Guerra, hegemonía y el desafío al dominio occidental
Por Nahuel
El capitalismo monopolista moderno a escala mundial: las guerras imperialistas son absolutamente inevitables en un sistema económico de este tipo, mientras exista la propiedad privada de los medios de producción.
Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916)
Una presentación necesaria
El modelo de guerra permanente, a la que asistimos, no solo es una herramienta de dominación, sino una pieza esencial del sistema económico y político de la hegemonía incontrarrestable del capitalismo en esta fase. Este enfoque combina la explotación de recursos, el control geopolítico y la maximización de ganancias económicas, todo a costa de la soberanía y estabilidad de las naciones afectadas.
Este texto se hace a partir de lecturas de artículos, recopilados en la página web de la Escuela Popular Permanente1 que enfocan sus tratamientos en explicar el curso de la guerra actual, su razón de ser en el contexto de la decadencia de lo que conocemos por imperialismo, en su fase claroscuro, cuyo monstruo ya ha mostrado sus primeros estertores.
En el sentido anterior, y de manera pedagógica, nos centraremos en aspectos tales como:
- El declive del orden unipolar y el ascenso del multipolarismo que representan una de las transformaciones más significativas en la historia reciente.
- El sistema político-financiero hegemónico, construido sobre siglos de supremacía occidental, enfrenta un momento de crisis histórica.
- El desafío al dólar como moneda hegemónica que representa un cambio estructural en el sistema financiero global, liderados por los BRICS+.
- La rivalidad entre Estados Unidos y China refleja la tensión inherente en el ascenso de una nueva potencia mundial que desafía la hegemonía de una potencia establecida.
- Las guerras regionales como componentes de una estrategia global más amplia diseñada por Occidente para mantener el control político, económico y militar a nivel mundial.
- La intensificación de la injerencia estadounidense Nuestramérica bajo el pretexto de «seguridad hemisférica», militarizando conflictos y controlando recursos estratégicos como litio y agua, mientras contrarresta la influencia china y rusa.
- El riesgo de un escalamiento global no es inevitable, pero las tendencias actuales hacia la confrontación y la militarización en Europa y América Latina, representan un desafío crítico para la estabilidad internacional.
La guerra como herramienta de dominación global
La guerra es un componente central de la estrategia de dominación de la supremacía político-financiero occidental, particularmente liderado por Estados Unidos y sus aliados. Esta estrategia se consolida en el contexto de la expansión de un modelo de “guerra permanente” y se sitúa a finales de la década de 1990 con la intervención de la OTAN en Yugoslavia. Este conflicto marcó un cambio hacia una nueva forma de violencia internacional, caracterizada por su intensidad, duración indefinida y justificación a través de narrativas de «intervención humanitaria». Desde entonces, este modelo se ha replicado en múltiples escenarios globales.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 marcaron un giro hacia una política exterior agresiva bajo la doctrina neoconservadora. Con el argumento de la «guerra contra el terrorismo», Estados Unidos emprendió campañas militares devastadoras en Oriente Medio y África, como las guerras en Afganistán, Irak, Libia y Siria. Estas intervenciones buscaron no sólo eliminar amenazas percibidas, sino también garantizar el control de recursos estratégicos y consolidar la hegemonía occidental.
El negocio de la guerra
La dominación político-financiero utiliza las guerras no solo como herramienta de dominación, sino también como una fuente de lucro. La lógica es doble. Por una parte, provocar y financiar conflictos alimentando disputas regionales o nacionales que luego se convierten en guerras abiertas. Esto genera un mercado para el armamento, la reconstrucción y el endeudamiento de las naciones involucradas. El genocidio en curso en el Congo o el golpe militar en Siria, alimentando matanzas brutales, son claro ejemplo de esto; y por otro, la apropiación de recursos por cuanto tanto los países vencedores como los derrotados son despojados de activos estratégicos, empresas y recursos naturales, consolidando el poder económico de la supremacía occidental.
Los grandes bancos y consorcios financieros occidentales han financiado históricamente a ambos lados de los conflictos bélicos. Esto asegura que el occidente obtenga beneficios independientemente del resultado.
