Intercepted, el último documental de la realizadora ucraniana Oksana Karpovych, es una película escalofriante. Yuxtapone con talento conversaciones telefónicas de soldados rusos con sus familiares y amigos (interceptadas por los servicios de seguridad ucranianos durante los primeros meses de la invasión a gran escala de Ucrania y subidas a internet) con imágenes de destrucciones de esta guerra enormemente asesina, filmadas en un periplo por el interior del país con largos planos de gran lentitud que testimonian también la voluntad de vivir o de sobrevivir por parte de una población civil rodeada de escombros.
Un trabajo potente, desprovisto de cualquier pathos y tentación voyeurista. Un enfoque de sobriedad con una gran eficacia. “Queríamos que estas imágenes transmitieran el sentimiento terrible e incómodo del tiempo suspendido y de la calma de la guerra”, declaró la cineasta durante el festival News Directors / News Films, en la primavera pasada.
Como contrapunto, una banda sonora aterradora en la que se expresan, sin filtros, esos soldados rusos ahitos de propaganda putinista que roban, violan, torturan y matan, sin tener en su mayoría ni siquiera la sombra de una duda o de un remordimiento, y a veces estimulados -esto es tal vez lo peor- por la madre o la pareja de quien relata sin disimulo sus exacciones.
Se oye, de forma revuelta, una combinación de desprecio y de resentimiento. Envidia ante un nivel de vida ucraniano percibido como superior al de los rusos, justificando los saqueos (desde muestras de maquillaje a grandes electrodomésticos, pasando por zapatillas de deportes y ordenadores), comprendiendo que muchos soldados, atraídos por el sueldo, proceden de regiones pobres donde el trabajo es escaso (lo mismo que los inodoros de porcelana, descubiertos por los militares rusos como un lujo inaudito, tal como lo muestran en sus conversaciones). Voluntad de erradicar a todo un pueblo, cuyos civiles no son percibidos como personas humanas sino reducidos a la infamante etiqueta de “nazis” o “koljosianos” (término despectivo, que podría traducirse como “paletos incultos”, utilizado desde hace mucho tiempo bajo los sucesivos regímenes rusos para humillar a los ucranianos). El odio al otro, que autoriza todos los crímenes y las palabras más groseras, xenófobas, homófobas.
Violencia de las palabras y violencia de los actos van de la mano
Estas conversaciones telefónicas dan a entender la barbarización de estos soldados corrientes y la deshumanización radical con que procede la guerra putiniana.
“Cerrad vuestros corazones”: la fábrica de verdugos
Este slogan de los Jemeres Rojos es indisociable del genocidio que perpetraron en Camboya. Sirve para todos los criminales de guerra, y en particular para los que cometen hoy día tantas atrocidades en Ucrania.
Oír a estos militares rusos, desprovistos de toda empatía hacia sus víctimas, hacia esos no-seres que hay que aplastar como cucarachas, me ha recordado algunos trabajos que han intentado clarificar la fabricación de verdugos a partir de individuos a priori desprovistos de sadismo, aunque entrenados y formateados para prescindir de toda regla moral y entregarse a lo peor.
Aimé Césaire, que describió admirablemente cómo la colonización “desciviliza” al colonizado pero también al colonizador. Frantz Fanon que cuando era médico jefe en el hospital psiquiátrico de Blida, durante la guerra de Argelia atendió tanto a torturados como a torturadores, mostró cómo la construcción del otro como “mal objeto” hace de la tortura “una de las modalidades de la relación ocupantes-ocupados”; pero mostró también cómo, a pesar de la negación y los discursos de autojustificación, tampoco el torturador se ahorra las patologías reactivas.
El libro que mejor refleja, en mi opinión, las espantosas palabras de los soldados rusos, recogidas por la película de Oksana Karpovych, es el de Françoise Sironi: ¿Cómo volverse torturador? Psicología de los criminales contra la humanidad. Psicóloga y enseñante en la universidad París 8, experta ante la Corte Penal internacional, cofundadora del centro de salud Primo Levi para víctimas de torturas, la autora se encargó también de la peritación psicológica de Duch, jefe del campo S-21 en Camboya en los tiempos de los Jemeres Rojos, responsable de la muerte de más de 13.000 personas, durante su proceso en Phnom Penh.
Apoyándose en su experiencia clínica, tras un cuarto de siglo atendiendo a víctimas de torturas, masacres y crímenes masivos, afirma: “No se nace verdugo, se convierte en ello”. Su libro analiza los métodos de formación de los verdugos, extrañamente parecidos en todas la latitudes (del régimen de los Coroneles griegos a las dictaduras de América del Sur, de las técnicas de la CIA a su puesta en marcha en Ruanda, Afganistán, Chechenia y otros sitios): su deshumanización, condición previa de la deshumanización del otro; la inculcación brutal de la obediencia a las órdenes; el conformismo del grupo y el temor a ser rechazado o a quedar como un cobarde, que impiden pensar por sí mismo; la percepción del otro como inferior y de sí mismo como poseedor de todos los derechos; la “desempatía” metódica; los mecanismos de defensa para cerrar el camino a las dudas. Componentes todas de la criminalidad política que caracteriza el comportamiento de las tropas de invasión rusas, cuya ideología -putinismo en este caso- es el cimiento último más que la causa primera.
