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El marxismo y la cuestión racial

by Juan Carlos Flores
septiembre 3, 2025
in Mundo, Noticias Destacadas, Opiniones
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El marxismo y la cuestión racial
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  Daniel Montañez Pico   


Persiste en ciertos círculos académicos y militantes — cada vez menos, por fortuna— la idea de que el marxismo es ciego a la cuestión racial y en general a todas las cuestiones que no sean estrictamente económicas. Se suele acusar al marxismo de economicista, reduccionista de clase o eurocéntrico, y se le interpela como incapaz de conocer la complejidad de la realidad y afrontar los retos políticos de la sociedad mundial contemporánea.

Ese estereotipo, difundido tanto por sectores de «derecha» como de «izquierda», ha logrado alejar del marxismo y su horizonte revolucionario a muchas generaciones de militantes, en especial a aquellas que más sufren en carne propia los prejuicios raciales, coloniales, religiosos, de género, etc. Es decir, es un estereotipo que en términos generales tiene un objetivo político reaccionario, claro y evidente.

Pero, ¿cómo es posible que un estereotipo tan falso haya tenido seguimiento incluso entre las filas de militantes revolucionarios?

Primero, hay razones externas a la tradición marxista. La burguesía juega sus cartas y activa todo su poderío propagandístico en contra de la tradición intelectual y política que más ha cuestionado su existencia y amenazado su poder. Pero también existen razones internas, que son justamente aprovechadas por la propaganda burguesa. En la tradición marxista han existido — y siguen existiendo— intelectuales, organizaciones y militantes que en muchas ocasiones tienen análisis, prejuicios y actitudes racistas, machistas y similares. Hay intelectuales marxistas para los que analizar y poner el foco en la cuestión racial o de género implica abandonar la centralidad de la cuestión de clase, en lo que sería una suerte de revisionismo o desviación. Y también es cierto que dentro de las organizaciones marxistas han existido comportamientos y actitudes racistas, machistas, etc.

El asunto, aunque lamentable e injustificable, es entendible. Las organizaciones revolucionarias marxistas y sus intelectuales se encuentran inmersas en la sociedad capitalista, la cual está hegemonizada por los valores y la subjetividad burguesa, que alienta y se beneficia de ese tipo de prejuicios y actitudes discriminatorias que dividen y fragmentan el potencial político revolucionario de la clase trabajadora. De esa manera, aunque atente contra sus propios intereses, las organizaciones de la clase trabajadora muchas veces reproducen los prejuicios y actitudes de la sociedad que habitan, incluso llegando al extremo de justificar la situación desde la teoría marxista, como sucedió con las posturas «revisionistas» y lo que hoy sigue pasando con el llamado «rojipardismo». Debido a eso, podemos comprender en ciertos contextos el alejamiento de militantes y simpatizantes del marxismo y sus organizaciones, y también el aprovechamiento que la propaganda burguesa hace al respecto.

Por tanto, como marxistas se nos imponen dos grandes e importantes tareas:

1) confrontar la propaganda burguesa y su estereotipo de que el marxismo es economicista, reduccionista de clase, eurocéntrico, etc. — en definitiva los mejores aportes y la gran mayoría de los desarrollos de nuestra tradición son todo lo contrario —; y,

2) confrontar a lo interno con los análisis «marxistas» mecanicistas que restan o niegan la importancia de la cuestión racial, de género, etc., así como los prejuicios y actitudes discriminatorias en el seno de nuestras organizaciones.

Atender esas tareas hoy, es fundamental debido al contexto de auge reaccionario y de aumento de la violencia que está experimentando la clase trabajadora — en especial la migrante—, que sufre el prejuicio racial a nivel mundial y puede propiciar un fructífero diálogo político entre organizaciones marxistas y aquellas que se organizan de forma específica frente al racismo. En este texto trataremos de contribuir a ello con un recuento breve y resumido de cómo se ha analizado y trabajado la cuestión racial desde el marxismo.

La cuestión racial en los orígenes del marxismo

En las obras de Marx y Engels, aunque no lo desarrollen de forma sistemática, se establecen las bases para una comprensión del racismo desde el materialismo histórico. Dos aspectos son fundamentales:

1. El racismo es una construcción social ideológica útil a los intereses de la burguesía, cuyo fundamento material es el colonialismo / imperialismo y la división internacional del trabajo.

Desde sus primeras obras Marx y Engels identificaron la importancia del colonialismo / imperialismo y la división internacional del trabajo para el surgimiento y desarrollo del capitalismo. Señalaron cómo, a través del expolio de recursos en las colonias, la explotación de población colonizada — tanto en las colonias como en las metrópolis con obreros migrantes— y el control del mercado mundial, la burguesía de las potencias imperialistas logra el acceso a una gran cantidad de materias primas, mano de obra barata y nuevos mercados donde colocar mercancías, lo cual facilita su desarrollo industrial, la implantación de las relaciones capitalistas de producción y el contrarresto de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.[1]

Ambos ubicaron el origen y auge de la ideología racista en ese proceso, en cuanto uno de los elementos más poderosos que promueve la burguesía para justificar y desarrollar el expolio: la explotación colonial y las relaciones imperialistas. Rechazaron los fundamentos de la ideología racista difundidos por la propaganda burguesa imperialista: tanto el supuesto carácter civilizador del colonialismo, como la idea de que existan razas biológicas inferiores / superiores, predeterminadas por naturaleza para servir unas a otras; en realidad, se intentaba maquillar la violencia extrema de los procesos de colonización con esos argumentos.[2]

Por tanto, fueron implacables en sus críticas al imperialismo y a la ideología racista como elementos violentos y útiles a los intereses de la clase burguesa y el proceso de acumulación de capital; se posicionaron en contra de hechos concretos como las guerras coloniales e imperialistas en Asia, la explotación de la población indígena en las minas de América, la esclavitud atlántica de población negra africana o el empeoramiento de las condiciones de trabajo y de vida de la población migrante, como la irlandesa en Inglaterra.[3]

2. El racismo produce división y fragmentación de la clase trabajadora y obstaculiza su potencial político revolucionario.

Aparte de identificar los fundamentos materiales de la ideología racista, las obras de Marx y Engels recogen una preocupación creciente sobre cómo es adoptada por una parte importante de la clase trabajadora de las potencias imperialistas que no sufre el prejuicio racial, quienes justifican el imperialismo e identifican las luchas anticoloniales como un ataque a sus intereses, lo que los coloca en esa cuestión del lado de la burguesía imperialista y en contra de la clase trabajadora colonial que sufre el prejuicio racial.[4] Marx y Engels señalaron que eso se debía a la influencia de la propaganda burguesa, pero también a una realidad material:

la clase trabajadora de las potencias imperialistas que no sufre el prejuicio racial se beneficia en cierta manera del colonialismo impulsado por la burguesía imperialista.[5]

Por tanto, ambos identificaron que en el trabajo contra el imperialismo y la ideología racista una de las tareas fundamentales era concienciar al sector de la clase obrera que no sufría el prejuicio racial de que apoyar a la burguesía imperialista era un error e iba en contra de sus intereses. Reconocieron el relativo beneficio que ese sector de la clase obrera podía obtener del imperialismo, pero enfatizaron que se trataba de un señuelo, unas migajas comparadas con lo que se perdía a cambio de su apoyo a la burguesía imperialista. En ese sentido, establecieron dos tareas fundamentales:

1) exposición de argumentos éticos y morales que apelaban a la compasión y solidaridad frente a la extrema violencia que sufría la clase trabajadora de los países colonizados o migrante; y,

2) exposición de cómo la defensa del colonialismo y el racismo desviaba de su liberación al sector de la clase obrera que no sufría el prejuicio racial.

Ese último argumento fue en verdad poderoso. Intentar que la clase obrera occidental, después de siglos de colonialismo y permeación de la ideología racista, criticara la acción colonial por compasión hacia el maltrato de los sujetos colonizados, era un trabajo necesario que había que hacer, pero muy complicado. Sin embargo, mostrar cómo esa acción colonial, que en apariencia les otorgaba de forma relativa y esporádica ciertos beneficios, en realidad profundizaba y agravaba su propia explotación y bloqueaba sus opciones de emancipación socialista, era una estrategia que podía generar una mayor toma de conciencia porque apuntaba directamente a sus propias condiciones de vida.