En la actualidad, los conflictos en Ucrania, Siria, Yemen y otras regiones son analizados como parte de esta misma lógica. Más allá de las razones aparentes, como la defensa de derechos humanos o la lucha contra el terrorismo, subyacen intereses económicos y estratégicos:
- Mantener la hegemonía financiera: Desestabilizar regiones estratégicas para evitar el ascenso de potencias emergentes como China y Rusia.
- Hacer negocios con la guerra: Incrementar el poder de las industrias armamentistas y financieras al explotar los conflictos.
Además de los enfrentamientos convencionales, se destacan las «guerras híbridas», que combinan acciones militares, económicas, cibernéticas y mediáticas. Estas estrategias buscan desestabilizar gobiernos adversos sin necesidad de declarar una guerra abierta. Ejemplos incluyen las «revoluciones de colores», auspiciadas por agencias como la CIA, que fomentan cambios de régimen alineados con los intereses de Occidente.
El declive del orden unipolar y el ascenso del multipolarismo
El orden unipolar, que ha sido la base de la hegemonía occidental durante más de tres siglos, está siendo erosionado por el auge de nuevas dinámicas de poder que representan una transformación histórica. Este proceso tiene raíces económicas, políticas, y estratégicas, marcando un cambio fundamental en el sistema internacional.
El predominio occidental, liderado por Europa y posteriormente por Estados Unidos, ha tenido tres pilares principales:
- Supremacía militar: Desde la Revolución Industrial, las potencias occidentales han mantenido una superioridad armamentística que les ha permitido imponer su voluntad en el resto del mundo.
- Control financiero: Instituciones como el Banco de Inglaterra (fundado en 1694) y posteriormente la Reserva Federal de Estados Unidos (1913) han sido claves en la creación de un sistema financiero global centrado en el dólar.
- Hegemonía ideológica: La promoción de valores asociados a la democracia liberal y el libre mercado ha servido para legitimar las intervenciones y las políticas económicas occidentales.
Este orden unipolar se consolidó después del colapso de la Unión Soviética en 1991, cuando Estados Unidos quedó como la única superpotencia global.
El “desorden” multipolar
En contraposición, se produce un cambio hacia un orden multipolar liderado por actores como China, Rusia y otros países agrupados en los BRICS+ (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica +).
Este proceso está impulsado por la emergencia de China como superpotencia, Rusia como potencia re- emergente y los BRICS+.
Durante las últimas cuatro décadas, China ha mantenido un crecimiento económico sostenido, consolidándose como la segunda economía mundial y la principal fuerza manufacturera global.
En 2013 China lanza un megaproyecto de infraestructura y conectividad que busca conectar Asia, Europa y África mediante corredores comerciales y de inversión. Más de 140 países participan en este proyecto, lo que desafía directamente el sistema económico dominado por Occidente, al mismo tiempo que, es una potencia en telecomunicaciones sólo equiparable a Estados Unidos.
Por otra parte, Rusia ha mantenido su estatus como potencia militar, especialmente en términos de capacidad nuclear y desarrollo de armamento hipersónico.
Su colaboración con China, especialmente en términos de política energética y militar, ha sido fundamental para contrarrestar la influencia de la OTAN y Estados Unidos, pasando a ser un actor clave en los mercados de gas y petróleo, lo que le otorga una influencia significativa en Europa y Asia.
Al mismo tiempo los BRICS están trabajando en mecanismos para realizar transacciones en monedas locales, reduciendo la dependencia del dólar estadounidense y han ganado relevancia como un foro alternativo para la cooperación internacional, atrayendo a otros países como Irán, Arabia Saudita y otros.
A través de iniciativas como el Nuevo Banco de Desarrollo, buscan financiar proyectos de infraestructura y desarrollo en países del Sur Global sin las condiciones políticas típicas de instituciones como el FMI o el Banco Mundial.
Las crisis del dólar, del imperialismo y la polarización interna en occidente.
