En este texto me propongo ubicar algunos problemas viejos que persisten, o se exacerban en el contexto actual, a la hora de pensarnos como actores de una respuesta frente a la avanzada de las clases dominantes sobre nuestras condiciones de vida. Poner el eje en lo que nos pasa como laburantes es ya un posicionamiento, que busca eludir las miradas que colocan lo estatal como única dimensión posible de la política. Lejos de considerar que el Estado se está “destruyendo desde adentro” como declama el gobierno, lo que algunes observamos es que el Estado está en un proceso de desmantelamiento en lo que refiere a sus políticas de contención social, pero en una etapa de fortalecimiento en sus aspectos
policiales y de control. La cantidad de medidas llevadas adelante por el gobierno en estos sentidos, y la propaganda permanente de las mismas, con una espectacularización sin igual que busca capturar de modo permanente nuestra atención a través de exacerbar lo aberrante, apunta en la misma dirección: ampliar y otorgar centralidad al Estado represor como actor principal en la dirección del proyecto de las clases dominantes. Este proceso tiene como uno de sus efectos la sensación de que no hay ningún actor por fuera de la órbita del Estado y del mercado, que serían quienes deciden todo, produciendo impotencia entre les laburantes, que observan como espectadores en la realidad el mundo distópico que antes veían en Netflix y otras plataformas para la dominación cultural. En esta línea, un análisis de la etapa que vivimos no puede pensar sólo la debilidad o fortaleza del gobierno en términos de unidad de las clases dominantes o variables económicas, sino en cuanto a los procesos de organización, y desorganización de los sectores populares, que en una relación dialéctica frenan o posibilitan el avance del Capital. Como decía Malatesta, “el límite de la opresión del gobierno es la fuerza que el pueblo se muestra capaz de oponerle”.
¿Cómo venimos entonces desde abajo?
Desde fines de 2023 se viene dando un proceso muy lento de desgaste del gobierno, que los medios hegemónicos leen a través de encuestas, una lectura sumamente espúrea en los términos que nos interesan, es decir en cuanto a una fuerza efectiva que pueda oponerse al proyecto de saqueo de la burguesía. Las encuestas son a la opresión estatal como los dichos de Lali, expresión de la banalidad y del desarme político, antes que manifestación de algún tipo de resistencia. Pero el discurso tecnocrático desde donde se piensa que la política es básicamente una cuestión de marketing, ha calado hondo en la
sociedad, y referentes del campo popular plantean sin sonrojarse que los números en las encuestas marcan una salida posible: un poco más de desgaste del gobierno y una mejor campaña propagandística electoral en unos años. Se les escucha decir que el error fue “no hablarle a los jóvenes o a los distintos sectores de trabajadores”, y que esto se resolvería segmentando los discursos, en una estrategia tomada del marketing, que como tal no busca producir sujetos políticos sino consumidores de chatarra. La apuesta siguiendo esa línea es también a hacer un mejor uso de las tecnologías, retrocediendo en el debate unos cien años, como si nunca hubieran existido Gramsci, Althusser, etc. y fuese posible todavía
pensar que cuestiones como las redes sociales son neutras y depende de quién las use tienen resultados revolucionarios o fascistas, contra toda evidencia. Buena parte de los sectores y las dirigencias que nos han traído hasta aquí, se ilusionan con estos atajos que imaginan y convocan a esperar a 2027, soñando con recuperar el gobierno para algún Massa o algún Scioli dentro de 3 años. Más allá de la brutalidad que supone proponer no hacer nada mientras se generan 3 millones de nuevos indigentes, es un error de análisis que remitiría a otras cuestiones pensar que la crisis social argentina se puede abordar con mejores técnicas de propaganda y con que todes aprendamos a movernos en tik tok, cuando son múltiples y complejos los cambios que han ocurrido, de los cuales la ultraderecha en el gobierno es apenas un emergente. Esta apuesta a la espera se articula con y produce un estado social de indiferencia, de inacción, que profundiza la crisis. La mayor parte del proletariado calificado, el sector de profesionales urbanos, que reconoce la situación que padecemos, están en esta posición, sabiendo que la crisis no les afectará en sus condiciones básicas de existencia. Juegan a mirar para otro lado, a no organizarse, mientras casi 30% de les menores de 14 años pasan hambre. Esta complicidad con la crueldad disfrazada de alta estrategia política hay que nombrarla, apuntando a conmoverla, y entendiendo también que la apatía en un nivel extradiscursivo es también un modo de soportar la situación, niveles de malestar difíciles de elaborar sin una comunidad que acompañe y sostenga la capacidad de afectarse.
