Francisco Medina escuchó un relato insólito: debajo de una casa de la periferia, estaban los escombros del palacio bombardeado en septiembre de 1973. Así comenzó la búsqueda que devino en un acto artístico y de preservación del patrimonio.
Fernanda Araneda
Francisco Medina tenía una amiga, su amiga un novio, ese novio una madre y esa madre, construyó su casa sobre los escombros del Palacio de La Moneda. O eso era lo que ella decía.
Francisco es actor y hace quince años trabajaba en teleseries. De ahí lo conocía “la tía”. La tía quería que Francisco fuera a su casa a tomar once y él aceptó de inmediato. Era una casa en la periferia de Santiago, con un fuerte “sentimiento político”. Tenía varias fotos de Salvador Allende en las paredes.
“Esta casa se la debo al Chicho”, le dijo la tía.
Al principio Francisco no entendía nada. Luego, ella le explicó que en los años 70 trabajó como garzona en el centro de Santiago, cerca de La Moneda, justo en el momento en que sacaban los escombros que dejó el bombardeo al palacio presidencial.
La tía recién había comprado un terreno para construir su casa propia, pero tenía un gran problema: en el medio había un gran hoyo. Ahí fue cuando le pidió a los obreros que atendía todos los días, que le llevaran escombros para usarlos de relleno.
De manera instintiva, Francisco le propuso hacer una obra de teatro, pero al final, las cosas quedaron en nada. Perdió contacto con la tía, pasaron más de diez años, hasta que un día, en 2022, mientras hacía una magíster en España, se preguntó qué es lo que haría para conmemorar los 50 años del Golpe de Estado.
En ese momento, recordó todo o al menos parte de lo que le habían contado y decidió que se haría cargo de ese relato tan extraño, pero que al mismo tiempo era tan importante para la historia de su país.
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El 11 de septiembre de 1973, a las 11:52, dos aviones Hawker Hunter comenzaron a bombardear La Moneda con sus cohetes rockets. El ataque duró un total de 16 minutos y provocó un devastador incendio, que a su vez, generó daños irreparables en el palacio.
Pese a que nunca se ha hecho un catastro de la afectación patrimonial, expertos en el tema señalan que entre las pérdidas estuvo el Salón Rojo, el espacio más protocolar del edificio; y también la Galería de Los Presidentes, que contaba con las estatuas de varios exmandatarios.
Para Francisco se trató de un “primer gesto” de la dictadura, una forma de instalar el horror. A su juicio, La Moneda es el primer cuerpo víctima de lo que pasaría en años posteriores. Después vendría el ataque a otros edificios, a líneas de pensamiento, a opositores políticos e incluso a testigos casuales.
Armado de sus habilidades como artista e investigador y con el testimonio de la tía bajo el brazo, comenzó a pensar en un gesto. “Un gesto performativo o no, de intentar recuperar aunque sea un pedacito del cuerpo destrozado de La Moneda. Tratar de recuperarlo y traerlo al presente como si fuera una especie de cápsula del tiempo”, afirma Francisco.
Obreros retiran escombros de La Moneda
Lo primero que hizo fue volver a contactar a la tía. Ella le confirmó que no había soñado ni imaginado la historia sobre los escombros y le contó que ya no vivía en la casa, pero que se la había vendido a una sobrina. Francisco se reunió con ella.
“Mi propuesta es exhumar el cadáver de La Moneda, que al parecer, está en el patio de tu casa”, le dijo a la sobrina.
Para la nueva dueña de la casa la principal preocupación era qué iba a pasar con su patio. Ese sería el principal foco de la acción de Francisco, que con exhumar, se refería a desenterrar los escombros de La Moneda guardados bajo la casa.
Pese a que aún no sabía cuál sería el costo de la excavación, Francisco le hizo una promesa a la sobrina. Rompería su patio, sí, pero después de terminar su búsqueda, se lo dejaría aún mejor de lo que estaba.
“Ahí ella me dice sí, nos damos la mano, nos damos un abrazo y a partir de eso, yo empiezo a buscar al equipo de trabajo que me va a ayudar a hacer esto”, cuenta.
Francisco reclutó a un grupo multidisciplinario. Primero, a la arqueóloga y académica de la Universidad de Chile, Flora Vilches, a quién conoció por sus investigaciones sobre la arqueología del estallido social; luego a su amiga, Nona Fernández, a quién considera “la escritora de la memoria de Chile”; y finalmente a Paz Errázuriz, fotógrafa que durante la excavación se encargaría de llevar el registro visual de la búsqueda.
