Publicado por Joana Bregolat
La sensación de miedo, incerteza y repliegue ocupa muchos espacios en los tiempos actuales de la política. Desarrollamos nuestras vidas en un período convulso, de crisis y rupturas, de tiempos lentos y atravesado por impasses, pero también en el que las tendencias destructivas del capital se ven aceleradas y agravadas. La centralidad que toma el auge de la extrema derecha reaccionaria global, el aumento de las contradicciones interimperialistas junto a la reordenación geopolítica que le acompaña, y la intensificación violenta de los procesos de extracción de valor, nos confirman una de las frases más repetidas en los últimos años: nos encontramos en un nuevo ciclo político.
Reconocer este cambio de ciclo lleva implícita la tarea de repensar nuestras formas de acción. Una revisión de nuestras prácticas, de nuestras herramientas para el conflicto y de nuestras formas organizativas para acompasarlas a los ritmos y necesidades del momento, para ser capaces de detectar las mediaciones que nos permiten avanzar hacía nuestro objetivo, y así orientar nuestra intervención. Esto, en el caso que nos ocupa, implica aterrizar toda política sexual radical examinando la sexualidad como fragmento del espejo a recomponer y potenciar aquellos elementos subversivos de las disidencias sexuales que amplían el campo de los conflictos de clase. Una tarea que como militantes revolucionaries disidentes afrontamos con la convicción de que las luchas por la liberación sexual y de género son una herramienta de lucha clave para articular el sujeto de clase, resituar el conflicto y avanzar hacia un horizonte libidinal y emancipador para el conjunto de la clase trabajadora.
Ante la magnitud de la tarea que nos proponemos y conscientes de que toda conclusión que se pueda dar debe ir más allá del terreno de la abstracción, en estas líneas que siguen el objetivo es acercarnos a la sexualidad desde la noción de crisis y vislumbrar cuáles pueden ser los lugares sobre los que inscribir toda apuesta sexual radical en la praxis real de la política de les explotades y oprimides.
1. Nuestras sexualidades en tiempos de crisis
Si partimos de comprender que ningún aspecto de la vida capitalista –incluyendo la sexualidad, los afectos, los cuidados y el deseo– existe de forma aislada a su formación social, debemos reconocer también que la organización del conflicto antagonista en estos campos tampoco es ajena o externa a las relaciones económicas que se dan en nuestras sociedades y merece ser cuestionada, discutida y actualizada. Por ello, es fundamental que aquelles militantes que nos reconocemos bajo el paraguas de las disidencias sexuales, seamos capaces de comprender qué implicaciones específicas tienen las crisis sobre nuestras vidas y sobre las relaciones sociales de clase en las que estamos insertas.
Desde las coordenadas marxistas, las crisis son leídas como un elemento fundamental del proceso de acumulación y su tendencia hacía el desarrollo ilimitado de las fuerzas de producción y reproducción. Un resultado necesario de la forma de producción capitalista que, mediante sus imperativos cada vez más demandantes en tiempo y recursos, choca con más virulencia con los límites de su riqueza. La irrupción de las crisis en el proceso de reproducción del capital y sus efectos en las dinámicas de acumulación no son deducibles en abstracto, se encuentran enmarcados en contextos históricos concretos, pero en su desarrollo general observamos la tendencia en restaurar y ampliar el poder del capital. Por ende, en los tiempos de crisis observamos no sólo cómo se hacen patentes las contradicciones del modo de producción capitalista, sino también cómo se intensifican sus mecanismos de dominación 1.
Las crisis del capital no son solo un momento en el que se interrumpe la acumulación: en su desarrollo, también se ponen en marcha dinámicas de poder para restablecer las condiciones de un nuevo ciclo de acumulación. Así, devienen tanto un quiebre como un punto de partida, tanto una contradicción como un método de resolución del capital, y tanto una barrera como un “ciclo rejuvenecedor de la acumulación”. Esta ambivalencia que atraviesa el papel de las crisis nos hace complejizar su definición, salir de determinismos que nos llevan a concebirlas solamente como signos de debilidad del poder del capital, y a apreciar que la prevalencia de las dinámicas que hacen posible que el capital vuelva a su cauce dependen también del equilibrio de fuerzas del momento. Sus posibilidades de impugnación, de disputa, pues, no deben ser menospreciadas y por ello, las disidencias sexuales, no deberíamos ser ajenas a sus desarrollos.