El Nacimiento del capitalismo financiero moderno lo podemos ubicar en la fundación del Banco de Inglaterra que marcó el inicio de un sistema donde los bancos centrales jugaron un papel fundamental en la creación y control de dinero. El banco introdujo un modelo donde el Estado financiaba sus guerras y expansiones imperiales a través de la emisión de deuda, respaldada por los ingresos futuros de impuestos. Esto sentó las bases para el vínculo entre el poder político y las instituciones financieras.
Este modelo permitió a Inglaterra convertirse en la potencia imperial dominante durante el siglo XVIII y gran parte del XIX, financiando su expansión global y consolidando el poder económico a través del comercio y la explotación colonial.
La creación de la Reserva Federal (FED) en 1913 estableció un sistema financiero global centrado en el dólar, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el dólar se convirtió en la moneda de reserva internacional bajo el acuerdo de Bretton Woods.
Instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, creadas bajo la influencia de Estados Unidos, se convirtieron en herramientas clave para imponer políticas económicas alineadas con los intereses del capitalismo financiero.
En la década de 1970, el acuerdo entre Estados Unidos y Arabia Saudita para vincular el comercio de petróleo al dólar consolidó aún más la posición dominante del primero. Sin embargo, en la actualidad enfrenta desafíos sustanciales debido al ascenso de economías emergentes y la transformación del panorama económico global.
El declive del orden unipolar está relacionado, entre otros factores, con el uso del dólar como arma geopolítica, a través de sanciones y restricciones financieras, lo que ha llevado a muchos países a buscar alternativas. La creciente desconfianza hacia el sistema financiero dominado por Estados Unidos ha impulsado la adopción de monedas locales y el interés en sistemas financieros alternativos.
En el sentido anterior, se puede afirmar que el sistema político-financiero hegemónico, construido sobre siglos de supremacía occidental, enfrenta un momento de crisis histórica.
El ascenso de economías emergentes y el desarrollo de alternativas financieras han comenzado a desafiar el dominio del dólar, las instituciones tradicionales y las herramientas de control como la deuda y las guerras. Aunque el futuro aún está en disputa, el mundo se encuentra en una transición hacia un sistema financiero más diverso y multipolar, lo que redefine la dinámica del poder global.
Guerras y deuda: Instrumentos de dominación en el sistema global
Las guerras han funcionado históricamente como instrumentos financieros al servicio de la expansión y consolidación del poder de las potencias hegemónicas. Desde las guerras napoleónicas hasta las dos guerras mundiales, las potencias occidentales financiaron sus conflictos mediante la emisión de deuda y la movilización de recursos financieros internacionales. Este mecanismo no solo permitió la sostenibilidad de los esfuerzos bélicos, sino que también sentó las bases para un sistema de control económico y político que se extendió más allá de los campos de batalla. Un ejemplo emblemático de este modelo se observa después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos implementó el Plan Marshall. Este programa no solo buscó reconstruir Europa devastada por la guerra, sino que también consolidó la influencia financiera y política estadounidense en la región, asegurando su hegemonía en el orden mundial de posguerra.
Paralelamente, la deuda se ha erigido como una herramienta fundamental de dominio en el sistema global. A través de instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI), se estableció un modelo en el que los países en desarrollo contraían deudas a cambio de la implementación de políticas de ajuste estructural. Estas políticas, lejos de fomentar el desarrollo autónomo, beneficiaron principalmente a corporaciones y bancos occidentales, mientras sometían a las economías locales a un ciclo de dependencia y subordinación. Este sistema, que algunos han denominado «neocolonialismo financiero», permitió que el poder político-financiero hegemónico controlara los recursos naturales y las economías de los países del Sur Global sin necesidad de una ocupación militar directa. Así, la deuda soberana se convirtió en un mecanismo eficaz para perpetuar la desigualdad y la explotación en el marco de un sistema global que privilegia los intereses de las élites financieras internacionales.
Desafíos actuales al sistema hegemónico
El ascenso de economías emergentes como la de China es un hecho incontrarrestable por occidente ya que se ha convertido en la segunda economía más grande del mundo. Ha establecido instituciones como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII) y promueve la desdolarización a través del comercio bilateral en monedas locales.