Marx y Engels señalaron que el relativo beneficio de la acción colonial que le llegaba a la clase trabajadora de las potencias imperialistas se concentraba en gran medida en las pequeñas capas más acomodadas de la clase, las cuales solían poner todo su empeño en obstaculizar la organización revolucionaria a través de priorizar la lucha por reformas, de propagar ideas nacionalistas interclasistas y su apoyo firme al fundamento material de su posición relativamente acomodada: el imperialismo y el racismo. Eso tenía que ser criticado como una estrategia contraria a los intereses de la clase trabajadora, que bloqueaba sus posibilidades revolucionarias.[6]

Las críticas de ambos a ese racismo que promovía políticas de carácter nacionalista e interclasista fueron muy comunes en multitud de contextos. Son notables sus intervenciones frente el racismo de ingleses contra irlandeses y de americanos blancos contra americanos negros. En ambos casos, dejaron patente en muchos artículos sus planteamientos de que, si la clase trabajadora inglesa y la blanca americana insistían en sus posiciones racistas, no sólo era una cuestión ética y moralmente cuestionable, sino también una postura que iba en contra de sus propios intereses y que bloqueaba sus posibilidades de emancipación socialista. Por tanto, insistieron en que luchar al lado de la clase trabajadora irlandesa y afroamericana, apoyar sus luchas por su independencia y liberación, era luchar por su propia emancipación. El camino mejor era apostar siempre por la «solidaridad de clase» frente a la «solidaridad racial».[7]

A modo de síntesis, podemos decir que, habiendo revisado cómo en las obras de Marx y Engels se aborda la cuestión racial, deducimos dos estrategias fundamentales:

1) confrontar los argumentos de la ideología racista, demostrar que sus premisas son falsas y señalar cuál es su auténtico fundamento material y los intereses a los que sirve; y,

2) confrontar los fundamentos materiales del racismo, el colonialismo y el imperialismo, al luchar contra la difusión del racismo en el seno de la clase trabajadora y apoyar las luchas anticoloniales y antimperialistas.[8]

Teniendo Marx y Engels las cosas tan claras sobre la crítica al imperialismo y al racismo, ¿cómo es posible que se haya insistido tanto en acusarles de racistas y eurocéntricos? Desde los púlpitos antimarxistas se esgrimen, sobre todo, dos argumentos: 1) Marx y Engels son racistas porque hacen de vez en cuando comentarios racistas sobre determinados pueblos; y, 2) Marx y Engels defienden el colonialismo y el imperialismo por su «carácter progresista».

Frente al primer argumento, es cierto que Marx y Engels hacen algunos comentarios que contienen elementos típicos del racismo social imperante en Occidente, realizados, eso sí, siempre en el espacio de su correspondencia privada.[9] Esos comentarios no son justificables, pero sí entendibles dado el espacio social en el que se formaron, y en cualquier caso no invalidan los fundamentos de la teoría y las tareas políticas antimperialistas y antirracistas que identificaron y señalaron de forma pública y constante.

El segundo argumento es por completo falso. Es cierto que Marx y Engels sostienen que el imperialismo capitalista rompe con estructuras de poder y jerarquías tradicionales de las sociedades colonizadas, con la posibilidad de producir cierto avance de sus fuerzas productivas y la incipiente creación de un proletariado potencialmente revolucionario. Plantean que el colonialismo produce la extensión del sistema capitalista, que a través de la injerencia externa violenta hace avanzar y «progresar» al sistema capitalista en regiones no-capitalistas, con lo que establece las condiciones de posibilidad — la existencia de una amplia clase trabajadora desposeída— de una revolución socialista. Por tanto, si identifican un «carácter progresista» del colonialismo es en ese sentido: en cuanto hace progresar al capitalismo en contextos no-capitalistas y, por tanto, también la posibilidad de la revolución socialista que genera el desarrollo de sus contradicciones.

Pero la identificación de esta realidad no implica que defiendan el colonialismo y el imperialismo o una filosofía de la historia eurocéntrica y teleológica al estilo de Hegel. En ningún momento plantean que haya que profundizar el colonialismo para hacer avanzar el capitalismo y las posibilidades de la revolución socialista, más bien, hacen todo lo contrario. La lucha contra el colonialismo y el imperialismo es una cuestión fundamental en el pensamiento de Marx y Engels. Denuncian tanto la extrema violencia y el dolor humano que implica su acción, como su función útil a la clase burguesa, ya que redunda en aumentar su poder y contrarresta la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y la crisis crónica del sistema capitalista.

Para Marx y Engels luchar contra el colonialismo y el racismo es una cuestión ética y moral, pero también una estrategia política de primer orden, que permite atacar algunos de los más importantes fundamentos del sistema y facilitar la necesaria unión política de la clase trabajadora a nivel mundial.[10]

La cuestión racial y el debate sobre el imperialismo en la II Internacional

Las últimas décadas de vida de Marx y Engels, que coinciden con el último cuarto del siglo XIX, estuvieron marcadas por cierta desesperanza. El impacto de la brutal represión de la Comuna de París, unido a las diferencias políticas internas, habían provocado la disolución de la I Internacional en 1876, principal organización donde habían puesto sus más grandes esperanzas políticas. Además, durante esos años, la clase burguesa, lejos de sucumbir a las crisis intrínsecas y periódicas del sistema capitalista, conseguía superarlas en gran medida gracias a una suerte de huida hacia adelante basada, sobre todo, en la profundización y expansión de la política monopolista e imperialista.

Los beneficios obtenidos por esa política permitieron conceder algunas demandas al movimiento obrero y mejorar las condiciones de explotación de la clase obrera occidental, lo que terminó inclinando hacia el reformismo a la mayoría de los liderazgos de las organizaciones obreras de las potencias imperialistas.[11]

En ese contexto, gran parte del movimiento obrero de inspiración marxista comenzó una reorganización y reorientación política que puso mayor peso en la organización a escala nacional y la formación de partidos socialdemócratas, que apostaban por la vía electoral reformista y la participación en las instituciones del Estado como una estrategia clave para la construcción del socialismo. Marx y Engels produjeron multitud de artículos y correspondencia sobre esas cuestiones, donde mostraron un mayor interés por la potencia revolucionaria de las luchas antimperialistas y la organización obrera en los territorios periféricos del capitalismo mundial.[12]

El giro hacia una estrategia más centrada en la agenda nacional y en la vía reformista desembocó en la proclamación de una II Internacional en 1889, donde llegarían a participar más de 40 organizaciones obreras — partidos, sindicatos, federaciones— de todo el mundo y de orientación política variada, pero cuya agenda estuvo liderada por el ala socialdemócrata reformista. La justificación teórica de ese giro la ofrecieron una serie de intelectuales y militantes liderados por Eduard Bernstein. Se argumentaba que el capitalismo, lejos de sucumbir a sus contradicciones internas, había encontrado formas de sobrevivir, expandirse y adaptarse. La mejora de las condiciones de vida de la clase obrera occidental era ahora una de sus tendencias clave. Por tanto, concluyeron que, en esas condiciones, ya no era necesaria la vía revolucionaria al socialismo, que sería posible construir su proyecto político a través de reformas y participar de manera pacífica en las instituciones políticas burguesas.[13]

Para sustentar ese giro intelectual, Bernstein y sus seguidores tuvieron que enfrentarse a la cuestión imperialista. Que la clase obrera occidental estaba logrando imponer a los gobiernos burgueses algunas de sus demandas y que caminaban hacia la mejora en sus condiciones de vida nadie lo negaba. Pero tampoco se negaba que eso podía producirse, en gran medida, gracias a los beneficios de la explotación colonial e imperialista, que sometía a una extrema violencia a la clase trabajadora de los países colonizados. Por tanto, se enfrentaban a un gran dilema: el principal sustento de su tesis política reformista — la mejora de las condiciones de la clase obrera occidental— se apoyaba sobre la explotación violenta de gran parte de la clase trabajadora a nivel mundial. Por tanto, no podían apoyar las luchas anticoloniales, porque les quitarían ese sustento y tampoco podían apoyar la agenda reformista en los contextos coloniales, donde no existe esa «comodidad obrera».

¿Cómo resolvieron ese dilema? Con una huida hacia adelante: propusieron la defensa de un «imperialismo bueno», que lograra mantener los beneficios coloniales para la clase trabajadora occidental, pero tratando de un modo más amable a la población colonial, con la intención, además, de guiarles hacia un hipotético mayor grado de desarrollo que eventualmente les equiparara a Occidente, de manera que también se pudiera avanzar hacia el socialismo por la vía reformista en los contextos coloniales. Es decir, le compraron la ideología racista, civilizadora, teleológica y eurocéntrica a la clase burguesa. No llegaron a defender los argumentos más agresivos de la ideología racista, pero sí sostuvieron que el camino hacia el progreso humano era el que había marcado Occidente y que había que defender el colonialismo occidental como una política útil y necesaria para el avance del socialismo a nivel mundial.[14]

La obra más importante y sistemática sobre la cuestión racial de la línea revisionista socialdemócrata fue elaborada por un importante miembro de la Sociedad Fabiana, el barón Sydney de Olivier, uno de los fundadores del Partido Laborista británico, quien ejerció destacados cargos institucionales en las colonias británicas como gobernador de Jamaica y secretario de Estado en la India. En 1906 publicó una pequeña pero destacada obra, titulada White Capital and Coloured Labour, donde analizó el origen y desarrollo de la división racial del trabajo y el papel del racismo en la constitución de las clases sociales en contextos coloniales británicos, sobre todo del Caribe y Sudáfrica.[15] En la obra, Olivier ubica el origen de la ideología racista en el violento proceso de colonización; destaca la gran importancia que tiene el racismo en la organización y reproducción de las clases sociales, las cuales siguen atravesadas por «líneas raciales» gracias a diversas leyes, políticas públicas y costumbres culturales racistas arraigadas en las sociedades coloniales. Sin embargo, la obra plantea que eso podría haber sido de otro modo, pues existiría una «acción colonial positiva» que lleve a los «pueblos atrasados» hacia un mayor grado de desarrollo, lo que implicaría una serie de propuestas reformistas. Pese a su carácter reformista y revisionista, la obra de Olivier es la primera que plantea un análisis sistemático de la cuestión racial desde el pensamiento marxista.[16]

La creciente hegemonía de la línea socialdemócrata reformista que defendía un «imperialismo bueno» en la II Internacional y las organizaciones obreras de la mayoría de los países occidentales provocó un intenso debate con los sectores marxistas que seguían apostando por la línea revolucionaria, antimperialista y antirracista. Los argumentos socialdemócratas defensores del «colonialismo amable» fueron enfrentados por su evidente debilidad: el beneficio del colonialismo se basa en empeorar las condiciones de explotación de la población colonizada y en bloquear su desarrollo, si esa situación se revierte, el beneficio colonial deja de existir y, por tanto, también el sustento de la «comodidad obrera» occidental. Además, si la población colonial se desarrolla de forma capitalista entra a competir con su metrópoli y termina cuestionando el colonialismo y eventualmente destruyéndolo, como pasó en las colonias de población occidental de los Estados Unidos, Canadá, Australia, etc.

