Jaime Pastor
[Pierre Rousset es coordinador de Europe Solidaire Sans Frontières (ESSF) y militante de la Cuarta Internacional. Es autor de obras y artículos sobre política internacional y en particular sobre la región de Asia del Este, algunos de ellos publicados en viento sur. Con él conversamos sobre la evolución de la situación mundial en unos tiempos especialmente convulsos que plantean enormes desafíos para la izquierda anticapitalista y ecosocialista].
Jaime Pastor: Parece claro que nos encontramos en el contexto de una crisis mundial multidimensional, una de cuyas características es el relativo caos geopolítico, en la que asistimos a una multiplicación de las guerras y a un agravamiento de los conflictos interimperialistas ¿Cómo definirías esta fase?
Pierre Rousset: Hablas de «crisis mundial multidimensional», yo hablaría de una crisis planetaria. Creo que es importante pararse a pensar en esto, antes de abordar las cuestiones geopolíticas. En efecto, esta crisis lo sobredetermina todo y ya no podemos contentarnos con hacer la política como lo hacíamos antes. Estamos llegando al punto de inflexión que tanto temíamos; y mucho antes de lo esperado.
Jonathan Watts, editor de Medio Ambiente Global en The Guardian, hace sonar la alarma con el titular de su artículo del 9 de abril «El décimo récord mensual consecutivo de calor alarma y confunde a los científicos del clima». En efecto: «Si la anomalía no se estabiliza en agosto, el mundo entrará en un escenario desconocido, afirma un experto en clima (…). Esto podría significar que el calentamiento global ya está cambiando el funcionamiento básico del sistema climático, y mucho antes de lo que los científicos habían previsto».
El experto citado considera que aún es posible la estabilización en agosto, pero, sea como sea, la crisis climática ya forma parte de nuestro presente. Estamos en medio de ella y sus efectos (el caos climático) ya se dejan sentir de forma dramática.
La crisis global a la que nos enfrentamos afecta a todos los ámbitos de la ecología (no sólo al clima) y sus consecuencias sobre la salud (entre ellas, las pandemias), el orden internacional dominante (las disfunciones insolubles de la globalización neoliberal) y la geopolítica de las potencias, la multiplicación de los conflictos y la militarización del mundo, el tejido social de nuestras sociedades (debilitado por la precarización generalizada fruto de todo lo anterior)…
¿Qué tienen en común todas estas crisis? En todo o en gran parte, su origen humano. Sin duda, la cuestión del impacto humano sobre la naturaleza no es nueva. En lo que respecta al aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, se remonta a la revolución industrial. Sin embargo, esta crisis general está estrechamente correlacionada con el desarrollo del capitalismo tras la Segunda Guerra Mundial y, posteriormente, con la globalización capitalista. Se caracteriza por la sinergia entre un conjunto de crisis específicas que nos sumergen en una situación sin precedentes, al límite de múltiples territorios desconocidos, y un punto de inflexión global.
Para describirlo de forma concisa, me gusta el término policrisis. Puede resultar un poco confuso y ajeno al lenguaje cotidiano, pero subraya el hecho de que estamos hablando de UNA crisis polifacética, resultado de la combinación de múltiples crisis específicas. Así que no estamos ante una simple suma de crisis, sino ante su interacción, que multiplica su dinámica, alimentando una espiral de muerte para la especie humana (y para una gran parte de las especies vivas).
Lo que resulta especialmente indignante ahora, y francamente alucinante, es que los poderes establecidos estén anulando las pocas medidas que se tomaron para intentar limitar mínimamente el calentamiento global. Es el caso, en particular, de los gobiernos francés y británico. También es el caso de los grandes bancos de Estados Unidos y de las compañías petroleras. Y ello en un momento en que era evidente que había que reforzar esas medidas, y reforzarlas mucho. Los muy ricos dictan la ley. Les importa poco que todos y todas estemos en el mismo barco. Regiones enteras del planeta están a punto de convertirse en inhabitables, donde los aumentos de temperatura se combinan con niveles muy altos de humedad en el aire. Les da igual, se irán a vivir donde todavía haga buen tiempo.
Hemos entrado de lleno en la era de las pandemias. La destrucción de los entornos naturales ha creado unas condiciones de promiscuidad favorables a la transmisión entre especies de enfermedades de las que la covid se ha convertido en un emblema. Se ha anunciado el deshielo del permafrost siberiano, que podría liberar bacterias o virus ancestrales contra los que no existe inmunización ni tratamiento. También aquí corremos el riesgo de entrar en territorio desconocido: la crisis climática está creando una crisis sanitaria multidimensional.
La catástrofe era previsible y fue pronosticada. Ahora sabemos que a mediados de la década de 1950 las grandes compañías petrolíferas encargaron un estudio que describía con notable precisión el calentamiento global que se avecinaba (aunque lo negaron durante décadas).
No hemos terminado de explorar las mil y una facetas de la policrisis, pero quizá sea el momento de sacar algunas conclusiones iniciales.
