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Guerra imperialista, militarismo medioambiental y estrategia ecosocialista bajo el capitalismo de catástrofes

by Juan Carlos Flores
octubre 2, 2025
in Mundo, Noticias Destacadas, Opiniones
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Guerra imperialista, militarismo medioambiental y estrategia ecosocialista bajo el capitalismo de catástrofes
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Alexis Cukier

Ecologismo, antimilitarismo, antiimperialismo.

[En este texto, Alexis Cukier expone un análisis del papel de la guerra en el Antropoceno y del desarrollo del militarismo medioambiental, así como una lectura ecomarxista de la guerra imperialista en Ucrania y de la guerra genocida en Palestina en el contexto de lo que denomina capitalismo de catástrofes, antes de proponer para el debate algunos elementos de una estrategia ecosocialista, combinando la lucha contra el militarismo con el apoyo a las resistencias antiimperialistas, incluidas las resistencias armadas.

Alexis Cukier es filósofo y miembro de la redacción de Contretemps. Este texto está basado en una intervención en el panel sobre “Guerra, imperialismo y ecología” que tuvo lugar el sábado 28 de junio de 2025 en el marco de la conferencia internacional de Historical Materialism en París.]

***

¡Guerra a la guerra! Por tanto, ¡apoyo a quienes están en guerra contra los imperialismos!

Para “actuar contra la guerra y el militarismo”, como propone Guerre à la Guerre[1], “y poner fin, asimismo, a sus usos genocidas y sus consecuencias ecocidas”, como subraya con razón esta importante coalición, es necesario “desarmar la maquinaria de guerra y relanzar un antimilitarismo popular”, en particular “hacer huelga, desertar, perturbar, desmantelar la logística de sus guerras”.

Sin embargo, esto no basta, y este texto defiende que tampoco es lo esencial: actuar contra los instrumentos de la guerra será ineficaz si no se suprimen sus causas y no se establecen alianzas en primer lugar con quienes sufren sus efectos. Dicho de otro modo, un antimilitarismo concreto implica –como afirma la coalición claramente con respecto a EE UU, Israel y Francia, y también hace falta un debate sobre Rusia en especial– un antiimperialismo militante, y, por tanto, plantear el objetivo de acabar con las potencias imperiales y la lógica capitalista que las sustenta, apoyando concretamente a quienes se hallan en primera línea de la resistencia. Para ellas y ellos, la máxima urgencia es autodefenderse, y para eso se precisan armas.

Esta es la razón por la que me parece urgente debatir esta propuesta: hay que incluir el bloqueo de la logística militar en una estrategia ecosocialista de autodefensa, de apoyo a las resistencias antiimperialistas, incluidas las resistencias armadas, y por tanto también la reapropiación democrática y la socialización internacionalista de las armas.

Este texto defiende tres tesis, desarrolladas desde un punto de vista ecomarxista, que son contribuciones a los debates en curso, en el seno de esta coalición, de la izquierda internacionalista y más allá, sobre los medios y los fines del antimilitarismo y del antiimperialismo hoy.

En primer lugar, las guerras imperialistas y la industria y la logística militares asociadas[2] contribuyen desde el siglo XIX de modo importante a las causas de las catástrofes ecológicas, pero también han pasado a ser, desde comienzos del siglo XXI, una de las principales modalidades de respuesta a estas catástrofes, algo que podemos calificar de militarismo medioambiental[3].

En segundo lugar, las guerras en curso, sobre todo la guerra imperialista de Rusia en Ucrania y la guerra imperialista y genocida de Israel, EE UU y sus aliados en Palestina, se inscriben en una nueva fase emergente del capitalismo mundial, que reorganiza la generación de beneficio, el aparato productivo y el imperialismo alrededor de la adaptación selectiva –en beneficio de la gente rica y sacrificando las clase populares y los pueblos de los países bajo dominación imperial– a las catástrofes ecológicas, en primer lugar el calentamiento climático: es lo que propongo denominar el capitalismo de catástrofes[4].

Este capitalismo de catástrofes ha de contemplarse en el marco de la crisis económica de larga duración del capitalismo, particularmente de la secuencia que ha seguido la crisis financiera de 2008, así como del aumento de la rivalidad imperialista entre EE UU y China[5], que han sido importantes factores de desarrollo del capitalismo verde[6] y de la militarización[7]. Mi hipótesis, sin embargo, es que con el “giro de la historia mundial[8]” de la década de 2020, tomando el relevo del capitalismo neoliberal del periodo precedente e integrándolo en una nueva fórmula económico-política, este capitalismo de catástrofes emergente verifica la hipótesis más lúgubre que anticipó Mike Davis en 2010: “En esta hipótesis todavía inexplorada, pero no  improbable, la atenuación global se abandonaría tácitamente ‒como ya lo ha hecho en cierta medida‒ en beneficio de una inversión acelerada en una adaptación selectiva destinada al pasaje de primera clase de la Tierra[9].” Sostengo que esta lógica de adaptación selectiva permite comprender la economía y la ecología políticas comunes de varios conjuntos de fenómenos típicos del periodo:

—el capitalismo verde: mercados y compensación de carbono, finanzas verdes, Planes Verdes, de-risking (atenuación de los riesgos financieros) de las tecnologías verdes o de los materiales considerados críticos y todos los instrumentos de la transición energética, que en realidad es una acumulación de energías compatible con el relanzamiento del extractivismo fósil, así como del neoindustrtialismo verde, dirigidos por las grandes tecnológicas, los Estados y el mercado…;

—el tecnosolucionismo climático: tecnologías de emisión negativa, geoingeniería, ciudades resilientes, poniendo el modelo de las smart cities y de las safe cities y sus objetos asociados al servicio de la adaptación a las catástrofes…;

— el fascismo fósil: las ideologías y prácticas gubernamentales carbofascistas, ecofascistas, del aceleracionismo neorreaccionario (el dark Enlightenment declinado en dark MAGA), del nacionalismo verde…;

— las nuevas guerras imperialistas, cuya finalidad principal, como vamos a demostrar, es la reconfiguración conjunta del mercado mundial de la energía, de la hegemonía tecnológica y del militarismo medioambiental en el seno de este capitalismo de catástrofes[10].

En tercer lugar, debido precisamente a la entrada en este capitalismo de catástrofes, hoy es menos realista que nunca reclamar, tal como están las cosas, la abolición de la guerra (es un pacifismo abstracto e idealista, ajeno a la realidad), sino que hemos de construir colectivamente un antimilitarismo materialista, que también pasa, como cuestión central, por el apoyo a las resistencias antiimperialistas armadas del pueblo palestino y del pueblo ucraniano, y requiere una estrategia que combine el desarme del enemigo y la autodefensa popular.

No se trata de sustituir la lucha de clases y su dimensión específicamente política, especialmente a escala nacional, por el combate militar internacionalista, sino de pensar ambas cosas juntas, ni de oponer al pacifismo abstracto un belicismo que en tal caso lo sería todavía más, sino de no desviar la mirada de lo que implica concretamente la autodefensa antiimperialista y antifascista, particularmente en lo que se refiere a la cuestión de los conflictos armados. Esto es lo que denomino una estrategia ecosocialista de desmantelamiento, reconversión y socialización de las armas.

En este texto propongo recordar algunas cosas con respecto al carácter ecocida de la guerra, contemplándola en el marco del desarrollo del militarismo medioambiental bajo el capitalismo de catástrofes (I), analizar después la guerra imperialista en Ucrania (II) y la guerra genocida en Palestina (III) desde esta perspectiva, antes de acabar presentando algunos elementos de estrategia ecosocialista con vistas a aliar antimilitarismo y antiimperialismo (IV).

I. Guerra, antropoceno y militarismo medioambiental

En su obra de referencia, Jean-Baptiste Fressoz y Christophe Bonneuil sostienen el arguaento de que “el antropoceno es también (y tal vez lo sea sobre todo) un tanatoceno[11]”, para subrayar la importancia de la guerra entre las causas del antropoceno, lo que se podría reformular dentro de una perspectiva marxista en términos de doble centralidad de la guerra (imperialista) y del trabajo (capitalista) entre las causas de las catástrofes ecológicas[12]. Aquí me centraré en demostrar que 1) las guerras y la industria militar imperialistas han desempeñado desde el siglo XIX y siguen desempeñando un papel importante entre las causas del calentamiento climático, y 2) la estrategia y la intervención militares constituyen hoy en día una de las principales modalidades de reacción a las catástrofes ecológicas.

