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La historia de los pueblos no avanza en línea recta. Es un camino de avances y retrocesos, de luces y sombras, de victorias y resistencias. Pero hay momentos en que los pueblos despiertan, rompen sus cadenas y abren grietas en los muros del poder.
Octubre de 2019 fue uno de esos momentos luminosos: una rebelión profunda, un rugido colectivo que estremeció los cimientos del neoliberalismo chileno y puso en jaque el orden impuesto por décadas de dominación y miedo.
Fueron millones las y los que se levantaron: jóvenes, mujeres, trabajadores y trabajadoras precarizadas, estudiantes, pueblos originarios. Fue el pueblo entero el que tomó las calles para escribir, con coraje y esperanza, una página de dignidad que todavía hoy incomoda a los poderosos.
Desde La Comunidad / EPP declaramos con firmeza: no estamos aquí para repetir rituales vacíos ni para romantizar lo ocurrido. Estamos aquí para recuperar la verdad que los de arriba intentaron sepultar.
El desencanto fue sembrado. Fabricado con intención. Los medios empresariales instalaron el miedo y la confusión; repitieron sin cesar la imagen del “caos” y de la “violencia irracional”.
Mientras tanto, los partidos institucionales pactaron entre cuatro paredes la desmovilización, buscando encerrar la rebeldía popular entre urnas, calendarios y falsas transiciones.
Nos quisieron convencer de que la dignidad se conquista en los pasillos del poder, y no en las calles, en la organización, en la solidaridad concreta de los pueblos que luchan.
Hoy vivimos la paradoja de un pueblo que gritó por dignidad y que, sin embargo, sigue sufriendo el peso del endeudamiento, la precarización laboral, la represión policial, la desigualdad y la mercantilización de la vida.
Pero no nos confundamos: la dignidad no fue una consigna pasajera. Fue, y sigue siendo, un proyecto histórico en construcción.
Por eso, este octubre de 2025, la conmemoración no puede ser nostalgia ni lamento.
Debe ser acción, memoria activa y reapropiación política.
Debemos recordar que las demandas levantadas en octubre, tanto en Chile como en el Wallmapu, siguen abiertas y sin respuesta. Las banderas que ondearon en aquellas jornadas —las del feminismo popular, las de una vejez digna sostenida por pensiones justas, las de la salud y la educación públicas, gratuitas y de calidad— no han sido arriadas.
Sigue pendiente el derecho a una vivienda para quienes la habitan y no para quienes lucran con ella; el fin de la represión y de la impunidad policial y militar; el término de la criminalización de la protesta y de la lucha social.
La exigencia de la libertad inmediata de quienes aún permanecen encarceladxs por haberse levantado contra la injusticia es un imperativo moral y político, así como una reparación digna para las familias de las y los mutiladxs y víctimas de la violencia estatal desde octubre de 2019.
También, urge la reconstrucción de las asambleas populares como espacios de decisión real y soberana del pueblo, donde vuelva a respirarse la política desde abajo, sin tutelas ni mediaciones del poder.
No esperamos que otros lo hagan por nosotros. Lo haremos desde abajo, como lo hicimos en 2019.
Quizás este octubre pueda ser una oportunidad para reencontrarnos desde la memoria viva de la rebelión, recuperando las voces de quienes la vivieron y aún resisten. Tal vez, a través de espacios comunitarios, de encuentros barriales, de expresiones artísticas y culturales, podamos volver a darle sentido colectivo a lo que alguna vez nos unió en las calles. Puede que los muros, los lienzos, la música, el teatro o la poesía vuelvan a ser formas de decir lo que aún duele, pero también de imaginar lo que sigue siendo posible.
Que la conmemoración no sea sólo recuerdo, sino una forma de reconocernos, de crear y de luchar desde lo cotidiano, desde abajo, desde los lugares donde la vida se organiza y resiste.
Quizás así podamos interrumpir el ruido electoral y mediático con gestos sencillos pero cargados de sentido, recordando que la verdadera política se construye en los barrios, en los liceos, en las universidades, en los trabajos y en los territorios.
Desde esa perspectiva, podríamos entender esta conmemoración no como un cierre, sino como una apertura: un punto de encuentro, una búsqueda compartida por nuevas formas de organización popular y de esperanza colectiva. Porque Octubre no fue un accidente, sino la expresión profunda de una sociedad que ya no soporta más humillación.
Nos quieren convencer de que nada cambió, pero sabemos que Octubre sigue latiendo: en cada injusticia no resuelta, en cada trabajadora y trabajador explotado, en cada estudiante endeudadx, en cada mujer violentada, en cada comunidad reprimida, en cada vida precarizada que se niega a rendirse.
Conmemorar Octubre no es mirar atrás, sino mantener encendida la llama de la dignidad, la que se niega a callar frente a la impunidad del gobierno servil a los intereses empresariales.
Es acompañar a nuestrxs compas del pueblo mutiladxs, recordar y reivindicar a quienes murieron y/o suicidaron en las cárceles del capital, víctimas del abandono y la represión que siguieron a la rebelión.
Conmemorar es también reafirmar que la historia sigue abierta, que nada está cerrado ni perdido, y que los pueblos, incluso en sus noches más oscuras, sólo se detienen para tomar impulso.
Porque hace seis años gritamos —y hoy volvemos a hacerlo—: “Nos quitaron tanto que nos quitaron hasta el miedo.”
Que Octubre vuelva a recordárnoslo.
Que la dignidad se haga costumbre.
Y que los pueblos que luchan vuelvan a levantarse, una y mil veces, hasta vencer.
La Comunidad / EPP
Octubre, 2025