Es alrededor de los polos donde el impacto geopolítico del calentamiento global es más espectacular, especialmente en el Ártico. Se está abriendo una ruta marítima interoceánica hacia el norte, junto con la perspectiva de explotar las riquezas en el subsuelo. La competencia interimperialista en esta parte del mundo está adquiriendo una nueva dimensión. Como China no es un país ribereño del Antártico, necesita a Rusia para operar allí. Está haciendo pagar a Moscú el precio de su solidaridad en el frente occidental (Ucrania) asegurándole el libre uso del puerto de Vladivostok.
En términos de geopolítica mundial, me gustaría destacar la importancia de dos cuestiones que no se mencionan en las preguntas que siguen.
En primer lugar, el Asia Central. Ocupa una posición central en el corazón del continente euroasiático. Para Vladimir Putin, forma parte de la zona de influencia privilegiada de Rusia, pero para Pekín es una de las rutas terrestres clave para su nueva Ruta de la Seda hacia Europa. Actualmente, en esta parte del mundo se está desarrollando un complejo juego que, sin embargo, nuestros análisis no lo tienen demasiado en cuenta.
Por otra parte, el calentamiento global también nos recuerda la importancia crucial de los océanos, que cubren el 70% de la superficie terrestre, desempeñan un papel decisivo en la regulación del clima y albergan ecosistemas vitales, todos ellos amenazados por el aumento de la temperatura del mar. Como ya sabemos, la sobreexplotación de los recursos oceánicos es un problema importante, al igual que la ampliación de las fronteras marítimas, que plantean tantos problemas como las fronteras terrestres. El pensamiento geopolítico global no puede ignorar los océanos y los polos.
Otro aspecto clave de la crisis multidimensional a la que nos enfrentamos tiene que ver, obviamente, con la globalización capitalista y la financiarización. Esto ha conducido a la formación de un mercado mundial más unificado que nunca, para garantizar la libre circulación de mercancías, inversiones y capital especulativo (pero no de personas). Varios factores han perturbado esta globalización feliz (para los grandes propietarios): el estancamiento del comercio, el auge de las finanzas especulativas y de la deuda, la pandemia de covid que reveló los peligros de la división internacional de las cadenas de producción, y el grado de dependencia de Occidente respecto a China, que contribuyó al rápido cambio de las relaciones entre Washington y Pekín (de entente cordial al enfrentamiento).
Fueron las grandes empresas occidentales las que quisieron convertir a China en el taller del mundo, para asegurarse una producción a bajo coste y acabar con el movimiento obrero en sus propios países. Fue Europa la que estuvo a la vanguardia de la generalización de las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), a la que se había adherido Pekín. Todos estaban convencidos de que el antiguo Imperio Medio se subordinaría definitivamente a ellos, y pudo haber sido así. Si no fue, se debe a que una vez quebrada en sangre la resistencia popular (1986), el ala dirigente de la burocracia china logró su mutación capitalista, dando origen a una forma original de capitalismo de Estado.
El capitalismo de Estado tiene una larga historia en Asia Oriental, bajo la égida del Kuomintang (Guomindang) en China o en Taiwán, en Corea del Sur… Debido a su historia, la formación social china es evidentemente única, pero combina de forma bastante clásica el desarrollo del capital privado y la apropiación capitalista de las empresas estatales. No se trata de dos sectores económicos separados (una economía fundamentalmente dual); de hecho, están estrechamente vinculados a través de múltiples cooperaciones, así como a través de clanes familiares presentes en todos los sectores.
En primer lugar, China, bajo la égida de Deng Xiaoping, que se había convertido al capitalismo, inició tranquilamente su despegue imperialista y pudo beneficiarse de la distancia geográfica con respecto a Estados Unidos, que durante mucho tiempo fue incapaz de volver a centrarse en Asia (sólo lo pudo hacer con Joe Biden, tras la debacle afgana).
Para concluir este punto, señalemos que:
- La situación geopolítica internacional sigue dominada por el enfrentamiento entre el imperialismo dominante (Estados Unidos) y el imperialismo emergente (China). Por supuesto, no son los únicos contendientes en el gran juego global entre potencias grandes y pequeñas, pero ninguna otra potencia tiene tanto peso como las dos superpotencias.
- Una característica particular de este conflicto es el altísimo grado de interdependencia objetiva. Cierto, la crisis de la globalización neoliberal es patente, pero su herencia sigue ahí. Ya no existe la globalización feliz, pero tampoco la desglobalización (capitalista) feliz. Los conflictos geopolíticos son el síntoma de esta crisis estructural y, a su vez, acentúan sus contradicciones. Hasta cierto punto, también aquí hemos entrado en un territorio inexplorado, sin precedentes.