En primer lugar, el hecho militar es una de las principales causas de que se hayan sobrepasado los límites planetarios, y ante todo del cambio climático. Recordemos algunos hechos. Se calcula que en 2022 “la huella de carbono militar total representa alrededor del 5,5 % de las emisiones mundiales[13]”, contando únicamente la industria militar y no las propias guerras ni las reconstrucciones necesarias debido a las destrucciones militares. Esto representa, por ejemplo, más emisiones que las del conjunto del continente africano, o de los sectores de la aviación civil y del ttransporte marítimo juntos. El ejército más grande del mundo, el de EE UU, consumía en 2019 la misma cantidad de combustibles fósiles que un país como Portugal[14], si contamos, ahora sí, tanto la producción de armas como las intervenciones militares y operaciones estratégicas ulteriores, pasando por la producción, el uso y el mantenimiento de la red mundial des buques contenedores, aviones de carga, tanques y camiones, etc.

Remontándonos al periodo de la primera gran aceleración de las catástrofes ecológicas (después de 1945), las estimaciones indican que, durante la guerra fría, entre un 10 y 15 % del conjunto de emisiones estadounidenses se originaron en el complejo militar-industrial[15]. En cuanto a las guerras propiamente dichas, recordaremos tan solo que fue a raíz de la guerra de Vietnam que se estableció la categoría de ecocida (véase el texto de Tom del colectivo Vietnam Dioxina en esta misma serie de artículos de Contretemps), y por otro lado, como veremos también en relación con Ucrania y Palestina, que todas las guerras tienen efectos ecocidas, al destruir, contaminar y degradar la vida de seres humanos y otros seres vivos y ecosistemas.

No obstante, el complejo militar-industrial no solo ha contribuido de manera directa al antropoceno, sino también de modo indirecto, debido al papel desempeñado por los ejércitos en la expansión de las energías fósiles, que les aportan lo esencial de su potencia[16]. Numerosas investigaciones recientes, especialmente en el campo del marxismo ecológico, han demostrado este papel motor de las industrias militares occidentales asociadas a sus imperialismos –en primer lugar las del Reino Unido en el siglo XIX y EE UU en el siglo XX– en el desarrollo de energías fósiles en el ámbito de los sectores civiles[17].

Por ejemplo, podemos citar los momentos de la adopción por la flota del Reino Unido del petróleo como combustible en 1911, o también de la guerra de Corea (1950-1953), cuando la adjudicación de cientos de miles de millones de dólares a la producción de armamento supuso cuantiosas inversiones que sirvieron para el desarrollo ulterior de la industria fósil civil, en particular del automóvil de gasolina y de las infraestructuras estratégicas. Recordemos finalmente el importante papel que desempeñó la industria militar en la invención y el desarrollo de tecnologías agrícolas ecocidas, del extractivismo y de procesos y compuestos químicos contaminantes, como los PFAS, desarrollados inicialmente en la década de 1940 por la industria química estadounidense para su uso militar, o el insecticida DDT, sobre el cual Rachel Carson publicó, en la obra clásica de ecología política, Primavera silenciosa, su alegato contra la “guerra contra la naturaleza”[18].

En segundo lugar,la guerra es hoy una de las principales modalidades de respuesta a las catástrofes ecológicas. Desde la década de 1990, las instituciones militares, sobre todo las estadounidenses, pero también las francesas[19], vienen elaborando análisis del cambio climático y de sus consecuencias para la seguridad, que sitúan al ejército en la primera línea de la respuesta a los efectos de las catástrofes ecológicas. Es el caso, por ejemplo, del informe de la Casa Blanca de 1993, que otorga al ejército la responsabilidad de anticipar y responder a “la gama de riesgos medioambientales suficientemente graves para comprometer la estabilidad internacional, desde las migraciones masivas de poblaciones a causa de catástrofes humanas o naturales, como Chernóbil o la sequía de África Oriental, hasta los daños ecológicos de gran envergadura causados por la contaminación industrial, la deforestación, la pérdida de biodiversidad, el agotamiento de la capa de ozono y, finalmente, el cambio climático[20]”.

Como ha demostrado Razmig Keucheyan a partir del análisis de una serie de discursos militares sobre la guerra, la “militarización de le ecología” es, junto con su financiarización, una de las dos principales respuestas del capitalismo a la crisis ecológica. Se trata sobre todo de anticipar y organizar una respuesta militar a “catástrofes naturales exacerbadas, la rarefacción de ciertos recursos, crisis alimentarias, una desestabilización de los polos y los océanos, y decenas de millones de ‘refugiados climáticos’ en el horizonte de 2050[21]”. Este militarismo medioambiental, que expresa una lógica de “racismo medioambiental[22]”, así como potencialmente una “apartheid medioambiental[23]”, es la dimensión militar del capitalismo de catástrofes.

Esta adaptación selectiva, que es en primer lugar una estrategia de acumulación de capital, implica asimismo una ideología específica. Según esta ideología, “planificar la adaptación[24]” supone no solo renunciar a contener el calentamiento climático y por tanto a descarbonizar la economía, sino también aceptar sus consecuencias catastróficas, repartidas desigualmente: “Sobrepasar (Overshooting) los 1,5 °C no condena el planeta. Pero es una condena a muerte para determinadas personas, modos de vida, ecosistemas, incluso determinados países[25]”.

Ahora bien, este objetivo de adaptación al servicio de los más ricos y de abandono o sacrificio de las clases populares, particularmente en los sures globales, también tiene ‒este es el objeto principal de este texto‒, implicaciones militares: “porque esperan una exacerbación de los conflictos en un mundo redefinido por el cambio climático, las potencias militares del Norte han optado por la adaptación militar[26]”. Contrariamente a la mayor parte de loa análisis del capitalismo verde, que no contemplan su dimensión guerrera e imperialista, y a los enfoques ecologistas dominantes de las guerras en curso, que la vuelven a situar en la dinámica de evolución del capitalismo y de sus intercambios ecológicos desiguales, este análisis en términos de capitalismo de catástrofes permite también, por tanto, pensar la renovación en curso del imperialismo y captar así las amenazas ecológicas.

En lo tocante a las guerras imperialistas, propondremos aquí, por consiguiente, la hipótesis de que 1) al imperialismo ecocida que mata poblaciones, destruye sus economías de subsistencia y conquista sus tierras para el proyecto de colonialismo de poblamiento o de esclavitud; y al 2) imperialismo verde, que pretende controlar y sacar provecho de las producciones y riquezas generadas por la labor de la tierra por parte de los pueblos colonizados, les sucede hoy el 3) imperialismo ecológico, que aspira a reconfigurar el mercado mundial de la energía y constituye un laboratorio de la adaptación selectiva a las catástrofes ecológicas. Dicho de otro modo: las guerras imperialistas ya no tienen únicamente el objetivo de la depredación por el beneficio en el seno de un mundo acabado, sino también la supervivencia y la preservación del modo de vida capitalista, y ya no cumplen únicamente la función de destruir la naturaleza y administrarla, sino de adaptar a su degradación las condiciones de existencia de las potencias imperiales, y dentro de ellas de la gente más rica.

II. Ecología política de la guerra imperialista en Ucrania

La guerra imperialista librada por Rusia en Ucrania desde la invasión del 24 de febrero de 2022 ha causado amplísimas destrucciones humanas, naturales e infraestructurales. A día de hoy ‒finales de agosto de 2025‒ contabiliza más de un millón de víctimas, muertas o heridas, ha dado pie a numerosos crímenes de guerra cometidos por el ejército ruso, como violaciones[27] y deportaciones de menores[28], perpetrados como armas de guerra sistemáticas. Ha destruido numerosas ciudades, hábitats naturales protegidos, infraestructuras vitales y tierras agrícolas ucranianas ‒como cuando el ejército ruso destruyó intencionadamente la presa de Jajovka el 6 de junio de 2023‒, multiplicado los incendios forestales, matado a un sinfín de animales, contaminado el aire, las aguas y los suelos[29].