El debate sobre reformismo e imperialismo fue uno de los más importantes en la II Internacional, y produjo algunas de las mejores y más importantes obras de la tradición marxista revolucionaria a escala mundial.

La posibilidad de un «imperialismo bueno» fue confrontada en las obras de muchos marxistas revolucionarios como Bujarin, Rosa Luxemburgo, Liebknecht, Trotsky o Lenin, quienes adoptaron el término «revisionistas», planteado por primera ver por Rosa Luxemburgo en su famosa obra Reforma o revolución (1898), para referirse a la línea intelectual socialdemócrata reformista que trataba de justificar el desarrollo de la clase burguesa imperialista a través de una supuesta «actualización» de la teoría marxista.

Los marxistas revolucionarios, por tanto, siguieron insistiendo, al igual que Marx y Engels, en la agenda revolucionaria antimperialista y antirracista como eje fundamental de la lucha contra el capitalismo.[17]

En medio de ese debate, la tendencia imperialista de las potencias capitalistas siguió su curso y terminó desembocando en el estallido de la Primera Guerra Mundial, que provocó un cisma en la II Internacional entre quienes seguían apoyando la estrategia reformista de escala nacional y el imperialismo, y quienes criticaban esa deriva como revisionista, antimarxista y reaccionaria. Los socialdemócratas apoyaron la guerra, lo que implicaba apoyar la confrontación entre la clase obrera de distintos países, y justificaron su abandono definitivo del internacionalismo proletario bajo el argumento del «defensismo», pues, según ellos, se trataba de una guerra defensiva y no imperialista. Por el contrario, quienes se mantenían en posiciones marxistas revolucionarias y de defensa del internacionalismo proletario identificaron las raíces burguesas e imperialistas de la guerra y rompieron con la II Internacional; por ello, en medio de la guerra, alentaron el internacionalismo proletario y la revolución socialista.

En ese contexto se publicó una de las obras clave del debate, Imperialismo, fase superior del capitalismo, de Lenin, que sistematizó y resumió la discusión sobre el tema que había sostenido la intelectualidad marxista durante décadas. En el texto, Lenin popularizó el concepto de «aristocracia obrera» para referirse a las capas de la clase trabajadora más acomodadas y colaboracionistas con la burguesía que defendían la agenda imperialista.

Para terminar este apartado, rescataremos una referencia poco conocida en nuestro mundo hispanohablante. Cuando nos acercamos a estos temas, es normal que recurramos a los textos clásicos de las grandes figuras del marxismo, los más conocidos y traducidos, que son casi siempre occidentales, pero en las sociedades colonizadas a principios del siglo XX la influencia de pensamiento marxista ya había empezado a calar y se había producido un análisis sobre la cuestión imperial y racial de gran interés.

En este sentido, uno de los textos pioneros de la época fue publicado en 1915 por el intelectual afroamericano W. E. B. Du Bois, militante panafricanista influenciado por el pensamiento marxista. El texto, titulado The African Roots of War, del cual ofrecemos la primera traducción al castellano en esta misma revista,[18] establece las causas imperialistas de la guerra, señala especialmente el papel del colonialismo en África y ofrece un análisis y una crítica del racismo y de la aristocracia obrera occidental en el proceso.[19]

La cuestión racial en la III Internacional

La Revolución de Octubre y la creación de un bloque político mundial de carácter marxista, revolucionario y antimperialista, organizado en la III Internacional desde 1919, propició un impulso inédito al análisis y debate sobre la cuestión racial. Hasta ese momento los análisis son claros, pero, poco profundos y sistemáticos — con algunas excepciones—, sin embargo, la III Internacional significó la apertura de un espacio donde intelectuales marxistas revolucionarios de todo el mundo tuvieron la oportunidad de analizar y debatir, por primera vez con una gran profundidad, acerca de esta cuestión.

Ese espacio de debate se abrió porque el movimiento comunista internacional identificó al imperialismo y a los movimientos por la autodeterminación nacional en contextos coloniales como una cuestión estratégica de primer orden.

En esa época se consideró que, debido al acomodamiento y el pacto obrero-burgués extendido en las potencias imperialistas, en las sociedades coloniales existían mejores condiciones para el desarrollo de procesos revolucionarios. Esos procesos, en caso de tener éxito, supondrían un obstáculo a la agenda imperialista occidental y podrían erosionar en el seno de las potencias imperialistas el pacto obrero-burgués, y extender también a esos contextos los procesos revolucionarios, sin los cuales la revolución socialista mundial sería difícil de realizar debido a su potencial bélico y tecnológico. Por tanto, la agenda de la Internacional Comunista proponía dos grandes tareas:

1) promoción de la constitución de partidos comunistas en las sociedades coloniales y apoyo a sus procesos revolucionarios de autodeterminación nacional; y,

2) extensión de la propaganda y agenda antimperialista y antirracista en las organizaciones obreras de las potencias imperialistas.

Ambas tareas implicaron la necesidad de un análisis profundo de la cuestión racial. Por un lado, los nuevos partidos comunistas de los países coloniales o semicoloniales / dependientes tenían que enfrentar el problema, pues gran parte de su clase trabajadora sufría el prejuicio racial y el racismo era un elemento fundamental para dificultar la organización de la clase trabajadora y facilitar la explotación.

Por otro lado, en las potencias imperialistas se daban dos escenarios. Lo más evidente es que había algunos países, entre los cuales destacaba los Estados Unidos, donde, por las características de su desarrollo histórico, el racismo también era un elemento fundamental de organización de su clase trabajadora nacional que había cristalizado en su aparato estatal político, jurídico e institucional. Pero, en el resto de las potencias imperialistas, que por su desarrollo histórico no habían tenido necesidad de aplicar tanto las lógicas raciales a la organización del trabajo en la metrópoli, los crecientes procesos migratorios de sujetos coloniales iban generando un incipiente auge del racismo.

Los análisis e investigaciones sobre la cuestión racial alcanzaron entonces multitud de contextos y fueron debatidos en multitud de foros, incluyendo los grandes congresos de la Internacional Comunista, tanto regionales como generales, lo cual derivó en tareas y organizaciones políticas específicas para afrontar la cuestión. Algunas de las más importantes contribuciones fueron:

La cuestión racial en los Estados Unidos y Sudáfrica: una de las primeras problemáticas raciales que llegó a debatirse hasta los más altos niveles en la III Internacional fue la cuestión de la población negra en los Estados Unidos y Sudáfrica. En ambos contextos, donde la clase obrera estaba dividida por «líneas de color» organizadas por leyes y costumbres, la lucha antirracista cobró un papel primordial. Muchos militantes comunistas de esos países, sobre todo negros, pero también blancos, se dieron a la tarea de analizar el problema para proponer tareas políticas antirracistas concretas en sus respectivos contextos. De entre todos los participantes de ese gran debate podríamos destacar a James La Guma, de Sudáfrica y a Harry Haywood, de los Estados Unidos, quienes defendieron en el Sexto Congreso de la Komintern la idea de que en sus países la población negra era tratada como una «colonia interna», por lo que la lucha por su autodeterminación estaría justificada en los términos de la interpretación leninista de la cuestión nacional y colonial. Para el caso de los Estados Unidos, Haywood publicó numerosos artículos que analizaban la cuestión desde diferentes aristas, pero sus posturas quedaron sistematizadas más adelante en dos grandes obras: Negro Liberation (1948) y Black Bolshevik (1978).[20] Además de Haywood, otro autor de referencia de esta época fue W. E. B. Du Bois, quien cada vez más influenciado por el marxismo, publicó una de las obras más importantes sobre el tema, Black Reconstruction in America (1935), donde se analiza cómo se construyó la organización de la división racial del trabajo después de la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos.[21]