- Aunque sigue siendo la principal superpotencia, la hegemonía de Estados Unidos ha experimentado un declive relativo. No puede seguir vigilando el mundo sin la ayuda de aliados fiables y eficaces, que son escasos. Se han visto debilitados por la crisis política e institucional provocada por Donald Trump y sus duraderas consecuencias diplomáticas (pérdida de confianza entre sus aliados). Dada la magnitud de la desindustrialización que ha conocido el país, podría decirse que ya no existe un imperialismo clásico. Actualmente, Joe Biden está movilizando considerables recursos financieros y jurídicos para intentar enderezar la situación, pero no es una tarea fácil. Recordemos que un país como Francia fue incapaz, incluso ante una urgencia vital (covid), de producir gel hidroalcohólico, mascarillas quirúrgicas y FFP2, batas para el personal de enfermería. ¡Y no se trataba de tecnología punta!
- En este ámbito, China se encontraba en una posición mucho mejor. Había heredado una base industrial autóctona de la época maoísta, una población con una tasa de alfabetización elevada en relación al Tercer Mundo y una clase obrera formada. Convertido en el taller del mundo, se ha asegurado una nueva ola de industrialización (en parte dependiente, pero no exclusivamente). Se invirtieron enormes recursos en la producción de tecnologías punta. El partido-Estado fue capaz de organizar el desarrollo nacional e internacional del país (había un piloto en el avión). Dicho esto, el régimen chino es ahora más opaco y reservado que nunca. Sabemos cómo está afectando la crisis política e institucional al imperialismo estadounidense. Es muy difícil saber lo que ocurre en China. Sin embargo, la hipercentralización del poder bajo Xi Jinping, que se ha convertido en presidente vitalicio, sí parece ser un factor de la crisis estructural.
- El declive relativo de Estados Unidos y el ascenso incompleto de China han abierto un espacio en el que las potencias secundarias pueden desempeñar un papel significativo, al menos en su propia región (Rusia, Turquía, Brasil, Arabia Saudí, etc.). Creo que Rusia no ha dejado de presentar a China una serie de hechos consumados en las fronteras orientales de Europa. Al actuar de común acuerdo, Moscú y Pekín fueron en gran medida los amos del juego en el continente euroasiático. Sin embargo, no hubo coordinación entre la invasión de Ucrania y un ataque real contra Taiwán.
J. P.: En este contexto, ¿podemos considerar que la invasión rusa de Ucrania y el apoyo de las potencias occidentales a Ucrania en respuesta a ella hacen de esta guerra una guerra interimperialista que nos lleva a evocar la política de Zimmerwald (guerra contra la guerra) como respuesta? ¿O, por el contrario, estamos ante una guerra de liberación nacional que, aunque apoyada por las potencias imperialistas, obliga a la izquierda occidental a solidarizarse con la resistencia del pueblo ucraniano contra la invasión rusa?
P. R.: La política de Zimmerwald consistía en reclamar la paz sin anexiones. Ahora, algunos de los que se presentan como herederos de Zimmerwald proponen ceder tal o cual trozo de Ucrania a Rusia, organizar allí referendos para validar su separación de Ucrania, etc.; dejemos eso de lado.
La forma más sencilla de responder a esta pregunta es repasar la secuencia de los acontecimientos. Una invasión se prepara movilizando considerables recursos militares en las fronteras, lo que lleva tiempo y es visible. Es lo que hizo Putin. En ese momento, la OTAN, tras la aventura afgana, se encontraba en plena crisis política y el grueso de sus fuerzas operativas en Europa no había sido redesplegado hacia el Este. La principal preocupación de Biden era China y seguía intentando enfrentar a Moscú con Pekín. Los servicios secretos estadounidenses fueron los primeros en advertir que era posible una invasión, pero la advertencia no fue tomada en serio ni por los Estados europeos ni por el propio Zelenski.
La mayoría de los europeos occidentales de izquierda teníamos poco contacto con nuestros camaradas de Europa del Este (sobre todo de Ucrania) y muchos de nosotros analizamos los acontecimientos en términos puramente geopolíticos (un error que nunca se debe cometer), pensando que Putin estaba, sin más, ejerciendo una fuerte presión sobre la Unión Europea para atizar la disensión post-Afganistán en el seno de la OTAN. De haber sido así, la invasión no debería haberse producido, porque habría tenido el efecto contrario: habría dado un nuevo significado a la OTAN y le habría permitido cerrar filas. Y eso es exactamente lo que ocurrió. Es más, antes de la invasión rusa, la mayoría de la población ucraniana quería vivir en un país no alineado. Hoy, sólo una minoría muy pequeña ve su seguridad como algo distinto a una estrecha alianza con los países de la OTAN.
Por mi parte, sólo muy poco antes de la invasión, y alertado por mi amigo Adam Novak, tuve la sensación de que se fuera a dar.