En cuanto a la ecología política de los motivos de la guerra, si la invasión y la guerra pueden explicarse por numerosos factores[30] ‒la historia de la dominación colonial de Rusia sobre Ucrania, la ideología expansionista y supremacista del régimen de Vladímir Putin, el temor al colapso del apoyo regional a Rusia en otros países satélites, la competencia interimperialista con las otras grandes potencias mundiales (y en primer lugar EE UU, en el marco de la rivalidad actualmente sobredeterminante con China), una huida hacia delante autoritaria en política interior, etc.‒, se sostendrá que el factor sobredeterminante está asociado al porvenir del capitalismo fósil ruso en el seno del capitalismo de catástrofes.

El régimen de Putin manifestó claramente cuáles eran los objetivos de la guerra: se trata de anexionar, a ser posible, toda Ucrania, o en su defecto sustituir el régimen por otro favorable a los intereses de Rusia, o en todo caso anexionar una parte del territorio nacional ucraniano, empezando por Crimea y el Donbás. La hipótesis que planteo aquí es que no se trata tan solo de una guerra imperialista clásica de depredación de los recursos naturales (especialmente tierras agrícolas y metales raros o críticos, como el titanio, indispensable para la transición energética y para la aviación civil y militar; el zirconio, el molibdeno y el gas neón purificado que se emplea en los microchips y semiconductores), sino también de una guerra por la hegemonía en el nuevo periodo del capitalismo, para evitar el declive del capitalismo fósil ruso redirigiendo sus exportaciones de petróleo y gas y posicionarse en la carrera de los cambios profundos del mix energético mundial.

Recordemos que Rusia alcanzaba, en 2022, el 13 % de la producción mundial de petróleo, ocupando el tercer puesto, y el líder estadounidense considera que el capitalismo fósil ruso es “un socio menor, no un enemigo político”[31]. Esta integración en la economía fósil mundial ha sido objeto de importantes conflictos políticos en la Rusia postsoviética, por ejemplo entre Putin y Mijaíl Jodorkovski, encarcelado en 2003 cuando estaba organizando la entrada masiva en el capital de la compañía Yukos de los gigantes estadounidenses Exxon Mobil y Chevron-Texaco[32]. Hay que añadir que en 2012 se descubrieron inmensos yacimientos de gas en el mar Negro, concretamente en la zona exclusiva ucraniana, mientras que Ucrania ha preferido a la compañía británica Royal Dutch Shell sobre las petroleras rusas con vistas a perforar en otro yacimiento en el este del país, con lo que Ucrania se ha convertido en un competidor cuya vinculación política o anexión parcial constituyen objetivos cruciales para el capital fósil ruso. Sin embargo, este contexto inmediato debe resituarse en el marco más amplio de la adaptación capitalista a las catástrofes ecológicas.

En Klimat. Russia in the Age of Climate Wars, publicado algunos meses antes de la invasión de Ucrania, el politólogo Thane Gustafson aporta a este respecto argumentos decisivos al responder a estas cuestiones: “¿Cómo se verá afectado el territorio de Rusia, así como su sistema político, su economía y su sociedad, por el cambio climático? ¿Cómo modificarán estos cambios asociados al clima el estatus de Rusia como gran potencia? ¿Cuáles serán, en efecto, los factores de grandeza de una potencia de aquí a 2050? ¿Permitirá el papel futuro de Rusia en la economía mundial rivalizar como gran potencia? Y ¿cómo reaccionará si no lo consigue?[33]”

Cabe resumir del modo siguiente los argumentos del libro, que ilustran la atribución de la guerra en Ucrania al capitalismo de catástrofes. 1) La economía rusa está amenazada directamente por la probable caída de sus exportaciones de hidrocarburos y por la perspectiva de un pico del petróleo en los próximos años o decenios. Son principalmente las potencias importadoras del petróleo ruso, la UE y China, quienes tienen todas las bazas a este respecto, pues desarrollan proyectos de regulación de las energías fósiles y de transición energética que amenazan al capitalismo ruso. Ante este problema, la guerra ofrece una respuesta a corto plazo, pues genera nuevas salidas posibles para el capitalismo fósil ruso, especialmente hacia los sures globales, al tiempo que plantea una consolidación del flujo hacia China.

2) En este contexto ha aparecido una nueva contradicción entre el sector fósil ruso y nuevos promotores de las energías renovables y del capitalismo verde, como Anatoly Chubais, favorable al desarrollo de las tecnologías verdes en Rusia. La guerra en curso permite asfixiar proyectos de este tipo en el marco de una economía de guerra ultracarbonada. 3) Rusia deberá afrontar riesgos climáticos que implicarán catástrofes de gran amplitud de aquí a 2050, en particular con el agravamiento de la fusión del permafrost, que cubre dos tercios del territorio ruso, amenazando con provocar el hundimiento de las infraestructuras (carreteras, oleoductos y gasoductos, puentes, edificios) a gran escala.

A este respecto, la estrategia de adaptación preferida del régimen de Putin para sus periferias árticas también es muy ofensiva[34]: más que invertir masivamente en infraestructuras en el hinterland siberiano para que puedan resistir a los efectos del calentamiento climático, la opción preferida es la de impulsar el desarrollo económico del litoral ártico que permite la fusión del hielo a lo largo de la costa septentrional de Rusia, abriendo la perspectiva de una nueva vía marítima principal hacia Asia, que podría verse facilitada por un control compartido de Alaska con EE UU. La guerra permite, así, abrir la vía a proyectos de anexión mas allá de Ucrania, situándose como socio de talla junto a proyectos expansionistas del amigo estadounidense, y reforzar asimismo el autoritarismo estatal necesario para imponer a la población esta clase de opciones socioeconómicas y los sacrificios correspondientes.

En la conclusión de su libro, Gustafson subraya las dos bazas principales que tiene el capitalismo ruso para contener el declive, que según él ya se ha iniciado y es inevitable a corto plazo: la fuerza militar y las nuevas tecnologías[35]. Son los dos motores principales del capitalismo de catástrofes: el militarismo medioambiental y la adaptación tecnosolucionista. La estrategia expansionista agresiva del régimen de Putin, que pretende poner freno al declive económico de su capital fósil y restablecer su Estado como actor imperialista destacado, se explica por la competencia entre grandes potencias por la hegemonía dentro del capitalismo de catástrofes.

III. Ecología política de la guerra genocida en Palestina

La guerra librada por Israel en Gaza y en Palestina constituye un genocidio, especialmente en el sentido de los tres primeros artículos de la Convención de 1948 sobre el genocidio: “la matanza, la lesión grave de la integridad física o mental, así como el sometimiento intencional de la población palestina de Gaza a unas condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial[36]”. En junio de 2025, el Ministerio de Sanidad de Gaza calculaba que la guerra había herido a más de 132.000 personas y causado la muerte de más de 56.000 personas palestinas, entre ellas más de 18.000 niñas y niños, sin contar a las personas desaparecidas y no identificadas ni las muertes asociadas a la destrucción de los hospitales e infraestructuras vitales y a la hambruna organizada por el ejército israelí.

La guerra ha provocado el desplazamiento de varios centenares de miles de habitantes de Gaza, lo que el régimen de Benyamin Netanyahu considera un objetivo táctico. Ha comportado innumerables casos de torturas, violaciones y violencias sexuales, e implica en particular lo que podemos calificar de femigenocidio[37] y de genocidio reproductivo, particularmente en la medida en que las maternidades e instituciones de atención ginecológica y de apoyo a la salud reproductiva han sido atacadas sistemáticamente a fin de impedir la reproducción del pueblo palestino[38]. Tambien es una guerra contra la agricultura palestina, prolongando la guerra contra la subsistencia inherente a la colonización de Palestina desde la primera nakba[39]. Y esta guerra es asimismo, de manera indisociable, ecocida[40]:

En Gaza, donde perdura ya desde hace meses, esta destrucción adquiere proporciones apocalípticas: las personas que todavía no han muerto bajo las bombas viven sobre un erial con agua no potable, municiones que no han explotado, efluentes de desagües no tratados, descargas desbordantes, suelos contaminados, escombros tóxicos, vergeles y campos reducidos a polvo. Sobre esta base de tierra hipercontaminada, la vida humana se torna imposible a largo plazo. Ecocidio y genocidio se confunden aquí como nunca antes lo han hecho[41].