La cuestión racial en el África subsahariana: dado el contexto de auge del colonialismo en la región, en la mayoría de los países africanos la cuestión racial fue debatida junto a la cuestión de las luchas antimperialistas desde el horizonte panafricanista, que hasta entonces era un movimiento interclasista moderado que luchaba por la liberación nacional de los países africanos y su integración regional, así como por la mejora de la población de la diáspora africana. En esa época sólo se desarrolló el Partido Comunista de Sudáfrica, aunque existieron grupos y núcleos de comunistas dispersos en el resto de los países. Por ello, desde la Komintern se impulsó la organización comunista en la región, se promovieron publicaciones que analizaban las contradicciones de la región, con énfasis en la agenda antimperialista y antirracista, como Negro Worker, y organizaciones obreras como el Comité Sindical Internacional de Trabajadores Negros, que en un principio tuvieron más eco entre los trabajadores africanos migrantes en Europa.[22] Una de las figuras más destacadas en la organización de ese proyecto fue el intelectual y activista de origen afrocaribeño George Padmore, quien publicó una de las obras más destacadas sobre el tema, The Life and Struggles of the Negro Workers (1931), que logró una importante difusión de las ideas comunistas antirracistas entre los trabajadores de los países del África subsahariana.[23]

La cuestión racial en América Latina y el Caribe hispano: en la región latinoamericana, a excepción de algunas regiones del Caribe, la mayoría de los países eran ya independientes, aunque seguían sufriendo políticas imperialistas de todo tipo que les impedían progresar. Los marxistas revolucionarios de la región comenzaron a denominar esa situación con el termino de «dependencia», concepto presentado y defendido por el marxista ecuatoriano Ricardo Paredes en el sexto Congreso de la Komintern de 1928. En sus debates sobre la caracterización del capitalismo en sus territorios, el análisis de cómo la clase trabajadora se encontraba organizada y dividida por prejuicios raciales era fundamental. Sin embargo, al ser una región tan grande y diversa, pronto advirtieron que el análisis de la cuestión racial, aun con notas comunes, debía realizarse de forma contextual y específica en cada país; e incluso, en el caso de varios, tomando en cuenta regiones y subregiones nacionales. De entre todos los participantes de ese gran debate podríamos destacar al intelectual marxista peruano José Carlos Mariátegui, que impulsó el famoso texto «El problema de las razas en América Latina», presentado en 1929 por delegados del Partido Socialista Peruano en la I Conferencia Comunista Latinoamericana celebrada en Buenos Aires y Montevideo.[24] En la magna obra de Mariátegui, donde destacan sus 7 ensayos sobre la realidad peruana, podemos encontrar algunas de las reflexiones y análisis en clave marxista sobre la cuestión racial más avanzadas de la época, en particular referidas al contexto indígena andino. Para el caso del Caribe, el desarrollo de la cuestión racial desde el marxismo tuvo especial relevancia en Cuba, donde resaltaría la figura de marxistas afrocubanos como Sandalio Junco, que posicionó el debate en numerosos textos, entre los que destaca su ponencia «El problema de la raza negra y el movimiento proletario», también presentada en la I Conferencia Comunista Latinoamericana de 1929.[25] Y capítulo aparte merecería el estudio de los aportes de los marxistas afrocaribeños del Caribe colonial francés, como René Menil y su impulso a la publicación de Légitime Défense (1932); y el británico, donde hubo figuras intelectuales de primer nivel analizando esas cuestiones, como el ya citado George Padmore, pero también otros como el trinitense C. L. R. James, quien publicaría una obra clave en 1938, Black Jacobins, analizando la estructura racial de clases en el Caribe al calor de una excelente investigación sobre la gran revolución haitiana de 1804.[26]

La cuestión racial en Asia: durante la época de la III Internacional se formaron partidos comunistas en muchos países, donde también tuvo presencia el debate sobre la cuestión racial. En el caso de la India destacaría el trabajo del líder e intelectual comunista Manabendra Nath Roy, quien defendió en los congresos de la Komintern que la lucha anticolonial en Asia contribuiría de forma determinante a la revolución mundial, donde el proletariado colonial era una pieza clave. Enfatizó la importancia de la unidad obrera a escala mundial e identificó la necesidad de superar la ideología racista que había sido defendida por amplios sectores revisionistas durante la II Internacional.[27] Podemos destacar también la obra del comunista japonés Sen Katayama, quien, en ese contexto de auge de la tensión interimperialista del que Japón formaba parte activa, llamó a los trabajadores japoneses a luchar contra el imperialismo de su propia nación en favor del proletariado coreano y a superar la ideología racista en favor de la unión internacional de la clase obrera.[28] Por último, mencionaremos a uno de los fundadores del Partido Comunista Chino, Li Dazhao, quien fue un recurrente crítico del racismo: destaca su conferencia impartida en la Universidad de Pekín, el 13 de mayo de 1924, bajo el título «The Racial Question», donde ofrece un pionero análisis histórico e historiográfico de los orígenes del racismo occidental y de su relación con el sistema capitalista.[29]

La cuestión racial en el mundo musulmán: los países de población mayoritaria musulmana también tuvieron un rápido y pronto desarrollo de numerosos partidos comunistas; aquí también era importante el análisis de la cuestión racial, pero con una íntima relación con la cuestión religiosa y lo que hoy llamamos islamofobia. El intelectual y líder marxista musulmán más conocido de entonces fue el comunista de origen tártaro Mirsaid Sultán-Galíyev, que llegó a ser encargado de asuntos islámicos del Partido Comunista en la URSS y defendió la lucha por la unificación del islam y la filosofía marxista, así como de la estrategia política panislámica.[30] Para el caso de Asia, podemos destacar las contribuciones del marxista indonesio Tan Malaka, famoso defensor en la Komintern de la estrategia de la unión panislámica frente al imperialismo occidental. En su opinión, la unión del discurso islámico con el marxista podía resultar en un poderoso factor movilizador de las masas; además, luchar contra la ideología racista era primordial, ya que movilizar al proletariado colonial sería fundamental para lograr la revolución mundial.[31] Para el caso de Oriente Próximo, rescataremos los aportes del famoso propagandista palestino Muhammad Najati Sidqi, quien fue un gran luchador contra la ideología racista en su paso como periodista y miliciano en la guerra civil española de 1936.[32] Por último, para el contexto del Magreb podemos mencionar a Tahar Boudengha, comunista tunecino que denunció en el IV Congreso de la Komintern con mucha contundencia la actitud racista de los comunistas franceses en el Magreb frente al proletariado nativo, y resaltó la importancia del papel de la clase trabajadora local en la lucha revolucionaria.

Y esto es sólo un resumen muy sucinto, ya que el tema de debate y análisis de la cuestión racial fue amplio y central durante los primeros años de la III Internacional. Sin embargo, a partir de 1935, con el cambio de rumbo estratégico liderado por Stalin, basado en los frentes populares antifascistas, la crítica al imperialismo y al racismo pasó a un segundo plano debido a la alianza temporal de la URSS con potencias imperialistas europeas como Inglaterra, Francia o los Estados Unidos. A partir de ese momento, el desarrollo de la temática sufrió un breve freno, e incluso significó, en muchos casos, una ruptura política debido a que la alianza con las potencias imperialistas no fue bien recibida por muchos militantes comunistas de contextos coloniales.

La primera gran exposición sistemática: la obra de Oliver Cox

Como colofón al debate sobre la cuestión racial durante la primera mitad del siglo XX, muy marcado por el impulso de la III Internacional, Oliver Cox, un intelectual marxista afrocaribeño originario de Trinidad y Tobago, desarrolló en los Estados Unidos la que es ampliamente reconocida como la primera gran obra sistemática y profunda de análisis sobre la cuestión racial desde un punto de vista marxista. Formado como sociólogo, Cox desarrolló su investigación doctoral dentro del campo de las «relaciones raciales», con un estudio específico sobre matrimonios entre población negra y blanca. Su acercamiento a los postulados marxistas le llevó a analizar la cuestión racial desde el materialismo histórico, por lo que emprendió un proyecto de crítica a la «Escuela de la casta», un grupo académico que desde la Universidad de Chicago impulsaba una interpretación sociológica de las «relaciones raciales» que se había tornado hegemónica en su época. Esa escuela planteaba que el racismo era un producto residual precapitalista y premoderno que había sobrevivido y se había adaptado a los cambios de las sociedades contemporáneas. Por tanto, la escuela estudiaba cómo unas relaciones sociales basadas en lógicas culturales y organizativas premodernas se engarzaban con las modernas contemporáneas en una suerte de sincretismo social. Que les denominaran «Escuela de la casta» se debía a que en su análisis de las relaciones raciales en los Estados Unidos usaban con frecuencia el paralelismo con las castas de la India, pues en su criterio se trataba de un tipo de discriminación muy similar.

