismo (Extractos del informe presentado por A. Díaz en nombre de la Comisión Ejecutiva Nacional en la sesión plenaria del Comité Nacional del PSP, reunido el 6 de abril de 1954, en Michaël Löwy, El Marxismo en America latina, Edit. LOM, Chile, 2007).
Fernando Martínez Heredia resumió así el planteamiento del PSP sobre los objetivos de la lucha en Cuba antes de la victoria de enero de 1959: «Agrarios», «antiimperialistas», «contra los residuos feudales», «por el desarrollo nacional». Según el PSP era necesario buscar y encontrar una clase burguesa nacional que desempeñara un papel positivo y activo frente al bando que reunía a los proimperialistas del mercado internacional y a los feudales o semifeudales del campo. Sería la burguesía nacional positiva contra la burguesía mercantil. Pero la historia decidió otra cosa.
Tras la victoria revolucionaria de 1959, el PSP, en nombre de la doctrina estalinista de la revolución por etapas, se opuso firmemente al giro socialista de la revolución cubana. Una cita ilustra claramente esta orientación: en agosto de 1960, cuando el gobierno revolucionario cubano empezó a intervenir en las empresas y a expropiar a los grandes propietarios, esto es lo que dijo Blas Roca, secretario General del PSP, en la VIII Asamblea Nacional del Partido:
«(…) en la etapa actual, democrática y antimperialista, es necesario — dentro de los límites que se establezcan — garantizar los beneficios de las empresas privadas, su funcionamiento y su desarrollo (…). Ha habido excesos, ha habido intervenciones abusivas que se habrían podido evitar (…). Intervenir en una empresa o una fábrica sin que haya razón suficiente no nos ayuda, porque eso irrita y vuelve contra la revolución (…) a elementos de la burguesía nacional que deben y pueden mantenerse del lado de la revolución en esta etapa (…).» Blas Roca, Balance de la labor del Partido desde la última Asamblea Nacional y el desarrollo de la revolución, La Habana, 1960, pp. 87–88.
En 1962 estalló un grave conflicto entre Fidel Castro y la vieja guardia del PSP. Esta última, creyendo que había llegado el momento de «recuperar» la Revolución en su propio beneficio, y fortalecida por las relaciones cada vez más estrechas establecidas con el bloque del Este, se dedicó a infiltrarse en las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), etapa intermedia imaginada por Castro con vistas a crear el Partido Unido de la Revolución Socialista Cubana (PURSC). La «lucha contra el sectarismo» puso fin inmediata y rápidamente a estos intentos. Moscú no intervino en la disputa. En la lucha por la supremacía en el mundo comunista que le enfrentaba a China desde principios de los años sesenta, la Unión Soviética no podía permitirse el lujo de comprometer su apoyo al primer régimen socialista de América Latina. Este último gozaba de un prestigio evidente en el Tercer Mundo.
Veamos algunas citas de Fidel Castro sobre la crisis de la ORI:
¿Estábamos realmente construyendo un verdadero partido marxista? (…) No estábamos integrando las fuerzas revolucionarias. No estábamos organizando un partido. Estábamos organizando, inventando, haciendo una camisa de fuerza, un yugo, camaradas. No estábamos construyendo una asociación libre de revolucionarios, sino un ejército de revolucionarios domesticados y amaestrados (…) El camarada que recibió la confianza —nadie sabe si la recibió o se la atribuyó— ¿por qué fue nombrado? ¿O por qué se impuso espontáneamente en este frente, recibiendo la tarea de organizar las ORI como secretario de la organización? (…) Aníbal Escalante lamentablemente cayó, compañeros, en los errores que aquí estamos destacando (…). Consideramos que Aníbal Escalante no actuó torpe o inconscientemente, sino deliberada y conscientemente (…). ¿Y cuál era la naturaleza del núcleo? ¿Era un grupo revolucionario? Era más bien un cuartel de revolucionarios, proveedores de privilegios, que nombraban y destituían funcionarios y administradores, y que por lo tanto no podía tener el prestigio que debe acompañar a un núcleo revolucionario y emanar exclusivamente de su autoridad ante las masas, de la calidad intachable de sus miembros como trabajadores y revolucionarios ejemplares. No era más que un cenáculo donde mendigar favores, bienes y privilegios. Y en torno a este cenáculo, por supuesto, se daban las condiciones propicias para la formación de una cohorte de adoradores que nada tenían que ver con el marxismo ni con el socialismo (…). Esta histeria de mando, esta “gubernomanía” se apoderó de nuestro camarada (…). ¿Cómo se desarrollaron estos cenáculos? Te lo diré: en todas las provincias, era el secretario del PSP quien se convertía en secretario general de la ORI. En cada cenáculo, era un miembro del PSP quien se convertía en secretario general del cenáculo… (Extractos de «Versión íntegra del discurso de Fidel Castro, 26 de marzo de 1962», en Œuvre révolutionnaire, No. 10, La Habana, 1962).