Esta destrucción del pueblo palestino y de las tierras palestinas por Israel no puede comprenderse más que en el marco de su política a largo plazo de colonización, de limpieza étnica y de apartheid, así como de la ideología racista y supremacista del gobierno de Netanyahu y de una parte del pueblo israelí. Pero en esta guerra genocida, anunciada por un proceso continuo de atrocidades y catástrofes, también aparecen elementos nuevos, asociados al desarrollo del capitalismo fósil y a la puesta en práctica del militarismo medioambiental de Israel, de EE UU y de sus aliados.

Por un lado, esta guerra se desencadena cuando Israel se posiciona como una pieza importante del capitalismo fósil a escala mundial. En 2022, el mismo en que dio comienzo la guerra en Ucrania, y por tanto la crisis del mercado del gas, Israel se erigió en un exportador destacado de combustibles fósiles, suministrando a Alemania y la UE gas y petróleo crudos extraídos en los yacimientos de Leviathan y Karish, descubiertos recientemente y reivindicados por Líbano. A finales de octubre de 2023, Israel concedió doce licencias para la exploración de nuevos yacimientos de gas, en particular al gigante petrolero británico BP, mientras que una compañía con sede en Tel-Aviv, Ithaca Energy, invirtió en la exploración petrolera en el sector británico del mar del Norte. Es decir, “el genocidio se produce en un momento en que el Estado de Israel está integrado más profundamente que nunca en el proceso de acumulación primitiva del capital fósil”[42].

Esta orientación de la economía israelí debe entenderse a su vez en el marco de la política estadounidense de asociación económica y alianza política con las potencias petroleras del Golfo, garantizada en especial por el pacto de libre comercio y de normalización diplomática de los Acuerdos de Abraham entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Baréin en 2020. Esto explica que “en el contexto actual del genocidio en curso, un acuerdo de normalización entre Arabia Saudí e Israel constituya sin ninguna duda el objetivo principal de la estrategia de EE UU para la posguerra”[43].

El proyecto anunciado de control de la franja de Gaza por una alianza de Estados árabes socios de Israel (asociada en su caso a ciertas organizaciones palestinas y completada por el reconocimiento de un Estado palestino reducido a determinadas partes de Cisjordania) permitiría así, por ejemplo, desarrollar una red ferroviaria entre Gaza y el futurista proyecto urbano de Neom que está desarrollándose a orillas del mar Rojo en Arabia Saudí y, mas allá, consolidar esta reconfiguración del capitalismo fósil a escala mundial.

Por otro lado, determinados aspectos de la guerra genocida en Gaza pueden entenderse dentro del marco del militarismo medioambiental y del tecnosolucionismo característicos del capitalismo de adaptación a las catástrofes ecológicas. Es el caso del proyecto, impulsado por Donald Trump, de toma del control de la franja de Gaza por EE UU a fin de construir allí una “magnífica Riviera de Oriente Medio[44]”, retomando con ello el proyecto Gaza 2035 concebido por el gobierno de Netanyahu para desarrollar sobre las ruinas de Gaza un proyecto urbano futurista que combinaría la extracción de energías fósiles, neotecnologías verdes (como unas “ciudades de fabricación electrónica de coches”) y economía turística de lujo[45], que ejecutaría la idea de hacer tabla rasa completa de los territorios y culturas de la gente pobre para sustituirla por un paraíso hipertecnificado de la gente rica.

Aunque se ha podido analizar este proyecto en términos de “nuevo experimento neoliberal[46]”, debe comprenderse como continuación del laboratorio militar y tecnológico del colonialismo israelí en Gaza. Así, dentro del contexto de las penurias de agua provocadas y previstas en la región debido a la aceleración del calentamiento climático, el control colonial del acceso al agua, seguido de la destrucción de las infraestructuras hidráulicas[47], constituyen un laboratorio del apartheid medioambiental que permite asegurar la adaptación climática de unos en detrimento de la vida de otros:

La ocupación ha generado así unas políticas y prácticas inadaptadas que comprometen la resiliencia del pueblo palestino y su capacidad de hacer frente a las amenazas asociadas a los cambios climáticos. En revancha, Israel está mucho más preparado para adaptarse a los efectos del cambio climático y resulta por tanto menos vulnerable[48].

En lo que se refiere a la guerra, si uno de sus objetivos es comprobar la “supremacia tecnológica” israelí y estadounidense mediante una “exhibición desinhibida de las capacidades de destrucción[49]” de sus ejércitos, esta demostración de fuerza no debe entenderse únicamente en el contexto de la larga historia del imperialismo fósil y de la colonización occidental de Palestina, sino también de la realización del militarismo medioambiental contemporáneo. Así, el desplazamiento forzoso de cientos de miles de habitantes de Gaza y la gestión de los campos de refugiados que sobreviven en condiciones apocalípticas[50] refuerzan la experiencia militar del control de las migraciones, importante baza del militarismo medioambiental que anticipa un aumento masivo del número de refugiados climáticos en los próximos decenios.

La guerra también ha permitido un uso militar de las nuevas tecnologías de vigilancia implementadas por la administración colonial: así, los sistemas de inteligencia artificial Evangile, Lavender y Where’s Daddy? procesan datos masivos de individuos e infraestructuras para proponer objetivos al ejército de ocupación y planificar los bombardeos[51]. Este laboratorio militar del capitalismo de catástrofes es una fuente de beneficios para un gran número de empresas israelíes, estadounidenses y occidentales, como revela un informe reciente de Francesca Albanese, relatora especial de Naciones Unidas sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados desde 1967, sobre la economía política de la ocupación y del genocidio:

Al arrojar luz sobre la economía política de una ocupación que se ha vuelto genocida, el informe revela cómo esta ocupación perpetua ha pasado a ser un campo de pruebas ideal para los fabricantes de armas y las grandes empresas tecnológicas ‒ofrece una demanda y una oferta ilimitadas, poca supervisión y ninguna responsabilidad‒, mientras que los inversores y las instituciones públicas y privadas se benefician libremente[52].

Este informe permite por tanto generar la lista de una parte importante de la constelación de los agentes económicos y políticos internacionales que están interesados actualmente en desarrollar el militarismo medioambiental y el capitalismo de catástrofes. Nos muestra que el análisis de la economía y de la ecología políticas de la guerra en Gaza pueden contribuir también a aclarar los motivos de la complicidad o de la pasividad de la gran mayoría de Estados del mundo ante el genocidio del pueblo palestino.

IV. ¿Qué estrategia ecosocialista frente a las guerras de hoy?

Estos análisis me llevan a algunas conclusiones estratégicas que resumiré en forma de tres proposiciones:

1) Mientras dure el capitalismo, y en particular el capitalismo de catástrofes, las guerras imperialistas serán inevitables, si bien habrá que defenderse, incluso con las armas. Habrá otras guerras, por mucho que no las queramos, puesto que el imperialismo es multipolar, la geopolítica es inestable, el militarismo medioambiental ya es inseparable del tecnosolucionismo climático, o dicho de otro modo, como he demostrado en la primera parte, debido a la estrategia de adaptación selectiva a las catástrofes ecológicas elegida por las potencias capitalistas.

Hemos entrado, por retomar las palabras de Claude Serfati, en un mundo en guerras: sin duda desde la crisis financiera de 2008,y todavía más desde la inflexión a escala mundial de la década de 2020, con su sucesión de catástrofes planetarias que forman un cóctel explosivo, especialmente la pandemia de Covid-19, la invasión de Ucrania, la guerra genocida en Palestina, el inicio por EE UU de la guerra comercial, todo ello acompañado del desarrollo de las inteligencias artificiales generativas, que constituyen asimismo un factor de militarización: “Las tecnologías basadas en la IA transforman simultáneamente los datos en fuente de acumulación de beneficios, refuerzan el poder securitario de los Estados e introducen nuevas formas de guerra a raíz de su utilización por los militares”[53]. Pero entonces, si la guerra es inevitable, ¿hay que resignarse?