Desde el materialismo histórico, Cox estuvo en contra de la «hipótesis de la casta». Para él, la sociedad de castas tradicional de la India era precapitalista y sus jerarquías respondían a otro modo de producción — fuese ya tributario, despótico o de otra denominación—. En su contacto con el capitalismo y el colonialismo las castas habían sido profundamente afectadas y reformuladas en torno a las necesidades del nuevo sistema impuesto, aunque aún se mantuvieran algunos de sus elementos tradicionales de forma importante; pero la tendencia marcaba su paulatino proceso de desaparición. Sin embargo, un análisis histórico del surgimiento del racismo como ideología, llevaría a Cox al estudio de la sociedad occidental antigua y medieval, para ver si ese paralelismo que hacía la Escuela de Chicago de la casta con el racismo era pertinente. Encontró, en definitiva, que se trataba de procesos muy diferentes: el racismo no tenía tanto arraigo en la sociedad precapitalista y, al contrario de las relaciones de casta, no sólo no tendía a desaparecer sino que incluso se profundizaba en muchos contextos ante el avance del capitalismo.[33]

Su estudio del racismo desde el materialismo histórico le llevó a realizar una serie de investigaciones que reforzarían y sistematizarían todas las claves sobre la cuestión racial que habían sido desarrolladas por la tradición marxista hasta el momento. Un primer resultado de su investigación fue publicado en un breve y potente artículo donde desarrolló los fundamentos de sus hallazgos, titulado «Race Prejudice and Intolerance: a Distinction» (1945), del cual ofrecemos la primera traducción al castellano en esta misma revista[34].

En ese texto, Cox establece que el racismo es un producto específico del capitalismo que, bajo falsos argumentos biologicistas, sirve para integrar en peores condiciones de explotación a un sector de la población determinado. Para ilustrar el argumento, contrapone la discriminación racial que sufre la población negra en los Estados Unidos, cuyo fundamento material es su integración en el sistema de explotación y división del trabajo de forma diferenciada, con la discriminación xenofóbica que sufre la población judía, cuyo fundamento material es la intolerancia social respecto a su endogamia e intereses comerciales.

Una vez establecidos en diversos artículos los fundamentos de su propuesta, Cox se embarcó en la elaboración de una magna obra que publicó en 1948 bajo el título de Caste, Class and Race. Entre los numerosos elementos destacables de esa obra, remarcaremos el trabajo de reconstrucción histórica del prejuicio racial desarrollado en el capítulo 16, titulado «Race Relations: Its Meaning, Beginning, and Progress», del cual también ofrecemos la primera traducción al castellano en esta revista[35].

En ese capítulo, Cox investiga cómo el prejuicio racial, tal y como se entiende y funciona en las sociedades contemporáneas, es un producto del capitalismo que comenzó a generarse como resultado de la organización del trabajo en las colonizaciones que impulsaron los Estados modernos europeos desde el siglo XVI, que sentarían importantes bases para el desarrollo del sistema capitalista.

Por tanto, se enfrenta aquí a quienes plantean que el racismo es una actitud o ideología trans-histórica presente e inmanente a todas las sociedades, o un prejuicio social exclusivo de la Europa medieval, etc. Para Cox, esas posiciones son idealistas, basadas en el tono y apreciaciones de los discursos, en vez de poner atención a los fundamentos materiales que los sostienen para entender su proyección y sentido dentro de las relaciones sociales.

Además, Cox no se quedó aquí, ese trabajo le llevó a la necesidad de profundizar más en la historización del sistema capitalista y su dimensión imperialista, lo que lo condujo a desarrollar una tetralogía sobre la historia del capitalismo que hasta hoy es considerada como la obra pionera de la perspectiva del sistema-mundo que se desarrolló décadas más tarde por autores como Immanuel Wallerstein, André Gunter Frank y Samir Amin.[36]

La articulación de la cuestión racial y de género: la obra de Claudia Jones

Durante la primera mitad del siglo XX, dentro de los análisis sobre la cuestión racial, su relación con la cuestión de género fue planteada en algunos casos, pero en términos generales fue una relación poco atendida y sistematizada.

La perspectiva marxista sobre la división sexual del trabajo y el papel de la mujer obrera en el capitalismo sí había tenido ya un gran desarrollo, pero la relación de ello con la cuestión racial no contó con gran impulso desde la tradición marxista.

La primera marxista a la que se atribuyen los primeros trabajos sistemáticos sobre la cuestión es la comunista afroamericana Claudia Jones, que se formó como líder de las juventudes del partido comunista de los Estados Unidos durante la época de la I Internacional e integró los aportes que se realizaron en la época tanto de la cuestión racial como de la cuestión sexual.

El texto más conocido de Claudia Jones sobre esa relación fue publicado en 1949 bajo el título «An End to the Neglect of the Problems of the Negro Woman!»,[37] donde analizó cómo las mujeres negras en los Estados Unidos sufrían tanto las desventajas de la división racial como de la división sexual del trabajo; es decir, tanto racismo como machismo. Afirmó que, mientras los movimientos específicos de mujeres luchaban por la igualdad de género y los de población negra por los derechos civiles, las mujeres negras tenían que luchar en ambos frentes, sin encontrar una explicación a sus problemas específicos en ninguno de ellos.

El texto denunció esa situación, analizó los problemas específicos que sufrían las mujeres negras de clase trabajadora en su contexto, relegadas a los trabajos más difíciles y peor pagados, así como a tener generalmente la carga de los cuidados familiares. Además, incluía un llamamiento a su partido a modo de autocrítica para atender la cuestión de forma primordial, y planteaba la necesidad de generar espacios específicos de organización de las mujeres negras dentro de la organización, así como apoyos especiales para poder formar cuadros políticos entre ellas que pudieran liderar su agenda política tanto dentro del partido como en la sociedad.

Claudia Jones fue, por su pensamiento y accionar, una gran figura del movimiento comunista a nivel mundial,[38] pero también se suele referir a su pensamiento como el origen de lo que hoy se denomina «perspectiva interseccional». Sin embargo, es importante señalar que, en lo fundamental, la propuesta de Jones no es cercana a la mayor parte del desarrollo de ese enfoque. La perspectiva interseccional, bautizada así por Kimberlé Crenshaw, es una tendencia en su mayoría de desarrollos abiertamente no-marxistas, por no decir antimarxistas en muchos casos.

La interseccionalidad, en la mayoría de sus formulaciones, parte de la idea de que existen muchos «ejes de opresión», cada uno con su propia historia y sentidos de ser, que en la realidad social se «intersectan» y, dependiendo de tus características como sujeto, sufres unos u otros. El enfoque se resume de forma gráfica en lo que Patricia Hill Collins denominó la «rueda de opresiones», donde se puede identificar dónde se ubica cada sujeto y los diferentes ejes de opresión que sufre, cómo se relacionan entre sí, etc., donde la clase social es solo uno más de esos ejes. Esa perspectiva, profundamente individualista, ha fomentado la división y la competitividad entre la clase trabajadora, pero es cierto que también ha logrado situar muchos debates sobre la multitud de opresiones que existen en la sociedad y cómo enfrentarlas, especialmente desde las políticas públicas, y ha calado mucho en movimientos sociales e incluso sindicales, y hasta han aparecido usos, debates e interpretaciones en clave marxista del concepto.

Más allá de su impacto, es evidente que las formulaciones clave del enfoque interseccional reniegan de la idea de totalidad y apuestan por un enfoque ecléctico y fenoménico, donde la explicación de cómo funciona la sociedad en su conjunto brilla por su ausencia. Ese no es, en ningún caso, el enfoque de Claudia Jones, quien, como marxista, entiende que vivimos en una sociedad capitalista donde la contradicción capital-trabajo es la fundamental y es en el desarrollo de esa contradicción donde ubica el análisis de la cuestión racial y sexual, y explica cómo en la explotación capitalista se articulan el racismo y el sexismo, lo cual es muy diferente a investigar cómo diferentes ejes de opresión se «intersectan» o se «enredan», etc.

Muchos más desarrollos desde la Segunda Guerra Mundial

Después de la Segunda Guerra Mundial los análisis y debates sobre la cuestión racial siguieron siendo intensos entre las organizaciones e intelectuales marxistas de diferentes contextos, tanto en el seno de los partidos comunistas ligados al bloque soviético como en otras líneas del movimiento comunista. A partir de aquí, los desarrollos son tan abundantes que su análisis excedería la intención breve de este texto, por lo cual nos ceñiremos a mencionar algunos de los más destacados:

El Caribe: hubo figuras clave del análisis de la cuestión racial desde el marxismo a escala mundial, destacan Frantz Fanon, Walter Rodney, Eric Williams, Aimé Césaire, Stuart Hall, Rhoda Reddock o George Beckford.

América Latina: destacó el debate sobre el racismo hacia los pueblos indígenas, en particular la escuela del colonialismo interno — Casanova, Stavenhagen…— y el indigenismo — Fausto Reinaga, Ayar Quispe…—, y hacia la población negra — Clovis Moura, Zuleica Romay, Cristiane Sabino, Fabio Nogueira…—.

Los Estados Unidos: el número de intelectuales y organizaciones es casi inabarcable, destacaríamos al entorno del Partido Pantera Negra — Carmichael, Hampton, Newton, Angela Davis…—, y también el desarrollo del análisis de la cuestión racial desde la «blanquitud» — Blauner, Roediger, Allen, Ignatiev…—.