El bloque BRICS (cuyo anclaje está constituido por China y Rusia) está trabajando para desarrollar mecanismos financieros independientes, como la creación de una moneda común y bancos de desarrollo que no dependan del dólar. Esto incluye acuerdos bilaterales en monedas locales entre China, Rusia, Irán y otras naciones, y otros países están aumentando sus reservas de oro para reducir su dependencia del sistema financiero dominado por Estados Unidos.
Las criptomonedas, por ejemplo, son tecnologías que han introducido sistemas descentralizados que desafían la intermediación de los bancos tradicionales. Aunque aún son incipientes, representan una amenaza potencial al monopolio financiero tradicional.
El desafío al dominio del dólar y a las instituciones financieras occidentales marca una transición hacia un sistema financiero multipolar, donde múltiples monedas y centros de poder compiten en el escenario global, abriendo oportunidades para la autonomía económica de los países en desarrollo, también plantea riesgos de fragmentación y conflictos económicos entre las potencias emergentes.
La ascensión de China y la percepción de amenaza para Occidente
Desde que China inició sus reformas económicas bajo Deng Xiaoping en 1978, ha experimentado un crecimiento económico impresionante. Hoy en día, es la segunda economía mundial y un actor clave en la cadena de suministro global. A lo largo de las últimas décadas, China ha invertido de manera significativa en la modernización de sus fuerzas armadas, especialmente en tecnología de defensa avanzada, misiles y la construcción de una marina de guerra poderosa. Esto ha incrementado la preocupación de Estados Unidos y sus aliados en la región del Indo-Pacífico.
El rápido ascenso de China, junto con su impulso por la desdolarización (especialmente a través de iniciativas como el comercio en yuanes y la creación de instituciones como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura), representa una amenaza directa a la estructura financiera internacional liderada por Estados Unidos.
Estados Unidos ve a China no solo como un competidor económico, sino también como una amenaza geopolítica. Las políticas de China en áreas como el Mar de China Meridional, Taiwán y su acercamiento a países de África, América Latina y Europa son vistas por Washington como intentos de socavar la influencia estadounidense.
Por su parte China y Rusia han reforzado sus lazos económicos, especialmente a través de la iniciativa de la Franja y la Ruta, que busca conectar Asia, Europa y África mediante infraestructura, inversiones y comercio. Rusia, que busca diversificar su economía y reducir su dependencia de Occidente, se ha alineado estratégicamente con China en proyectos que desafían la influencia de los Estados Unidos y sus aliados.
A nivel militar, ambas potencias han llevado a cabo ejercicios conjuntos y han incrementado su cooperación en defensa, lo que genera preocupaciones en la OTAN y en Washington sobre un bloque de poder Eurasiano capaz de desafiar la hegemonía occidental.
Con la guerra en Ucrania como uno de los factores más recientes, Rusia y China han incrementado su colaboración en un contexto de sanciones y aislamiento occidental. El apoyo mutuo en la defensa de un orden mundial multipolar y la oposición a la influencia estadounidense en sus respectivas regiones ha fortalecido su alianza. Tanto China como Rusia abogan por un sistema internacional más multipolar que desafíe la hegemonía estadounidense, promoviendo una visión donde las grandes potencias no estén sometidas a las reglas impuestas por Occidente, sino que puedan definir sus propios caminos de desarrollo.
Las tensiones geopolíticas y la escalada militar
El Indo-Pacífico es crucial tanto para Estados Unidos como para China, ya que es una zona de alto comercio y geopolítica. La creciente militarización del Mar de China Meridional, donde China ha realizado construcciones artificiales y ha reivindicado derechos de soberanía sobre islas estratégicas, ha incrementado las tensiones con países como Filipinas, Vietnam y Japón, así como con Estados Unidos.
