Xulio Ríos
China no ha tenido un papel significativo en el desarrollo de la crisis siria más reciente. En su día, algunos gestos, sobre todo políticos, han podido satisfacer al ya ex presidente Bashar al-Assad, pero tras dolorosas experiencias vividas como la de Libia, en Beijing ha predominado la cautela. Al-Assad fue recibido por Xi Jinping, establecieron una asociación estratégica integral, Damasco fue reivindicada como referente en la Ruta de la Seda, etc., pero, en sustancia, las inversiones nunca llegaron en la cantidad prometida. No obstante, la guerra civil impulsó a China a la condición de primer socio comercial (era el quinto en 2011).
A China le importa ahora que la estabilidad sea restaurada tan pronto como sea posible y sobre la base de una solución política trazada por la propia sociedad siria garantizando la autodeterminación, la soberanía y la integridad territorial del país. No es poco.
Vienen meses de seguras turbulencias, una circunstancia que provoca inquietud en Beijing, sobre todo por lo delicado de la región. Siria puede ser periférica en la red de intereses de China pero no lo es Oriente Medio y, en particular, países vecinos como Irak que forman parte del entramado de su seguridad energética. Un temor adicional es el hipotético repunte del terrorismo y su posible impacto en la estabilidad de su frontera oeste.
Lo que la guerra deja de tras de sí es una ola de destrucción de vidas, recursos, infraestructuras, etc. Lo que cuenta ahora es la reconstrucción. Es ahí donde China puede tener un papel ya que los instrumentos privilegiados de su política exterior no son otros que el comercio y la inversión, más que la seguridad. La superpotencia económica no lo es militar y su visión de la geopolítica tiene otros asideros. Es esta una diferencia sustancial con las acciones de los países occidentales y su entorno. Para Beijing, la seguridad pasa por el desarrollo. Son las empresas y no los ejércitos las que proveen una estabilidad más duradera.
Tras el éxito de la mediación entre Irán y Arabia Saudita o entre las facciones palestinas, el estallido de la guerra en Gaza, Líbano y ahora el colapso de Damasco le obligarán a repensar su política para la región, cosa que hará, a buen seguro, procurando concertar posiciones con las capitales de la zona. Pero eso no afectará a la virtualidad de su enfoque, que no experimentará cambios en sus principios básicos.
China seguirá con atención el desarrollo de los acontecimientos tratando de asegurar su posición comercial en una región que tiene un importante valor estratégico natural y también en función del papel de Siria en la Franja y la Ruta de la Seda. No pasará por alto la necesidad de una adaptación activa a las nuevas circunstancias, entre ellas, la fragmentación política en el país y el papel al alza de algunas potencias vecinas y exteriores. Pero lo acontecido reforzará su condición de referente para los estados árabes del Golfo a la hora de la reconstrucción, quizá también política, del país. Todos ellos reconocen el compromiso de China con la estabilidad y la disposición de capacidades ingentes para una recuperación rápida de las infraestructuras destruidas y la vuelta de una mínima normalidad económica. No es mal punto de partida.
Es, por tanto, en el posconflicto donde China puede desempeñar un papel significativo. El guión de su política en Afganistán puede proveernos de cierta orientación. Y no solo en los términos empíricos descritos. También en abrir paso a un enfoque basado en la laboriosa construcción de consensos internos y regionales como base de la estabilidad y el progreso. La cirujía bélica que con tanto entusiasmo apadrinamos en Occidente no provee de alternativas más optimistas
Fuente: https://politica-china.org/areas/politica-exterior/china-y-la-caida-de-al-assad