Ahora sabemos muchas más cosas: la invasión se venía preparando desde hacía años. Formaba parte de un gran plan para restaurar el Imperio ruso dentro de las fronteras de la URSS estalinista, con Catalina II como punto de referencia. [Para Rusia] La existencia de Ucrania no era más que una anomalía de la que Lenin era culpable (en palabras del propio Putin) y debía reintegrarse en el redil ruso. De hecho, las y los ucranianos la denominan como la invasión a gran escala y señalan que la subversión y la ocupación militar de Dombás, Luhansk y Crimea en 2014 fue una primera fase de la invasión. La Operación Especial (la palabra guerra estaba prohibida hasta hace poco y sigue estándolo en la práctica) iba a ser muy rápida y continuar hasta Kiev, donde se establecería un gobierno subalterno. Las fuerzas occidentales, cogidas desprevenidas, sólo pudieron doblegarse ante el hecho consumado, y fueron cogidas desprevenidas. Incluso Washington tardó en reaccionar políticamente.
El grano de arena que detuvo la maquinaria bélica fue la magnitud de la resistencia ucraniana, imprevista por Putin, pero también por Occidente. Podemos hablar realmente de una resistencia popular masiva, en ósmosis con las fuerzas armadas. Fue una resistencia nacional, en la que participaron muchos rusoparlantes (y todo el espectro político, a excepción de los leales a Moscú). Para quienes lo dudaban, no había prueba más clara que ésta: Ucrania sigue existiendo. Este es el segundo escenario que señaláis.
El tiempo no puede borrar esta verdad original ni nuestra obligación de solidaridad. Una doble obligación de solidaridad, añadiría yo. Con la resistencia nacional del pueblo ucraniano y con las fuerzas de izquierda que siguen luchando, en la propia Ucrania, por los derechos de los trabajadores y trabajadoras y los sindicatos, por la libertad de asociación y de expresión, contra el autoritarismo del régimen de Zelenski y contra las políticas neoliberales (preconizadas por la Unión Europea) …
Naturalmente, Ucrania se ha convertido en un punto álgido en el conflicto entre las potencias, entre Rusia y Occidente. Sin el suministro de armas, en particular de Estados Unidos, los ucranianos no habrían podido mantener ningún frente. Sin embargo, los suministros de armas han sido sistemáticamente inferiores a lo que habría sido necesario para derrotar decisivamente a Moscú. A día de hoy, el control del aire por parte del ejército ruso no ha sido contrarrestado. Y los países de la OTAN vuelven a estar divididos, mientras que la crisis preelectoral en Estados Unidos bloquea la votación sobre los fondos para Ucrania.
Después de haber tenido la oportunidad de reforzar las defensas en profundidad y reorganizarse, Moscú sigue siendo el motor de la escalada militar en Ucrania, con la ayuda de proyectiles norcoreanos y la financiación proporcionada por India o China (a través de la venta de productos petrolíferos), e impulsa la política de hechos consumados hasta la ignominia: la deportación de niños ucranianos y su adopción por familias rusas.
J. P.: ¿Cómo responder a quienes creen que el apoyo a la resistencia significa subordinarse a las potencias occidentales, a las que (con el beneplácito del gobierno de Zelenski) les interesa prolongar la guerra, independientemente de la devastación (humana y material) que está causando, y que por lo tanto es necesario promover una política activa en defensa de una paz justa?
P. R.: No participo activamente en el movimiento de solidaridad con Ucrania. Estoy dedicado a mis actividades de solidaridad con los países asiáticos y estoy inmerso en la cuestión israelo-palestina (muy cruda). Así que voy a ser prudente.
Todos somos conscientes de la magnitud de la devastación causada por esta guerra, tanto más cuanto que Putin está librando una guerra que se dirige descaradamente contra la población civil. Es insoportable.
Sin embargo, no es nuestro apoyo, sino Putin quien está prolongando esta guerra. Es importante no diluir las responsabilidades. Si por paz justa entendemos una tregua indefinida en la actual línea del frente, eso condenaría a cinco millones de ucranianos de los territorios ocupados a vivir bajo un régimen de asimilación forzosa, con otros millones de personas deportadas a la Federación Rusa propiamente dicha.
Creo que el papel de nuestro movimiento de solidaridad es, ante todo, ayudar a crear las mejores condiciones para la lucha del pueblo ucraniano y, dentro de él, para la actividad de la izquierda social y política ucraniana. Desde luego, no nos corresponde a nosotros determinar cuáles podrían ser los términos de un acuerdo de paz. Creo que debemos escuchar, entre otros, cuáles son las demandas de la izquierda ucraniana, del movimiento feminista, de los sindicatos, del movimiento tártaro de Crimea y de los ecologistas, y responder a sus llamamientos.
También debemos escuchar a la izquierda y a los movimientos antibelicistas de la propia Rusia. La mayoría de los sectores de la izquierda anticapitalista rusa creen que la derrota de Rusia en Ucrania podría ser el detonante que abra la puerta a la democratización del país y al surgimiento de diversos movimientos sociales.
Quienes desde la izquierda occidental afirman que la izquierda en Europa del Este apenas existe se equivocan.
Creer que un mal compromiso a espaldas de las y los ucranianos podría poner fin a la guerra es una ilusión que me parece peligrosa. Es olvidar las razones por las que Putin inició la guerra: liquidar Ucrania y continuar la reconstitución del Imperio ruso y, también, apoderarse de sus riquezas económicas (incluida su agricultura) y establecer un régimen colonial en las zonas ocupadas.