¿Cómo hacer para no estar apático pero tampoco desbordado permanentemente por la angustia y el enojo en un contexto de precarización total de la vida, de ecocidio, de retroceso de derechos que se creían conquistados? Pienso que la lucha es uno de los modos en que se viene canalizando el malestar. Pese a la escalada represiva, importantes sectores de la sociedad se han ido movilizando de forma más o menos espasmódica los últimos meses: ya sea subordinados a la burocracia en marchas de tipo más catárticas usadas luego como instrumento de la negociación por arriba, como los paros generales o las marchas universitarias convocadas por el radicalismo; ya sea por afinidad sectorial o sentimental, como el Bonaparte y la solidaridad que generó en la comunidad. Hay un componente emocional y de desorganización que une algunas de estas protestas, donde por más que convoque la CGT quienes adhieren y movilizan lo hacen individualmente, sin mayor interés en organizarse políticamente. Mientras que jubilades o asambleas barriales expresan mayores niveles de organización, el rasgo general es el espontaneísmo: se concurre a las marchas principalmente para visibilizar una situación, para expresar algo, no como parte de una estrategia en el tiempo que nos permita realmente resistir la miseria impuesta desde arriba y en donde los actores tenemos que ser necesariamente nosotres.
¿Cómo se organiza la rabia? En menor escala, se vienen dando a la par que avanza el proyecto de la burguesía, distintos intentos por organizarse y resistir, entre los que podemos nombrar el resurgimiento de las asambleas barriales. Las oscilaciones en la participación que alcanzaron, muchas de ellas hoy disueltas, pero otras persistiendo y proyectándose, suelen ser pensadas por el activismo como procesos naturales de “flujo y reflujo”. Lejos de esa posición, la metáfora de las oleadas pienso que simplifica y obtura pensar qué ocurre realmente en los procesos. Más que natural, diría que hay prácticas políticas más o menos conscientes que facilitan o dificultan la organización, y que requieren ser puestas una vez
más en debate. Digo una vez más porque poco hay de novedoso para quienes tenemos algunos años en experiencias de organización, y algo de ese desánimo se palpa entre quienes volvemos a toparnos con los mismos problemas. Es que la organización asamblearia (aunque podríamos extrapolarlo a la organización política en general), no es tanto el paraíso de “un gobierno de asambleas para toda la nación” pregonado en 2001, sino que es una forma de resistencia con ventajas y desventajas, como todas. Incluso pienso que hacer asambleas hoy en día ha de ser mucho más difícil que hace unos años, porque la grupalidad en sentido amplio está en crisis, por todos lados desborda lo social y en cada pequeño ámbito es más engorroso ponerse de acuerdo y llegar a consensos, es la época del individualismo, por eso gobierna la ultraderecha. Volver a las asambleas barriales es como regresar entonces para encontrarse con las mismas mañas, de las cuales podríamos nombrar principalmente la dificultad para lograr la unidad en la lucha en lo concreto, sin que la disputa interminable entre tendencias termine expulsando rápidamente a compañeres o produciendo esciciones, o sin que quienes pierden momentáneamente alguna discusión abandonen el espacio. Estuvieron quienes en diciembre de 2023 quisieron encontrar en las asambleas y los cacerolazos un rápido 2001, sin entender los tiempos de
los procesos y pretendiendo que tomen un rol para el que no estábamos preparades, con el saldo de frustración. Fueron parte de estos meses los debates entre peronismo e izquierda, con pocas ganas ambos sectores de poder coincidir en algo asumiendo lo irreconciliable. Y también están quienes nunca se acercaron, o quienes abandonaron por ver el camino asambleario muy agotador o por preferir otras formas de organización. Sin embargo, en este contexto, algunes pensamos que las asambleas no pueden varias cosas pero son irremplazables, en tanto posibilidad concreta, accesible, de apoyo y de resistencia. Han servido todos estos meses para la contención anímica pero también para acercar nuevamente a muches a la política, para organizar y acompañar las luchas. Pienso que sería un error pretender que las asambleas ocupen todos los roles necesarios en la sociedad, o que lo hagan todo el tiempo: no son un espacio de afinidad ideológica, no son un lugar de experimentación política, no son un espacio gremial. Se trata en ellas de poder coincidir en algo, sin necesariamente coincidir en todo. En tiempos de impotencia generada desde arriba, es preciso acompañar nuestros procesos de organización de una narrativa propia que reconozca las limitaciones pero también las fortalezas del camino trazado. Y es
preciso persistir, seguir nombrando lo que hay que mejorar para tener posibilidades de triunfar, “trabajar” nuestras organizaciones y procesos colectivos. Contra el desánimo, en un presente donde casi nadie imagina un futuro para el país, urge seguir apostando a lazos de solidaridad: así venimos sobreviviendo todos estos meses en los barrios, y así es como nos permitimos soñar, todavía, con reconstruir un proyecto de emancipación para la región argentina.