Desde luego que no. Como ecologistas y anticapitalistas, debemos rechazar que los militares se apoderen de la ecología (y en esto me uno a la importante crítica de la “ecología de guerra” expresada por Vincent Rissier en esta serie de artículos publicados en Contretemps). Sin embargo, como antiimperialistas, no podemos desear, ni mucho menos exigir, que los pueblos que sufren las agresiones de fuerzas imperiales depongan las armas. A fin de cuentas, siendo ecosocialistas hemos de preguntarnos, para saber en este nuevo contexto contra qué y cómo luchar: ¿en qué quedamos, es decir, qué queremos defender?

Para retomar las palabras de la historiadora y militante marxista ucraniana Hanna Perekhoda, “debemos tener presente que ni la vida humana, ni los derechos de la clase trabajadora, ni el medioambiente pueden protegerse en un Estado que cae dentro de la ‘zona de influencia’ de potencias imperialistas extractivistas autocráticas como la Rusia de Putin, los EE UU de Trump o la China del Partido-Estado de Xi Jinping”[54]. Esto no significa que haya que defender el bloque Europa –o siquiera la Unión Europea estructuralmente neoliberal– contra el resto del mundo, como sugiere, por ejemplo, Pierre Charbonnier[55]. Los Estados europeos también mantienen, desarrollan y apoyan el capitalismo de catástrofes, el militarismo medioambiental, el tecnsolucionismo climático y la barbarie genocida.

Lo que sí significa es que hay que oponerse a la carrera de armamentos capitalista del plan Rearm Europe y al militarismo que conforman la esencia de la construcción del Estado francés[56] y de su imperialismo en África, en las últimas colonias de ultramar y en otros lugares y apoyar otra política de defensa y de producción de armas, orientada a los intereses de las clases populares, ecosocialista y decididamente internacionalista. Esto implica, vuelvo a insistir, tanto con respecto a Ucrania como a Palestina, y al resto del planeta sin ninguna excepción, apoyar a los pueblos que se defienden contra las guerras imperialistas, o contra las consecuencias de las políticas imperialistas de sus Estados. Y esto pasa –como han sabido siempre las y los habitantes y militantes de los países del sur colonizados, al igual que las generaciones precedentes de marxistas de los países del norte que han luchado contra la opresión nazi o contra la represión anticomunista– por la autodefensa, y por tanto la resistencia, incluso con las armas.

Por eso hay que diferenciar entre el militarismo, al que hay que combatir, y la defensa, a la que hay que apoyar[57]. Esto no lo dice la consigna “guerra a la guerra”, e incluso si se malinterpreta, podría llevar a no apoyar –este es el debate en particular al que quisiera contribuir este texto–: hay la guerra de los imperialistas y la guerra de quienes resisten y se defienden; debemos combatir la primera y defender la segunda. No podemos militar por la vida, la libertad, la igualdad y la autodeterminación de los pueblos y oponernos a la guerra de autodefensa antiimperialista. Frente a la violencia militar imperialista, el derecho internacional y la diplomacia siempre han sido impotentes; es la resistencia armada la que protege. Calificaré esta postura, por oposición al belicismo de la ecología de guerra liberal[58] y al pacifismo abstracto de los “abolicionistas de la guerra”, de antimilitarismo antiimperialista (que por tanto también es necesariamente un antiimperialismo armado).

2) Es preciso luchar contra el complejo militar-industrial e imponer un control democrático de las armas para ponerlas a disposición de las luchas antiimperialistas y antifascistas, es decir, es preciso desmantelar, reconvertir y socializar al mismo tiempo la producción de armas y de tecnologías militares. Mientras siga habiendo guerras imperialistas, la vida y la dignidad de las personas en los países agredidos por las potencias imperialistas seguirán dependiendo en particular de la puesta a su disposición de armas, lo que no quiere decir, por descontado, que siempre vayan a utilizarse de manera moral y políticamente sostenible por parte de la resistencia.

Tal como están las cosas actualmente en Palestina, parece que solo una intervención militar ‒por ejemplo, en forma de ruptura del bloqueo de la ayuda humanitaria con escolta militar, que es el problema que plantea en este momento la defensa de la Global Sumud Flotilla frente a las amenazas y agresiones israelíes, así como la entrega de armas a las fuerzas de la resistencia palestina‒ podría poner fin al hambre, la limpieza étnica y el genocidio organizados por el Estado de Israel y sus aliados en Gaza.

Pero lo que vale para Palestina también vale para Ucrania, como expresó claramente Gilbert Achcar en diciembre de 2022: “Todo lo demás se deriva de esto: quienes están a favor de una paz justa, quienes se oponen a las guerras de conquista y apoyan las guerras de liberación como guerras de legítima defensa, no pueden oponerse al suministro de armas defensivas a las víctimas de la agresión y la invasión[59].” Por supuesto, esta posición de principio no resuelve todos los problemas, sino que, por el contrario, plantea cuestiones difíciles y concretas, en particular: ¿cómo distinguir entre armas defensivas y ofensivas y, de manera más general, entre las armas que hay que desmantelar y las que hay que socializar? ¿Cómo evitar los usos contraproducentes de estas armas, las escaladas militares y la extensión y globalización de los conflictos? ¿Cómo proteger al mismo tiempo a las poblaciones civiles que viven en los Estados que libran la guerra imperialista[60]?

Y si nos centramos en las luchas de liberación nacional o si nos proyectamos en la perspectiva de una revolución ecosocialista: ¿qué significa un ejército del pueblo o bajo control democrático, y cómo evitar que los militares se apropien de las decisiones y acaben desempeñando, como ha sucedido tan a menudo en el siglo XX, un papel contrarrevolucionario? Pero estas cuestiones espinosas, sobre las que solo podemos constatar una falta de formación colectiva en nuestro bando, no deben desalentar la reflexión estratégica al respecto. Al contrario, señalan que es necesario no dejar el conocimiento de las cuestiones militares en manos de los enemigos imperialistas, neoliberales y neofascistas, y que es preciso proponer una apropiación popular y ecosocialista de las mismas.

A este respecto, aquí me basaré en el modelo general de la revolución del aparato productivo en el marco de un decrecimiento ecosocialista, propuesto en particular por Michael Löwy y Daniel Tanuro[61], que se puede resumir así: es necesario desmantelar ciertas producciones (por ejemplo, la nuclear) o reducir drásticamente ciertos sectores (por ejemplo, la producción de carne), reconvertir y reorientar otros (por ejemplo, la agroindustria a favor de la agroecología) y socializar otra parte (por ejemplo, la producción de medicamentos). Esta estrategia de desmantelamiento, reorientación y socialización debe aplicarse también a la producción de armas.

La primera dimensión de esta estrategia consiste en desmantelar ciertas armas y partes de la industria militar e interrumpir su producción y suministro: esto es lo que se proponen, por ejemplo, las acciones sindicales y militantes, totalmente necesarias y urgentes, de bloqueo de las ventas y envíos de armas a Israel[62], así como el objetivo, siempre crucial, del desarme nuclear y la abolición de las armas nucleares[63]. Pero estas iniciativas, aunque fundamentales, no pueden constituir la totalidad de una política antimilitarista y antiimperialista, sobre todo porque surgen las cuestiones de la reorientación de las armas hacia las luchas antiimperialistas, por un lado, y la reconversión de los empleos y los conocimientos técnicos en este sector para responder a las necesidades populares, por otro.