El aparato estatal de Putin está gangrenado de hombres de los servicios secretos (KGB-FSB). Ya ha intervenido en toda su periferia, desde Chechenia hasta Asia Central y Siria. Sólo existe internacionalmente gracias a su capacidad militar y a la venta de armas, petróleo y productos agrícolas…
Desconfío totalmente de nuestros imperialismos, cuyas fortalezas conozco bien y contra las que no dejo de luchar. Nunca confiaré en ellos para negociar o imponer un acuerdo de paz. ¡No hay más que ver lo que ocurrió con los acuerdos de Oslo en Palestina!
Por tanto, para mí no se trata de que los movimientos de solidaridad «entren en la lógica de las potencias» (sean cuales sean). Deben conservar su total independencia frente a los Estados y los gobiernos (incluido el de Zelenski). Lo repito: prestemos atención a lo que nos dicen las fuerzas de la izquierda ucraniana y a la izquierda antibelicista de Rusia.
J. P.: Estados Unidos y la UE están utilizando la guerra rusa en Ucrania y el aumento de las tensiones internacionales como coartada para el rearme y el incremento del gasto militar. ¿Podemos hablar de una nueva guerra fría o incluso de la amenaza de una guerra mundial en la que no se excluye el uso de armas nucleares? ¿Cuál debe ser la posición de la izquierda anticapitalista ante este rearme y esta amenaza?
P. R.: Estoy en contra del rearme y del aumento de los gastos militares de Estados Unidos y de la Unión Europea. Dicho esto, creo que debemos adoptar una visión más amplia. Está en marcha una nueva carrera armamentística en la que China (e incluso Rusia) parecen tener la iniciativa en varios ámbitos, incluidas las armas supersónicas que dejarían sin efecto los escudos antimisiles existentes o permitirían poner en el punto de mira a la armada de un portaaviones desde muy lejos. Que yo sepa, no se han puesto a prueba aún, y no sé cuánto hay de real y cuánto de ciencia ficción en el tema, pero otros camaradas están sin duda más informados que yo en este terreno.
Sin embargo, la propia carrera armamentística es un problema importante. Por las razones habituales (militarización del mundo, captura por el complejo militar-industrial de una parte exorbitante de los presupuestos públicos, etc.), pero también por la crisis climática, que hace aún más urgente salir de la era de las guerras permanentes. Los gastos en armamento y su utilización no se incluyen en el cálculo oficial de las emisiones de gases de efecto invernadero. Una terrible negación de la realidad.
Putin ha amenazado repetidamente con utilizar armas nucleares, sin que lo haya puesto en práctica (no le pido que sea coherente con sus declaraciones). Dudo que la amenaza de guerra nuclear sea un resultado directo del actual conflicto ucraniano (espero estar en lo cierto), pero no obstante creo que, por desgracia, es un problema real. También aquí voy a ampliar el tema.
Ya existen cuatro puntos calientes nucleares localizados. Uno está en Oriente Próximo: Israel. Tres están en Eurasia: Ucrania, India-Pakistán y la península de Corea. Esta última es la única que está activa. El régimen norcoreano realiza periódicamente pruebas y lanza misiles en una región donde está estacionada la fuerza aeronaval estadounidense y donde se encuentra el mayor complejo de bases estadounidenses en el extranjero (en Japón, especialmente en la isla de Okinawa). Joe Biden ya tiene las manos ocupadas con Ucrania, Palestina y Taiwán, y le gustaría prescindir de un empeoramiento de la situación en esta parte del mundo (y también en China), una situación en la que Trump y, también, el último vástago de la dinastía hereditaria norcoreana tienen una gran responsabilidad.
Un pequeño problema: un misil nuclear norcoreano tarda veinte minutos en llegar a Seúl, la capital de Corea del Sur. En estas condiciones, el compromiso de no utilizar primero las armas nucleares resulta difícil de aplicar.
Francia es uno de los países que prepara políticamente a la opinión pública para el posible uso de una bomba nuclear táctica. Debemos oponernos enérgicamente a este intento de generalizar las armas nucleares. Desgraciadamente, existe una especie de consenso político nacional que hace que nuestro arsenal nuclear no sea una cuestión de principio para los acuerdos políticos, ni siquiera en la izquierda e incluso cuando estamos a favor de su abolición.
La cuestión del rearme, de la nueva carrera armamentística, del poder nuclear, debe formar parte imperativa de las actividades de los movimientos antibelicistas en todos los lados. Por ejemplo, a pesar de la terrible violencia intercomunitaria que acompañó a la partición de la India en 1947, la izquierda pakistaní y la india realizan campañas conjuntas por el desarme.