La cuestión de Taiwán es el principal punto de fricción entre Estados Unidos y China. Pekín considera a Taiwán una parte de su territorio y ha dejado claro que no descarta el uso de la fuerza para reunificar la isla con el continente. Para Estados Unidos, Taiwán es un aliado clave y un punto estratégico en la contención de China, lo que ha convertido a la isla en el centro de la rivalidad.
Ambos países (China – EE UU), especialmente China, están invirtiendo en capacidades militares avanzadas, como misiles hipersónicos, tecnología de inteligencia artificial y sistemas de defensa cibernética. Esto ha elevado la percepción de un conflicto potencial, ya que ambas potencias se preparan para una «disuasión» mutua.
Las tensiones en áreas como el Mar de China Meridional, Taiwán y la presencia militar de Estados Unidos en la región, combinadas con la creciente competencia armamentista, elevan el riesgo de un conflicto directo o de guerra por error de cálculo.
Mientras que Estados Unidos y China compiten por la hegemonía global, otras potencias como la Unión Europea, India, Brasil y Japón están jugando un papel crucial en el reequilibrio de poder. En este contexto, el sistema global se aleja del unipolarismo estadounidense y se dirige hacia un orden más multipolar, donde varias potencias podrían influir en las decisiones globales.
Al igual que durante la Guerra Fría, las potencias nucleares podrían encontrar en la disuasión mutua un freno para evitar el conflicto directo, pero también podrían crear nuevas tensiones geopolíticas y económicas que alteren el equilibrio global deviniendo en un “equilibrio del terror”.
Una prolongada rivalidad entre Estados Unidos y China podría resultar en un desacople económico y tecnológico, afectando las cadenas globales de suministro, la cooperación internacional, la estabilidad financiera global y el conflicto podría convertirse en una inevitabilidad trágica.
Conflictos regionales como parte de una estrategia global
Los conflictos regionales, como las guerras en Ucrania y Siria, y las llamadas «revoluciones de colores» promovidas por Occidente, son componentes clave de la estrategia global de Estados Unidos y sus aliados para mantener su hegemonía mundial. Estos conflictos no solo responden a dinámicas internas de los países involucrados, sino que son instrumentos estratégicos dentro de un juego geopolítico más amplio, cuyo objetivo es salvaguardar el orden internacional liderado por Occidente, preservar la influencia económica global, y contrarrestar los avances de potencias rivales, como Rusia y China.
Para Estados Unidos y la Unión Europea, Ucrania representa una parte crucial del espacio geopolítico que debe permanecer alineada con Occidente para evitar que Rusia recupere influencia sobre el continente europeo.
Occidente ha brindado un apoyo decisivo a Ucrania en términos militares, financieros y diplomáticos. Sin embargo, muchos analistas sostienen que el conflicto tiene un carácter «proxy», es decir, que no solo se trata de Ucrania como un actor autónomo, sino de un enfrentamiento indirecto entre Rusia y Occidente. Estados Unidos, a través de la OTAN, busca debilitar a Rusia, asegurarse de que el país no recupere una posición dominante en Europa del Este, y evitar que se desarrolle una alianza más estrecha entre Rusia y China.
La guerra en Siria, que comenzó en 2011 como parte de la llamada Primavera Árabe, rápidamente se transformó en una confrontación entre actores internacionales. Estados Unidos y sus aliados apoyaron a grupos rebeldes y a la oposición del presidente Bashar al-Assad, mientras que Rusia e Irán se alinearon con el régimen sirio. La guerra en Siria no solo responde a los intereses internos de la nación, sino también a la competencia geopolítica por el control de una región estratégica.
Siria, por su ubicación en el Medio Oriente, es crucial para las rutas de gas y petróleo, así como para el acceso a la cuenca mediterránea. El control sobre Siria permite a actores como Estados Unidos o Rusia proyectar su poder en la región, influir en los flujos de recursos energéticos y mantener o desafiar el equilibrio de poder en el Medio Oriente. Para Estados Unidos, el derrocamiento de un régimen aliado de Rusia es una manera de debilitar la presencia rusa en la región y despejar el terreno en Siria, para continuar con su plan de construir un gasoducto desde Qatar hasta Europa cruzando por ese país y por Turquía.