Cultura de invasión: la barbarización del ejército y de la sociedad
Es conocida la crueldad y la impunidad de las novatadas institucionalizadas en el ejército ruso (la dedovchina), que ocasionan cada año numerosos muertos, en particular entre los reclutas: forman parte de esos mecanismos de humillación (bajo pretexto de endurecimiento) y de brutal deconstrucción que constituyen, para Françoise Sirone, el pilar de la metamorfosis de un individuo corriente en criminal inapto para cualquier forma de compasión, transformando en verdugos a los mismos que han sido víctimas de violencia bajo el uniforme.
Estos procesos no son específicos de las tropas de ocupación rusas pero son forzados al máximo por un poder que valoriza la extrema violencia, el cinismo y el virilismo más brutal. El régimen criminal de Vladimir Putin fabrica asesinos en cadena, reclutados, descerebrados y los suelta en Ucrania, para luego recompensar a los autores de las mayores carnicerías (como hizo con la 64 brigada de fusileros motorizados que martirizó Butcha).
No hay guerras limpias, sino guerras más o menos sucias y más o menos respetuosas de ese “derecho de guerra” que se esfuerza en contener los excesos, y del que el régimen de Vladimir Putin se ha distanciado radicalmente, tanto en el campo de batalla como en el tratamiento de sus prisioneros de guerra.
Muchos de los masacradores que actúan contra el pueblo ucraniano no saldrán indemnes. Algunos, “llenos de remordimientos, llenos de estas muertes”, desarrollarán patologías a largo plazo. Muchos aportarán al país esta habituación a la violencia exacerbada que se abatirá sobre sus familiares. Barbarizando a su ejército, Putin barbariza también a toda la sociedad rusa: las exacciones de sus militares no son sólo crímenes contra el pueblo ucraniano, son también bombas domésticas de relojería. Tales son los estragos de esta “cultura de invasión” que, como Oksana Karpovych señala, se transmiten ya de generación en generación, cuando la práctica de guerras de invasión parece volverse rutinaria para el régimen imperialista ruso.
Estuvimos con Oksana Karpovych en febrero de 2023, invitados por nuestra amiga Charlotte Tourrès, que realizó el montaj e de Intercepted, cuando se proyectó en el auditorio de la ciudad de París su anterior film, Don’t Worry, the Doors Will Open (No se preocupen, las puertas se van a abrir), aparecida en 2019 y que nos gustó mucho.
Rodada enteramente a bordo de los viejos trenes de barrio, los elektrychkas, que datan de la época soviética, esta película cede la palabra a aquellas y aquellos, de distintas generaciones, que los utilizaron a diario: vendedores ambulantes, repartidores de periódicos, jóvenes sin empleo, militares que van o vuelven de su casa, jugadores de cartas, un cantante de baladas y muchos otros que forman el cuadro caleidoscópico de una Ucrania popular, presa de las dificultades de la vida cotidiana y de las incertidumbres del futuro, pero impactada también, con los ecos de fondo de la guerra del Donbass, por el curso de la historia, y no desprovista de ironía. Esta película, su tercer documental, ganó el premio New Visions en el RID de Montreal en 2019 y una mención especial en los Hot Docs de Toronto en 2020.
“Esta cuestión me llevó a hacer la película: con el cine, comienzo a contar la herida colectiva de la invasión, intentando a la vez desencriptar lo que piensa ese ‘otro’ que invade mi vida cotidiana y la vuelve caótica. Aquí, en Ucrania, el pueblo ucraniano llama a los ocupantes rusos ‘orcas’ o ‘zombis’ porque, ante sus acciones, los ve como seres agresivos y amorales. Sin embargo, las conversaciones interceptadas muestran hasta qué punto los soldados son gentes normales, terriblemente humanos, pero capaces de actos atroces. Para mí, es la realidad más dura de aceptar”
Dice también que esas comunicaciones telefónicas le han permitido comprender mejor la sociedad rusa actual, la mentalidad de muchas familias que, a veces, se muestran aún peores que los soldados, porque, añade ella, si la guerra deshumaniza, la propaganda deshumaniza también.
Del estreno mundial en Berlín al preestreno en París, preludio de una vuelta a Francia
Intercepted se presentó en estreno mundial en la Berlinale, en febrero de 2024, y emitido en Ucrania a final del mes de agosto, con el título Gente pacífica. En el festival internacional del cine de Berlín obtuvo la mención especial del jurado internacional y del premio Amnesty International. En el festival internacional de Hong Kong, se le concedió la mención especial del jurado. Ha sido presentado y premiado en diferentes internacionales de documentales (en Tesalónica, Cracovia, Zagreb, Copenhague, Lovaina, Toronto, Belgrado…), en el festival de La Rochelle Au coeur du Doc, y en los Estados Generales del film documental de Lussas. En Kiev, abrió los Docudays UA.
Está ya programado para el 1 de octubre en Metz, el 11 de octubre en Lyon en preestreno del premio Bayeux-Calvados-Normandia de corresponsales de guerra. Esperamos encarecidamente que pueda ser proyectado en muchas ciudades de Francia, razón de más para que el preestreno parisino del 24 de setiembre en el Louxor sea un éxito y dé impulso a esta necesaria gira nacional para la que movilizan sus contactos Ukraine CombArt y el Comité francés de la Red europea de solidaridad con Ucrania.
Sophie Bouchet-Petersen es secretaria general de Ukraine CombArt
https://www.syllepse.net/syllepse_images/soutien-a—lukraine-re–sistante–n-deg-33.pdf
Fuente: https://vientosur.info/deshumanizacion-palabras-para-nombrarla/