“Con estas tres mujeres muy potentes empiezo a tocar puertas para ver cómo se financiaba un proyecto de esta naturaleza”, relata Francisco.
Conseguir los recursos fue más complejo que encontrar a sus compañeras de equipo. Francisco sabía que todo partía con la excavación, pero no tenía claro qué haría después y eso complicaba sus chances con los potenciales financiadores.
“La pregunta era: ¿Esto va a ser una obra de teatro? Yo no lo podía asegurar. ¿Va a ser una obra de danza? ¿Va a ser un documental? No lo podíamos asegurar. Era una especie de salto al vacío que a mí me parece interesante y trato de defenderlo siempre. La dictadura instala el neoliberalismo en Chile de manera tan radical que hasta el día de hoy, querámoslo o no, la producción cultural también responde a ese neoliberalismo. Entonces, yo decía: ‘Si mi gesto va a ser una especie de contra respuesta a ese gesto inicial, incluso tengo que estar fuera de esos mecanismos de producción cultural’. Entraba en ese conflicto”, recuerda.
El proyecto de Francisco además desafiaba otro concepto: ¿qué es realmente el patrimonio? Algunos lo pensarían dos veces antes de decir que un escombro tiene valor histórico.
“¿Qué es lo que estoy buscando? ¿Estoy buscando un pedazo de puerta? ¿Una manilla que diga que esto fue La Moneda? Parece que no. Lo que estábamos buscando era el borde del borde del borde. Era la basura de la historia”, reflexiona.
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El financiamiento vino finalmente del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural (antes conocido como Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, DIBAM). Con ese apoyo, Francisco, Nona, Paz, Flora y otros tres arqueólogos -Dafna Goldschmidt, Sofía Muga e Ismael Martínez- comenzaron las excavaciones en marzo de 2023. Aún faltaban varios meses para la conmemoración de los 50 años del golpe, pero considerando los plazos que necesitaba el análisis arqueológico, estaban contra el tiempo.
Tenían el permiso del Consejo de Monumentos Nacionales para hacer tres pozos de un metro por un metro y el primero lo hicieron en la parte trasera del patio, siguiendo estrictamente el relato de la tía. Su esperanza era encontrar de inmediato lo que estaban buscando, pero no tuvieron suerte.
“En ese primer pozo apareció material propio de la estratigrafía del lugar y poco material cultural, es decir, a hechos vinculados con seres humanos”, precisa la arqueóloga, Flora Vilches.
Para Francisco fue frustrante. Quería que aquello que le contó la tía fuera realidad y que toda su planificación no hubiera sido en vano.
“Ahí la Flora con su sabiduría me dice: “La arqueología es así”. Trabajamos con testimonios muy frágiles. La memoria es frágil y a lo mejor ella tiene en la cabeza algo que no es tan así. Teníamos solamente tres oportunidades y en la segunda, empezamos a encontrar mucho material de la familia”, cuenta Francisco.
En el segundo pozo apareció el rastro de quienes habían vivido en esa casa por décadas. Juguetes de niños, como una pelota de pin pon, pedazos de tela, restos de comida e incluso algunos materiales de construcción: baldosas, clavos y pedazos de madera y ladrillo.
“Estos materiales de construcción nosotros los podemos asociar con escombros, pero nosotros ahí también dijimos: ‘Esta casa ha sido ocupada por 40 años y también han sucedido distintos eventos de construcción y deconstrucción en esta propia vivienda’. Que aparezcan pedazos de madera o clavos o pedazos de ladrillo no necesariamente significa que vengan de otro lado”, recuerda Flora.
El equipo de arqueólogos descartaba rápidamente cosas que para ojos no expertos parecían significativas. Eran vestigios de los años 70 u 80, todo parecía en orden, hasta que encontraron las baldosas chocolate.
“Cuando aparecen unas baldosas chocolate, que son llamadas así por el patrón que tienen de cuadritos en su parte superficial, ahí fue claro que no eran del lugar. Son las típicas baldosas que se usan en las veredas, de espacios públicos, pero este era un barrio periférico que no tenía veredas de ese tipo”, observa Flora.
Baldosas chocolate encontradas durante la excavación
Otro indicador importante fueron algunos de los clavos que encontraron. Al principio, no les dieron demasiada importancia, pero en análisis posteriores -que realizó la arqueóloga experta en metales, Elvira Latorre– notaron que habían ocho clavos cortados y uno de hierro forjado.