¿Podemos hablar de una nueva Guerra Fría? Esta expresión me ha parecido siempre muy eurocéntrica. En Asia, la guerra fue tórrida (la escalada estadounidense en Vietnam). ¿Qué significado puede tener hoy, en un momento en que Rusia está librando una guerra en Ucrania? Entiendo que se utilice en la prensa y en el debate, pero no creo que debamos emplearla, por dos razones principales:
- Reduce el análisis a un enfoque muy limitado de la geopolítica. La guerra sólo es fría porque no hay enfrentamiento directo entre grandes potencias. Esto no impide, pero tampoco contribuye a un análisis concreto de los conflictos calientes.
- En general, no me gustan las analogías históricas: «estamos en…». Nunca estamos «en…», sino en el presente. Sé que la historia ayuda a explicar el presente y que el presente ayuda a revisitar el pasado, pero la frase nueva Guerra Fría ilustra mis reticencias. La primera Guerra Fría enfrentó al bloque occidental con el bloque oriental. En aquella época, el bloque soviético y China sólo mantenían relaciones económicas limitadas con el mercado mundial capitalista. La dinámica revolucionaria seguía su marcha (Vietnam, etc.).
Hoy, el mercado mundial capitalista se ha universalizado. La globalización está ahí. China se ha convertido en uno de sus pilares. Existe una estrecha interdependencia económica entre China, Estados Unidos y los países de Europa Occidental. Es imposible comprender la complejidad del conflicto chino-estadounidense sin tener plenamente en cuenta este factor. Entonces, ¿por qué recurrir a una vieja fórmula y luego añadir: pero, claro, todo es diferente?
Yo diría que el tema de la nueva Guerra Fría conviene a los campistas de ambos bandos. A quienes quieren justificar su apoyo a Moscú y Pekín. O a quienes quieren ponerse del lado de la democracia y los valores occidentales contra los autócratas.
Un pequeño contrapunto para concluir: Biden es un hombre del pasado. Ha aprendido a negociar las amenazas nucleares a través de varias crisis importantes. Esta experiencia aún puede serle útil hoy.
J. P.: ¿Qué está en juego en la guerra de exterminio de Israel en Gaza? ¿Por qué Estados Unidos sigue apoyando a Israel, a pesar de su reciente abstención en el Consejo de Seguridad de la ONU? ¿Qué papel debe desempeñar nuestra solidaridad internacionalista con el pueblo palestino?
P. R.: ¿Qué está en juego en esta guerra? La propia supervivencia de la población de Gaza. Un especialista en estos temas (la eliminación de poblaciones) utilizó una fórmula que me parece muy acertada. Nunca había visto una situación tan grave en su intensidad. En otras ocasiones ha muerto un mayor número de personas, pero Gaza es un territorio minúsculo sometido a un ataque multifacético de una intensidad sin precedentes. Aunque cesaran los bombardeos y llegara una ayuda masiva, las muertes continuarán con el tiempo.
Toda la población vivirá con estrés postraumáticos repetidos, empezando por los niños y niñas, cuya tasa de mortalidad es asombrosa. Los más pequeños, víctimas de la malnutrición, nunca tendrán derecho a una vida normal.
Otra cuestión es la propia existencia de Cisjordania, donde la población palestina sufre a diario la violencia de los colonos supremacistas judíos, apoyados por el ejército y los paramilitares. ¿Se obligará a los gazatíes supervivientes a exiliarse a través de Egipto o del mar? ¿Será expulsada a Jordania la población palestina supervivientes de Cisjordania? ¿Se afianzará el proyecto del Gran Israel?
La colonización de Palestina puede considerarse un proceso a largo plazo, pero éste es un terrible punto de inflexión. Netanyahu nunca ha definido sus objetivos de guerra (aparte de la destrucción total de Hamás, una empresa que no tiene fin). No voy a intentar definirlos en su lugar, sobre todo porque la situación es volátil.
El bombardeo del consulado iraní en Damasco el 1 de abril es un ejemplo de la huida hacia delante de Netanyahu más allá de las fronteras de Palestina. Es una violación flagrante de la Convención de Viena que protege las misiones diplomáticas. El objetivo del ataque eran los altos dirigentes de Hezbolá que se encontraban allí, pero eso no justifica nada. Siempre hay enemigos a elegir en las misiones diplomáticas, incluidos los altos cargos. Los israelíes lo saben bien, ya que agentes del Mossad disfrazados de diplomáticos han asesinado o secuestrado a más de una persona en países extranjeros. Es curioso y preocupante que este atentado no haya provocado más protestas.
Teherán no quiere la guerra, pero debe reaccionar. Estamos en el filo de la navaja [La entrevista se hizo antes del reciente ataque del régimen iraní a Israel].
Joe Biden se ha tendido su propia trampa al declarar desde el principio su apoyo incondicional al gobierno israelí, por su propio sionismo y sin consultar a los expertos de su propia administración, lo que ha provocado una serie de dimisiones sorprendentes. Ya no puede apoyar lo insoportable, pero no deja de suministrar armas y municiones a Israel. Puede que me equivoque, pero tengo la impresión de que simplemente ha perdido su asidero diplomático en el mundo árabe y ahora está ocupado limando acuerdos de defensa con Japón y Filipinas, por si Trump gana las próximas elecciones presidenciales.