La segunda dimensión de una estrategia ecosocialista en materia de producción de armas, la de la reorientación, significa tanto la reorientación de ciertas armas hacia las necesidades de autodefensa como la reconversión de ciertos sectores de la industria militar. Por un lado, la solidaridad internacionalista exige que se apoye activamente la resistencia, armada y no armada, de las luchas antiimperialistas y de liberación nacional, como las que libran hoy el pueblo ucraniano contra el Estado ruso que lo invade y el pueblo palestino contra el Estado israelí que lo coloniza, invade y destruye. Desde esta perspectiva, parte de las armas ‒por ejemplo, las producidas en Francia‒ deberían enviarse a Palestina o ser utilizadas por una coalición militar con el objetivo de poner fin a la guerra genocida contra el pueblo palestino, como es el caso de parte de la producción de armas entregada a la resistencia ucraniana.

Por otro lado, no es posible ningún tipo de desmantelamiento o reorientación sin contar con los trabajadores y trabajadoras del sector, lo que subraya la urgencia del compromiso antimilitarista y antiimperialista de los sindicatos, pero también requiere que se apoyen las reflexiones e iniciativas sindicales y de los asalariados a favor de la reconversión de parte de los empleos y tecnologías del sector hacia otras necesidades. A este respecto, cabe mencionar la posición de la CGT Thalès sobre “La reorientación de la actividad de Thalès hacia una mayor proporción de actividades civiles en relación con las actividades militares”[64], relacionada también con el proyecto alternativo de salvaguarda y desarrollo de la actividad de equipos de formación de imagen en el sector médico, en particular en la planta de Moirans, en Isère[65].

Esta cuestión de la participación de los trabajadores y trabajadoras en la reorientación ecológica de sus actividades ‒que, en mi opinión, es fundamental en todos los sectores y a todas las escalas, desde la perspectiva de la necesaria revolución ecológica y social[66]‒ subraya la necesidad de una tercera dimensión de la estrategia ecosocialista, la de la socialización de la producción de armas. En primer lugar, porque es necesaria para las dos primeras: solo un proceso de reapropiación del control democrático sobre las armas, y por lo tanto su socialización económica (desmercantilización) y política (decisión sobre los medios y fines de su producción), podría permitir efectivamente desmantelar la parte de la industria militar que debe abolirse y redirigirla hacia las luchas antiimperialistas.

En segundo lugar, porque esta socialización es necesaria para que la investigación, la deliberación y la decisión popular puedan determinar qué parte de la industria militar debe suprimirse, transformarse o ponerse a disposición de las necesidades sociales de las poblaciones de los países productores, así como de los países que deben defenderse de las guerras imperialistas. Por último, dado que una parte de la producción de armas es necesaria, debe estar, como toda producción que responda a necesidades sociales, bajo control democrático. Esta socialización no debe considerarse una perspectiva lejana, aplazada hasta después de una revolución victoriosa: se trata de un proceso que puede basarse en exigencias inmediatas (por ejemplo, el uso de armas defensivas para escoltar a las flotas contra el bloqueo, o su entrega para apoyar a los ejércitos de resistencia y las guerrillas antiimperialistas, o las luchas sindicales para que solo se produzcan armas destinadas a la defensa), que debe entenderse dentro de un programa de transición y una estrategia antimilitarista a largo plazo.

Esto es también lo que nos recuerdan las guerras en Ucrania y Palestina ‒y, por supuesto, habría que analizar también de forma concreta los retos de las guerras en curso en Yemen y Sudán, en particular‒, con todas sus diferencias y los problemas políticos que plantean los ejércitos y las organizaciones que defienden allí a los pueblos contra el imperialismo y el neofascismo: en el largo camino hacia la autodefensa y la revolución ecosocialistas, habrá, por desgracia, se quiera o no, muchos drones y tanques que derribar, y para ello se necesitarán armas.

3) La última propuesta es la más importante: los militantes y las organizaciones ecologistas y antifascistas deberían considerar prioritario el apoyo a las luchas antiimperialistas, que están de hecho en primera línea de la lucha contra el capitalismo de catástrofes, que ya ha comenzado su labor de hiperaceleración de la destrucción de la naturaleza, la explotación de los trabajadores y trabajadoras (de la producción y la reproducción) y del desarrollo del neofascismo a escala mundial. De hecho, es en el terreno de estas guerras imperialistas donde se construyen, tácticamente, los medios del militarismo medioambiental y el tecnosolucionismo militarizado, y estratégicamente los proyectos expansionistas, supremacistas y de adaptación selectiva, es decir, Wim Carton y Andreas Malm tienen razón al emplear este término, ya que se trata literalmente del abandono y el sacrificio de las clases populares, del paupericidio[67], que caracteriza la alianza entre neoliberales y neofascistas en torno a la continuación del capitalismo de catástrofes.

Por lo tanto, una estrategia ecologista y antifascista a escala mundial debe pasar hoy por el apoyo a las resistencias antiimperialistas, con el objetivo de lograr victorias a medio plazo y, para empezar, una resistencia duradera y la capacidad de hacer retroceder a los neoliberales y neofascistas. Desde este punto de vista, dado que “el genocidio del capitalismo tardío avanzado da munición al paupericidio[68]”, es decir, que la guerra de Israel y Estados Unidos contra Palestina supone un giro hacia la adaptación selectiva de los más ricos y el sacrificio de la gente pobre y racializada ante las catástrofes climáticas, apoyar al pueblo palestino es también una forma de salvar la Tierra, como sostiene acertadamente Andreas Malm. O, como expresa Adam Hanieh, autor de un importante libro sobre la historia del capitalismo fósil[69], en un artículo traducido en 2024 por Contretemps:

También debemos comprender mejor cómo encaja Oriente Medio en la historia del capitalismo fósil y en las luchas contemporáneas por la justicia climática. La cuestión de Palestina es inseparable de estas realidades. En este sentido, la extraordinaria lucha por la supervivencia que libra hoy el pueblo palestino en la Franja de Gaza representa la vanguardia de la lucha por el futuro del planeta.

Suscribo plenamente esta importante conclusión, a la que creo que hay que añadir que también es el caso de la lucha antiimperialista del pueblo ucraniano, que también se opone al fascismo fósil de Putin (y de su principal aliado en la nueva escena del capitalismo de catástrofes, Trump), y de todas las luchas contra las potencias imperialistas (ya sean los Estados imperialistas históricos: en particular, Estados Unidos, Rusia, Israel y Francia, o los que están en vías de convertirse en potencias mundiales, como China, o regionales, como Arabia Saudí o Turquía)[70], incluido, por supuesto, el imperialismo francés en los países del Sahel y en las últimas colonias francesas, especialmente en Kanaky.

La alternativa socialismo o barbarie ‒o más bien ecosocialismo o barbarie y, por lo tanto, también revolución o cataclismo‒ es más válida que nunca. Pero en este proceso no se puede abandonar ni a los pueblos oprimidos de los países del Sur ni a las clases populares de los países del Norte, cuyo sacrificio ante las catástrofes ecológicas y sociales es el núcleo mismo de la política del capitalismo de catástrofes. Desde este punto de vista, las alianzas entre movimientos ecologistas, antiimperialistas, antifascistas, antirracistas y feministas, como la coalición Guerre à la guerre, representan el futuro del movimiento real que debe abolir el capitalismo y el imperialismo y, para ello, desbaratar su estrategia de adaptación selectiva a las catástrofes.

A condición de ser concretamente antiimperialista, lo que supone ‒es un debate en curso en esta coalición, como en otros lugares, al que este texto quiere contribuir‒ no ceder el terreno militar a los enemigos, no abandonar a quienes se ven obligados a hacer la guerra para sobrevivir y resistir a la violencia del capital y de los imperios, y comprender la comunidad de su situación y la de los movimientos sociales, en particular los ecologistas y antirracistas, que ahora se enfrentan a la represión militarizada incluso en los países del Norte.

Esto remite, en general, a una de las principales lecciones de Marx y de los movimientos marxistas por la emancipación desde hace 150 años: el materialismo, que recuerda que “el arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de las armas, que el poder material solo puede ser derrocado por un poder material[71]”. Es decir, en lo que nos concierne, que no hay que conformarse con palabras (“¡abolición de la guerra!”, “¡acabemos con las armas!”), sino trabajar concretamente para que aquellos a quienes las guerras imperialistas quieren someter puedan sobrevivir, resistir y derrotar al enemigo. Solo entonces podremos derrotar al militarismo y sus efectos mortíferos y ecocidas. No pondremos fin a la guerra contra los seres humanos y contra la naturaleza si no derrotamos a todos los imperialismos.

