El autor italiano Maurizio Lazzarato sostiene que no hay
capitalismo sin guerra. En esta entrevista también critica a la
tradición filosófica francesa de la década del 70 y considera que es
necesario reconstruir la acción política a fin de pensar nuevos modos de
rupturas revolucionarias a nivel macro.Maurizio Lazzarato nacido en 1955 en Italia y residente en París
desde hace décadas es uno de los filósofos contemporáneos más
estimulantes para pensar el lugar de la izquierda en el desconcertante
panorama político actual. Militante en su juventud en el autonomismo y
estudiante en la Universidad de Padua, posteriormente su exilio en
Francia lo pone en relación con la tradición filosófica de mayo del 68
en la cual Lazzarato se adscribe al mismo tiempo que polemiza
fuertemente con muchos de sus conceptos y de manera muy notoria en sus
últimos libros: Guerras y Capital co-escrito con Éric Alliez (2016), El capital odia a todo el mundo (2019), ¿Te acuerdas de la revolución? (2022), Guerra o revolución (2022) y El imperialismo del dólar (2023). Esta serie de publicaciones encuentra una nueva estación en su flamante lanzamiento titulado ¿Hacia una nueva guerra civil mundial? (Tinta
Limón) que articula teoría y política desde una rabiosa actualidad a
propósito del privilegio ontológico que para una generación de
pensadores (Michel Foucault, Gilles Deleuze, Félix Guattari o Antonio
Negri) ha tenido la afirmación y el desplazamiento de la negación con el
consecuente efecto político de esta posición que ha llevado a eliminar
del pensamiento de izquierda la categoría de “guerra” y nociones
sucedáneas como el conflicto o la lucha en favor de una revolución
subjetiva o micropolítica que ha evitado pensar una interpelación seria
sobre la revolución a gran escala. En este sentido, según Lazzarato será
imperioso construir una convergencia entre las subversiones singulares y
la experimentación subjetiva (modos de vida minoritarios, feminismo,
género, sexualidad, etc.) con una transformación radical de la dinámica
económica y social si no queremos asistir a “subjetividades
revolucionarias sin revolución”. Algo que Gilles Deleuze testimoniaba
pero desde una mirada crítica de las revoluciones en la historia cuando
afirmaba que “la revolución impide el devenir revolucionario de las
personas”.De acuerdo al punto de vista de Lazzarato desde hace ya casi dos
décadas presenciamos una continuidad de acontecimientos especialmente
visibles a partir de la crisis financiera subprime de 2007 y
2008 que nos colocan frente a una realidad ineludible: no hay
capitalismo sin guerra. Los conflictos entre Rusia y Ucrania e Israel y
Palestina nos ponen, según su perspectiva, frente hechos incontrastables
en los cuales percibimos un mundo ya completamente ajeno a la
“pacificación” global luego de la caída del Muro de Berlín, el
desmembramiento de la Unión Soviética y el unilateralismo liberal
anunciado por Francis Fukuyama. El presente que vivimos, por el
contrario, se encuentra sumido en un espiral confrontativo y violento
que requiere, según el filósofo italiano, la rehabilitación de
categorías olvidadas y ocultas que permitan recrear una posición de
izquierda en este contexto.En esta entrevista Lazzarato detalla sus críticas hacia la tradición
de la filosofía francesa de los setentas centrada en la microfísica del
poder, la micropolítica y la producción de nuevas formas de subjetividad
como alternativas post-revolucionarias que pretendían sustituir el
concepto de guerra civil en un contexto de desilusión del socialismo
real y de desmarxistización. Desde nuestra coyuntura Lazzarato cuestiona
esta deriva intelectual y, al revés, considera que es necesario
reconstruir la acción política desde una ontología que recupere el “no” y
la negación a fin de pensar nuevos modos de rupturas revolucionarias a
nivel macro con potencia constituyente frente al avance de las nuevas
derechas a nivel mundial.¿Hacia una nueva guerra civil mundial? es su sexto libro
sobre la cuestión de la guerra y particularmente sobre la noción de