Pasemos ahora a la pregunta final. En mi opinión, ¿cuáles son las tareas de la solidaridad internacionalista con el pueblo palestino?
En primer lugar, la urgencia absoluta, sobre la que puede haber una unidad muy amplia: alto el fuego inmediato, entrada de ayuda masiva por todas las vías de acceso a la Franja de Gaza, protección de los convoyes y de las y los trabajadores. Esto incluye un alto el fuego inmediato, la entrada de ayuda masiva por todas las vías de acceso a la Franja de Gaza, la protección de los convoyes y de las personas que desarrollan trabajo humanitario (muchas de las cuales han sido asesinadas), la reanudación de la misión de la UNRWA, cuyo papel es insustituible, el cese de los asentamientos en Cisjordania y el restablecimiento de los derechos de las y los palestinos desposeídos, la liberación de rehenes israelíes y de presos políticos palestinos, etc.
Defendemos el derecho de la población palestina a la resistencia, incluida la armada, sin ningún pero; ahora bien, esto no implica apoyar políticamente a Hamás ni negar que el 7 de octubre se cometieran crímenes de guerra, como atestiguan muchas fuentes independientes. Estas fuentes incluyen la asociación Médicos por los Derechos Humanos-Israel (PHRI); aldeanos beduinos del Néguev a los que Israel se niega a proteger, pero que han sido repetidamente atacados por Hamás; activistas israelíes que han dedicado su vida a defender los derechos de los palestinos…
Hamás es ahora el principal componente militar de la resistencia palestina, pero ¿tiene un proyecto emancipador? Siempre hemos analizado los movimientos implicados en las luchas de liberación que hemos apoyado. ¿Por qué debería ser diferente hoy?
Nuestro papel como internacionalistas consiste también en trazar una línea, por tenue que sea, entre las tareas actuales y un futuro emancipador. Defendemos el principio de una Palestina en la que las y los habitantes de esta tierra histórica «entre el mar y el río» puedan vivir juntas (con el retorno de los refugiados y refugiadas palestinas). Esto no sucederá sin una profunda convulsión social en la región, pero podemos dar contenido a esta perspectiva apoyando a las organizaciones que hoy actúan juntas, judíos/judías y árabes/palestinas, contra viento y marea. Todas ellas están asumiendo grandes riesgos para seguir mostrando esta solidaridad judeo-árabe en el contexto actual. Les debemos nuestra solidaridad.
La solidaridad judeo-árabe es también una de las claves del desarrollo de las movilizaciones internacionales, en particular en Estados Unidos, donde el movimiento Voz Judía por la Paz [Jewish Voice for Peace] ha desempeñado un papel muy importante para contrarrestar la propaganda de los grupos de presión proisraelíes y abrir el espacio de la protesta.
J. P.: Entrando en otra región: ¿Cómo analizas la estrategia de política exterior de China y su conflicto con Taiwán?
P. R.: Creo que la prioridad de Xi Jinping es continuar la expansión y consolidación global de China, competir con Estados Unidos en el campo de la alta tecnología, tanto para uso civil como militar, buscar alianzas diplomáticas significativas (un talón de Aquiles frente a Estados Unidos), desarrollar sus propias zonas de influencia en regiones consideradas estratégicas en este momento (como el Pacífico Sur) y reforzar su capacidad militar aérea y espacial o su capacidad de vigilancia y desinformación. Una invasión de Taiwán no estaría en la agenda.
Los planes de expansión de China difieren de los de sus predecesores. Los tiempos han cambiado. Pekín sólo tiene una gran base militar convencional, en Yibuti. Sin embargo, está firmando acuerdos con un número creciente de países para acceder a sus puertos. Mejor aún, está apropiándose de la totalidad o parte de ellos, lo que le proporciona una extensa red marítima de puntos de unión para uso civil y militar. Los servicios de seguridad de las empresas chinas en el extranjero están a cargo de personal militar, lo que le permite obtener información y establecer contactos.
La política china es imperialista por naturaleza, y es difícil ver cómo podría ser de otro modo. Toda gran potencia capitalista debe garantizar la seguridad de sus inversiones y comunicaciones, así como la rentabilidad política y financiera de sus compromisos.
Pekín ha proclamado su soberanía sobre la totalidad del Mar de China Meridional, una importante zona de tránsito internacional, que ha militarizado sin tener en cuenta los derechos marítimos de los países vecinos. Se ha apropiado de los recursos pesqueros y ha explorado los fondos marinos. Un régimen autoritario utiliza métodos autoritarios allí donde cree que puede hacerlo. Por supuesto, un régimen imperialista supuestamente democrático puede hacer lo mismo…
J. P.: Además de las situaciones de guerra prolongada en Siria, Yemen, Sudán y la República Democrática del Congo, hay una guerra en Birmania de la que se habla poco en Occidente. ¿Podrías comentar el estado actual de este conflicto?
