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La instancia subversiva. Decir lo femenino, ¿es posible?

by Juan Carlos Flores
septiembre 12, 2025
in Feminismo, Noticias Destacadas
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La instancia subversiva. Decir lo femenino, ¿es posible?
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Publicado por Carolina Meloni González

La instancia subversiva. Decir lo femenino, ¿es posible?

La filosofía es la tumba de la mujer. No le otorga ningún espacio, ningún lugar, nada le da para conquistar
Catherine Malabou

Cuentan los mitos y leyendas eurocéntricas, que la filosofía, esa arrogante disciplina, nació en Grecia. Cuentan los sabios y filósofos, todos ellos hombres blancos y pertenecientes a determinadas clases sociales, que esta sabiduría es única en su género y que entraña un modo concreto de pensar, aprehender y mirar el mundo. En una mirada siempre totalizadora y universal. Cuentan, asimismo, que nadie ha pensado como ellos, que hay sujetos, cuerpos y espacios geográficos tan remotos y extraños que no han accedido aún a ese excelso saber, a ese tipo de conocimiento tan selecto como elitista. Cuentan y se relatan a sí mismos en un círculo cerrado de amigos y amantes, amigos que dialogan, polemizan y se piensan solo a través de sus pares iguales, de aquellos que son reconocidos como los verdaderos filósofos. 

Este libro se pregunta por el lugar que ocupan otras identidades en esta narración filosófica. ¿Dónde situar a la filósofa en el entramado textual de esta antigua disciplina? ¿Qué tipo de relatos encontramos en el seno de esta en torno a lo femenino? ¿Acaso existe algo así como “la filósofa” ?, se pregunta irónicamente Catherine Malabou, para terminar asumiendo la ineficacia de un concepto como tal. Pareciera absurdo afirmar que exista la filósofa en el seno de una tradición que se ha empeñado en negar, en silenciar y borrar semejante figura. Y por mucho que nos empeñemos en la ardua tarea de reconstruir una historia en femenino de la disciplina o nos embarquemos en la búsqueda de las voces olvidadas por la tradición, sabemos de sobra que, como tal, el orden filosófico es en esencia masculino.

La instancia subversiva se asoma a la historia de la filosofía occidental como si se tratara de un complejo entramado de silencios y oscuridades. Emerge así una disciplina que no es sino el relato patente de un entierro. Si nos remontamos al mito originario del conocimiento, solo el filósofo es capaz de ascender a la verdad, dejando tras de sí a aquellas que permanecerán presas entre las sombras de la caverna. De la mano de Deleuze, podríamos leer políticamente el platonismo como una ontología selectiva y jerárquica, para la cual solo unos pocos elegidos estarán destinados a fundamentar el orden del pensamiento y, por ende, a participar de la esfera pública. Ni mujeres, ni esclavas, ni extranjeras, ni niñas serán admitidas en el selecto grupo de los autodenominados amigos de la sabiduría, esos mismos que harán de la palabra y la ley los principios básicos sobre los que pivotará la ciudad. En las fronteras de la polis, sin embargo, y bajo sus capas subterráneas, se esconden y relegan aquellas vidas atravesadas por la violencia y el silencio epistémico-político. 

A semejante herencia y genealogía, Derrida la denominaba la mitología blanca como voluntad universalista del pensamiento, voluntad de violencia y olvido con el que Occidente emprende la borradura de la alteridad y la diferencia. En definitiva, la historia de la filosofía no es sino el relato del falogocentrismo: erección masculina del logos, de la voz y del sujeto como autoridad absoluta y autosuficiente de suyo; erección de un sistema arquitectónico de la verdad, la razón y el conocimiento; primacía simbólica y material de un orden patriarcal en el que lo femenino no tiene cabida alguna. 

Ningún espacio amable encontraremos en esta antigua morada para eso que denominaremos lo femenino. Salvo las estancias y habitaciones destinadas al cuidado del oikos, al trabajo doméstico y relacional que sirva de apoyo y sostén para aquellos que pueden perderse en sus meditaciones metafísicas. Mientras unos tropiezan con el asombro de la physis y otros se acomodan en sus sillones frente a la estufa para dudar incluso de sí mismos, todo un ejército de sombras ignoradas se encargará de que el edificio funcione. La historia de la filosofía y del pensamiento occidental no son sino el testimonio de estos pasadizos en los que moran el olvido y la violencia patriarcal. Por ello, parafraseando a Irigaray, quizás sea necesario escarbar profundamente la tierra, arañar estas paredes, minar como termitas toda esta apolillada estructura. Se trata de nuestra tarea teórico-política más acuciante, no solo desenmascarar todo falso fundamento, sino visibilizar y testimoniar las huellas, cenizas y restos de una arcaica cocina filosófica en la que moran también otras divinidades. 