“guerra civil” en este caso a propósito de los conflictos en Ucrania e
Israel. En relación a ello usted señala en un pasaje lo siguiente: “La
guerra y la guerra civil son los signos de la repetición de la acumulación originaria,
capaces de determinar la transición de un modo de producción a otro, de
una forma de acumulación a otra, porque, juntas, constituyen las
fuerzas destructivas del viejo orden y constitutivas de
un nuevo Nomos mundial de mercado. No hay poder constituyente sin
guerra y sin guerra civil, sin organización de la potencia y acumulación
de fuerzas”. ¿Por qué según su mirada es fundamental recuperar la
noción de “guerra” para pensar nuestro presente y especialmente para
construir una política de izquierda?El pensamiento crítico ha reprimido la cuestión de la guerra y la
guerra civil y yo he intentado con todos los límites que tengo analizar
la actualidad en directo, recuperar ese retraso. En un poco más de un
siglo la guerra mundial se produjo cuatro veces. No se trata de un
elemento contingente. Con el imperialismo y el capitalismo de los
monopolios, es decir, a partir del comienzo del siglo XX la guerra y la
guerra civil son acontecimientos constitutivos del capitalismo y era
necesario incluirlos de manera conceptual. El capitalismo nace
históricamente de un largo período de acumulación operado no por la
producción o por el trabajo sino por la violencia, por las guerras de
desposesión y la esclavitud. Marx llamaba a esta época la acumulación
primitiva, un período durante el cual la guerra creaba las clases,
porque para que la producción pueda ponerse en marcha era necesario que
las clases existan y su emergencia se realizó por la violencia de la
sumisión. Nosotros sabemos ahora que la acumulación primitiva no está
limitada a una época histórica, de la Conquista de América a la
revolución industrial, sino que se reproduce continuamente determinando
el pasaje de un modo de producción a otro, de una división internacional
del poder y del trabajo a otra. Incluso el pasaje del fordismo de la
posguerra al neoliberalismo necesitó de su acumulación originaria, es
decir, la violencia extra-económica de la guerra civil, de la guerra de
conquista y de la guerra de servidumbre. Hayek, con una franqueza
reaccionaria que hace falta a los progresistas y demócratas, confirma y
reivindica abiertamente esta dimensión meta-económica definida sin miedo
como “dictadura” cuando, durante su visita al Chile de Pinochet,
mientras los ecos de la tortura, los asesinatos y la represión
generalizada no estaban todavía totalmente apagados, declara el 8 de
noviembre de 1977 al diario El Mercurio: “Una dictadura puede
ser un sistema necesario durante un período de transición. Quizá para un
país es necesario tener por un tiempo una forma de poder dictatorial”.
Para Hayek, la acumulación originaria llamada “dictadura de transición”
es necesaria en Chile y en toda América Latina como condición no
económica del funcionamiento de la libertad de mercado y de empresa. La
necesidad de ejercer, según los términos de Hayek, los “poderes
absolutos” se manifestará igualmente al fin del ciclo porque el mercado,
el comercio mundial y la libre empresa se transformarán en un espiral
de contradicciones y de oposiciones que solo la guerra y la guerra civil
pueden resolver. La dimensión extra-económica es dada por la guerra y
la guerra civil en tanto definen cada vez una nueva división del trabajo
internacional y una nueva división del poder, esto no es sino la
apuesta de la guerra mundial “en pedazos” que estamos viviendo en el
presente. La acumulación primitiva, en la cual nos encontramos
actualmente sumergidos, organiza una distribución primaria de medios de
producción y de la propiedad que reposa sobre la violencia del
enfrentamiento armado, esta es la única manera de articular la economía
política y la lucha de clases, la producción, la guerra y la guerra
civil. Eso que los marxismos occidentales, todos basados sobre el valor,
la producción, la circulación y el consumo, no han podido realizar
exitosamente y continúan omitiendo.