A lo largo de las últimas décadas, Estados Unidos ha recurrido a intervenciones militares en países como Irak, Afganistán y Libia, muchas veces bajo la justificación de la «lucha contra el terrorismo» o la «protección de los derechos humanos». Sin embargo, en muchos casos, estas intervenciones no han logrado estabilizar las regiones, sino que han generado condiciones propicias para la prolongación de la violencia, la creación de vacíos de poder, y el fortalecimiento de actores no estatales, como grupos yihadistas. La intervención en estos conflictos tiene la finalidad de desestabilizar gobiernos hostiles o de generar un control indirecto sobre territorios ricos en recursos o estratégicamente ubicados.
En algunos casos, las guerras no son solo de carácter militar, sino que también incluyen sanciones económicas, manipulación política, operaciones cibernéticas y desinformación. El uso de sanciones como una herramienta de presión económica contra países como Irán, Venezuela o Rusia, son ejemplos de cómo las «guerras híbridas» están destinadas a desestabilizar gobiernos contrarios a los intereses de Occidente sin recurrir directamente a la intervención militar.
Política militar de EE.UU. en América Latina: una estrategia de control y asedio
La política militar de Estados Unidos en América Latina y el Caribe responde a una estrategia de dominio geopolítico que combina la presencia de bases militares, la formación y adiestramiento de fuerzas armadas locales, el establecimiento de alianzas con gobiernos afines y la proyección de amenazas externas como justificación para la injerencia en la región. En este contexto, el Comando Sur de EE.UU. juega un rol central en la consolidación de una red de control militar con el objetivo de salvaguardar los intereses estratégicos de Washington frente a la creciente influencia de potencias como China y Rusia.
Uno de los pilares de la política militar estadounidense en la región es la instalación y mantenimiento de bases militares en puntos clave del continente. Estas infraestructuras no solo funcionan como centros logísticos, sino que también sirven para el despliegue de operaciones de inteligencia y ejercicios de guerra psicológica. La proliferación de estas bases, muchas veces encubiertas bajo acuerdos de «cooperación en seguridad», ha convertido a América Latina en una zona de ocupación silenciosa, donde la soberanía de los países se ve limitada por la presencia permanente de fuerzas extranjeras.

Bajo la dirección de la general Laura Richardson, el Comando Sur ha intensificado su intervención en América Latina con una agenda que enfatiza la «seguridad hemisférica» como pretexto para reforzar el control militar. Richardson ha reiterado la importancia de los «recursos estratégicos» de la región, como el litio, el agua dulce y los hidrocarburos, señalando que su protección es una prioridad para EE.UU. Esta postura refleja la continuidad de la Doctrina de Seguridad Nacional, utilizada en décadas anteriores para justificar el intervencionismo y la formación de ejércitos locales subordinados a los intereses de Washington.
EE.UU. ha intensificado la capacitación de fuerzas armadas y policiales en América Latina, promoviendo una lógica de militarización de los conflictos internos. En países como Argentina, Colombia y Brasil, se han reactivado programas de entrenamiento que buscan alinear a los ejércitos nacionales con las directrices de Washington, en un contexto donde se presentan amenazas como el narcotráfico y el «peligro chino» como justificantes para la intervención. Este enfoque refuerza el papel de las fuerzas armadas en el control social y la represión de movimientos populares, replicando esquemas de guerra híbrida que combinan operaciones militares (resurgimientos de esquemas represivos como el Plan Cóndor), desinformación y presión económica.
Estados Unidos está intranquilo en su patio trasero. Palpa que la «amenaza china» en América Latina es real, y se limita a argumentar, por ahora, que la presencia económica y diplomática de Pekín representa un desafío a su hegemonía. En este marco, Washington ha intensificado la presión sobre gobiernos latinoamericanos para que reduzcan sus vínculos con China y Rusia, ofreciendo a cambio acuerdos de cooperación en defensa y asistencia militar. Sin embargo, esta estrategia también apunta a garantizar el acceso privilegiado de empresas estadounidenses a los recursos estratégicos de la región, consolidando un modelo neocolonial bajo el pretexto de la seguridad.