Pero ¿acaso la filósofa tiene algo que decir? ¿Acaso están habitadas sus palabras por un logos diferente? ¿Pueden los sujetos feminizados producir un pensamiento filosófico distinto, una forma de pensar que no termine reproduciendo los mismos marcos teóricos hegemónicos? ¿Y qué es eso tan radicalmente otro, tan enigmáticamente distinto que vibra en su pensar y que no deja de inquietar a tan excelsa tradición metafísica? En la estela del concepto formulado por Irigaray, que nos insta a repensar la inscripción de lo femenino en la filosofía, pienso en una suerte de inadecuación, de lugar inapropiado como una instancia subversiva. Ahora bien, dicha instancia tiene más que ver con un no-lugar, con un estar-fuera-de-lugar o con habitar una ectopía, que con la posibilidad de una esencia universal de lo femenino. Nada de subversivo hay en lo femenino como tal. Por el contrario, pienso lo femenino como una ontología compleja y múltiple en la que caben diversas subjetividades marcadas por la opresión y la borradura, incluso por la negación a formar parte de una posible clasificación ontológica. Lo femenino engloba esa esfera del no-ser que desde Beauvoir se ha denominado el segundo sexo y que autoras como Bottici, Butler o Malabou extienden a la esfera de las oprimidas y oprimidos. 

Como el acontecimiento, decir lo femenino en filosofía supone cierta imposibilidad. Si el orden filosófico se ha erigido como el no-lugar por excelencia para aquellos sujetos marcados por la secundariedad, ¿es acaso posible encontrar una morada dentro de sus parámetros? ¿Qué tipo de pensamiento filosófico se produce desde ese espacio de subalternidad? Afirmaba Irigaray que la mujer no es sino esa instancia subversiva, suerte de retorno espectral de lo reprimido, de fantasma que mora en las galerías de la caverna filosófica, de amenaza silenciosa que, desde el seno mismo del sistema, deconstruye toda su supuesta coherencia, poniendo en jaque la prepotencia de su erección. En esa promesa e imposibilidad radica un femenino inabarcable para toda lógica dicotómica, indefinible desde los parámetros de la diferencia sexual, inmanente como un liquen y sin afán alguno de trascendencia, inaprensible e indigerible para la tradición. Semejante concepto late como una huella mnémica, como una instancia subversiva, como un resto incómodo. Este libro pretende recorrer la genealogía de esta represión y, a la vez, analizar las consecuencias deconstructoras que posee para el sistema el rumor espectral de todas esas voces reprimidas. Y si el personaje conceptual del filósofo conlleva un modo de subjetivación reconocida, avalada y propiciada por la hegemonía epistémica, habrá que descentrar lo filosófico. Habrá que devenir no-filósofo, como anunciaba Deleuze, devenir minoría. De este modo, las filósofas (des)habitamos la teoría. Y desde esta imposibilidad misma, soñamos e imaginamos otras perspectivas, otras filosofías.