Usted es un muy crítico del pensamiento francés posterior a mayo del 68,
sobre todo de la última etapa de la filosofía de Michel Foucault a fines
de la década de 1970 y comienzos de 1980, particularmente de su curso
en el Collège de France titulado “Nacimiento de la biopolítica” sobre la
cuestión del liberalismo y el neoliberalismo. ¿Cuáles son los
principales elementos que usted critica de Foucault pero también de
Deleuze, Guattari y de otros pensadores soixante-huitards?Foucault es prácticamente el único intelectual de su generación en
haber teorizado la guerra civil como matriz de las relaciones de poder.
Pero lo ha hecho solamente entre 1971 y 1975 para luego abandonarla por
los conceptos de gubernamentalidad y biopolítica. Como todos los
intelectuales de su época se radicaliza en ocasión de mayo del 68 para
después seguir el declive de los movimientos políticos desarrollando
conceptos que tienen por objetivo la “pacificación”, por ejemplo: el
cuidado de sí, la vida como obra de arte, la estética de la existencia o
la producción de nuevas formas de vida, separando así la producción de
subjetividad de la ruptura revolucionaria. De la misma manera opera
Guattari con el “paradigma estético” que captura las relaciones sociales
bajo la forma de la existencia o bien el “devenir revolucionario” sin
revolución de Gilles Deleuze. Asistimos a una involución del pensamiento
crítico incapaz de captar la radicalización inevitable de las
relaciones de fuerzas porque hemos construido una teoría del capitalismo
centrada exclusivamente en la producción (incluso el deseo es visto
como productor, tal como observamos en El Anti-Edipo de Deleuze
y Guattari, esto no cambia el problema) que omite la guerra y la guerra
civil. Foucault opone en 1978 las “excrecencias del poder”, que
considera el verdadero problema del futuro de la humanidad, a la
producción contemporánea de riqueza y miseria, reenviada al pasado, como
cuestión social específica del siglo XIX. Justamente, eso que Foucault
niega ser el problema del presente, va a ser el centro de la estrategia
capitalista: como siempre se trata de la cuestión de la propiedad
privada. Foucault critica el concepto de soberanía y ve solamente la
dimensión local de la organización del poder, pasando por alto
completamente la centralización “soberana” de la política y la economía.
De una manera similar, Toni Negri y Michael Hardt, decretan el fin del
imperialismo y el nacimiento de un Imperio fantasmático supra nacional
que en realidad jamás existió porque los Estados Unidos siempre
quisieron imponer su hegemonía unilateral. Lo que se impone a partir de
fines de los años setenta es la imposibilidad de la revolución,
sustituida por los fantasmas de la ruptura micropolítica. Negri enuncia
para toda la teoría crítica ese punto de vista cuando dice: “Hay que
dejar de mitificarla: la revolución está viva, ella construye sin cesar
los movimientos de novedad y de ruptura. Ella no se encarna en un
nombre: Jesucristo, Lenin, Robespierre o Saint-Just. La revolución es el
desarrollo de las fuerzas productivas, de los modos de vida en común,
el desarrollo de la inteligencia colectiva”. Dejar de mitificar la
revolución es hacer de ella una actividad creadora, micro, incesante,
capaz de conexiones siempre nuevas entre las singularidades que escapan a
la captura capitalista produciendo, de esta manera, subjetividades
autónomas e independientes. “Desdramatizar” la revolución es concebirla
como una praxis sin rupturas “excepcionales”, una transformación local,
micropolítica, siempre capaz de relanzarse porque es ingobernable,
siempre excesiva en relación a la máquina Estado-capital. En lugar de
esta ilusoria producción ininterrumpida de un proceso de liberación
fantasmático, asistimos desde décadas a la ofensiva de una
contra-revolución que ha ceñido progresivamente toda dimensión política a
la praxis del “trabajo viviente”, reduciendo a éste a niveles de
sumisión y explotación jamás esperados desde la primera fase de la
revolución industrial. La “inteligencia colectiva” y las fuerzas
productivas sin organización central son integradas en nuestro presente
en una producción impulsada por la industria armamentística, que la
histeria guerrera occidental agita en ausencia de todo proyecto
político, reproduciendo así su propia dominación. En lugar de un
“devenir revolucionario” asistimos a un “venir fascista” del mundo. Si
comparamos todas estas teorías con la situación actual podemos constatar
su fracaso resonante porque se han revelado incapaces de diagnosticar
el presente.