Los clavos de hierro forjado, explica Flora, son propios del siglo XVIII, al igual que La Moneda, que fue construida en 1784.
“Ese clavo podría ser de la primera fase de construcción de La Moneda y los otros, que son los cortados, que son de fines del siglo XIX, a lo mejor podrían pertenecer a las múltiples modificaciones que tuvo el edificio. El edificio no es que lo hayan construido en 1784 y quedó tal cual hasta cómo lo vemos hoy o hasta el golpe, si no que tuvo diferentes fases de construcción, adiciones, mejoramientos, etc. Entonces, esos clavos refieren a un tiempo en particular”, dice.
Flora, en todo caso, es enfática al señalar que no hay certezas de que lo que hayan encontrado provenga realmente de La Moneda. Las baldosas chocolate podrían ser de cualquier calle de Santiago Centro y lo mismo con los clavos, que podrían haber pertenecido a cualquier otro edificio construido en la misma época que La Moneda.
Para tener más certezas, aclara la arqueóloga, se deberían hacer análisis físico-químicos que comparen, por ejemplo, el cemento de los escombros que encontraron con el de los muros de La Moneda. Sin embargo, esos son estudios bastantes caros y que exceden el financiamiento que consiguieron.
“Ahora, desde la arqueología, ¿qué hace uno? Tenemos por un lado los clavos, tenemos por otro las baldosas que no son de ese barrio, que pueden ser más tempranas y uno uniendo distintos datos puede decir que dialoga con este relato de que hay escombros que vienen de otro lado y dialoga hasta cierto punto con ser un edificio que no es una vivienda común y corriente del ciudadano medio. Sin embargo, todavía es difícil decir con certeza que son de La Moneda y no de otro edificio del mismo tiempo”, afirma Flora.
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Cuando comenzaron a excavar, el equipo de arqueólogos le advirtió a Francisco lo que podía pasar. Que no pudieran confirmar, pero al mismo tiempo tampoco descartar que los escombros fueran de La Moneda.
“Flora lo dijo desde un principio, pero yo tenía la secreta esperanza de encontrar algo que fuera muy determinante, porque la historia era mucho mejor así, o no sé si mejor pero cerrábamos un ciclo, era súper redondo”, dice Francisco.
De todas maneras, el artista recalca que lo interesante del proyecto “tiene que ver con la búsqueda”.
“Creo que el proyecto levanta también esa reflexión, pero lamentablemente el Gobierno no lo entendió, no lo sigue entendiendo y parece que no lo va a entender, que es lo más doloroso para mí. Creo que eso es lo que más me frustra. No me frustra el no haber encontrado nada, esencialmente, sino que me frustra que un Gobierno como este no haya sido capaz de entender la naturaleza del proyecto y su importancia, porque yo sigo buscando y encontramos restos patrimoniales en otras partes”, cuenta.
El 12 de septiembre de 2023, a 50 años y un día del bombardeo del palacio presidencial, Francisco inauguró la exposición “Exhumar la memoria” en el Centro Cultural La Moneda. Allí le mostró al público, en varias vitrinas, parte de los escombros que él y su equipo encontraron debajo de la casa de la tía, en conjunto con cinco balaustres de madera que fueron retirados del palacio en 1953 y que estuvieron almacenados por décadas en una bodega del Ministerio de Obras Públicas.
Después de la inauguración a Francisco le llegaron varios datos. Primero, de restos que estaban guardados en una universidad y luego, de pedacitos de La Moneda en posesión de particulares.
“Hay restos patrimoniales que tienen gente en su casa en la playa, gente millonaria que rescató parte de este patrimonio y lo tiene como decoración”, detalla Francisco.
Todos esos descubrimientos lo dejaron pensando en el abandono de nuestro país a su patrimonio. Por el momento, no cuenta con más financiamiento para seguir analizando lo que sacaron del patio de la tía y respecto a los otros puntos donde encontró parte del “cuerpo” de La Moneda, acusa que no ha encontrado disposición desde organismos públicos para llevar esos restos a un lugar donde se les estudie y proteja.
“Lo que pasó con La Moneda es una metáfora de lo que pasó con otros cuerpos. El año pasado vimos como se encontraron osamentas en cajas de cartón. Entonces, finalmente lo importante no es encontrar lo que estaba debajo de esa casa, sino activar una búsqueda. Ese es mi proyecto. ¿Dónde está el cuerpo de La Moneda y qué estamos haciendo con el rescate del patrimonio? Eso es lo más importante”, aseveró.