Por Xulio Ríos
Para el Partido Comunista de China (PCCh), el marxismo forma parte del vademécum ideológico fundacional. A pesar de los cambios registrados en la política implementada a lo largo de sus más de cien años de existencia, en ningún caso ha abdicado de él. Esa continuidad y coherencia ha coexistido con un firme afán de integrarlo con la realidad objetiva del país. En rigor, este es el fundamento de la búsqueda de un camino propio para hacer triunfar la revolución primero y para después completar la modernización siguiendo un patrón de orientación socialista. Y con el paso del tiempo, esa tendencia no ha hecho más que acentuarse.
La recepción del marxismo en China
Los primeros referentes en China a propósito de la adhesión al marxismo son inseparables del Movimiento de la Nueva Cultura, que precedió al Movimiento del 4 de Mayo de 1919.
En septiembre de 1915, Chen Duxiu fundó en Shanghái la revista Qingnian (La Juventud), que más adelante pasaría a denominarse Xin Qingnian (La Nueva Juventud). Tras pasar Chen Duxiu a colaborar con Cai Yupei, rector de la Universidad de Beijing, asumiendo el cargo de director de Humanidades, se trasladó a la capital. Con él también la redacción de Xin Qingnian, que atrajo a colaboradores como Li Dazhao, Lu Xun y otros más. En este espacio se gestó el principal baluarte del Movimiento de la Nueva Cultura.
En un primer momento, las preocupaciones de este movimiento se centraron en el análisis de las experiencias y las lecciones de la Revolución de 1911 y buena parte de sus críticas aludían a la doctrina confuciana y en los códigos feudales. Ese discurso sacudió la posición dominante del pensamiento ortodoxo, abriendo camino a la exploración de nuevas corrientes ideológicas, sacudiéndose los límites del confucianismo. El autor principal era Chen Duxiu, muy comprometido con librarse del yugo feudal que atenazaba el desarrollo de China.
En el curso de la I Guerra Mundial, figuras como Li Dazhao o el propio Mao Zedong expresaban sus dudas y reticencias a propósito de las contradicciones y deficiencias del rumbo de la civilización occidental. En los sectores de izquierda de aquel movimiento se abría la inquietud por explorar otros caminos y ahí, con la Revolución Rusa de 1917, surgió una opción alternativa.
El triunfo de los bolcheviques en un contexto similar de opresión feudal y atraso en todos los órdenes hizo ver a los sectores más activos que no era imposible el tránsito a la nueva sociedad desde una realidad material muy alejada del canon capitalista desarrollado. Por otra parte, la exhortación contra el imperialismo gozaba de un lógico eco en un país como China, atenazado por las humillaciones de las grandes potencias que le habían obligado a suscribir los Tratados Desiguales.
Si bien entre los primeros autores que desde finales del siglo XIX habían contribuido a dar a conocer en China a Marx y el marxismo cabría cita a Liang Qichao o Zhu Zhixin, Li Dazaho es reconocido como el primero en convertir la Revolución de Octubre en una referencia para el activismo de izquierda en China. Para Li, la revolución en Rusia abría una “nueva era” en la historia de la humanidad, instando a la sociedad china a seguir ese camino.
También fue Li Dazhao el primero en alentar la idea de que los principios generales del marxismo debían integrarse con la realidad nacional y evolucionar en el propio proceso de integración.
Con la fundación del PCCh en julio de 1921 se abrió un nuevo capítulo . Y desde el primer momento, la divulgación del marxismo fue una de sus señas de identidad. El PCCh se autodefinó como “partido revolucionario marxista” y consideraba el marxismo como “un conjunto completo que incluía la concepción científica del mundo y teoría de la revolución social, un marxismo ya desarrollado en la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias, o sea, el leninismo, y un socialismo científico que en plena lucha había deslindado ya campo con las corrientes socialistas burguesas y pequeñoburguesas”.