Riesgo de escalamiento global
La creciente competencia entre potencias, particularmente entre Estados Unidos y sus aliados occidentales frente a China y Rusia, ha intensificado las tensiones globales y aumentado significativamente el riesgo de un escalamiento hacia conflictos de mayor magnitud. En un contexto donde las rivalidades geopolíticas están marcadas por disputas territoriales, económicas, tecnológicas y militares, el uso de armas nucleares, aunque improbable, se presenta como un peligro latente. Este panorama refuerza la necesidad de establecer mecanismos internacionales sólidos para la paz, la cooperación y el desarme.
La transición hacia un orden multipolar ha generado fricciones entre las potencias tradicionales y emergentes, provocando un aumento en las tensiones a nivel global. Factores claves que contribuyen al riesgo de escalamiento incluyen disputas territoriales y regionales, competencia tecnológica y económica, así como la reactivación de la retórica nuclear.
En cuanto a las disputas territoriales y regionales, en el mar de China Meridional las tensiones entre China y países como Filipinas, Vietnam y Japón han crecido debido a la militarización de islas y las reivindicaciones territoriales. En Europa, la guerra en Ucrania ha intensificado las tensiones entre Rusia y la OTAN, con implicaciones que trascienden el continente. En el Medio Oriente, conflictos como el de Israel y Palestina, junto con las rivalidades entre Irán y Arabia Saudita, o el mismo golpe de estado en Siria, han contribuido a un clima de inestabilidad permanente.
La competencia tecnológica y económica también juega un papel central. La carrera por el dominio en sectores estratégicos como la inteligencia artificial, los semiconductores y las tecnologías de comunicación 5G ha exacerbado las rivalidades entre Estados Unidos y China. Además, las sanciones económicas y las guerras comerciales, especialmente entre Occidente y Rusia/China, han dado lugar a la formación de nuevos bloques económicos que compiten por la influencia global.
A lo anterior, se suma la reactivación de la retórica nuclear que añade una dimensión preocupante. Rusia, Estados Unidos y China han incrementado sus inversiones en la modernización de arsenales nucleares, mientras que países como Corea del Norte siguen realizando pruebas nucleares como una demostración de fuerza, intensificando el clima de inseguridad internacional2.
En cuanto a los conflictos regionales con implicancias globales, la guerra en Ucrania ocupa un lugar destacado. Este conflicto ha escalado debido al apoyo militar y financiero masivo de Occidente a Ucrania, lo que Moscú interpreta como una intervención directa. Un enfrentamiento directo entre la OTAN y Rusia podría desatar un conflicto global, considerando la capacidad nuclear de ambas partes. Paralelamente, las tensiones en Taiwán representan otro punto crítico. El estrecho de Taiwán es escenario de fricción, con Estados Unidos reafirmando su compromiso con la defensa de la isla mientras China intensifica sus ejercicios militares en la región. Una confrontación en esta área podría involucrar no solo a China y Estados Unidos, sino también a aliados regionales como Japón y Corea del Sur, amplificando las repercusiones globales.
Las guerras híbridas y de desinformación
Otro factor determinante en el panorama actual es el auge de las guerras híbridas y la desinformación, que añaden nuevas dimensiones a los conflictos internacionales.
En cuanto a los conflictos cibernéticos, los ataques contra infraestructuras críticas, como redes eléctricas y sistemas financieros, se han convertido en una herramienta clave dentro de las estrategias de guerra híbrida. Aunque estas acciones no implican directamente enfrentamientos militares, tienen el potencial de generar caos significativo y desencadenar represalias que podrían escalar hacia conflictos abiertos. Este tipo de agresiones redefine las fronteras tradicionales de la guerra, integrando el ciberespacio como un campo de batalla crucial.