Me resulta muy interesante esta crítica que le hace a ciertos conceptos
claves de la filosofía de Michel Foucault como “biopolítica” o
“gubernamentalidad” ya que estos ocultarían la importancia de la noción
de “guerra” al interior de la historia y del capitalismo. ¿Podría
ampliar cuáles son sus principales objeciones en relación a estos
instrumentos teóricos para pensar la actualidad?Con estas categorías es imposible dar cuenta del declive del
neoliberalismo que se pensaba como una alternativa al fracaso del
liberalismo clásico que había conducido a las guerras mundiales y los
fascismos. Ahora bien, la autoregulación del mercado nos ha conducido a
la guerra y a la reedición del genocidio renovando la derrota del
liberalismo clásico. La gubernamentalidad y la biopolítica describen una
dinámica del poder solamente local, micro, difuso, descuidando
completamente la centralización que concierne tanto a la economía como a
la política. Estas categorías son muy débiles por no decir inútiles
para analizar la actual fase política que era imposible de anticipar a
partir de ellas mismas.Usted sostiene que la dimensión colonial del conflicto en Gaza es la confirmación de la hipótesis de su libro Guerras y Capital (co-escrito
con Éric Alliez) donde se postula que el capital funciona
necesariamente a través de la guerra. ¿Podría desarrollar un poco más
este planteamiento que relaciona el capital, la guerra y el Estado
imperial?La dimensión colonial del capitalismo es indispensable para su
funcionamiento. Eso que el marxismo europeo y blanco ha a menudo dejado
de lado. Mientras que la guerra entre los Estados europeos estaba regida
por la “Jus belli” (los códigos normativos de la guerra justa), en las
colonias la guerra era siempre salvaje y de una violencia inaudita. Esta
era indispensable para el proceso de acumulación. La misma cosa se
podría decir en relación a la sumisión y la explotación de la mujer en
los circuitos de reproducción. En estos dominios igualmente no se trata
únicamente de producción y de explotación sino de violencia, de guerra,
de conquista y de sometimiento. Es la razón por la cual hablamos de
guerras en plural (de clase, sexo, raza) y no solamente de guerra entre
Estados como hace la geopolítica.
Solamente pasando a la ofensiva uno se puede oponer eficazmente a los poderes establecidos.
Luego del declive de la mundialización y la crisis de la
globalización usted busca la posibilidad de rehabilitar una ruptura
revolucionaria en el presente. A propósito de ello menciona ciertos
acontecimientos insurreccionales como la primavera árabe, la revuelta en
Irán por la muerte de Mahsa Amini en 2022, las protestas en Francia de
los chalecos amarillos y contra la reforma de las jubilaciones o el
estallido social chileno en octubre de 2019 para pensar la convergencia
entre ciertas luchas que expresan intereses y deseos con la problemática
de la clase social. ¿Cree realmente que sería posible pensar otra
manera de revolución en términos macropolíticos? ¿Qué elementos nos
puede ofrecer en relación a ello?
Yo no propongo reproducir las formas de la revolución del siglo XX, ellas
hoy son imposibles. Parto de constatar que luego de cincuenta años de
prácticas alternativas a las rupturas revolucionarias el resultado es
lamentable. Verdaderamente, estamos a punto de perder todos los derechos
sociales y políticos conquistados por las luchas revolucionarias de los
siglos XIX y XX. Un dato al respecto: Marx evaluaba la fuerza de los
movimientos obreros por los resultados obtenidos a raíz de la lucha
sobre el horario de la jornada de trabajo. La tendencia histórica nos
muestra que la disminución del horario de trabajo se ha detenido. No ha
habido jamás desde el inicio de la industrialización un proletariado tan
débil, tan impotente. El proletariado “sin revolución” no puede sino
solamente soportar la iniciativa del enemigo. Javier Milei, su actual
presidente, es un buen ejemplo de la estrategia, siempre al ataque,
siempre el querer más por parte del capital y el Estado. La iniciativa
parte todo el tiempo del enemigo. Nosotros nos defendemos desde nuestra
incapacidad para detener el avance arrogante de la propiedad privada. La
reacción es importante como ha sucedido en Argentina a propósito del
intento de privatización de la universidad, pero siempre se trata de una
reacción defensiva, en este caso para proteger la dimensión pública de
la educación frente al ataque. Me parece evidente que solamente pasando a
la ofensiva uno se puede oponer eficazmente a los poderes establecidos.