El maoísmo y la integracion del marxismo con la práctica de la revolución
Quizá uno de los primeros trabajos de Mao Zedong en el que sugiere el ajuste a la realidad concreta es el “Informe sobre una investigación del movimiento campesino en Hunan” (1927). En él, Mao reivindica el movimiento campesino y resalta el significado de la revolución rural, instando al Partido a encabezar su lucha. Para Mao, los campesinos pobres son también vanguardia de la revolución. Dicho escrito se dio a conocer unos meses antes del trágico golpe de Chaing Kai-shek contra el PCCh, mediante un asalto por sorpresa que se llevó por delante a cientos de miles de militantes y revolucionarios, algunos destacados como Li Dazhao, fundador del PCCh.
Con Qu Qiubai a la cabeza del PCCh, los levantamientos campesinos -el primero fue el de Nanchang después vendría el de la Cosecha de Otoño o el de Guangzhou- marcaban un nuevo rumbo. Nació entonces el ejército popular dirigido por el PCCh, pero el enfoque de la sublevación no consistía aun en promover la reforma agraria en las zonas liberadas y armar a los campesinos sino en organizar puntos de apoyo para atacar las grandes ciudades con ayuda exterior. Simplemente, no había antecedentes en el movimiento comunista internacional de ocupar primero las zonas rurales. La toma de las ciudades era también la consigna de los delegados de la Internacional Comunista y la promoción de sublevaciones urbanas por doquier se erigió en táctica idónea para alentar el proceso revolucionario. El balance se resumió en muy importantes pérdidas.Pese a todo, esa trascendencia en las ciudades siguió primando en las tareas del PCCh.
En las relaciones entre el campo y las ciudades, los escritos marxistas habían privilegiado siempre el papel del proletariado urbano en las actividades revolucionarias. Pero en China, el campesino representaba la inmensa mayoría de la población y solo en el campo se daban objetivamente las condiciones para promover la revolución.
El proceso de configuración del Ejército Rojo se combinó con la revolución agraria a través del reparto de tierras a los campesinos. Estos no eran propietarios sino usufructuarios y les estaba prohibida la compra y venta. A pesar de estas limitaciones, la obtención de tierras generó una natural simpatía hacia el PCCh. Más tarde, se elevó a definitiva la distribución de tierras de forma que los campesinos podían disponer como propiedad privada sin que nadie pudiera atentar contra ella, con facultad de venta o arriendo.
Fue así que la revolución liderada por el PCCh estableció un camino singular que consistía en utilizar las zonas rurales para cercar las ciudades y conquistar el poder por la fuerza de las armas. Y en ello, reconoce el PCCh, fue Mao quien hizo la contribución más sobresaliente. Fue el primero en desplazar al campo el centro de gravedad del proceso y supo también formular en lo teórico el problema del camino a seguir por la revolución para alcanzar sus objetivos. Desautorizar la contraposición entre la dirección del proletariado y el papel del campesinado como fuerza principal de la revolución no era cosa menor. Mao no consideraba perjudicial que en el curso de la lucha, la fuerza de los campesinos fuera superior a la de los obreros. Y ello derivaba de la condición semicolonial de China.
En 1935, en la reunión de Zunyi, ampliada del Buró Político, el PCCh experimentó un golpe de timón marcado por el ascenso de Mao en la dirección del Partido y del ejército.
La independencia y autodecisión como principios inexcusables de actuación defendidos por Mao se confrontaron con el discurso de Wang Ming que en esta época, primando la adhesión incondicional a la política exterior de la URSS y a las instrucciones de la Internacional Comunista, marcaba distancia con la línea mayoritaria. Mao acusaba a Moscú de infravalorar el anticomunismo del Kuomintang (KMT) y rechazaba la idea, defendida por el PCUS, de que las tropas del Ejército Rojo se unificaran bajo la égida del KMT. Para Mao, las divergencias hacían imposible esa confluencia y correspondía a los comunistas dirigir la guerra de resistencia. La confirmación del liderazgo de Mao y la marginación de Wang Ming significó también que la defensa de la integración del marxismo con la práctica de la revolución obtuvo una mayor proyección y reafirmó la soberanía como la clave irrenunciable para acertar en el proceso.
