Por Miguel Mazzeo (mazzeo_amauta)

El resultado de las elecciones legislativas del domingo 26 de octubre de 2025 nos recuerda que el “episodio Milei” no es accidental. Debemos asumir de una buena vez que Milei no es un producto extraño a esta sociedad y que la ultraderecha no es un fenómeno circunstancial y pasajero. La sociedad argentina no fue ni es inocente de Milei. Por acción u omisión, una parte de la sociedad argentina produce y reproduce a Milei. Lo hace desde el centro de su egoísmo y/o de su estupidez, pero, sobre todo, desde la plataforma de una nueva subjetividad conservadora de masas. Esta parte de la sociedad argentina está aferrada a este episodio y buscará darle continuidad y nuevas formas políticas; intentará profundizar la oleada antidemocrática y neo colonizadora por todos los medios a su alcance: bufos o formales, tradicionales o anómalos. No será ni tan fácil, ni tan rápido salir de los efectos del episodio Milei. Costará sacudirse de tanto excremento, de tanta violencia acumulada y, sobre todo, de tantas líneas de continuidad visibles u ocultas.
Otra parte de la sociedad argentina está abarrotada de culpa, vergüenza (propia y ajena) y perplejidad. Está traumatizada. Esa parte de la sociedad no encontró la forma de evitar el episodio Milei y sigue sin encontrar el modo de frenar su reproducción. Lo que tiene para ofrecer como alternativa, o bien no logra diferenciarse en aspectos sustanciales o bien falla a la hora del arraigo y del fermento. Las instituciones, organizaciones y dirigencias representativas de esta parte de la sociedad, en líneas generales, vienen siendo incapaces de asumir iniciativas “expansivas” y “totalizadoras”.
El episodio Milei acumulará tantas deudas materiales y anímicas que cualquier reemplazo reparador tendrá que asumir, prácticamente, perfiles de una redención. Todo nos sugiere que los modos y horizontes del viejo progresismo resultan absolutamente insuficientes para generar algo que pueda percibirse como una discontinuidad histórica significativa. Ni la fuerza electoral, ni la sensibilidad gestionaria alcanzan. De nada sirven las consignas de taza para el desayuno o de título de libro de autoayuda del tipo: “el amor vence al odio”. Las clases dominantes han sacado gran ventaja de este tipo candidez que no es otra cosa que expresión de una subjetividad conformista en una sociedad disciplinada. Mejor odiar y amar a quien corresponda. Necesitamos altas dosis de amor eficaz, con su cuota de odio bien orientado.
Es indispensable construir fuerza social, poder popular, presencia callejera. Habrá que politizar el hambre de las y los de abajo; convertirla en antropofagia, no administrarla. Habrá que transformar radicalmente la subjetividad de las clases subalternas y oprimidas: ir más allá del folklore romántico, reemplazar las doctrinas anacrónicas y verticales y los fervores representativos o tecnocráticos por ejercicios pedagógicos horizontales y orientados al protagonismo popular, al pensamiento crítico y a la creación de una nueva cultura. Habrá que abjurar de las estrategias de integración parcial y subordinada de las y los abajo que solo generan la ilusión de una iniciativa histórica popular pero nunca la concretan (dejar de pensar a estas estrategias como lo “real popular” y retomar las estrategias centradas en la iniciativa autónoma de las y los de abajo). Habrá que pensar vías idóneas para achicar la distancia entre la administración pública y el autogobierno popular.

Habrá que hacer que el desprecio al universo de lo popular por parte de las clases dominantes y sus mediaciones políticas se convierta en temor. Sí, temor y pánico a la potencia de los vínculos, la inteligencia, la organización y la irreverencia de las y los de abajo. En buena medida ese desprecio se explica por la ausencia de la figura de un contendiente liberador-emancipador de fuste. Ya no se puede soslayar la existencia de amplios sectores de la sociedad argentina cohesionados en torno a fundamentos antipopulares y reaccionarios, ideológicamente asimilados a las franjas más retrógradas y saqueadoras de las clases dominantes. Eludir la polarización social y política, apelar a la moderación en estas circunstancias históricas implica conspirar contra la constitución de un bloque popular e inocular en las y los de abajo sentimientos de impotencia. Un bloque popular liberador-emancipador requiere de múltiples experiencias de contraposición de fuerzas en terrenos con cierta “materialidad”, es decir, extra-electorales y extra-institucionales.
Habrá que precaverse de la construcción en espejo, de la copia de formatos supuestamente neutros, de la opción por la superstición y la emoción en desmedro de la razón argumentativa. No se construyen conciencias autónomas y voluntades colectivas plurinacionales-populares, ni con las artes turbias de la manipulación, ni con las destrezas deslumbrantes y superficiales de las y los performers. Estos ardides alimentan las subjetividades conformistas.
¿Cómo reconstruir algo aproximado a una voluntad colectiva plurinacional-popular después de un episodio tan bochornoso y anímicamente arrasador? La primera tarea consistirá en dejar de sembrar embriones de Milei o de crearle, por acción u omisión, ámbitos propicios para su desarrollo.

Habrá que plantearse la posibilidad de construir otro Estado, esto es: otra institucionalidad y otra gubernamentalidad. En buena medida, Milei fue parido por institucionalidades y gubernamentalidades neoliberales que nunca dejaron de expandirse, aún en el marco de los gobiernos dizque progresistas. Estas institucionalidades y estas gubernamentalidades ahondaron las incapacidades del Estado para contrarrestar a los poderes económicos; además, fueron y son refractarias a toda iniciativa de democratización, impermeables a la participación activa de las clases subalternas y oprimidas.
Urge recomponer lo plurinacional-popular, evitar toda tergiversación y repensarlo en una clave que no sea la del capitalismo reformado, relativamente sensible y piadoso; una clave que evite la alienación de la fuerza colectiva y la potencia de las clases subalternas y oprimidas. Debemos recuperar la posibilidad de hablar del futuro y comenzar a dar cuenta –ya mismo– de sus exigencias.