África: aquí destacaron los análisis marxistas sobre la cuestión racial enmarcados en las luchas de descolonización y liberación nacional — Cabral, Nkrumah, Nyerere, Sankara…—, y en especial los análisis de regímenes de apartheid en el África austral — Harold Wolpe, Magubane, Sam Moyo, Pablo Gilolmo…—.

Retos y tareas

Al menos tres retos y tareas se derivan de lo hasta aquí expuesto:

1. Es necesario investigar con más profundidad los aportes realizados sobre la cuestión racial desde el marxismo, muchos de ellos aun poco estudiados y conocidos, sobre todo en el mundo hispanohablante. En ese sentido, la labor de estudio, sistematización y difusión de esos aportes es fundamental; es imprescindible profundizar en la actividad editorial, traducciones, etc.

2. Dada la importancia del tema para nuestros tiempos de auge reaccionario e imperialista, es necesario también impulsar el desarrollo de investigaciones y análisis contextuales y empíricos contemporáneos sobre la división racial del trabajo y el papel de la ideología racista, que puedan servir de base para realizar críticas públicas y pensar cómo confrontar políticamente la cuestión en cada contexto.

3. Profundizar la lucha contra el racismo en la sociedad y, en particular, en el seno de la clase trabajadora y sus organizaciones. Para ello, es necesario impulsar una agenda antirracista en el seno de las organizaciones obreras, sobre todo en las comunistas, donde podría plantearse un fructífero diálogo y acercamiento con intelectuales y activistas del movimiento antirracista más cercanos a posiciones materialistas y a la perspectiva marxista — Said Bouamama, Arun Kundnani, Daniela Ortiz, Ainhoa Douhaibi, etc.—.

Conclusión

A modo de conclusión, hemos tratado de demostrar que desde el marxismo se ha trabajado de forma extensa y detallada la cuestión racial, pese a que se trate de aportes en general poco conocidos y difundidos. También hemos visto cómo los estereotipos difundidos de que el marxismo es economicista, eurocéntrico, etc., son ciertos sólo para un sector muy concreto y pequeño de la tradición, generalmente revisionista.

Sin embargo, en la actualidad los enfoques intelectuales más conocidos y en boga sobre la cuestión racial y otras relacionadas con la opresión en nuestras sociedades, que suelen ser liberales e idealistas, siguen difundiendo la idea de que el marxismo es «ciego a cuestiones no-económicas».

Por ello, se ha puesto de moda en la actualidad ponerle apellidos al marxismo para demostrar que desde esa tradición también se pueden analizar y plantear debates sobre cuestiones que supuestamente el marxismo no ha trabajado tanto. Se difunden textos y eventos sobre marxismo queer, negro, indígena, mulato, mestizo, anticolonial o sobre ecomarxismo, entre otros. Es entendible que se haga como forma de mostrar que se está saliendo del estereotipo economicista del marxismo, pero en general nos puede llevar a pensar que hay que hacer un marxismo queer, negro, mestizo, mulato, feminista o ecológico porque el marxismo no analiza esas cuestiones, lo cual es falso, por lo que es una fórmula que en buena medida puede generar más confusiones que soluciones.[39]

Plantear que el marxismo no ha trabajado la cuestión racial y otras relacionadas es falso, pero, además, también es antimarxista. Los fundamentos filosóficos del marxismo imponen un análisis de la realidad donde nada que afecte a la vida humana puede desdeñarse, lo cual puede resumirse en una máxima que el propio Marx identificaba como una de sus favoritas: nada humano me es ajeno.

*El autor es es doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México, y profesor en la Universidad Complutense de Madrid.

Contacto: [email protected]

Notas:

[1] Entre las numerosas referencias que hacen, citaremos una de las más clarividentes. En su famosa disputa con Proudhon, Marx incluyó en el apéndice de su libro Miseria de la filosofía (1847) una carta que envió al intelectual ruso Pavel Vasilyevich Annenkov, fechada el 28 de diciembre de 1846, donde resumía la importancia de la esclavitud colonial atlántica para el desarrollo del capitalismo de esta forma: «No me refiero a la esclavitud indirecta, a la esclavitud del proletariado, sino a la esclavitud directa, a la esclavitud de los negros en Surinam, en Brasil, en las regiones meridionales de América del Norte. La esclavitud directa es el pivote de nuestra industrialización actual en la misma medida que lo son las máquinas, el crédito, etc. Sin esclavitud no hay algodón; sin algodón, no hay industria moderna. La esclavitud es lo que ha dado valor a las colonias; las colonias son las que han creado el comercio mundial, que es la condición necesaria para la gran industria mecanizada. De modo que, antes de la trata de negros, las colonias no le daban al viejo mundo más que muy pocos productos y no cambiaban visiblemente la faz del mundo. Por tanto, la esclavitud es una categoría económica de gran importancia.» Marx, Karl (2021) [1847]. Miseria de la filosofía, pp. 78 y 79. Madrid: Edaf.

[2] De nuevo, analizando el proceso de esclavización de la población negra africana, hay un famoso pasaje donde Marx apela a la idea de que el racismo es una construcción social: «Un negro es un negro. Solo en determinadas condiciones se convierte en esclavo. Una máquina de hilar algodón es una máquina para hilar algodón. Solo en determinadas condiciones se convierte en capital. Arrancada a estas condiciones, no tiene nada de capital, del mismo modo que el oro no es de por sí dinero, ni el azúcar el precio del azúcar». Marx, Karl (2019) [1849]. Trabajo asalariado y capital, p. 33. Madrid: Verbum. Ese pasaje, Marx lo recupera para ilustrar su argumentación en otros espacios, como en el capítulo XXV («La teoría moderna de la colonización») en el primer tomo de El capital (Marx, Karl (2013) [1867]. El capital. Tomo I, vol. 3, p. 957. México: Siglo XXI). La frase ha sido usada por revisionistas socialdemócratas como Carlos Liria que, siguiendo la ilustración didáctica del argumento que hace Marx en el pasaje, plantea que también el Estado, la democracia, la Ilustración y todas las cosas que valora del sistema político burgués podrían ser puestas al servicio del socialismo, en un juego sofista donde trata de hacer pasar «relaciones sociales» o «ideología» por «cosas». Menciono aquí a Liria porque la «escuela» de pensamiento que impulsa junto a otros como Luis Alegre o Antoni Domenech, que plantean cosas como que Marx abandonó la dialéctica o que era casi un kantiano, es una modalidad de revisionismo distinta: en vez de plantear que están «revisando» y «actualizando» los postulados de Marx, acuden a las fuentes para hacer pasar posturas revisionistas como si fueran las mejores interpretaciones de la letra original.

[3] «El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista.» El capital (Marx, Karl (2013) [1867]. El capital. Tomo I, vol. 3, p. 939. México: Siglo XXI).

[4] Preferimos el uso de la expresión de «la parte de la clase trabajadora que no sufre el prejuicio racial» o también «la parte de la clase trabajadora que goza de la ventaja racial» antes que «la parte de la clase trabajadora que goza del privilegio racial», ya que el término «privilegio racial», tan en boga en nuestros días, puede dar lugar a confusiones y a la fragmentación política entre sectores de la clase trabajadora. El proletariado de las potencias imperialistas, aunque se beneficie en cierto grado del reparto de los beneficios producidos por la acción colonial liderada por la burguesía, sigue siendo parte de la clase explotada, en ningún caso es una clase privilegiada. La división racial del trabajo producida por la acción imperialista permite dividir social y políticamente a la clase trabajadora en «líneas raciales» y crear así la ilusión de una «solidaridad racial» interclasista, de manera que se desvíe el foco del origen del problema: la explotación a la que la clase privilegiada, la burguesía, somete a toda la clase trabajadora, tanto la que sufre la discriminación racial como la que no la sufre. Eso funciona tanto para las alianzas de solidaridad racial por arriba — burguesía y clase trabajadora de regiones imperialistas— como en las de solidaridad racial por abajo — burguesía y clase trabajadora periférica que sufre el prejuicio racial, como fue el caso del nacionalismo negro liderado por Marcus Garvey en los Estados Unidos—; en ambos casos, aunque podamos encontrar importantes diferencias sobre los efectos sociales del fenómeno — evidentemente mucho más positivos en los movimientos de solidaridad racial por abajo, que permiten cierta ruptura ideológica de la inferiorización racista de parte de la población—, la priorización de la solidaridad racial interclasista por encima de la solidaridad de clase favorece que la ideología burguesa y sus intereses se mantengan.

[5] «Me pregunta usted qué piensan los obreros ingleses de la política colonial. Pues lo mismo que de la política en general; lo mismo que piensan los burgueses. Aquí no hay partido obrero, no hay más que el partido conservador y el partido liberal-radical, y los obreros se benefician tranquilamente con ellos del monopolio colonial de Inglaterra y del monopolio de ésta en el mercado mundial» Engels, Friedrich (1978) [1882]. «Federico Engels a Carlos Kautsky», p. 148, en Marx-Engels. Acerca del colonialismo. Madrid: Júcar.