En 1940, Mao publica “Sobre la nueva democracia”, un texto que por primera vez esbozaba la propuesta del PCCh para el futuro inmediato de China y el modelo político, económico y cultural a aplicar. Mao postulaba dos etapas: la de la revolución democrática y la de la revolución socialista. Esa teorización fue presentada como resultado de la integración del marxismo-leninismo con la práctica de la revolución, aportando claridad al rumbo a seguir bajo la impronta ideológica marxista.
Ya a finales de los años 30, Mao abanderó el propósito de “aplicar el marxismo de manera concreta en China”. En los años siguientes, la campaña de rectificación interna alentaba un movimiento de educación marxista leninista que alcanzaría a todo el Partido. En dicho proceso, el buscar la verdad en los hechos o el no copiar mecánicamente experiencias extranjeras, se convirtió en un mantra para establecer un estilo de trabajo en el Partido basado en el estudio.
Fue en el curso de esta campaña, cuando Mao fue elegido presidente del PCCh (1943) y este aceptó el reto de la conformación de una teoría marxista-leninista adaptada a las condiciones de China. Fue Wang Jiaxiang quien la denominó por primera vez como “pensamiento de Mao Zedong”. La síntesis de todo ese proceso fue la resolución sobre algunos problemas históricos que la dirección del PCCh aprobó en 1945 cuya significación primordial era que el PCCh, sin apearse del ideario marxista, seguiría un camino independiente. El VII Congreso (1945), separado 17 años del anterior (1928), cierra esa primera etapa.
El maoísmo y la exploración de un camino propio para construir el socialismo en China
En su fuero interno, el PCCh interpretó la proclamación de la Nueva China en 1949 como un triunfo del marxismo-leninismo en China y una victoria del pensamiento de Mao Zedong, aceptados ambos como pensamiento guía de su proceso.
El VIII Congreso del PCCh (1956) se considera el inicio oficial de un camino propio para construir el socialismo en China, dando respuesta a esa necesidad de adecuar la praxis política a las peculiaridades del país. Para los dirigentes chinos, ni se podía copiar del extranjero ni todas las experiencias exteriores eran felices o recomendables ni se ajustaban a las condiciones del país.
La primera referencia discursiva de esa exploración de un camino propio y adaptado a la realidad china es el texto “Sobre las diez grandes relaciones”, que fue previo al VIII Congreso. En su informe, Mao formulaba sus ideas sacando lecciones de la experiencia soviética y sintetizando las propias experiencias. En base a ello, Mao apuntaba que “lo que debemos estudiar es aquello que pertenece al dominio de las verdades universales y este estudio debe combinarse con la realidad china”.
El PCCh no adoptaría el modelo unipartidista soviético sino que apostaría por la colaboración multipartidaria a través del frente único bajo su dirección. Es lo que llamó “coexistencia duradera y supervisión mutua” y tendría en la Conferencia Consultiva Política su reflejo institucional más acabado.
El VIII Congreso se detalló con flexibilidad lo que había de ser el cuadro de la economía china, con una combinación de espacios reservados a la economía estatal y colectiva y también individual, con planificación y mercado, todo lo cual representaba un ensayo de reforma de la estructura económica que obedecía a la superación de cualquier modelo de socialismo. Deng Xiaoping apelaba a la educación ideológica, a la elevación del nivel marxista-leninista en el Partido.
La precipitación en busca de éxitos rápidos derivó en la fijación de metas cada vez más altas, aun a riesgo de afectar la estabilidad económica. En consecuencia, surgieron los primeros brotes de escasez y conflicto, ya en el campo o en las ciudades, con criticas abiertas a la acción de gobierno. En ese contexto, Mao plantea “Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo”, señalando los principios y métodos que debían adoptarse para resolverlas.
El Gran Salto Adelante supuso una enérgica tentativa de explorar un camino propio para China en la construcción del socialismo. Poco exitosa, a juzgar por el resultado. Si la URSS planteó alcanzar y superar a EEUU en 15 años, Mao planteó que China alcanzaría o superaría a Gran Bretaña en 15 años en la producción de acero. El Gran Salto Adelante y las comunas populares constituyeron un grave error en el proceso de exploración de un camino propio de China para construir el socialismo y ello se debió en gran medida a la liquidación del debate interno,
En la conocida como Reunión de Siete Mil Personas (del 11 de enero a 7 de febrero de 1962) celebrada en Beijing, se planteó un balance de la situación. El propio Mao llegó a decir que serían necesarios al menos 100 años para que China desarrollara en gran medida sus fuerzas productivas y alcanzara y sobrepasara a los países capitalistas más adelantados del mundo.