Por otro lado, la desinformación y la polarización representan amenazas igualmente graves. La manipulación deliberada de información para desestabilizar gobiernos o fracturar sociedades no solo aumenta las tensiones internas en los países afectados, sino que también eleva la probabilidad de enfrentamientos indirectos entre naciones. Estas tácticas erosionan la confianza pública y socavan la cohesión social, preparando el terreno para crisis políticas que pueden derivar en conflictos internacionales.
En conjunto, las guerras híbridas y la desinformación son factores que amplifican los riesgos globales, añadiendo complejidad a un contexto ya marcado por tensiones geopolíticas, económicas y militares.
Paz para los pueblos, desarme efectivo y autodeterminación popular
La promoción de la paz y el desarme en un mundo fragmentado por la desconfianza y el caos capitalista no es solo una necesidad, sino una lucha impostergable. Sin embargo, abordar este desafío implica enfrentarse al orden internacional actual, diseñado para perpetuar las desigualdades y priorizar los intereses de las grandes potencias. La diplomacia multilateral, tan frecuentemente citada como herramienta esencial, se encuentra limitada por las estructuras mismas del poder global, donde las decisiones cruciales son monopolizadas por unos pocos actores en foros cerrados como el Consejo de Seguridad de la ONU. Los tratados de control de armas, aunque necesarios, no pueden ser soluciones parciales ni excluyentes. La ampliación del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START III) y la revitalización de acuerdos como el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) son pasos que deben ser acompañados por la inclusión de todas las potencias nucleares y el establecimiento de mecanismos que no solo limiten, sino que desmantelen estos arsenales.
La creación de nuevas plataformas de diálogo regional no puede ser concebida desde una lógica diplomática subordinada a los intereses imperiales. Un Consejo de Seguridad ampliado, mientras siga siendo controlado por las mismas élites globales, perpetuaría las dinámicas de poder que han llevado al mundo a este estado crítico. Lo que se necesita es un nuevo marco de gobernanza que surja de los pueblos, uno que priorice la autodeterminación, la justicia social y la desmilitarización global como principios fundamentales.
El desarme progresivo debe ser más que una aspiración; debe transformarse en una consigna movilizadora que ponga en tela de juicio las prioridades del sistema mundial. En regiones como el Medio Oriente y Asia Oriental, la creación de zonas libres de armas nucleares no será posible mientras las principales potencias sigan utilizando estos territorios como tableros para sus guerras de poder. Frenar la proliferación vertical, limitando el desarrollo de nuevas tecnologías armamentistas como las armas hipersónicas, solo será efectivo si se vincula a un desmantelamiento estructural de los complejos militares-industriales que lucran con la perpetuación del conflicto.
Finalmente, las crisis globales como el cambio climático y las pandemias deben ser vistas como oportunidades para transformar las relaciones internacionales, pero no bajo el control de instituciones como la ONU, cuyo rol ha sido limitado, sumiso y cooptado por los intereses de las potencias dominantes. En lugar de esas instituciones funcionales a los intereses de las corporaciones guerreristas del capital, se requiere de movimientos internacionalistas democratizados radicalmente, devolviendo el poder de decisión a los pueblos y garantizando que respondan a las necesidades de la humanidad, no a los designios del capital.
En este sentido, cualquier iniciativa internacional que aspire a la paz, la cooperación y el desarme debe partir de un rechazo al statu quo y un compromiso con la construcción de un orden alternativo, donde los intereses populares y el respeto por la vida prevalezcan sobre la lógica del lucro y la guerra.
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↩︎ - Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), las potencias nucleares han retomado la modernización de sus arsenales. Estados Unidos, Rusia y China están desarrollando nuevos sistemas de armas hipersónicas, caracterizadas por ser más rápidas y difíciles de interceptar. Asimismo, las doctrinas de «primera utilización» de Rusia y Estados Unidos, que no descartan el uso preventivo de armas nucleares, incrementan el riesgo de errores de cálculo en situaciones de alta tensión. A esto se suman las amenazas implícitas y explícitas, como las alusiones de Rusia a su capacidad nuclear en el contexto de la guerra en Ucrania, reavivando temores de un conflicto nuclear que no se experimentaban desde la Guerra Fría. ↩︎