Las turbulencias que hoy acarrea el agravamiento de las crisis múltiples, sucesivas y entrelazadas, que atraviesan nuestras vidas cotidianas se materializan en una reconfiguración de los regímenes sexuales y de las estructuras que los sustentan. Una reconfiguración en cómo el capital se relaciona con nuestros cuerpos y sexualidades disidentes, en cómo encajan nuestros afectos, cuidados y deseos en sus circuitos de extracción de valor, y en cómo se tolera nuestra diferencia sin poner en cuestión la base económica en la que se ampara. Una reconfiguración que vuelve a regular cuántas caricias son permitidas 2 para que las disidencias sexuales no nos desviemos de nuestro camino en la reproducción del capital, y genera nuevas normas en el juego de la competencia por derechos dentro de los Estados neoliberales.
Así, en este nuevo ciclo político reaccionario, experimentamos el auge de pánicos morales y conservadores que reformulan las lógicas de asimilación/aceptación de nuestros cuerpos y sexualidades en la normalidad capitalista. Vemos enaltecidos procesos de desublimación 3, que disciplinan y controlan cada vez más nuestros cuerpos, vidas, afectos, cuidados y deseos; y dinámicas de refuerzo a postulados autoritarios, que fragmentan y desagregan las disidencias en nombre de la seguridad mediante fuerzas policiales, muros fronterizos y derechos restringidos –cuando no negados–. Nos encontramos en un escenario adverso para aterrizar una praxis política disidente en la que la urgencia de la resistencia no borre la necesidad de articular una ofensiva de les subalternes.
2. Recomponer el espejo: colectivizar la intimidad
La noción de crisis y su comprensión desde la crítica a la economía política alimenta la pulsión de romper con las apariencias de la realidad social que el capital ha distorsionado. Nos señala que existe una relación, una correspondencia entre las relaciones sociales –la sexualidad, el género, la raza, la capacidad, etc.– con los procesos de acumulación por desposesión que caracterizan el capitalismo actual, que no es rígida, que evoluciona y se transforma a medida que se reconfigura el capital, a golpe de crisis y restauración. Nos dibuja un mapa diferente, en el que se difuminan las fronteras entre vidas privadas y modo de producción capitalista, y en el que los trazos de las opresiones que marcan nuestras vivencias dejan de tener sentido si los analizamos por separado.
El prisma de la totalidad nos permite delimitar nuestra posición ante las teorías de sistemas dobles, triples o cuádruples, confrontando aquelles que en el campo de la política revolucionaria sitúan la opresión de género y la heterosexualidad como precondiciones lógicas del capital. Lejos de situarnos en una discusión abstracta, esta confrontación nos muestra la importancia teórica de distinguir en nuestra praxis revolucionaria entre los conceptos de explotación y opresión, entre las nociones de condición lógica o consecuencia necesaria, y de cómo de su comprensión diferencial emergen apuestas
político-estratégicas divergentes. Así, para quienes consideran que es a partir de las condiciones individuales y específicas de vulnerabilidad y opresión que el capitalismo deriva y da forma a las diferentes formas de explotación y que, luego, a través de ellas, reproduce las condiciones específicas de vulnerabilidad, se vuelve correcto pensar la heterosexualidad como base de la economía 4. Para elles la heterosexualidad deviene algo más que una orientación sexual: un modo de producción de personas que jerarquiza diferencias anatómicas y produce una doctrina de la diferencia sexual, cual “marca impuesta por el opresor” (Wittig, 1992). De ahí emana una defensa del separatismo como práctica política necesaria. Y es que, ¿cómo vamos a compartir espacios las disidencias sexuales y de género revolucionaries con aquelles que son nuestras antagonistas? Toda política mixta sería una cooperación interclasista e irreconciliable con un horizonte de emancipación.