Tras el breve periodo de restauración burocrática que siguió al Gran Salto Adelante, Mao alentaba de nuevo el debate sobre la exploración de un camino propio para China y discutía la idoneidad de ciertas políticas y su encaje en la lucha de clases, planteando críticas respecto al sistema de cuotas de producción con base en la familia o la revocación de ciertos veredictos contra “derechistas” en el seno del Partido. Para Mao, tener presente la lucha de clases como motor de la revolución era un mecanismo seguro para afrontar el peligro de restauración del capitalismo y asegurar la persistencia de una línea marxista-leninista como guía en la acción del PCCh.
Justamente, la Revolución Cultural respondió a la misma idea de explorar un camino socialista propio de China, aderezado con la intención de prevenir la restauración del capitalismo y mantener la pureza ideológica del Partido. Pero nada más alejado del marxismo que la creencia proyectada por Lin Biao en aquellos días de que “cada frase del Presidente Mao es una verdad, y una palabra suya vale más de diez mil nuestras”. La “teoría de la cumbre” preconizaba que las palabras de Mao equivalían a instrucciones supremas e indiscutibles.
El coste de la Revolución Cultural fue brutal, conmocionando al Partido y al país. A pesar de los desmanes, el dictamen del PCCh insiste en que el poder no cambió de naturaleza y hace recaer en la responsabilidad de Mao el curso de aquel movimiento. Mao buscaba un socialismo puro y perfecto, en el convencimiento de que en realidad estaba abriendo un camino nuevo. Los grandes deméritos de Mao fueron reconocidos por el PCCh pero el énfasis se reservó para su pensamiento como sistema científico que integra los principios universales del marxismo-leninismo y la práctica concreta de la modernización y su desarrollo en las condiciones históricas.
El maoísmo tiene en la sinización del marxismo un epítome esencial. Al invocar la necesidad de corresponder a la realidad del país, Mao sugería que debe tener en cuenta las peculiaridades propias de China. El líder chino insistía en la necesidad de partir de la realidad de China para acertar en la agenda y en las políticas y basó de forma irreversible su liderazgo interno en dichas coordenadas frente a quienes postulaban cierto seguimiento dogmático y ciego de orientaciones de matriz ajena.
La adaptación del marxismo al contexto chino se erigió en garantía de triunfo de la revolución. El “buscar la verdad en los hechos”, establecido como “un punto de vista fundamental del marxismo y una exigencia fundamental a los comunistas chinos para conocer y transformar el mundo” (Xi, 2014) se completó con todo un catálogo de prácticas políticas de ascendencia original, desde la línea de masas (de las masas a las masas) a la crítica-autocrítica o las sucesivas campañas de rectificación, de fuerte ascendencia cultural. Sin embargo, el maoísmo, abiertamente anticonfuciano, hostigó algunas de las vigas estructurales de la cultura china.
El denguismo y la construccion de un socialismo con peculiaridades chinas
La III Sesión Plenaria del XI Comité Central del PCCh inició un nuevo tiempo en el desarrollo general de China. El punto de partida que servía de columna vertebral de la acción del Partido en sus diferentes y convulsas etapas fue persistir en el principio marxista de buscar la verdad en los hechos partiendo en todo de la realidad e integrando la teoría con la práctica.
Deng Xiaoping llamó a emancipar la mente, eliminar el anquilosamiento ideológico y recuperar la base ideológica del marxismo, es decir, actuar en función de la realidad. La rectificación de la linea ideológica pasaba por erigir la práctica como único criterio para comprobar la verdad. Es por esa vía que China podría establecer un camino socialista propio.
La emancipación mental exigía como premisa la observación de la democracia. Para ello se recuperó el énfasis en el sistema legal y en la consolidación institucional. En lo económico, la democracia se plasmó en una planificación de la descentralización de los poderes ampliando la autonomía de los diferentes actores.