Desde 2011 ha habido verdaderas insurrecciones de masas como en Egipto o
en Chile; en Francia incluso, con una intensidad menor, hemos asistido a
una impresionante continuidad de luchas. Estas luchas llegan a altos
niveles de enfrentamientos pero terminan generalmente vencidas. Son
incapaces de organizar y acumular “la fuerza” que es la sola cosa que el
enemigo de clase teme. Es necesario abrir el debate sobre los fracasos
reiterados. ¿Por qué continuamos perdiendo? ¿Por qué nos debilitamos sin
cesar? En mi último libro se avanza en la hipótesis de que el problema
no es solamente la multiplicidad sino el dualismo, la polarización
radical de las relaciones de fuerza. El movimiento insurreccional
chileno impuso la polarización pero luego le faltó una estrategia sobre
qué hacer y cómo hacerlo.En función de lo que dice creo que el análisis que realiza tanto en
su obra en solitario como junto con Éric Alliez en torno a la necesidad
de recuperar la noción de “negación” que ha sido perdida en favor de una
filosofía exclusivamente de la “afirmación”, vitalista y deseante, es
muy enriquecedor para repensar la estrategia de la izquierda en el
presente. ¿Podría desarrollar un poco más esta posición teniendo en
cuenta la articulación entre la política representativa y estatal
(macropolítica) y la política de la vida cotidiana y la subjetividad
(micropolítica)?Las filosofías críticas posteriores a mayo del 68 han eliminado el
concepto de negación porque lo identifican con la dialéctica hegeliana y
con su política de conciliación y síntesis de contradicciones. Sin
embargo, es imposible pensar la acción política sin decir “NO”, sin
rechazo, sin negación de la estrategia del enemigo. Todo ha devenido
afirmación, creación y creatividad. La destrucción de las relaciones de
explotación y de dominación, la extinción de las clases y la necesidad
de vencer al enemigo de clase (esta expresión también había
desaparecido) ha sido reformulada en beneficio de una ilusoria
afirmación de “producción de subjetividad” cuyo su desarrollo es
compatible con el capitalismo, es decir, que no es contradictorio con su
existencia. El “modo” spinozista de la “afirmación pura” se ha
introducido y ha proliferado en los intelectuales atravesados por la
crisis del marxismo. Ahora bien, uno puede pensar sin problemas una
negación que no sea dialéctica. La guerra y la guerra civil son dos
ejemplos de la acción de oposición, de negación, de destrucción no
dialéctica. Desde los años setenta, el capital ha elegido una política
de separación, de ruptura de toda mediación, de rechazo sistemático de
todo compromiso y condujo una estrategia de negación de los derechos y
de las conquistas de los oprimidos. El capitalismo practica una guerra
civil latente y larvada o abierta y declarada, según las circunstancias.
Se trata de una lógica de guerra civil asimétrica porque es asumida por
una sola parte. No hemos todavía encontrado una contra estrategia para
neutralizar aquella de la no mediación. El régimen de guerra nos impone
pensar un nuevo concepto de negación. La guerra y la negación son las
verdades de nuestra realidad fabricada por relaciones de poder no
compatibles que la economía, el consumo, las imágenes y los discursos
“ocultan” por un tiempo. Pero solamente por un tiempo. Con una
regularidad sorprendente esta realidad emerge y con ella la
“negatividad”. Es necesario saber verlas y sobre todo anticiparlas si no
queremos ser esclavos.