Tras este gran conflicto, Escalante fue enviado a Checoslovaquia durante dos años, pero el PSP conservó una influencia considerable en varios ministerios clave, los servicios de seguridad, los sindicatos, la prensa y el sistema educativo.
Un libro publicado en La Habana en 2006, titulado Apuntes críticos a la economía política, contiene una serie de textos del Che Guevara, así como actas de reuniones internas del Ministerio de Industrias. En una de estas actas, fechada el 22 de febrero de 1964, el Che Guevara dice sobre el asunto de Escalante:
El error fundamental de Aníbal, el error que hay que analizar más profundamente, no son las aspiraciones personales de Aníbal. Eso es una cuestión personal, una desviación de tipo personal, eso no hubiera traído mayores problemas, si no hubiera ocurrido que Aníbal en su cargo de secretario de Organización tenía que controlar todos los aparatos del partido que se habían convertido en aparatos ejecutores. En consecuencia, toda la supervisión ideológica dependía de una serie de señores que eran al mismo tiempo ejecutores y controladores, cosa imposible.
A principios de octubre de 1967, un amplio sector de antiguos miembros del PSP, dirigidos por Escalante, que había regresado del exilio, fue denunciado por Fidel Castro de haber organizado una microfracción dentro del Partido Comunista fundado en octubre de 1965. Unos cuarenta miembros de la microfracción fueron detenidos, juzgados y condenados a prisión. Los miembros de la microfracción fueron acusados por su acción fraccional en relación con la embajada soviética, y las de Checoslovaquia y Alemania Oriental. Escalante, condenado en enero de 1968 a 15 años de prisión, fue puesto en libertad en 1971. Ocho acusados fueron condenados a 12 años, 8 a 10 años, 6 a 8 años, 5 a 4 años, 6 a 3 años y 1 a 2 años. Como un síntoma más del distanciamiento de Cuba con Moscú, Fidel Castro anunció que el Partido Comunista de Cuba no asistiría a la reunión de líderes pro-Moscú del Partido Comunista que se realizaba en Bulgaria en marzo de 1968. Anticipándose a posibles represalias de Moscú, el gobierno cubano ordenó a la administración «adoptar todas las medidas y gestiones necesarias para ahorrar el mayor combustible posible» («La reunión del Comité Central», Granma, La Habana, Año 4, N°24, 28 de enero de 1968).
La Cuarta Internacional y los trotskistas en Cuba en la década de 1960
La dirección de la IV Internacional había apoyado con entusiasmo la revolución y sus primeros logros desde el derrocamiento del dictador Batista el 1 de enero de 1959. En Cuba había un grupo de militantes de la IV Internacional, a los que se unieron otros militantes de Argentina y Uruguay. Trotskistas cubanos habían participado en la lucha insurreccional en las filas del movimiento 26 de julio. Es el caso de uno de los estrechos colaboradores del Che, Roberto Acosta, militante trotskista desde los años 30, que había participado en el movimiento de lucha armada dirigido por Fidel, el Movimiento 26 de Julio, en los años 50. Tras la victoria, surgieron desacuerdos en el seno de la IV Internacional sobre la relación a mantener con las autoridades revolucionarias. ¿Debía crearse una organización trotskista autónoma? ¿Cuáles eran las tareas prioritarias? La mayoría del pequeño grupo trotskista del PORT (Partido Obrero Revolucionario Trotskista) se había decidido por la autoafirmación, mientras que la mayoría de los miembros del SU de la IV Internacional eran partidarios de acompañar el proceso sin construir ni desarrollar un partido autónomo. Las discrepancias entre la mayoría de la IV Internacional y el principal dirigente latinoamericano, el argentino Juan Posadas, iban mucho más allá del marco de la actitud a adoptar en apoyo a la revolución cubana. Juan Posadas y sus partidarios decidieron finalmente, en la primavera de 1961, abandonar la IV Internacional y crear su propia organización Internacional. Durante la crisis de los misiles de octubre de 1962, su organización internacional y el PORT, que formaba parte de ella, defendieron la idea de que Cuba debía utilizar armas nucleares contra el imperialismo estadounidense. Esto significaba sacrificarse como pueblo para borrar al imperialismo de la faz del planeta y permitir que el socialismo triunfara en los demás continentes. Los miembros del PORT no eran los únicos revolucionarios en Cuba que defendían esta posición. Era una posición inaceptable que la IV Internacional rechazó.