Deng también planteó el permitir que unas zonas del país, una parte de las empresas y una parte de los obreros y campesinos pudieran acceder a una vida mejor antes que otros.
La apertura al exterior y el énfasis en la ciencia y la educación complementaban el proyecto renovador que aspiraba a dar un nuevo impulso a la modernización del país.
En marzo de 1979, Deng formuló los cuatro principios fundamentales, es decir, el camino socialista, la dictadura democrático-popular, la dirección del Partido y el marxismo-leninismo y el pensamiento de Mao Zedong, cuatro persistencias que debían inspirar la materialización de las cuatro modernizaciones. Por tanto, desde el primer momento, la política de reforma y apertura persistía en su fundamento marxista y en su orientación socialista.
En línea con esta narrativa, Deng planteó abrir un camino de tipo chino para la modernización, que tuviera en cuenta tanto la pobre base material como la inmensa población del país y la poca tierra cultivable disponible. Y a ello se debía aplicar un orden de prioridades obrando de forma realista, dentro de los límites de las capacidades disponibles.
Consolidado el nuevo escenario político tras la muerte de Mao (1976), el XII Congreso del PCCh (1982) se desarrolló bajo el principio de que la modernización de China debe realizarse a partir de la propia realidad. Copiar experiencias y trasplantar moldes de otros países nunca conducirá al éxito. La idea directriz fue la construcción de un socialismo con peculiaridades chinas. Para ello, la tarea primordial debía ser la construcción económica. Deng fue reconocido como núcleo de la dirección colectiva de esta generación.
El XIII Congreso (1987) expuso de forma sistemática la teoría sobre la etapa primaria del socialismo y la línea fundamental del Partido en esta etapa. Comprender de forma correcta el momento histórico del proceso constituía una premisa clave para enfatizar, primero, que se debía persistir en el socialismo, y que se debía reconocer la necesidad de pasar por una etapa de pleno desarrollo de las fuerzas productivas. La diagnosis incidía en que China estaba lejos de haber superado la etapa primaria del socialismo. Alcanzarlo sin ese desarrollo era una actitud utópica como mecanicista era pensar que China pudiera emprender el camino socialista sin necesidad de pasar por una etapa de pleno desarrollo del capitalismo. Estas afirmaciones sirvieron de referencia para implementar la política denguista de reforma y apertura y se consideraron una importante contribución de los comunistas chinos a la teoría del socialismo científico.
El XIII Congreso reconoció dos saltos históricos en la trayectoria del PCCh y del país. El primero, la revolución de la Nueva Democracia, que condujo la revolución hacia la victoria a través de una hoja de ruta con peculiaridades chinas. El segundo, la III Sesión Plenaria del XI Congreso que formuló la hoja de ruta para construir un socialismo con peculiaridades chinas.
En el análisis de los graves sucesos políticos de 1989, el PCCh atribuyó al desbordamiento de las ideas de la liberalización burguesa que promovían la occidentalización en todos los aspectos y la implantación de un sistema económico y político capitalistas, parte de la responsabilidad en la capitalización del descontento social por las contradicciones surgidas al abrigo de la reforma. La crisis sirvió para establecer una línea de demarcación clara acerca del sentido último de la reforma y apertura: no era esta una coartada ni pretendía servir de excusa para auspiciar una occdentalización total ni tampoco el capitalismo.
El proceso de clarificación interna que siguió prestó gran atención a la construcción ideológica, especialmente en el campo teórico y posibilitó un impulso a la educación en la teoría básica del marxismo-leninismo y el pensamiento de Mao Zedong. En adelante, toda persona que se incorporara a los cuerpos dirigentes debía cursar estudios en la escuela del Partido y todos debían acudir a ella de forma permanente para mejorar su formación.
El XIII Congreso apuntaló el criterio de que la reforma y apertura representa una “correcta línea marxista” que atribuye a la valentía creativa de Deng Xiaoping y que descansa en la comprensión de la etapa histórica por la que atraviesa China. Esa etapa primaria, además, será “muy prolongada” ya que todavía se está lejos de superar dicho periodo, unos cien años.
