«Severance» no es solo una serie de ciencia ficción; es una brutal metáfora del mundo laboral contemporáneo. En apariencia, plantea una premisa futurista: empleados de una megacorporación se someten a un procedimiento que divide sus memorias, separando su “yo del trabajo” de su “yo de la vida personal”. Pero lo que realmente hace es mostrarnos una forma extrema –aunque sorprendentemente reconocible– de enajenación.
Inspirada por la estética minimalista del control corporativo y con un guion denso y angustiante, la serie revela lo que Marx describía como la alienación del trabajador: seres humanos reducidos a piezas de una maquinaria empresarial que no entienden, no controlan y que los usa mientras niega su humanidad. En Severance, los “innies” –los yo laborales– no conocen nada del exterior, no tienen recuerdos ni aspiraciones propias. Su único propósito es trabajar. Son esclavos sin cadenas visibles.
La separación entre vida y trabajo, que en la ideología neoliberal se presenta como una meta deseable (work-life balance), aquí se vuelve literal y aterradora. El trabajador pierde incluso la propiedad de su tiempo y de su conciencia. El “yo interior” vive una existencia cíclica e infinita de trabajo sin fin ni propósito. Y esto no es más que una extrapolación de la realidad de millones de personas atrapadas en empleos precarios, automatizados o alienantes, donde lo único que se exige es obedecer y producir.
La crítica central de la serie va dirigida al trabajo asalariado como forma de control, no solo económico, sino también existencial. Lumon, la empresa ficticia, representa el poder absoluto de las corporaciones modernas: define lo que es real, lo que se puede saber, lo que se puede recordar. El trabajo deja de ser un medio para la vida, y se convierte en un fin en sí mismo. Lo humano es secundario.
Severance es así una denuncia velada (o no tanto) del modelo capitalista de producción, que fragmenta al ser humano, lo vacía, lo divide entre lo que produce y lo que siente, entre lo que vive y lo que le pertenece. ¿Qué pasa cuando el trabajo no solo ocupa nuestras horas, sino también nuestra identidad? ¿Qué queda de nosotros si entregamos incluso la posibilidad de recordar lo que hacemos durante la mayor parte del día?
Conclusión:
Esta serie no ofrece respuestas fáciles, pero sí una reflexión urgente: ¿cuánta de nuestra vida hemos entregado ya a una lógica que no nos pertenece? Severance no imagina un futuro; expone el presente con una claridad incómoda. Y nos obliga a preguntarnos si acaso ya no estamos, todos, un poco separados de nosotros mismos.