En marzo de 1965, seis miembros del PORT fueron condenados a penas de entre 3 y 8 años de prisión por cargos totalmente extravagantes. Se les acusó de ser agentes del imperialismo estadounidense. Unos meses más tarde, fueron liberados gracias a la intervención directa de Che[19] que invitó a su oficina a Roberto Acosta Hechevarría, uno de los dirigentes del PORT, quien estaba en detención desde hace dos meses (sin haber sido condenado). Lo llevaron custodiado por dos oficiales de la seguridad del estado. Como ya fue mencionado, Roberto Acosta trabajaba junto al Che en el Ministerio de Industrias al frente del departamento de Normas y Metrología. Según Roberto Acosta, él y el Che tuvieron un intercambio positivo y constructivo sobre el trotskismo. Al final, Che Guevara obtuvo la liberación de Roberto Acosta y de sus camaradas encarcelados en Santiago de Cuba[20].
Aparte de los miembros del PORT con los que, a pesar de los desacuerdos, el SU de la IV Internacional mantenía relaciones, otros activistas en Cuba reforzaron su colaboración, en particular desarrollando intercambios regulares de cartas con Mandel y Joseph Hansen (uno de los antiguos secretarios de Trotsky desde 1937 hasta su asesinato, que fue miembro del SU y de la dirección del SWP en Estados Unidos) que visitó la isla en varias ocasiones, con dirigentes de la sección canadiense de la IV Internacional y, en viajes a París, con Pierre Frank. Livio Maitán, que también era miembro del SU, siguió de cerca la situación en Cuba, aunque en el marco de un reparto de tareas entre dirigentes dio prioridad a Sudamérica. Vázquez Menéndez fue uno de los miembros del PORT que, a pesar de la separación del SU de la IV Internacional, mantuvo contactos regulares con Mandel.
Entre los cubanos que compartían las opiniones del SU estaban Nelson Zayas (25 años), que trabajaba en el Ministerio de Relaciones Exteriores; Javier de Varona (24 años), abogado y profesor de filosofía, y Walterio Carbonell (44 años), un cubano afrodescendiente que escribió un libro titulado Como Surgió la Cultura Nacional, publicado en 1961[21]. Carbonell, que había conocido personalmente a Fidel Castro durante sus estudios, también entró en contacto con los Panteras Negras en Estados Unidos unos años más tarde.
El autor desea dar las gracias a Rafael Acosta, Christian Dubucq, Michaël Löwy, Maxime Perriot, Claude Quémar, Pierre Salama, Catherine Samary y Patrick Saurin por sus relecturas. También a Christian Dubucq su ayuda en la búsqueda de documentos.
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[1] Este estudio ha sido publicado en Cuba por la revista Temas n°117, enero-marzo 2024, páginas 116 a 132. Es la segunda parte de un artículo anterior: Éric Toussaint, «Ernest Mandel (1923-1995) activista internacionalista y revolucionario en pensamiento y acción», publicado por Rebelión el 14/08/2023 https://rebelion.org/ernest-mandel-1923-1995-activista-internacionalista-y-revolucionario-en-pensamiento-y-accion/
[2] El Che entendía y hablaba francés
[3] Ernest Mandel utilizó varios seudónimos: Ernest Germain, Henri Valin, Pierre Gousset y, en la Cuarta Internacional, utilizó el seudónimo Walter.
[4] Véase Alberto Mora, «En torno a la cuestión del funcionamiento de la ley del valor en la economía cubana en los momentos actuales», artículo publicado en la revista del Ministerio de Industrias, Nuestra Industria, Revista Económica, año 1, n°3, octubre de 1963, pp 10-20. La frase de Stalin citada por Mandel procede directamente de este artículo de Alberto Mora.
[5] Hay que recordar que en abril de 1961 Fidel Castro había proclamado «el carácter socialista de la revolución cubana» y Ernest Mandel estaba efectivamente convencido de que el triunfo de la revolución cubana en 1959 y las medidas adoptadas por el gobierno revolucionario cubano confirmaban la teoría de la revolución permanente e iniciaban un proceso de transición al socialismo. En 1963, Mandel describió a Cuba como un estado obrero en transición al socialismo.