Alexis Cukier

11/09/2025

Contretemps

Traducción: viento sur

[1] La coalición Guerre à la guerre se formó a partir de un llamamiento publicado el 16 de enero de 2025, del que extraemos las dos citas que siguen. La primera cita proviene de la presentación de la coalición, que agrupa a las siguientes organizaciones (primeras firmantes): Action Antifasciste Paris Banlieue, Assemblée féministe Paris Banlieue, Collectif Vietnam Dioxine, Comités étudiants pour la Palestine, Contre Attaque, CSP 75, Désarmons les Féministes révolutionnaires, Gilets noirs, Inverti-es, Kessem, Lectures anti-impérialistes, Le nuage était sous nos pieds, Le Poing levé, Marche des Solidarités, Palestine Action, Relève féministe, Réseaux antifascistes régionaux, Réseau Vérité et Justice, Samidoun, Soulèvements de la Terre, Soulèvements de Mars, Stop Arming Israel France, Survie, Technopolice Marseille, Tsedek !, UJFP, Urgence Palestine, Young Struggle. Véase en internet: https://guerrealaguerre.net/

[2] En el mismo llamamiento de Guerre à la guerre consta este importante recordatorio sobre la “logística de sus guerras”: “Porque estas se apoyan en infraestructuras materiales, instituciones financieras, centros de investigación y desarrollo, laboratorios, oficinas, fábricas, obras de construcción, centros de formación y entrenamiento, puestos de reclutamiento, publicidad, salones.”

[3] Véase en particular el capítulo 4 del importante libro de Razmig Keucheyan, La naturaleza es un campo de batalla, Clave Intelectual, Madrid 2016, que utiliza la expresión “militarización de la ecología” para designar lo que yo denominaré “militarismo medioambiental”.

[4] Una parte de este artículo retoma los argumentos presentados, de manera más académica, en Alexis Cukier, “Guerre impérialiste, destruction écologique et capitalisme des catastrophes. Perspectives écomarxistes sur le tournant mondial des années 2020”, en Alexis Cukier y Arnaud François-Mansuy (dir.), Ecologie et philosophie politiques, pendiente de publicación.

[5] Véase Benjamin Bürbaumer, Chine / États-Unis, le capitalisme contre la mondialisation, París, La Découverte, 2024.

[6] Recordemos que el fundador del ecomarxismo, James O’Connor, había anticipado desde finales de la década de 1980 una “situación en que la destrucción del medioambiente puede dar pie a la creación de vastas industrias nuevas, concebidas para restaurarlo” (James O’Connor, “Capitalism, Nature, Socialism: A Theoretical Introduction”, Capitalism Nature Socialism, vol. 1, 1988).

[7] Como demuestra Claude Serfati, “el deterioro de la coyuntura económica desde 2008 es un potente vector de desarrollo de la militarización del planeta “ (Claude Serfati, Un monde en guerres, París, Textuel, 2024, p. 248).

[8] Retomo el término de Gilbert Achcar, Gaza, un génocide annoncé. Un tournant dans l’histoire mondiale, París, La Dispute, 2025.

[9] Mike Davies, “Who will build the Ark?”, New Left Review, n° 61, enero-febrero de 2010, p. 38.

[10] Esta hipótesis no debe confundirse con la del “capitalismo del desastre” de Naomi Klein (La doctrina del shock.  Paidós, Barcelona 2007), caracterizado por las operaciones políticas de instrumentalización de las crisis, ni con la del “capitalismo del apocalipsis” de Quinn Slobodian (Le capitalisme de l’apocalypse. Le rêve d’un monde ou le rêve d’un monde sans démocratie, París, Seuil, 2025), caracterizado por las operaciones de desregulación económica y su ideología. La diferencia radica en particular en la escasa importancia que dan estas argumentaciones a las catástrofes ecológicas, y en el hecho de que se refieren, principalmente, al periodo precedente del capitalismo, el neoliberalismo, nacido en la década de 1970 y que según nuestra hipótesis aquí es que se agota en la década de 2020.

[11] Jean-Baptiste Fressoz y Christophe Bonneuil, L’évènement Anthropocène. La Terre, l’Histoire et Nous, París, Seuil, 2016, p. 145.

[12] Desarrollo esta tesis en el capítulo sobre guerra e imperialismo del libro Écologie politique du travail vivant. Catastrophes, écomarxisme et révolution, pendiente de publicación por Editions sociales.

[13] Scientists for Global Responsibility and the Conflict and Environment Observatory, “Estimating the Military’s Global Greenhouse Gas Emissions”, en línea, 2022, p. 2.

[14] Oliver Belcher, Patrick Bigger, Ben Neimard, Cara Kennelly, “Hidden carbon costs of the ‘everywhere war’: Logistics, geopolitical ecology and the carbon boot-print of the US military”, Transactions of the Institute of British Geographers, vol. 45, 2020.

[15] Charles Closmann (dir.), War and the Environment, Austin, University of Texas Press, 2009.

[16] Neta Crawford denomina “ciclo profundo” esta interacción entre dependencias de los ejércitos de las energías fósiles y las estrategias militares centradas en asegurar las fuentes de hidrocarburos en el caso del ejército estadounidenses en The Pentagon, Climate Change, and War: Charting the Rise and Fall of U.S. Military Emissions, Cambridge, MIT Press, 2022.

[17] Véase en particular Timothy Mitchell, Carbon Democracy: Political Power in the Age of Oil, Londres, Verso, 2011; Andreas Malm, Capital fósil, Capitán Swing, Madrid 2020;Adam Hanieh,Crude Capitalism. Oil, Corporate Power and the Making of the World Market, Londres, Verso, 2024.

[18] Rachel Carson, Primaversa silenciosa [1962], Barcelona, Booket, 2018.

[19] Véase en particular Adrien Estève, Guerre et écologie. L’environnement et le climat dans les politiques de défense, París, PUF, 2022.

[20] The White House, “A National Security Strategy of Engagement and Enlargement”, disponible en internet, julio de 1994, p. 15, traducción mía.

[21] Razmig Keucheyan, La naturaleza es un campo de batalla, op. cit.

[22] Véaseibid., p. 19-85.

[23] Ian Angus, Face à l’Anthropocène. Le capitalisme fossile et la crise du système terrestre, Montréal, Ecosociété, 2018, p. 216-220.

[24] “Deberíamos planificar la adaptación a 4 grados de calentamiento por lo menos” (Martin Parry, Jason Lowe, Hanson Clair, , “Overshoot, Adapt and Recover”, Nature, n° 458, 2009, citado en el importante libro de Wim Carton y Andreas Malm, Overshoot. How the World Surrendered to Climate Breakdown, Londres, Verso, 2024.

[25] “The World Is Going to Miss the Totemic 1.5°C Climate Target”, editorial de The Economist, 5/11/2022, citado ibid., p. 97.

[26] Christian Parenti, “The Catastrophic Convergence: Militarism, Neoliberalism and Climate Change”, en Buxton Nick y Hayes Ben (éd.), The Secure and the Disposessed, Londres, Pluto Press, 2016, p. 33, traducción mía.

[27] Véase Stand Speak Rise Up, We Are Not Weapons of War y Women’s Information Consultative Center, White Paper. Conflict-Related Sexual Violence in Ukraine: Where Are We Now? noviembre de 2024.

[28] Humanitarian Research Lab at Yale School of Public Health,  “Russia’s systematic program of coerced adoption and fostering of Ukraine’s children”, 3/12/2024.

[29] Véase en particular Darya Tsymbalyuk, Ecocide in Ukraine. The Environmental Cost of Russia’s War, Cambridge, Polity Press, 2025.

[30] Véase Karine Clément, Denys Gorbach, Hanna Perekhoda, Catherine Samary y Tony Wood, L’invasion de l’Ukraine. Histoire, conflits et résistances populaires, Paris, La Dispute, 2022.

[31] Simon Pirani, “The causes of the war in Ukraine”, Labour Hub, 17/10/2022.