Este cuestionamiento toma un cariz distinto desde nuestras coordenadas. Para nosotres, la clase no es una identidad: es una posición en el sistema, no una suma de dificultades individuales. Parafraseando a Holly Lewis, la clase es la mistificación de todas las relaciones sociales para ponerlas al servicio de la producción de plusvalía. Así pues, desde el prisma de la totalidad sostenemos que es el proceso de acumulación capitalista el que produce, o contribuye a producir, distintas formas de jerarquía social y opresiones como consecuencias necesarias para la extracción y apropiación de un excedente mayor. Reconocemos una relación dialéctica entre la lógica de acumulación capitalista –omnipresente, en movimiento– y las jerarquías sociales, que no sucede sólo en el plano abstracto: se encuentra atravesada por las formas de relación social existentes en el capitalismo. Tal como apunta Cinzia Arruza, esto no significa que el género y la sexualidad no produzcan beneficios: la reproducción del régimen heterosexual permite ocupar lugares superiores en el orden social, tener un mayor grado de aceptabilidad, trabajar en condiciones mejores que aquelles que se encuentran en sus márgenes, y disponer de un acceso privilegiado a la violencia y a la dominación sobre otres. La heterosexualidad deviene un dispositivo más en el repertorio del capital para la división y conflicto entre explotades y oprimides, dentro de una misma clase; y, por lo tanto, el capital no es indiferente a ella, ni se relaciona de forma oportunista o contingente, la (re)produce como subproducto para la acumulación. La (re)produce como herramienta para conseguir una mayor tasa de expropiación.
Esta relación entre el capital y la sexualidad es la que nos lleva a las disidencias sexuales y de género marxistas, a lo largo de la historia, a trabajar por recomponer el espejo roto en el que se refleja la política de clases y visibilizar que, sin les abyectes de clase trabajadora, sin nuestras luchas, la reificación capitalista sigue operando y coartando la emancipación sexual real de todes les explotades y oprimides. Por ello, las luchas por la liberación sexual y de género devienen un lugar de disputa política para el conjunto de la clase, un terreno fértil de lucha antagonista, que pone al desnudo el carácter ideológico y socialmente construido de las estructuras que sustentan los procesos de producción y reproducción del capital. Y que, a su paso, despunta las costuras de la intimidad capitalista y cuestiona cómo el capital regula y ejerce control sobre nuestros cuerpos, vidas y sexualidades. Un despunte que abre la puerta a hacer de nuestros afectos, cuidados y deseos vehículos para el conflicto.
3. Organizaciones para todes, organizaciones para el conflicto
Si en el inicio del artículo se apuntaba a la necesidad de revisar las prácticas y formas organizativas de las disidencias sexuales y de género para acompasarlas al momento actual, las nociones marxistas de crisis y de totalidad constituyen parte de nuestro repertorio estratégico para repensarnos. Actúan como herramientas que nos permiten reflexionar sobre qué rol jugamos hoy las disidencias sexuales y de género en las luchas que atraviesan nuestras realidades cotidianas, sobre cómo se relacionan nuestras organizaciones con el conjunto de la lucha antagonista –y si no lo hacen, preguntarnos por qué–, y sobre cuál debería ser nuestro papel en el desarrollo de la lucha de clases.
Estas preguntas nos trasladan rápidamente a las coordenadas del clásico debate entre reconocimiento y redistribución, y nos complejizan y desencorsetan la mirada dejando atrás las dicotomías simples que se plantean a su alrededor. Se nos presenta una relación dialéctica entre ambas posiciones, que discute con quienes leen el reconocimiento sólo desde el prisma de las políticas de identidad neoliberales y que busca restablecer la dimensión colectiva de las identidades recordando las estructuras comunitarias, obreras, de apoyo mutuo y de subsistencia que acogieron la identidad en tanto que lucha en el pasado 5 y que siguen haciéndolo hoy frente al auge reaccionario. Y desde aquí, aceptar que la solución al debate no se encuentra en rechazar la política de reconocimiento per se, sino en ser capaces de ampliar su concepción vinculándola a aquellas condiciones materiales, sociales e históricas concretas que componen nuestras vidas y haciendo de ellas, un lugar para el conflicto antagonista.
Así pues, el conflicto que nos permite avanzar en la autoorganización de las disidencias sexuales y de género de clase trabajadora va más allá de las luchas que abogan por el derecho de les diferentes a ser, vivir, como diferentes. Más allá de aquellas que reducen el horizonte de la liberación sexual y de género a una petición de ser iguales en la miseria. Nuestro repertorio de herramientas para el conflicto debe apuntar a la superación de estas dinámicas que nos posicionan constantemente en la elección entre guetificación y adaptación, como si ambas fueran recetas mágicas frente a la precariedad, la emergencia habitacional, el racismo, la violencia lgbtifóbica…, y no estrategias de fragmentación en las que solo ganan aquellos sujetos más visibles, menos incómodos para la cisheteronorma y la reproducción social del capital.