Manteniendo la posición rectora del marxismo en lo ideológico, el PCCh reafirma entonces el sistema económico basado en la propiedad social de los medios de producción y el sistema político basado en la dictadura democrático-popular. No obstante, reconoce al tiempo que en la historia del desarrollo del marxismo, la construcción del socialismo en un país oriental tan atrasado y territorialmente tan extenso como China exige partir de la realidad concreta e integrar los principios generales con las condiciones nacionales.
También el denguismo, a pesar de impulsar políticas que a menudo se han asociado con cierta desideologización que habría dado alas al liberalismo, insistió en la defensa del marxismo. Su “socialismo con peculiaridades chinas” es una expresión política concreta de esa innovación teórica y representaría un desarrollo del marxismo, no su abandono.
La preocupación de Deng Xiaoping por desarrollar las fuerzas productivas, señalada por él mismo como el asunto “al que mayor importancia atribuye el marxismo” (Deng, 1987) fue indicada también como una anteposición del crecimiento económico a la ideología. Pero Deng, en realidad, no tenía intención alguna de abandonar la ideología marxista si bien priorizaba el desarrollo económico porque estimaba que el “socialismo está llamado a acabar con la pobreza” y que era preciso y urgente elevar progresivamente el nivel de vida so pena de fracasar en el propósito de la modernización.
A tono con el axioma de las cuatro modernizaciones, formuladas en el periodo de la restauración tras el Gran Salto Adelante, lo que Deng priorizaba era establecer una mejor base material del proceso chino como manifestación de un “auténtico marxismo”. No se trataba, por tanto, de la promoción alternativa del liberalismo a modo de reacción frente al extremismo del período maoísta anterior, exasperado por los desmanes de la Revolución Cultural. Los cuatro principios irrenunciables (persistir en el camino socialista, en la dictadura democrático-popular, en la dirección del Partido Comunista y en el marxismo-leninismo y el pensamiento Mao Zedong) fueron establecidos para combatir la “acción corrosiva” de la ideología burguesa.
En consecuencia, en este periodo, la labor teórica priorizó la atención a los aspectos relacionados con la caracterización de la “etapa primaria del socialismo”; por tanto, los asuntos relacionados con la construcción económica o la reforma y apertura, ya nos refiramos al mercado y su gobierno, las propiedades o las políticas de distribución, entre otros, incluyendo el fomento de la democratización, ganaron en relevancia ante la necesidad apremiante de dotarse de una guía teórica que diera respuesta a la onda de experimentación promovida por la reforma.
En la concepción científica del desarrollo sugerida por Hu Jintao, se sintetiza esta etapa abordando una visión de conjunto e integradora de los preceptos y experiencias sugeridas por el denguismo.
Xi Jinping y la sinización del marxismo
Una de las características más destacadas del xiísmo es la relevancia otorgada al papel del marxismo en la actual y decisiva fase del proceso de modernización. Con motivo del bicentenario del nacimiento de Carlos Marx, el propio Xi llegó a calificarlo como el más grande pensador de los tiempos modernos.
Xi ha definido el marxismo como “el alma de los ideales y las convicciones de los comunistas chinos” y atribuye el éxito histórico del PCCh a la especial atención prestada a la formación ideológica y teórica de sus militantes y cuadros. Al señalar que los principios generales del marxismo “siguen siendo totalmente válidos”, Xi reclama su estudio incesante pero igualmente su innovación constante, su continuo desarrollo y apela a la apertura de una nueva frontera para adaptar el marxismo al contexto chino y las necesidades de los tiempos.
Si Mao y Deng reclamaron la adaptación del marxismo a la realidad china, Xi pone el énfasis en la necesidad de un esfuerzo adicional e imperioso para adaptarlo a las necesidades de la época presente, en un momento de inflexión histórica, de cambios vertiginosos en China y en el mundo. “El marxismo se desarrollará ineludiblemente en función del progreso de la época, la práctica y la ciencia, no será invariable”. Esas nuevas realidades deben servir para promover la innovación teórica.