[32] Véase Thane Gustafson, Wheel of Fortune. The Battle for Oil and Power in Russia, Cambridge (MA), Harvard University Press, 2017.

[33] Thane Gustafson, Klimat. Russia in the Age of Climate Change, Cambridge (MA), Harvard University Press, 2021, p. 3-4, traducción mía.

[34] Ibid., véase el capítulo 8, “A Tale of Two Arctics”.

[35] Ibid., p. 221-224.

[36] Amnesty International, “‘You feel like you are subhuman’. Israel’s genocide against Palestinians in Gaza”, 5/12/2024, p. 283, traducción mía.

[37] “Gaza: UN expert denounces genocidal violence against women and girls”, UN Human Rights, 17/07/2025.

[38] Sara Ihmoud, “Countering Reproductive Genocide in Gaza: Palestinian Women’s Testimonies”, Native American and Indigenous Studies, vol. 12, 2025.

[39] Paul Kohlbry, “Agrarian Annihilation: Israel’s war on Gaza is war upon both land and people”, Agrarian Conversations. Journal of Peasant Studies, 2021.

[40] Véase en particular United Nations Environment Program, “Environmental Impact of the Conflict in Gaza: Preliminary Assessment of Environmental Impacts”, 18/06/2024, traducciòn mía.

[41] Andreas Malm, Pour la Palestine comme pour la Terre. Les ravages de l’impérialisme fossile (2025), trad. Étienne Dobenesque, París, La Fabrique, 2025, p. 97.

[42] Ibid., p. 79.

[43] Adam Hanieh, “(Re)contextualiser la Palestine : Israël, les pays du Golfe et la puissance US au Moyen-Orient”, Contretemps. Revue de critique communiste, 8/07/2024.

[44] “Donald Trump, Benjamin Netanyahu full joint press conference (4/02/2025)”, WFAA, 5/02/2025, traducción mía.

[45] Este plan, publicado el 3 de mayo de 2024, y que incluye el proyecto de red ferroviaria antes mencionado, viene acompañado “de imágenes generadas por inteligencia artificial que representan rascacielos ultramodernos, plataformas petrolíferas en el mar, huertas solares, así como diversos elementos que ilustran una visión tecnocrática estandarizada del progreso urbano” (Wagner Kate, “The awful plan to turn Gaza into the next Dubai”, The Nation, 9/07/2024, traducción mía).

[46] Ziadah Rafeef et al., “Disruptive Geographies and the War on Gaza: Infrastructure and Global Solidarity”,  Geopolitics, vol. 39, 2025.

[47] Oxfam, Water War Crimes: How Israel has weaponised water in its military campaign in Gaza, 18/07/2024.

[48] Zena Agha, “Climate Change, the Occupation, and a Vulnerable Palestine”, Al Shabaka. The Palestinian Policy Network, 26/03/2019, traducción mía.

[49] Véase Andreas Malm, Pour la Palestine comme pour la Terre, op. cit., p. 102 y 103.

[50] Sobre las condiciones de vida inhumanas en esos campos, véase por ejemplo el testimonio de Mohammed, refugiado de Rafá en el campo de Deir al-Balah, en Amnesty International, “‘You feel like you are subhuman’. Israel’s genocide against Palestinians in Gaza”, art. cit., p. 12.

[51] Véase Yuval Abraham, “A Mass Assassination Factory: Inside Israel’s Calculated Bombing of Gaza”, +972 Magazine. Independent Journalism from Israel-Palestine, 30/11/2023, y “‘Lavender’: the AI Machine Directing Israel’s Bombing Spree in Gaza”, +972 Magazine. Independent Journalism from Israel-Palestine, 3/04/2024.

[52] Francesca Albanese, “From economy of occupation to economy of genocide. Report of the Special Rapporteur on the situation of human rights in the Palestinian territories occupied since 1967”, UN Human Rights, julio de 2025, p. 25.

[53] Ibid., p. 256.

[54] Hanna Perekhoda, “La gauche et la question de la défense”, Blog de Mediapart, 24/08/2025.

[55] Pierre Charbonnier, Vers l’écologie de guerre. Une histoire environnementale de la paix, París, La Découverte, 2024.

[56] Véase al respecto el libro de referencia de Claude Serfati, Le Militaire. Une histoire française, París, Editions Amsterdam, 2017.

[57] Como resume Hanna Perekhoda, “El militarismo es la guerra como oportunidad comercial, motivada por el beneficio capitalista. También es situar la guerra en el centro y subordinarle toda la sociedad. La defensa es la capacidad de la sociedad para protegerse contra las agresiones. Y hoy, cuando las tres mayores potencias militares amenazan abiertamente con invadir otros países –China quiere anexionarse Taiwán, EE UU plantea quedarse con Groenlandia y Rusia ya libra una guerra en Ucrania–, no podemos pretender que el problema de la defensa no existe” (Hanna Perkehoda, “La gauche et la question de la défense”, art. cit.).

[58] Desarrollo elementos de crítica de la obra de Pierre Charbonnier en el capítulo antes mencionado que he escrito para el libro colectivo codirigido con Arnaud François-Mansuy, Ecologie et philosophie politiques, pendiente de publicación.

[59] Gilbert Achcar, “Ukraine ‘De quelle paix parlons-nous?’. Entretien avec Gilbert Achcar”, Contretemps, 22/12/2022.

[60] En la misma entrevista a Gilbert Achcar podemos encontrar elementos de respuesta generales, en particular con respecto a la diferencia entre armas ofensivas y defensivas, el objetivo de evitar los crímenes de guerra de las resistencias antiimperialistas y el carácter proporcionado del apoyo militar exterior a la resistencia armada.

[61] Véase al respecto, en particular, Michael Löwy, Etincelles écosocialistes, París, Editions Amsterdam, 2024 y Daniel Tanuro, Ecologie, luttes sociales et révolution, París, La Dispute, 2025. Estas posiciones se exponen asimismo en Cuarta Internacional, Manifeste pour une révolution écosocialiste – Rompre avec la croissance capitaliste, XVIII Congreso Mundial de la Cuarta Internacional, 2025.

[62] Véase al respecto la encomiable labor de Stop Arming Israël y, por ejemplo, el informe que ha coordinado, junto a Progressive International, al Movimiento Juvenil palestino, al consejo de Île-de-France del Movimiento por la Paz, a la AFPS, a la UJFP, a Droit-solidarité, Attac, Francí The Ditch, titulado “Livraison d’armes de la France vers Israël: un flux ininterrompu”, 10/06/2025.

[63] Véase la Campaña Internacionalo por la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN): https://www.icanw.org/

[64] CGT Thalès, “Note d’intention sur le positionnement CGT Thalès concernant l’industrie de l’armement”, junio de 2024.

[65] Véase, por ejemplo, Confédération générale du travail, “Les projets alternatifs portés par la CGT”, 2024.

[66] Véase en particular Alexis Cukier, “Usines récupérées et autogestion écologique. Vers une alternative au capitalisme vert”, Contretemps, 1/04/2024.

[67] Wim Carton y Andreas Malm, Overshoot, op. cit., p. 97.

[68] Andreas Malm, Pour la Palestine comme pour la Terre. Les ravages de l’impérialisme fossile, Paris, La Fabrique, 2025, p.  97.

[69] Adam Hanieh, Crude capitalism: oil, corporate power, and the Making of the World Market, Londres, Verso, 2024. Sobre Palestina, véase asimismo Adam Hanieh, Robert Knox, Rafeef Ziadah, Resisting Erasure. Capital, Imperialism and Race in Palestine, Londres, Verso, 2025.

[70] Para un análisis militante que apunta en este sentido (y en el que he participado), véase “On construit l’alternative, Palestine, Ukraine, Sahel… Contre tous les impérialismes et colonialismes. Pour l’autodétermination des peuples”, 2024.

[71] Karl Marx, De la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Gedisa, Barcelona 2023.

Fuente: https://vientosur.info/guerra-imperialista-militarismo-medioambiental-y-estrategia-ecosocialista-bajo-el-capitalismo-de-catastrofes/

Tags: antiimperialismoantimilitarismoecologismo
Juan Carlos Flores

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