Frente a quienes sitúan el conflicto en los confines de la identidad y escinden la sexualidad del conjunto de la realidad social que vivimos también debemos ser cautes, especialmente con aquelles que ante el conflicto antagonista desechan toda cuestión relativa a la sexualidad y al género como terrenos de lucha. Ni sexualidad como fragmento aislado ni ceguera colectiva frente a las especificidades propias del capital sobre las disidencias sexuales y de género. El reconocimiento en el marco de las luchas por la redistribución no sucede de forma automática, ni la consciencia de que plantear luchas contra la precariedad o en defensa de los servicios públicos es hablar de liberación sexual y de género. El heterosexismo y el cisexismo se encuentran entrelazados cuando, bajo la percepción de una realidad homogénea para el conjunto de la clase trabajadora, se desdibuja el papel de las opresiones en las relaciones de producción y reproducción del capital.
Entonces, ¿qué tipo de conflictos decimos que pueden jugar un papel en la revisión y reconfiguración del movimiento por la liberación sexual y de género? Son aquellas luchas, aquellas rupturas, que nos permiten a las disidencias sexuales y de género plantear que la resolución de nuestras necesidades no puede darse solamente para nosotres. Conflictos que nos permiten desprivatizar la sexualidad, la afectividad, el deseo, el género y los cuidados en un sentido político, desplazarlos de las coordenadas propias de las disidencias y cuestionarlos desde un prisma amplio para el conjunto de la clase trabajadora. ¿Acaso la resolución de la desfamiliarización de los cuidados es una cosa que debe resolverse de manera diferenciada entre disidencias sexuales y de género y personas cisgénero? ¿O la cuestión del acceso a la vivienda debe ser separada por nuestra orientación sexual, por nuestra vivencia de género? ¿O la defensa de los servicios públicos no debe darse por las disidencias sexuales y de género junto al resto de la clase trabajadora? ¿O las respuestas ante el auge reaccionario global deben ser separades? Nuestra apuesta por el conflicto se inscribe desde aquí, desde el reconocimiento a que nosotres –en tanto que disidencias sexuales y de género y en tanto que trabajadoras– formamos parte de la base social por la que se está luchando, no solo cuando hablamos de sexualidad, sino del conjunto de elementos que ocupan y preocupan a la clase que pertenecemos.
Queremos tensar el conflicto desde distintas coordenadas: ser capaces de desplazarnos como conjunto ahí donde existe el potencial de una lucha antagonista. ¿Qué significa esto? Acercar los movimientos por la liberación sexual y de género a los conflictos que atraviesan al conjunto de la clase trabajadora, poner en cuestión formas organizativas, discursivas y de disputa política heteronormativas, cisgénero y patriarcales; pero, también, acercar aquellos movimientos y sindicatos en los que estamos organizades a las luchas por la liberación sexual y de género, reforzando que toda disputa en términos de identidad debe ir de la mano de una lucha redistributiva, debe ir de la mano con una política de clase para todes. Ese diálogo debe permitirnos expandir y radicalizar los conflictos, ampliar nuestras dinámicas organizativas y estrategias de lucha.
Conclusión: vislumbrar un frente de les explotades y oprimides
Si toda práctica política a desplegar por parte de las disidencias sexuales y de género debe actuar como reverso defensivo para la emancipación del conjunto de la clase trabajadora, deviene fundamental pensar en la superación de la dinámica actual del movimiento por la liberación sexual y de género, pues aquello que nos urge, aún está por construir.
Situar a las disidencias sexuales y de género como sujeto clave en la recomposición de clase no solo parte de la pulsión por construir un futuro nuevo de les explotades y oprimides, sino también por reconocer y dar espacio a las experiencias y prácticas que hoy ya existen y siembran a su paso el futuro que aspiramos. Es ser capaces de redirigir nuestra atención: descentrar las políticas de identidad neoliberales y hacer de toda política de clase una brecha para la construcción de una política sexual radical. Que nada de lo que pase sea ajeno a nosotres porque nosotres no somos ajenas a nada. Así, poner en acción enseñanzas de luchas concretas que hemos visto cómo en los últimos años lograban entretejer las luchas por la liberación sexual y de género con prácticas de sindicalismo social y autoorganización popular. Ejemplos de ello los encontramos en la experiencia de Les Inverti·e·s en la lucha en defensa de las pensiones en Francia, pero también en el papel que ha jugado en Argentina la Asamblea LGBTIQNB+ Antifascista al organizar marchas amplias en oposición al gobierno de Milei, y en el trabajo internacional que ha realizado el espacio Queers in Palestine desde el inicio del genocidio. Su acción política surgía y surge de las realidades que disidencias sexuales y de género experimentaban, pero su propuesta de resolución siempre iba y va más allá de elles mismes.