La renovación del compromiso con el marxismo tiene como propósito gestionar esa nueva realidad persistiendo en la fidelidad a los fundamentos ideológicos fundacionales. Además, constituye una reafirmación de la legitimidad del PCCh para liderar el proceso e instar la adaptación tanto en el trazo grueso como fino sin que de ello se derive un cambio en su orientación principal. Y reclama basarse en la experiencia práctica y no en “ilusiones infundadas”.
El marxismo, además, provee de la razón ideológica para que el PCCh siga desempeñando su papel nuclear y vertebrador en la sociedad china, reforzando su propia autoridad. Dicho proceso se complementa con el énfasis en la “auto-renovación”, sustentada en una más estricta observación de la disciplina y la ética militante como garante del servicio al bien común.
El xiísmo aporta una “segunda combinación”: la del marxismo y la cultura tradicional. Si el maoísmo fue en extremo beligerante con el ideario clásico, ya en el denguismo tardío, con Hu Jintao (2002-2012), se inició una política de abierta conciliación. Xi Jinping ha profundizado esta evolución, promoviendo la cultura tradicional china si bien desde el punto de vista marxista. La adjetivación del modelo chino a partir de la asunción de sus características singulares sugiere que estas, propias de una civilización de 5000 años de antigüedad, constituyen una justificación añadida para promover un marxismo adaptado al contexto chino.
Xi, en suma, reafirma la utilidad del marxismo para China y, en paralelo, refuerza el eclecticismo ideológico del PCCh incluyendo a la cultura y la civilización china en un mosaico de influencias que integra sus respectivas sinergias a modo de blindaje frente a la penetración del ideario liberal.
Las indicaciones de Xi a propósito de la promoción de una confianza cultural más fuerte cabe inscribirlas en ese afán de desarrollar las teorías culturales marxistas en línea con la procura de una fuerte garantía ideológica. Y recuerda que el marxismo no puede adaptarse al contexto chino ni a las necesidades de los tiempos sin considerar la raíz de la cultura tradicional china.
La reciente enunciación del pensamiento de Xi Jinping sobre la cultura (que se suma a los formulados sobre la política exterior, el estado de derecho, la economía, la política ambiental o la defensa nacional) y las “nueve adhesiones” que plantea tienen como un sustrato esencial el reforzamiento del papel rector del marxismo en la esfera ideológica.
Xi, en suma, se muestra más activo que sus predecesores en la defensa y promoción del marxismo, es decir, de una adaptación que tenga en cuenta las innovaciones teóricas que son producto especialmente de su combinación con la realidad de China, reiterándolo como la ideología directriz pero que no obstante debe tener en cuenta que han pasado 170 años desde la publicación del Manifiesto Comunista. Xi reiteró que no existe un modelo único e inmutable de socialismo y que sus principios básicos deben integrarse con la realidad, historia y cultura de cada país.
Marx y el marxismo constituyen un elemento central del proceso formativo y académico y también de la capacitación político-burocrática. Bien es verdad que lustros atrás, cuando se trataba de atraer capital exterior para desarrollar la economía, sus retratos desfilaron de las paredes al desván probablemente como signo de la misma estrategia que Deng ideara en el orden internacional y que aconsejaba “esperar el momento”. Pues bien, el momento de desempolvar, como también de alzar la voz en el concierto internacional, parece haber llegado.
Si bien no falta quien piensa que el PCCh dejó de ser comunista prácticamente desde el abandono del maoísmo, la realidad es más compleja y quizá esta sea una conclusión precipitada. No es un partido revolucionario, es un partido de gobierno, pero el marxismo y su reafirmación constituyen aun una seña de identidad a la que nunca renunció y hoy, su revitalización, es un trazo singular del xiísmo.
Para el PCCh, el gran mérito histórico de Marx y Engels fue transformar el socialismo utópico en científico. El marxismo es una ciencia que se desarrolla sin cesar y ello exige una amplitud de visión que se enriquece con la integración de la teoría y la práctica en los diversos países en función de las condiciones históricas de cada tiempo. desprenderse de cualquier dogmatismo es indispensable para acompañar los nuevos horizontes.
(Para El Viejo Topo, septiembre 2024)
Fuente: https://politica-china.org/areas/sistema-politico/la-sinizacion-del-marxismo