11. Instancia 2: Pan de coño 1Fragmento de libro de Carolina Meloni: La instancia subversiva Decir lo femenino, ¿es posible?, Ed. Akal, 2025, Madrid.
Cuentan las malas lenguas que el famoso discurso fundacional de la democracia ateniense fue concebido por una hetaira. En el cementerio del Cerámico, Pericles habla a la multitud congregada e intenta consolar a los familiares de los caídos durante la Guerra del Peloponeso. La famosa oración fúnebre fue recogida posteriormente por Tucídides en tanto que cronista e historiador, gracias al cual poseemos una versión escrita de lo sucedido ese día. Muchos son los que dejaron constancia de tan emotivo momento, de la brillante oratoria de Pericles, de la lucidez de su verbo, así como de las descripciones del régimen ateniense, tan igualitario en palabras y leyes, tan justo y equitativo con sus ciudadanos, tan abierto a los extranjeros y comprensivo con los pobres. El famoso discurso es hoy considerado uno de los textos fundacionales de la historia occidental y se pone como ejemplo de su superioridad moral y política respecto a otros pueblos. Verdadero alegato virtuoso de la ética, la convivencia, el equilibrio entre pares, elementos que forjaron la idea de una ciudadanía entendida como el acuerdo justo entre amigos e iguales. Pero no solo la política es alabada por Pericles, también la belleza del arte, la educación de los jóvenes y el saber, esa sabiduría tan propiamente griega que era cultivada sin debilidad o flaqueza. Cuentan las malas lenguas, los chismosos entre algunos filósofos, que tanta oratoria brillante era fruto de los amoríos entre Pericles y Aspasia de Mileto, definida como su concubina con ojos de perra. Esta importante mujer, extranjera y hetaira, se convertiría en una figura fundamental para la escena pública ateniense. Maestra de retórica, supo enseñar las técnicas de la palabra a grandes filósofos como Sócrates y a algunos de sus discípulos, incluso a las esposas de los mismos. Supo, además, ser la gran consejera del estadista y, si nos fiamos de la lengua viperina del propio Platón, era sabido en la época que era ella quien escribía sus discursos. Aspasia, esa puta de clase alta, seductora y brillante, mujer fuera-de-lugar, como nos señala Gardella. Quizás por eso y de manera más que irónica, casi al final de la oración, hizo una advertencia a las mujeres que se habían quedado viudas por la guerra. Cortésmente, se las insta a permanecer calladas y resguardadas en el hogar, pues nada más humillante para esas mujeres sin marido que desmerecer su condición natural de mujeres, permitiendo que su nombre anduviera de boca en boca de los hombres, como un chisme o habladuría sin valor alguno. María José Barrera, co-fundadora del Colectivo de Prostitutas de Sevilla, puta feminista, activista y filósofa creadora de conceptos, acuñó una acertada expresión para describir el entramado económico, político, social y simbólico que sostiene un estado democrático como el español: pan de coño. Según Barrera, cada uno de los ciudadanos y ciudadanas con sus respetables derechos y su condición de iguales ante la ley, comemos pan de coño, es decir, nos alimentamos y dependemos de instituciones públicas y privadas regadas por el dinero negro que produce la industria de la prostitución. El cuerpo político de la democracia se engorda a base del pan amasado por el sudor de las putas, esas mujeres fuera-de-lugar siempre, que sostienen los derechos de los otros sobre sus lomos cansados de tanto curro ilegal. El pan de coño también alimentó el cuerpo filosófico, el espacio público ateniense, el mito originario del pensamiento político occidental, mientras lo femenino era instado a permanecer en silencio, a no andar rodando por las esquinas, como lo hacen las putas y los maleantes. Decía Aristóteles en la Poética, para referirse curiosamente al discurso-parlamento de Melanipa, que no es propio de una mujer ser ni elocuente ni valiente. Por ello, la palabra femenina es siempre inconsecuente (“anomalou”, según el griego original). La palabra femenina es una anomalía, una suerte de monstruosidad. Paradojas del filósofo para quien el hombre es hombre precisamente por devenir logos, por encarnar conocimiento y saber. Paradoja que lo dijera precisamente de Melanipa, también llamada Hipe o yegua negra por ser hija del centauro Quirón. Cuentan las malas lenguas que este excelso filósofo siendo ya un anciano fue engatusado por una cortesana llamada Filis, quien le propuso mantener relaciones sexuales solo si se dejaba ensillar y montar como un caballo. La imagen del estagirita a cuatro patas, con una mujer subida a sus espaldas, ha sido reproducida en diversas universidades e iglesias europeas como advertencia para los jóvenes estudiantes. Pues hasta el padre de la mismísima metafísica sucumbió a la lujuria, las bajas pasiones y las falsas filosofías de las putas y mujeres de mala vida.

Figura 8. Aristóteles es cabalgado por Filis, mujer de dudosa reputación. 

La vieja metafísica domada por la destreza y sabiduría de una puta

Carolina Meloni, filósofa, feminista anticolonial y fronteriza, es profesora de Filosofía en la Universidad de Alcalá (Madrid).

Tags: femeninoinstancia subversiva
Juan Carlos Flores

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