P. R.: Antes, unas palabras sobre Sudán: existe una gran experiencia de resistencia popular en este país, en condiciones extremadamente difíciles, que merece ser mejor conocida (y apoyada).
Birmania fue un caso de manual. El 1 de febrero de 2021, los militares tomaron el poder con un putsch. Al día siguiente, el país se sumió en la disidencia en forma de un paro laboral generalizado y un enorme movimiento de desobediencia civil. El putsch fue abortado, pero el Ejército no pudo ser derrocado por falta de apoyo internacional inmediato. Los militares recuperaron gradualmente la iniciativa mediante una represión despiadada. En la región central, inicialmente pacífica, la resistencia popular tuvo que pasar a la clandestinidad y luego a la resistencia armada. Buscó el apoyo de movimientos étnicos armados que operaban en los estados de la periferia montañosa del país.
Es difícil imaginar un movimiento de resistencia cívica más amplio que el de Birmania, pero la lucha armada se convirtió en una necesidad vital, basando su legitimidad en la prueba de la autodefensa. Esto le permitió resistir la prueba de fuego y organizarse gradualmente en forma de guerrillas independientes o vinculadas al Gobierno de Unidad Nacional, expresión del parlamento disuelto por los militares y (por fin) abierto a las minorías étnicas.
El conflicto adoptó formas terriblemente duras, en particular con el monopolio de la aviación por parte del Ejército. También es complejo, ya que cada estado étnico tiene sus propias características y opciones políticas. Poco a poco, sin embargo, la junta fue perdiendo la sartén por el mango. Contaba con el apoyo de China (país vecino) y Rusia, pero se mostró incapaz de garantizar a Pekín la seguridad de sus inversiones y la construcción de un puerto de acceso al océano Índico. Su aislamiento internacional se ha acentuado y sus aliados de la ASEAN se han dividido.
En la actualidad, el Ejército está perdiendo terreno en muchas regiones y el frente de oposición contra la junta se ha ampliado. Birmania tiene una historia muy rica, pero desgraciadamente es poco conocida en Occidente.
J. P.: Por último, el agravamiento de la crisis económica y la multiplicación de los conflictos tanto a escala internacional como regional parecen indicar un punto de inflexión en el contexto internacional que nos obliga a replantearnos las políticas de solidaridad internacionalista. ¿Cuáles son las pistas para construir un internacionalismo acorde con la naturaleza cambiante de los conflictos internacionales en el siglo XXI?
P. R.: Asistimos a una recomposición en profundidad con la oposición entre campismo e internacionalismo como principal línea de diferenciación. Podemos tener muchas diferencias de análisis, pero la cuestión es si defendemos a todas las poblaciones víctimas.
Cada potencia elige a las víctimas que le convienen y abandona a las demás. Nos negamos a entrar en este tipo de lógica. Defendemos los derechos de las y los canacos en Kanaky, piense lo que piense París, a los sirios y sirias y a los pueblos de Siria contra la implacable dictadura del clan Assad, a la población ucraniana bajo el diluvio de fuego ruso, a la portorriqueña bajo el dominio colonial estadounidense, a la haitiana a la que la llamada comunidad internacional niega protección y asilo, a las y los palestinos bajo el diluvio de bombas estadounidenses, a los pueblos de Birmania incluso cuando la junta está apoyada por China.
No abandonamos a las víctimas en nombre de consideraciones geopolíticas. Apoyamos su derecho a decidir libremente su futuro y, cuando la situación lo exige, su derecho a la autodeterminación. Estamos con los movimientos progresistas de todo el mundo que rechazan la lógica del enemigo principal. No estamos en el bando de ninguna gran potencia, ya sea japonesa-occidental, rusa o china. La ocupación es un crimen tanto en Ucrania como en Palestina.
Frente a la militarización del mundo, necesitamos un movimiento global contra la guerra. Es fácil decirlo, pero difícil hacerlo. ¿Podemos confiar en la solidaridad transfronteriza local (Ucrania-Rusia, India-Pakistán) para lograrlo? ¿O en el enorme movimiento de solidaridad con Palestina? ¿O en foros sociales como el que acaba de celebrarse en Nepal?
También necesitamos integrar la cuestión climática en la problemática de los movimientos antibelicistas y, a la inversa, los movimientos ecologistas militantes ganarían, si no lo han hecho ya, integrando la dimensión antibelicista en su lucha. Lo mismo puede decirse de las armas nucleares.
La personalidad de Greta Thunberg me parece encarnar el potencial de las generaciones jóvenes enfrentadas a la violencia de la policrisis. Pero sus compromisos exigen tenacidad, de la que ciertamente no carece, y capacidad para actuar a largo plazo, lo que no es nada fácil. Mi generación de activistas fue puesta en órbita por el radicalismo de los años sesenta y, para nosotros en Francia, por la experiencia seminal de Mayo del 68. Todo un impulso. ¿Cómo estamos hoy?
Fuente:https://vientosur.info/crisis-mundial-conflictos-y-guerras-que-internacionalismo-para-el-siglo-xxi/