[6] Más adelante en el artículo, Mandel volvió a abordar esta cuestión: «Hay que hacer cálculos rigurosos de los costes de producción y saber para cada mercancía si la producción está subvencionada o no. Pero nada permite concluir que los precios deben estar “determinados por la ley del valor”, es decir, por la ley de la oferta y la demanda. Si esta conclusión tiene algún sentido para los medios de consumo, no lo tiene para los medios de producción que, repitámoslo, no son mercancías, al menos en su gran mayoría. E incluso los medios de producción que siguen siendo mercancías -los que son producidos por el sector privado o cooperativo para su entrega al Estado, y los que el Estado suministra a empresas privadas o cooperativas- no pueden “venderse a su valor” so pena de favorecer, en determinadas condiciones, la acumulación privada primitiva en detrimento de la acumulación socialista».
[7] Che Guevara había visitado Yugoslavia en 1959 y había resumido una opinión preliminar crítica sobre la experiencia en curso. Ver la cita del Che que hace Carlos Tablada en El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara, Casa de las Americas, La Habana, 1987, p. 69-70.
[8] Ernest Germain, «Les réformes Liberman-Trapeznikov de la gestion des entreprises soviétiques», Revue Quatrième Internationale, marzo de 1965, pp. 14-21. Ernest Germain, «Soviet Management Reform», International Socialist Review, Vol.26 No.3, verano de 1965, pp.77-82 https://www.marxists.org/archive/mandel/1965/03/sovreform.htm
[9] Véase Jan Willem Stutje, Ernest Mandel Un révolutionnaire dans le siècle, Éditions Syllepse, París, 2022, 454 páginas. P. 257.
[10] Bettelheim escribe sobre «Rosa Luxemburgo quien, desde una perspectiva ‘izquierdista’, cree que en la sociedad socialista ya no existen leyes económicas y que, por lo tanto, la economía política se vuelve irrelevante». Para apoyar su argumento, cita un extracto de un texto en el que ella declara: «… la economía política como ciencia ha cumplido su papel desde el momento en que la economía anárquica del capitalismo deja paso a una economía planificada, conscientemente organizada y dirigida por el conjunto de la sociedad obrera. La victoria de la clase obrera contemporánea y la realización del socialismo significan, pues, el fin de la economía política como ciencia» (Einführung in die Nationalekonomie, Ausgewählte Reden und Schriften, Berlín, 1951, vol. 1, p. 491). Contrariamente a lo que Bettelheim nos quiere hacer creer, esta cita no dice en absoluto que en el socialismo ya no habrá leyes económicas. Es más, Rosa Luxemburgo habla del fin de la economía política una vez alcanzado el socialismo, no de la sociedad en transición al socialismo. Lo cierto es que los economistas estalinistas trataron de denigrar a Rosa Luxemburgo.
[11] En su debate con Paul Sweezy (1910-2004) y la Monthly Review tras la invasión de Checoslovaquia en agosto de 1968 por las tropas del Pacto de Varsovia, Bettelheim escribió que «el proletariado (soviético o checo) ha perdido su poder en beneficio de una nueva burguesía, lo que hace que la dirección revisionista del Partido Comunista de la Unión Soviética sea hoy el instrumento de esta nueva burguesía». En el mismo artículo, Bettelheim considera que el vigésimo congreso del PCUS (celebrado en 1956 y es considerado como el congreso de la desestalinización) marca la llegada al poder de la nueva burguesía y el abandono de la línea proletaria que predominó en el período anterior. Esta posición de Bettelheim justifica el uso del epíteto estalinista a su respecto, ya que en aquella época seguía considerando que bajo Stalin el proletariado estaba en el poder. Como señala Jérôme Leleu en la nota siguiente, Bettelheim cambió de posición a principios de los años ochenta. Además, en sus intercambios con P. M. Sweezy, Bettelheim criticaba el «oscurantismo» (¡sic!) de las posiciones desarrolladas por Fidel Castro y el Che Guevara, afirmando que su rechazo del mercado ocultaba los verdaderos problemas. Bettelheim consideraba, al igual que estalinistas de diversas tendencias e izquierdistas sectarios, que la dirección cubana del Movimiento 26 de Julio era pequeñoburguesa. Esta es también la caracterización hecha por Samuel Farber, que en la década de 2000 produjo una serie de escritos caracterizando al PSP como proletario y al Movimiento 26 de Julio como un movimiento de «déclassés» y pequeño-burgueses, incluso «bohemio» en el caso del Che Guevara. Véase la acertada crítica de Janette Habel y Michaël Löwy hacia Farber, «Che Guevara: pensar en tiempos de revolución», La Tizza Cuba, publicado el 10 julio 2023,https://medium.com/la-tiza/che-guevara-pensar-en-tiempos-de-revoluci%C3%B3n-b4ccc585bc53
[12] Según Jérôme Leleu: «El pensamiento de Charles Bettelheim fue extremadamente fluido a lo largo de toda su vida. Teórico de la planificación y de las estrategias de desarrollo desde su tesis de posgrado en 1939, en los años sesenta teorizó en particular sobre la ley de correspondencia entre las relaciones de producción y el carácter de las fuerzas productivas, en un momento en que se interesaba especialmente por la transición al socialismo. Desde finales de los años 60 y durante los años 70, refutó sus tesis anteriores sobre la primacía de las fuerzas productivas e insistió progresivamente en el papel de la Política, la Ideología y el Partido durante el período de transición al socialismo desde una perspectiva leninista, apoyada en su enamoramiento del maoísmo y de la experiencia revolucionaria china» añade Leleu: «En los años 80, volvería a refutar su visión anterior matizando el leninismo y demostrando en el último volumen de «Luchas de clases en la URSS» que la Revolución rusa sólo había conducido a un «nuevo tipo» de capitalismo y que la toma del poder por los bolcheviques en 1917 sólo había sido obra de una intelligentsia que sofocó las aspiraciones de la población rusa en su conjunto».