[6] «He aquí la verdad: mientras duró el monopolio industrial de Inglaterra, la clase obrera inglesa participó hasta cierto punto en los beneficios de dicho monopolio. Esos beneficios se distribuían dentro de la misma clase obrera de una manera muy desigual: la mayor parte correspondía a su minoría privilegiada, aunque también a la gran masa le tocaba algo de vez en cuando. Por eso, desde la muerte del owenismo no ha habido socialismo en Inglaterra. Cuando se derrumbe el monopolio, la clase obrera inglesa perderá su situación privilegiada. Y llegará un día en que toda ella, sin exceptuar la minoría privilegiada y dirigente, se encuentre en el mismo nivel que los obreros de los demás países. Por eso, volverá a haber socialismo en Inglaterra». Engels, Friedrich (2020) [1892]. «England in 1845 and in 1885», Commonwealth, March 1885, pp. 12–14, citado de la traducción ofrecida en el «Prefacio a la segunda edición», La situación obrera en Inglaterra, p. 148. Madrid: Akal.

[7] Reproducimos aquí algunos de los pasajes al respecto. Primero uno de los más famosos sobre el caso irlandés: «Y, finalmente, ¡lo esencial! Todos los centros industriales y comerciales de Inglaterra tienen actualmente una clase obrera escindida en dos campos hostiles: el de los proletarios ingleses y el de los proletarios irlandeses. El obrero inglés ordinario detesta al obrero irlandés como a un competidor que hace bajar su nivel medio de existencia. Se siente, por su parte, miembro de una nación dominante, cosa que lo hace instrumento de sus aristócratas y capitalistas contra Irlanda y consolida con ello el poder de éstos sobre él mismo. Los prejuicios religiosos, sociales y nacionales lo enfrentan con el obrero irlandés. Se comporta con él poco menos que como los blancos pobres con los negros en los viejos Estados esclavistas de los EE.UU. El irlandés le paga con la misma moneda. Ve en él a un tiempo al cómplice y al instrumento ciego de la dominación inglesa en Irlanda. Este antagonismo se alimenta artificialmente y estimula con la prensa, los sermones, las revistas humorísticas, en suma, con todos los medios de que disponen las clases dominantes. Este antagonismo es el secreto de la impotencia de la clase obrera inglesa, a pesar de su organización. Es también el secreto del persistente poderío de la clase capitalista, que se da perfecta cuenta de ello. Pero el mal no acaba en eso. Cruza el océano. El antagonismo entre ingleses e irlandeses es la razón oculta del conflicto entre los Estados Unidos e Inglaterra. Hace imposible toda colaboración seria y sincera entre las clases obreras de los dos países. Permite a los Gobiernos de ambos países embotar, siempre que lo creen conveniente, el conflicto social, mediante el bullyng mutuo y, en caso de necesidad, provocando una guerra. Inglaterra, metrópoli del capital, potencia dominante hasta hoy del mercado mundial, es por el momento el país más importante para la revolución obrera y el único en que las condiciones materiales de esta revolución han llegado a cierto grado de madurez. Por eso el objetivo más importante de la Asociación Internacional de los obreros es acelerar la revolución social en Inglaterra. Y el único medio de lograrlo es hacer a Irlanda independiente. Por eso la Internacional debe poner siempre en primer plano el conflicto entre Inglaterra e Irlanda, y tomar abiertamente partido en todas partes por esta última. La tarea especial del Consejo Central de Londres es despertar en la clase obrera inglesa la ciencia de que la emancipación nacional de Irlanda no es para ella una cuestión abstracta de justicia o filantropía, sino la primera condición de su propia emancipación social.» Marx, Karl (1978) [1870]. «Carlos Marx a Sigfrido Meyer y Augusto Vogt», p. 145 y 146, en Marx-Engels. Acerca del colonialismo. Madrid: Júcar.

En el caso de la población negra de América del Norte, es muy conocido el apoyo de Marx, Engels y la Primera Internacional al bando de Lincoln en la Guerra de Secesión, pues consideraban que la abolición de la esclavitud de la población negra tenía un carácter progresivo en la lucha de la clase obrera mundial contra el capitalismo. En numerosos pasajes animan a la clase obrera blanca de los Estados Unidos a superar el racismo y luchar junto a la clase trabajadora negra, lo cual redundaría en el avance de su propia liberación. Algunos de los más famosos pasajes son:

«Mientras los trabajadores, verdadero poder político del norte, permitieron a la esclavitud manchar su propia República; mientras se jactaban — con relación a los negros que tenían un amo y eran vendidos sin su consentimiento— de gozar del privilegio de ser libres de venderse a sí mismos y de escoger su patrón, fueron incapaces de combatir por la verdadera emancipación del trabajo o de apoyar la lucha emancipadora de sus hermanos europeos». Consejo Central de la AIT (2013) [1865]. «Carta de la Asociación Internacional de Trabajadores a Abraham Lincoln», en Marx & Lincoln. Guerra y emancipación, p. 208. Madrid: Capitán Swing.

«En los Estados Unidos de Norteamérica todo movimiento independiente estuvo sumido en la parálisis mientras la esclavitud desfiguró una parte de la república. El trabajo cuya piel es blanca no puede emanciparse allí donde se estigmatiza el trabajo de piel negra. Pero de la muerte de la esclavitud surgió de inmediato una vida nueva, remozada.» Marx, Karl (2013) [1867]. El capital. Tomo I, vol. I, p. 363. México: Siglo XXI. Esa famosa cita tiene su antecedente en una carta de Marx a François Lafargue fechada el 12 de noviembre de 1866 donde le plantea: «Vous aurez réjoui comme moi de la défaite du président Johnson dans les dernières élections. Les ouvriers du Nord ont enfin parfaitement compris, que le travail, tant qu’il est flétri dans la peau noire, ne sera jamais émancipé dans la peau blanche». (Marx, Karl (1958) [1866]. «Karl Marx à François Lafargue, 12 novembre 1866», en «Lettres et documents de Karl Marx 1856–1883», Emile Bottigelli (Coord.), p. 164, incluido en Annali Istituto Giangiacomo Feltrinelli. Milan, pp. 149–219 (transcripción original de la carta disponible en MEGA).

[8] Tareas que quedan claras en multitud de textos, como en la parte final del discurso de apertura de la AIT: «Si la emancipación de las clases obreras requiere la unión fraternal y la cooperación de las diversas naciones, ¿cómo va a ser posible alcanzar esta gran meta con una política exterior que persigue fines canallescos, que especula con prejuicios nacionales y dilapida en guerras de piratería la sangre y las riquezas del pueblo? […] han enseñado a las clases obreras el deber de iniciarse en los secretos de la política internacional, de vigilar los actos diplomáticos de sus respectivos gobiernos, para enfrentarse a ellos cuando sea necesario y, en los casos que no puedan lograr impedirlos, unirse en una denuncia simultánea y reivindicar las sencillas leyes o morales y la justicia, que deben regir las relaciones entre las personas, e imponer también su vigencia como las leyes supremas del trato entre naciones. La lucha por una política exterior de este tipo forma parte de la lucha general por la emancipación de la clase obrera. ¡Proletarios de todos los países, uníos!» Marx, Karl (2022) [1864] «Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores», en ¡Trabajadores del mundo, uníos! Antología política de la Primera Internacional, Marcello Musto (Ed.), p. 10, Manresa: Bellaterra.

[9] De Marx se suele citar la referencia de una carta que escribió a Engels fechada el 30 de julio de 1862, donde se refirió en términos racistas a Ferdinand Lasalle: «It is now quite plain to me — as the shape of his head and the way his hair grows also testify— that he is descended from the negroes who accompanied Moses’ flight from Egypt (unless his mother or paternal grandmother interbred with a nigger). Now, this blend of Jewishness and Germanness, on the one hand, and basic negroid stock, on the other, must inevitably give rise to a peculiar product. The fellow’s importunity is also nigger-like». Marx, Karl (2010) [1862]. «Marx to Engels, 30 July 1862», en Marx and Engels Collected Works, vol. 41, p. 388.

[10] La unión de ambos argumentos contra Marx y Engels — que tienen comentarios racistas en su correspondencia privada y que supuestamente defienden el colonialismo capitalista por su «carácter progresista»— ha llevado a autores antimarxistas como Carlos Moore o Cedric Robinson a plantear que el marxismo es una teoría inherentemente racista y eurocéntrica, válida solo para el proletariado blanco, porque no se pudo desligar del racismo inherente que la sociedad occidental había desarrollado desde la Edad Media. En resumen, vienen a decir algo así como que el racismo de la civilización occidental, que le es inherente desde la Edad Media, ha llevado a esa civilización a construir el capitalismo y es algo de lo que el marxismo, como producto de Occidente, no puede desembarazarse (véase: Moore, Carlos (1974). «Were Marx and Engels White Racist?: The Prolet-Aryan Outlook of Marxism», Berkeley Journal of Sociology, vol. 19, pp. 125–156; y Robinson, Cedric (2021) [1983]. Marxismo negro. La formación de la tradición radical negra, Madrid: Traficantes de Sueños). Los análisis de Moore y Robinson, tan idealistas como antimarxistas, financiados por organismos burgueses de primer nivel, siguen ganando adeptos hasta nuestros días. Por fortuna contamos con aportes mucho más materialistas que desmontan sus argumentos a través de un detallado análisis de la obra de Marx y Engels, entre ellas destacan las impulsadas por Kevin Anderson (véase: Anderson, Kevin (2024) [2010]. Marx en los márgenes. Nacionalismo, etnicidad y sociedades no occidentales, Barcelona: Verso).