A su vez, esto implica también ser capaces de desplazar dinámicas autorreferenciales para plantear que en nuestras luchas también se articula un sujeto más amplio que las propias disidencias sexuales y de género, impulsando que la política sexual radical se dé por todos los cauces posibles. Tomar ejemplo de las experiencias de lucha del nuevo sindicalismo de EE UU: por ejemplo, del proceso de lucha que inició Starbucks Workers United, en el que a través de demandas concretas de los movimientos por la liberación sexual y de género impulsaron conflictos laborales que potenciaron la sindicación y fortalecieron un polo de lucha contra la precariedad en sectores minorizados en el panorama sindical. Apostar, por tanto, porque nuestras demandas, nuestras necesidades, puedan devenir herramientas para la construcción de la solidaridad de clase.
Puede que avanzar en esta dirección señale conversaciones pendientes y discusiones no resueltas entre las estructuras que hoy dan forma a las luchas por la liberación sexual y de género, pero también enfatiza la necesidad de cuidar aquellos espacios transfeministas y anticapitalistas en los que nos encontramos organizades y orientarlos hacía el conflicto. Y sí, también puede ser que en tiempos de auge autoritario, reaccionario y liberalizador siga siendo una tarea necesaria potenciar la autoorganización de las disidencias, sin restar importancia a la necesidad de desbordar los confines de las luchas por la liberación sexual y de género. En definitiva, puede que aquello que nos urge sea convertir las prácticas organizativas de las disidencias sexuales y de género en herramientas al servicio de una política radical de todes, y enriquecer la lucha anticapitalista desde las perspectivas disidentes que emergen en el interior de las luchas sindicales, antirracistas, anticapacitistas, feministas, ecologistas y antifascistas. Una posición desde la que ubicar enemigos comunes y entretejernos, desde la que vislumbrar un frente de les explotades y oprimides que plante cara al capital.
Joana Bregolat, militante de Anticapitalistes y miembro del Área de disidencias LGTBIQA+.
Referencias
Arruza, Cinzia (2015) “Logic or History? The Political Stakes of Marxist-Feminist Theory”. Viewpoint Magazine. Disponible en: https://viewpointmag.com/2015/06/23/logic-or-history-the-political-stakes-of-marxist-feminist-theory/
Clarke, Simon (1990/1991) “The Marxist Theory of Overaccumulation and Crisis”. Science & Society, 54, 2, pp. 442-467.
Drucker, Peter (2023). Desviades. Normalidad gay y anticapitalismo queer. Barcelona: Editorial Sylone-viento sur.
Hybris, Ira (2022). “Introducción al marxismo queer. Conceptos para una política radical desviada”. Rojo del Arcoíris, Vol. 1, pp. 67-81.
Lewis, Holly (2020) La política de todes. Feminismo, teoría queer y marxismo en la intersección. Manresa: Bellaterra.
Mau, Søren (2023) Compulsión muda. Una teoría marxista del poder económico del capital. Ediciones Extáticas.
5Facet, L. (2023). “El problema del sujeto de clase en el capitalismo tardío”. viento sur, 186.
1rxista de las crisis pone de relieve que: ‘una de las formas que una crisis ayuda a restablecer la rentabilidad es intensificando los mecanismos de dominación que también funcionan fuera de las épocas de crisis’. Así, hace referencia al uso estratégico por parte del capital de las estructuras de opresión vigentes, entendiéndolas como mecanismos necesarios para su existencia histórica y deviniendo una consecuencia necesaria para su reproducción.
2Tal como se plantea Ira Hybris en “Introducción al marxismo queer. Conceptos por una política radical desviada” (2022), Guy Hocquenghem sostiene que la ‘sociedad capitalista fabrica lo homosexual como produce lo proletario’, regulando las caricias para que no se equivoquen en su camino a la reproducción –naturalizada– de la fuerza de trabajo.
3El concepto de desublimación, que recogemos de Hebert Marcuse y Mario Mieli, plantean la liberalización de la sexualidad como una forma de represión. Bajo la apariencia de aceptación y asimilación, se organiza el deseo, se conduce el deseo, mediante canales comerciales cuando este ya no se puede simplemente reprimir violentamente. La mercantilización disciplina, la mercantilización educa en el control de lo posible.
4Para entrar más en detalle en estos posicionamientos, puede ser de interés: Zappino, Federico (2024). Comunisme queer. Notes per una subversió de l’heterosexualitat. Manifest Llibres [català]