[13] En 1968-1969, en el intercambio público de cartas con Paul Sweezy de la Monthly Review que hemos mencionado, Bettelheim afirmó que el plan «debe elaborarse y aplicarse sobre la base de la iniciativa de las masas». Al mismo tiempo, utilizó a China como modelo para la transición al socialismo, lo que muestra los límites de la visión de Bettelheim sobre la iniciativa de las masas y su intervención real en la toma de decisiones.
[14] Yo analicé las posiciones de Lenin sobre estas cuestiones en «Lenin y Trotsky frente a la burocracia y a Stalin. Revolución rusa y sociedad de transición», mayo 2019, publicado por Rebelión, https://rebelion.org/docs/256387.pdf
[15] Cabe señalar que en junio de 1964 Marcelo Fernández Font sustituyó a Alberto Mora como Ministro de Comercio Exterior. Alberto Mora se convirtió en colaborador del Che Guevara en el Ministerio de Industrias.
[16] Marcelo Fernández Font, «Desarrollo y funciones de la banca socialista en Cuba», Revista Cuba socialista, año 4, n°30, febrero 1964, p. 32 à 50.
[17] El Che Guevara reafirmó la misma posición sobre la banca y el crédito en Apuntes (ya citados) publicados en 2006 en La Habana, p. 174 a 178.
[18] Alberto Mora, «En torno a la cuestión del funcionamiento de la ley del valor en la economía cubana en los actuales momentos», Revista Comercio exterior, n°3, junio 1963.
[19] Véase Éric Toussaint, Idalberto Ferrera Acosta (1918-2013), trotskysta cubano – publicado el 29/07/2013 por Anticapitalistas, https://www.anticapitalistas.org/spip.php?article28716 Véase también Rafael Acosta de Arriba, «El final del trotskismo organizado en Cuba. Parte 1» publicado el 13 Abril 2023, https://revistacomun.com/blog/el-final-del-trotskismo-organizado-en-cuba-parte-1/ «El final del trotskismo organizado en Cuba. Parte 2», publicado el 14 Abril 2023, https://revistacomun.com/blog/el-final-del-trotskismo-organizado-en-cuba-parte-2/ . Sobre el trotskismo en Cuba antes de la revolución de 1959, léase Éric Toussaint, Eric Toussaint «Revolucionarios olvidados de la historia. Los trotskystas cubanos de los años 1930 a 1959», publicado el 25/07/2013 por Rebelión https://rebelion.org/revolucionarios-olvidados-de-la-historia/
[20] Ver el testimonio de Roberto Acosta en la parte final de «El final del trotskismo organizado en Cuba. Parte 2» mencionado arriba.
[21] Walterio Carbonell, Como Surgió la Cultura Nacional, primera edición en 1961, Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, 2005.
[22] Jan Willem Stutje, Ernest Mandel Un révolutionnaire, p. 263.
[23] Ernesto Che Guevara, «La otra carta de despedida del Che a Fidel» firmada el 26/03/1965 publicada el 14 junio 2019 por Cuba Debate http://www.cubadebate.cu/especiales/2019/06/14/epistolario-de-un-tiempo-carta-a-fidel/#.XRy8Vo8pDIU
Fuente: https://jacobinlat.com/2024/06/23/ernest-mandel-la-cuba-revolucionaria-y-ernesto-che-guevara/