[11] Las críticas más conocidas a esa deriva fueron expuestas por Marx en su «Crítica al programa de Gotha» (Marx, Karl (1971) [1875]. Crítica del Programa de Gotha. En K. Marx & F. Engels, Obras Escogidas, vol. 2, pp. 211–230. Moscú: Editorial Progreso) y por Engels en su «Crítica al programa de Erfurt» (Engels, Friedrich (1970) [1891]. Crítica del Programa de Erfurt. En K. Marx & F. Engels, Obras Escogidas, vol. 2, pp. 175–198. Moscú: Editorial Progreso).

[12] Aquí destacaron sus análisis sobre la potencialidad revolucionaria en Rusia, recogidos en artículos y sobre todo en la correspondencia mantenida por Marx con los populistas rusos. Esas cartas y sus borradores han sido muy citadas por la contundencia con la que Marx despacha posibles acusaciones de eurocentrismo a su teoría, al plantear la necesidad de estudiar en cada contexto diferentes vías por las cuales se puede desarrollar el capitalismo y la lucha socialista. Pero también son recuperadas por indicar la posibilidad de que, debido al grado de acomodamiento y tendencia reformista que expresa la clase trabajadora en las potencias imperialistas, quizás la chispa revolucionaria pueda comenzar en un espacio periférico del sistema, donde existan mejores condiciones para el desarrollo de una conciencia y organización revolucionaria. Ello no quiere decir que no consideren necesaria y fundamental la organización y revolución socialista en las potencias imperialistas para poder implantar el socialismo a escala mundial, debido a que son quienes cuentan con un mayor grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Pero reconocen que la sucesión de acontecimientos revolucionarios puede comenzar en los territorios periféricos, ya que, como mencionaba Engels en una de las citas ya expuestas, las luchas exitosas en esos espacios pueden obstaculizar los «privilegios» derivados de la acción colonial y provocar un empeoramiento de las condiciones de la clase trabajadora en las potencias y un aumento de la tensión social que podría conducir — siempre y cuando haya grupos políticos socialistas que tengan la capacidad de impulsarlo— a un aumento de la conciencia socialista revolucionaria en el proletariado metropolitano. Lamentablemente, como demuestra la historia del siglo XX, llegados a esa situación la respuesta del proletariado de las potencias imperialistas ha solido orientarse más hacia el apoyo de una huida hacia adelante: la profundización del pacto obrero-burgués, del racismo y del imperialismo y sus guerras, llegando incluso al extremo de apoyar el desarrollo de modelos políticos autoritarios y fascistas para lograrlo.

[13] Véase la obra clave de Bernstein donde desarrolla el argumento: Bernstein, Eduard (1974) [1899]. Las premisas del socialismo y las tareas socialdemócratas. México: Siglo XXI Editores.

[14] En el caso del propio Bernstein esa posición racista llegó a ser defendida en los siguientes términos: «Los pueblos enemigos de la civilización e incapaces de acceder a mayores niveles de cultura no poseen ningún derecho a solicitar nuestras simpatías cuando se alzan en contra de la civilización. Vamos a enjuiciar y combatir ciertos métodos mediante los cuales se sojuzga a los salvajes, pero no cuestionamos ni nos oponemos a que estos sean sometidos y que se haga valer ante ellos el derecho de la civilización». Bernstein (1896) citado en Melotti, Umberto (1974). Marx y el Tercer Mundo, p. 19, Buenos Aires: Amorrortu.

[15] Olivier, Sydney (1906). White Capital and Coloured Labour. Londres: Independent Labour Party.

[16] La obra y línea de Olivier siguió siendo desarrollada por la sociedad fabiana, que en 1940 llegó a crear un bureau de asuntos coloniales para analizar la cuestión, bajo la dirección de la economista sudafricana Rita Hinden. La actividad del bureau fue intensa: produjo muchísimos informes sobre la cuestión colonial, así como recomendaciones para la gestión progresista del colonialismo que influyeron sobremanera en el gobierno laborista de Clement Attlee (1945–1951), véase: Benn, Tony (1964). «Fabianism and colonialism», New Left Review, I/25, pp. 81 y 82. Disonible aquí.

[17] Para una profundización en el debate, véase: Quiroga, Manuel (2021). La Segunda Internacional y el imperialismo: Una comparación entre la socialdemocracia alemana y francesa (1896–1914). Buenos Aires: Ariadna Ediciones.

[18] Disponible aquí.

[19] La extensa obra de Du Bois comienza a ser traducida al castellano. Por el momento, ya se puede acceder a tres de sus más importantes libros: Du Bois, W. E. B. (2013). El negro de Filadelfia: Un estudio social, Bogotá: Archivos del Índice; Du Bois, W. E. B. (2020). Las almas del pueblo negro, Madrid: Capitán Swing; y Du Bois, W. E. B. (2025). Reconstrucción negra: Ensayo sobre la historia del pueblo negro en su intento por reconstruir la democracia en América, 1860–1880, Buenos Aires: Tinta Limón.

[20] Contamos con una reciente traducción de Black Bolshevik al castellano que además incluye la traducción de uno de los capítulos clave de Negro Liberation («Negro Nation»), véase: Haywood, Harry (2022). Bolchevique negro: autobiografía de un comunista afroamericano y otros escritos, Manresa: Bellaterra.

[21] Obra recientemente traducida y editada en castellano, véase: Du Bois, W. E. B. (2025). Reconstrucción negra: Ensayo sobre la historia del pueblo negro en su intento por reconstruir la democracia en América, 1860–1880, Buenos Aires: Tinta Limón.

[22] Para una revisión profunda de este contexto y sus debates véase: Adi, Hakim (2023). Panafricanismo y comunismo: La Internacional Comunista, África y la diáspora (1919–1939). Manresa: Bellaterra.

[23] Obra recientemente traducida y editada en castellano junto a más textos periodísticos de George Padmore, véase: Padmore, George (2022). Vida y lucha de los trabajadores negros y otros textos de crítica anticolonial y panafricana, Buenos Aires: Prometeo.

[24] Véase: José Carlos Mariátegui (1987) [1929]. «El problema de las razas en la América Latina», en Ideología y Política, Obras Completas, vol.13, pp. 21–86, Lima: Amauta.

[25] Véase: Sandalio Junco Camellón (1929). «El problema de la raza negra y el movimiento proletario», en Resoluciones y documentos varios del Congreso Constituyente de la Confederación Sindical Latinoamericana, pp. 160–176, Montevideo: Imprenta La Linotipo.

[26] Existen varias ediciones de esa fantástica obra en castellano, por mencionar una de ellas: James, C. L. R. (2003) [1938]. Los jacobinos negros: Toussaint L’Ouverture y la Revolución de Haití, México: Turner / Fondo de Cultura Económica.

[27] Acceso a un archivo con los textos marxistas anticoloniales de M. N. Roy

[28] Véase: Katayama, Sen (2022) [1918]. The Labour Movement in Japan, Foreign Language Press. También su archivo de textos en aquí.

[29] Dazhao, Le (1969) [1924]. «The Racial Question», en Marxism and Asia, Hélène Carrère & Stuart Schram (Eds.), pp. 219–223.

[30] Recientemente se ha traducido el primer texto al castellano de una antología de contribuciones de Galíev, véase: Sultán-Galíev, Mirsaid (2023). La yihad roja. Barcelona: Verso Libros.

[31] Acceso a un archivo con los textos marxistas anticoloniales de Tan Malaka .

[32] El paso de Sidqui por España ha sido estudiado y analizado en una interesante publicación, véase: Roses, Andreu & Almodóvar, Marc (2025). Moros contra Franco, Barcelona: Verso.

[33] Véase: Cox, Oliver (1942). «The Modern Caste School of Race Relations», Social Forces, vol. 21, núm. 2, pp. 218–226.

[34] Disponible aquí.

[35] Disponible en aquí.

[36] Véase: Cox, Oliver (1959). Foundations of capitalism. Nueva York: Philosophical Library; Cox, Oliver (1962). Capitalism and American leadership. Nueva York: Philosophical Library; y Cox, Oliver (1964). Capitalism as a system. Nueva York: Monthly Review Press.

[37] Existe una traducción al castellano disponible aquí.

[38] Véase: Boyce Davies, Carole (2008). Left of Karl Marx: The Political Life of Black Communist Claudia Jones. Duke University Press.

[39] Yo mismo me apunté a esa confusión y me autocritico en: Montañez Pico, Daniel (2024). «¿Tiene color el marxismo? Apuntes críticos sobre el concepto de marxismo negro», en Apropiaciones, diálogos y confluencias del pensamiento marxista en Améfrica, pp. 71–88, La Habana: Casa de las Américas.

Fuente: La Tizza Cuba

Tags: marxismoraza
Juan Carlos Flores

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